La diferencia entre consolación y sentir a Dios.
Por Margaret Silf
No siempre es obvio que hay una diferencia entre experimentar el consuelo espiritual y simplemente sentirse bien, o entre la desolación espiritual y simplemente sentirse triste, desolado, deprimido; el
sentimiento de desgano. Los efectos pueden ser muy similares, pero en realidad
la fuente es muy diferente.
Para comprender esta diferencia fundamental, realmente necesitamos
distinguir la dirección de nuestra atención a medida que avanzamos a
través de la experiencia. La sensación de bienestar, y su homólogo de la sensación de desgano, se
centran intrínsecamente en nosotros mismos. Las cosas suceden en nuestro propio
reino, y desencadenan estos altibajos.
Por ejemplo, el factor ‘sentirse bien’ en términos de los políticos con la reducción de los
impuestos, supone que debería de levantar nuestro ánimo. Mientras que en casa, con una problemática familiar,
nos puede lanzar a las profundidades. Si pudiéramos ver la forma en que
nuestros sentimientos se dirigen, nos daríamos cuenta de que apuntan en dirección a nosotros mismos hacia la
satisfacción o la interrupción de nuestros propios mundos personales. Esto es
completamente natural, por supuesto, y es parte de lo que nos hace humanos. Sin
embargo, nos pueden fácilmente manipular cuando somos afectados por cosas tales
como cuando cambia la química de nuestro cuerpo, o por lo bien que dormimos anoche. Estos
cambios no son en absoluto lo mismo que el consuelo espiritual o desolación.
Pero nos llevan a un bienestar o un malestar.
La diferencia parece estar en el centro de la experiencia. El Consuelo espiritual se experimenta cuando
nuestros corazones se sienten atraídos hacia Dios, incluso si esto ocurre en
circunstancias que el mundo consideraría
como negativas. Es una señal de que
nuestro corazón, al menos por el momento, está latiendo en armonía con el
corazón de Dios. La Consolación es la
experiencia de esta profunda conexión con Dios, y llena nuestro ser con una
sensación de paz y alegría. El epicentro de la experiencia está en Dios y no en
nosotros mismos.
Traducción por Cármen (artículo original de LoyolaPress)
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