Domingo Ordinario XXII –
Ciclo C (Lucas 14, 1.7-14) 1 de septiembre de 2013
“Caminaba con mi padre cuando él se
detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me preguntó: Además del
cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos
segundos después le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es –dijo mi
padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una
carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil
saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la
carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy cuando
veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos,
siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de
mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que
hace". La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para
permitir que los demás las descubran por sí mismos.
Jesús fue a comer muchas veces
con gente importante; Él no era un mojigato que se pasaba la vida metido entre
cuatro paredes por miedo a contaminarse con el mundo que lo rodeaba. Vino a
anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no podía hacerlo encerrado en cuatro
paredes. Estando en casa de un jefe fariseo, otros fariseos lo estaban espiando
para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver “cómo los invitados escogían los
asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: ‘–Cuando alguien te invite
a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar
otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir
a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces tendrás que ir con vergüenza a
ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el
último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a
un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de los que están sentados
contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el
que se humilla, será engrandecido”.
Además de esta enseñanza tan útil
y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra para el que lo había
invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a
su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú
des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y
serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el
día en que los justos resuciten”.
En un retiro al que asistí con
Jean Vanier, en Oporto, al norte de Portugal, le escuché decir que alguna vez
había leído este texto con un grupo de empresarios del Primer mundo. La
reacción que produjo fue de protesta y descontento. Pero también contó que
había leído este texto con un grupo de menesterosos de un país pobre. La
reacción fue de alegría y júbilo. Los pordioseros saltaban y gritaban de
alegría por lo que estaban escuchando. Para ellos esta era una Buena Noticia,
mientras que para los primeros era mala.
¿Qué tal nos caen a nosotros estas
palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de incertidumbre y
molestia? Cada uno puede evaluar la sintonía que siente con las palabras del
Señor, para reconocer la llamada del día de hoy.
Recuerden que existen personas
tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está mas vacío que aquel
que está lleno de sí mismo. Preguntémonos si nuestra carreta hace mucho ruido,
o si va cargada de valores y buenas obras para enriquecernos con una riqueza
que sólo se podrá apreciar el día en que los justos resuciten.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana