PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn 18 33-37
domingo, 25 de noviembre de 2018
“Mi reino no es de este mundo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hace varios años en un pueblo de la Guajira, zona apartada y semidesértica del norte colombiano, un compañero jesuita en formación vivió una situación que todavía me causa escalofrío cuando la recuerdo. Resulta que había varios jesuitas trabajando en la región y en una Semana Santa fuimos a colaborar en varios caseríos y pueblos de una de las parroquias que estaban a cargo de los jesuitas. Cada uno de los estudiantes de filosofía fuimos enviados a sitios distintos. Todos encontramos comunidades más o menos acogedoras y dispuestas a celebrar los días santos con más o menos entusiasmo. Sin embargo, en uno de los pueblos, la apatía se sentía en el ambiente y era fácil predecir que no habría mucha asistencia a las celebraciones, sobre todo porque no iban a contar con sacerdotes sino con seminaristas inexpertos que venían del interior del país.
En medio de este contexto, mi compañero se pasó los primeros días motivando a la población para la participación en las fiestas de la Semana Mayor. Aparentemente iría poca gente, pero él estaba seguro de que algunos asistirían. Lo cierto fue que el Viernes santo, a las diez de la mañana, cuando se supone que comenzaba el Via Crucis, no llegó nadie. El día anterior había encargados para cada una de las catorce estaciones y los niños habían prometido que asistirían. Diez y media, y no llegaba nadie. Ni siquiera el sacristán apareció por ninguna parte... Ya desesperado, mi compañero decidió salir él solo, cargando con la cruz que habían preparado para que fuera llevada por grupos de una estación a otra. A las once y media de la mañana, cuando ya estaba saliendo con el alba puesta y la cruz a cuestas, llegó el sacristán completamente borracho, dispuesto a acompañar al padrecito en la procesión por todo el pueblo. En medio de un silencio canicular, como el sol que caía sobre las calles polvorientas de este pueblo perdido de nuestra geografía, mi compañero fue recorriendo todas y cada una de las estaciones del Via Crucis, escoltado por un borracho que apenas se sostenía en su vaivén embriagado...
Cuenta mi compañero que cuando pasaba por el frente de las tiendas o de las casas de familia donde estaban los pobladores esperando que fuera la hora del almuerzo, todos se quedaban mirándolo completamente absortos por el espectáculo tan ridículo que estaban presenciando. Creo que, si García Márquez se hubiera enterado de esta historia, hubiera escrito una novela más de su colección de realismo mágico que no es superado sino por la realidad cotidiana de estos queridos pueblos de nuestra querida Colombia.
Imagino a Jesús, fatigado y demacrado, después de una noche de torturas e interrogatorios, delante del Gobernador romano en todo su esplendor, discutiendo si él era el Rey de los judíos y si venía en nombre propio o en nombre de Dios a decir la verdad. Jesús tiene que dejarle claro a Pilato: “– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Jesús sabe que es rey, pero su reinado consiste en decir la verdad: “Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan”. Al celebrar esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, nos comprometemos con la verdad que él representa, aunque hagamos el ridículo, como mi compañero en aquel pueblo perdido de la Guajira colombiana.
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domingo, 18 de noviembre de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc 13, 24-32
“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”
Domingo XXXIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-32) – 18 de noviembre de 2018
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Enrique Patiño, uno de los redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de 304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la Escritura.
Según el autor de este artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael Drosin”.
Dice el autor que, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del estado palestino, Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo complementan la advertencia”.
Cada cierto tiempo, serios investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”.
De manera que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del “Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación universal para toda su creación.
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domingo, 11 de noviembre de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc. 12, 38-44
sábado, 10 de noviembre de 2018
“(...) ella, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir”
Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 38-44) – 11 de noviembre de 2018
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
En la revista Vida Nueva – España, se publicó hace algunos años, una historia parecida a la siguiente:Ocurrió en un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación, se sienta en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de color. Un negro comiendo tranquilamente.
