Tercer Domingo de Pascua – Ciclo A (Lucas 24, 13-35) 26 de abril de 2020
“El corazón nos
ardía”
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Cuando llegamos a nuestra habitación o a nuestra casa, ya caída la
noche, cansados por las labores del día, casi sin darnos cuenta, mecánicamente,
dirigimos nuestra mano hasta el interruptor que está junto a la puerta. Lo
oprimimos y se desencadenan una serie de órdenes que hacen que los dos polos de
la corriente eléctrica se unan a través de un filamento para producir el
milagro de la luz. Este es, exactamente, el mecanismo que se produce en la vida
espiritual cuando dejamos que entren en contacto dos realidades que están a la
mano en nuestra cotidianidad: la Vida y la Palabra; cuando se unen la Vida y la
Palabra, se produce, casi milagrosamente, la luz en nuestro interior. Eso que
parecía oscuro, al fondo del túnel de la desesperanza, se ilumina y hace que
nuestro corazón arda al calor del encuentro con el Resucitado. Te invito a que
mires tu realidad, alegre o trágica; mírala en toda su verdad, sin decirte
mentiras ni pretender maquillarla para que aparezca más bonita y presentable
ante tus ojos. Mira tu realidad de frente, sin engaños ni apariencias. Deja que
surjan, ante esta realidad, tus sentimientos, tus emociones, tus
pensamientos... Puedes responder preguntas como: ¿Qué ha pasado hoy en tu vida?
¿Qué te duele? ¿Qué te aflige? ¿Dónde sientes que te está tallando el zapato?
En un segundo momento, busca en la Escritura un texto que te ayude a
entender los planes de Dios para ti y para toda la creación. Hay gente que abre
la Biblia, sin muchos cálculos, en la página que sea y lee algunos párrafos.
Cuentan que así lo hacían san Antonio Abad o san Francisco de Asís, para
descubrir lo que Dios les pedía en un momento determinado de sus vidas. Sin
embargo, si conoces la Escritura y estás familiarizado con ella, te vendrán a
la memoria unas palabras de Jesús o de san Pablo... Recordarás, desde lo que
estés viviendo, un pasaje bíblico en el que descubras un alimento especial, de
acuerdo a tus circunstancias. Puedes estar seguro de que, poco a poco, casi sin
darte cuenta, casi milagrosamente, comenzarás a sentir que te arde el corazón,
y lo que parecía oscuro, empezará a aparecer luminoso y claro. A lo mejor
salten en tu interior expresiones parecidas a estas: ¡Cómo no me había dado
cuenta, si está tan claro! ¿Por qué no veía las salidas si estaban delante de mis
narices?
Esto es lo que nos regala san Lucas en el texto de los discípulos de
Emaús. Jesús resucitado camina junto a los discípulos que van apesadumbrados
por la dura realidad de la muerte del Señor; comienza por preguntarles por lo
que van conversando y por lo que les ha sucedido. Pero no los deja allí; les
habla de lo que Moisés y los Profetas habían dicho sobre el Mesías. Y, poco a
poco, comienzan a percibir el ardor en sus corazones y la luz en sus caminos...
Esta experiencia espiritual los pone en movimiento, los lanza a construir la
comunidad a través de su palabra y su testimonio; aun en medio de la noche, que
ya ha caído, los discípulos salen hacia Jerusalén a llevar la Buena Noticia de
su encuentro con el Señor resucitado que los anima y consuela con su presencia.
Cuando te sientas cansado y en medio de la oscuridad, no dudes en
oprimir el interruptor que está junto a la puerta de tu corazón, para
desencadenar el milagro de la luz en tu propio interior, que nace del contacto
de la Vida con la Palabra; sólo así, podrás llevar a la Comunidad la Buena
Noticia de la resurrección del Señor en tu propia vida.
DOS EXPERIENCIAS
CLAVE
José Antonio Pagola
Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando
espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás
discípulos habían vivido experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús
vivo después de su muerte. Experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en
Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores,
¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?
Este es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el
encuentro con el Resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué
experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los
discípulos de Emaús.
Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se
ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús, que los
sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la
situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de
reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para experimentar su presencia viva junto a
ellos?
Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y
discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta;
dejan que aquel desconocido les vaya explicando lo ocurrido. Sus ojos no se
abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».
Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús,
ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en
algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan hasta dentro y
nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está
despertando.
No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena
eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten
necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje:
«Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse
con ellos». En la cena se les abren los ojos.
Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al
recordar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la
eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en
la Iglesia la fe en el Resucitado.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
A JESÚS VIVO SE LE
HACE PRESENTE
Fray Marcos
Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el
“primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús
profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles
Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de
Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e
ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga
a volver para contar la gran noticia.
El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología
narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de
apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la
experiencia pascual que los primeros seguidores de Jesús vivieron. En ningún
caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de
Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo
que pasó una vez, sino de lo que les está pasando cada día a los discípulos de
Jesús.
Es Jesús quien toma la iniciativa, como sucede siempre en los relatos de
apariciones. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén decepcionados por lo
que le había pasado a Jesús. Solo querían apartar de su cabeza aquella
pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo,
van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse,
les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les
había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza.
Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su horrible muerte.
En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que
les sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y
pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un
rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el
relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía
con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la
figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.
La manera en que el relato describe el reconocimiento (después de haber
caminado y discutido con él durante tres kilómetros) y la instantánea
desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su
muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que
los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos pormenores nos vacunan
contra la tentación de interpretar de manera física los detalles de los relatos
que nos hablan de Jesús después de su muerte.
Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No
podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaos bien,
como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia...
Esperamos que el Obispo... esperamos que el concilio... Esperamos que el
Papa... Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios
puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por
no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.
No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los
discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver
algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la
realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los
que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los
ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de
manara especial, si de verdad sabemos mirar.
1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con
nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible
caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de
verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra
religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a
encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con
los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.
La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide
descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no
hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del
mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y
única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el
deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres,
será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.
2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida,
tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la
Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible
el relato. La letra, los conceptos, no son más que el soporte, en el que se ha
querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el
interior de cada persona, porque el único Dios que existe es el que fundamenta
cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada,
es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la
vivencia.
3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera
muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común,
a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también
referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga
tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el
rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le
reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la
Escritura.
4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en
la experiencia de cada uno, pero solo la experiencia compartida me da la
seguridad de que es auténtica. Por eso él se hace presente en la comunidad. La
comunidad (aunque sean dos) es el marco adecuado para provocar la vivencia. La
experiencia compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano
solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús
hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible
si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo, hoy, es creer que ya lo
tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él;
pero aquel Jesús, que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso
Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa
lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos
buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy
difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.
Meditación
Caminó con ellos, discutió con ellos,
pero no lo conocieron.
Ni teologías, ni exégesis racionales,
te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el
que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los
del cuerpo.
Debemos agudizar la mente, pero no la
racional.
Si los ojos de nuestro corazón están
abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en
todo.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/