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domingo, 31 de mayo de 2020
Pentecostés – A (Juan 20,19-23)
Pentecostés – A (Juan 20,19-23)
BARRO ANIMADO POR EL
ESPÍRITU
José Antonio Pagola
-
Juan ha cuidado mucho la escena en que
Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es
lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad, llenando a todos de su
paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha
convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en
concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús.
No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo
lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha acercado,
cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de
humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las
heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los
envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son
frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan
su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso se dispone a hacer con ellos
un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con
los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid
el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una fuerza que
no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con
«barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió
en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro alentado por el
Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu
de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe pequeña:
cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro,
comunidades de barro... Solo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia
viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido quedan «muertas». Nos hacen
daño a todos, pues nos impiden actualizar su presencia viva entre nosotros.
Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por
Cristo. No hemos de bautizar solo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús.
No solo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.
DIOS ES ESPÍRITU Y LO
INUNDA TODO
Fray Marcos
Los textos que leemos este domingo
hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede
entender al pie de la letra. Es teología que debemos descubrir más allá de la
literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377
veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas
podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo
está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una
entidad separada
Pablo aporta una idea genial al hablar
de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo
porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran
con su propia vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que
expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra
venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas
“venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.
No estamos celebrando una fiesta en
honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado.
Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy
como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa
de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo
que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la
presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era
cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de
los fieles y en la comunidad.
Pablo dijo: sin el Espíritu no
podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6).
Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el
Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es
un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de
nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu
no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo
que soy.
Cada uno de nosotros estamos
impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos.
Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como
instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo
viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia
del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la
presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes
de que, sin él, nada somos.
Ser cristiano consiste en alcanzar una
vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a
la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda
sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se
atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su
voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar
esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron encaminadas
en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia
para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó.
El Espíritu nos hace libres. “No habéis
recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba,
Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone
no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es
la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la
persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El
Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de
la comunidad.
A veces hemos pretendido que el
Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la
acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay
que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del
ser y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa
acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata
de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.
Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo
de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación
del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la
comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio
puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad
que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser
primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no
llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro
Padre, Maestro y Señor."
El Espíritu es la fuerza de unión de la
comunidad. En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de
distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del
amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el
mensaje teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos
los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los
primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por
él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se
dejaba guiar por él.
Jesús promueve una fraternidad cuyo
lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés
es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única
fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el
Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser
comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la
cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir
como comunidad.
“Obediencia” fue la palabra escogida
por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su
totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto
equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no
fue obediente en absoluto, ni a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a la
Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es
hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que
es nuestro verdadero ser.
Para salir de una falsa obediencia
debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y
nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al
Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo
debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar
también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados, o
superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del
Espíritu.
Meditación
Dios-Espíritu es la
base de todo proceso espiritual.
El místico, lo único
que hace es descubrir y vivir esa presencia.
La experiencia
mística es conciencia de unidad
porque mi yo se ha
fundido en el YO.
No te esfuerces en
encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te
encuentre a ti y te transforme.
Fray Marcos
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EVANGELIO,
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Reflexión
domingo, 24 de mayo de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
Para ver la homilia clic aquí Mt 28, 16-20
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo A (Mateo 28, 16-20) 24 de
mayo de 2020
“Yo estaré con
ustedes todos los días”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hay personas a las que les cuestan, particularmente, las despedidas. Son
momentos muy intensos, en los que se expresan muchos sentimientos que duermen
en el fondo del corazón y tienen miedo de salir a la luz y expresarse de una
manera directa. Pero, en estos momentos, saltan inesperadamente y sorprenden a
unos y a otros... Despedirse es decirse todo y dejar que el otro se diga todo
en un abrazo que contiene la promesa de seguir presente a pesar de la ausencia.
Salta a mi memoria, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, la
poesía que Gloria Inés Arias de Sánchez escribió para sus hijos, y que lleva
por título: «No les dejo mi libertad, sino mis alas». Como ella, el Señor se
despide de sus discípulos, ofreciéndoles un abrazo en el que se dice todo y nos
regala la promesa de su presencia misteriosa, en medio de la ausencia:
“Les dejo a mis hijos no cien cosechas de trigo
sino un rincón en la montaña, con tierra negra y fértil,
un puñado de semillas y unas manos fuertes
labradas en el barro y en el viento.