"¡Esto es el colmo, – piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al lado del negro, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante del negro y coloca la cuchara en el recipiente. El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden. "¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja.
La mujer le sigue con una mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó". Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces... aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya frío...
Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que consideramos peligrosas. Este hombre no tuvo ningún reparo en compartir su alimento con una señora mayor que se empeñó en que ese era su tazón de caldo. Y no sólo compartió con ella el caldo, sino también el plato de espagueti. A lo mejor era ‘todo lo que tenía para vivir’ y, sin embargo, lo comparte con toda naturalidad, convencido de que la señora está pasando un mal momento y no tiene nada para comer.
Llama la atención en este texto del evangelio de san Marcos, que Jesús tiene una mirada contemplativa sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad, va extrayendo su sabiduría. No está en otra parte el saber de Dios. “Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos”. San Marcos no dice que Jesús pasaba por allí o que estaba orando y vio esta escena... Dice explícitamente que Jesús estaba allí mirando cómo la gente echaba dinero en los cofres de las ofrendas. Seguramente ninguno de nosotros ha hecho esto nunca. Y buena falta que nos haría. Mirar la vida, mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor manera de aprender sobre los secretos del reino que están ocultos para los sabios y entendidos, pero se revelan, de una manera sorprendente, a los de corazón sencillo.
Por eso el Señor advertía contra las enseñanzas de los sabios de su tiempo: “Cuídense de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones. Ellos recibirán mayor castigo”. La sabiduría del Señor era completamente distinta. No para recibir honores y alabanzas de la gente, sino para desentrañar los secretos del reino que están escondidos entre la vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos descubrir sus secretos en medio de la vida de los pobres que son capaces de compartir aún lo poco que tienen para vivir.
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domingo, 4 de noviembre de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc. 28 34
“Ningún mandamiento es más importante que estos”
Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 28b-34) – 4 de noviembre de 2018
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Desde los tiempos
de Jesús, las personas han querido separar los dos mandamientos más importantes
de la ley de Dios. O aman a Dios sobre todas las cosas, viviendo una espiritualidad
exclusivamente vertical, o aman sólo a su prójimo, viviendo una espiritualidad
exclusivamente horizontal. Hay una historia que puede ayudarnos a entender lo
funesto que puede resultar separar estos dos vectores que deben coexistir
simultáneamente en nuestra espiritualidad: Creer en Dios es creer en los
hermanos/as y desearles lo mejor; y creer en los hermanos/as y desearles lo
mejor, es también creer en Dios.
Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y
recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena
conversación con la persona que le atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron
muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero,
que yo no creo en la existencia de Dios, como usted afirma. – Pero, ¿por
que dice usted eso? – preguntó el
cliente. – Pues es muy fácil, – respondió el
peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no
existe. O dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños
abandonados, y tanto sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un
Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento,
pero no quiso responder para evitar una discusión con un hombre que pasaba a
cada momento su navaja afilada muy cerca de su garganta...
El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas
dejaba la peluquería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el
cabello largos, que parecía no haber visitado una peluquería hacía mucho
tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la peluquería y le dijo al
peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los peluqueros no
existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el
peluquero –. Si aquí estoy yo y soy peluquero. – ¡No!, Dijo
el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con el pelo así
y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los
peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.
¡Exacto! – Dijo el cliente. – Ese es el
punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no le
buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.
Cuestionar la existencia de Dios porque
hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que nuestra fe en Dios exige,
precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere.. Y que en la
medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres
humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en
este Dios. No podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para
con nuestro prójimo; pero tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo,
de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús quería resaltar cuando le responde al
maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy. Por tanto, deberíamos
decir, con este maestro: “Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: hay un
solo Dios, y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con
todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno
mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios que se queman
en el altar”. Sólo así, podremos escuchar de Jesús aquello de “No estás lejos
el reino de Dios”. Estaremos cerca del reino de Dios si no separamos estos dos
mandamientos.
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