No les dejo el fuego ya prendido
sino señalado el camino que lleva al bosque
y el atajo a la mina de carbón.
No les dejo el agua servida en los cántaros,
sino un pozo de ladrillo, una laguna cercana,
y unas nubes que a veces llueven.
No les dejo el refugio del domingo en la Iglesia,
sino el vuelo de mil palomas, y el derecho a buscar en el cielo,
en los montes y en los ríos abiertos.
No les dejo la luz azulosa de una lámpara de metal,
sino un sol inmenso y una noche llena de mil luciérnagas.
No les dejo un mapa del mundo, ni siquiera un mapa del pueblo,
sino el firmamento habitado por estrellas,
y unas palmas verdes que miran a occidente.
No les dejo un fusil con doce balas,
sino un corazón, que además del beso sabe gritar.
No les dejo lo que pude encontrar,
sino la ilusión de lo que siempre quise alcanzar.
No les dejo escritas las protestas, sino inscritas las heridas.
No les dejo el amor entre las manos,
sino una luna amarilla, que presencia cómo se hunde
la piel sobre la piel, sobre un campo, sobre un alma clara.
No les dejo mi libertad sino mis alas.
No les dejo mis voces ni mis canciones,
sino una voz viva y fuerte, que nadie nunca puede callar.
Y que ellos escriban, ellos sus versos,
Como los escribe la madrugada cuando se acaba la noche.
Que escriban ellos sus versos; // por algo, no les dejo mi libertad sino
mis alas...”
“Los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado.
Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó y
les dijo: – Dios me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues,
a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer
todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos
los días, hasta el fin del mundo”.
Fuente: http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
Hacer discípulos de Jesús
José Antonio Pagola
Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que
han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a
su Iglesia para cumplir fielmente su misión.
El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección
no los ha de llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han
escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto
aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más
olvidados. Es esto precisamente lo que han de seguir transmitiendo.
Entre los discípulos que rodean a Jesús resucitado hay «creyentes» y hay
quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin
duda quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal
vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo
conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús,
pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el
poder que a ellos les falta. El Resucitado ha recibido del Padre la autoridad
del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en
él no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es
propiamente «enseñar doctrina», no es solo «anunciar al Resucitado». Sin duda,
los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del
Resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»… pero todo
estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús que conozcan su
mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy
su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo,
compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él son
vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda
constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque
sean solo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del Resucitado la sostiene con
su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y
desde Jesús. Él sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre
nosotros curando, perdonando, acogiendo… salvando.
JESÚS ESTÁ FUERA DE TIEMPO Y
ESPACIO
Fray Marcos
Si hemos vislumbrado en alguna medida lo que nos decía Juan los dos
domingos pasados, se nos hará muy cuesta arriba entender la fiesta de hoy y la
de los tres domingos siguientes. La subida de Jesús al cielo, la venida del
Espíritu, la Trinidad, la Eucaristía están presentadas por los textos
litúrgicos como realidades externas que se dieron en un determinado tiempo y
lugar. Entendiendo literalmente los textos, desenfocamos su verdadero sentido.
Estamos hablando de realidades que están fuera del tiempo y del espacio, de las
que no podemos hablar en sentido estricto.
Además, el lenguaje que utilizan los textos es simbólico y no podemos
entenderlo como si fuera científico y realista. No podemos seguir utilizando un
lenguaje que responde a una visión mítica de la realidad. Cuando se creía que
Dios estaba en lo más alto (cielo), que el hombre estaba en el medio (tierra) y
que el demonio estaba en lo más bajo (infierno). El lenguaje utilizado se
entendía perfectamente en aquella época. De Jesús se dice expresamente: Bajó
del cielo, se hizo hombre, descendió a los infiernos y volvió a subir. Nuestra
manera de entender la realidad ha cambiado. Hoy no nos dice nada un cielo o un
infierno como lugares de referencia.
Debemos entender la ascensión como parte del misterio pascual que es una
única realidad. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el sentarse a la
derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del Espíritu, son hechos
reales separados. Se trata de una realidad única que está sucediendo en este
mismo instante, porque está fuera del tiempo y del espacio. Decir de Jesús
después de muerto: a los tres días, a los ocho días, a los cuarenta días, a los
cincuenta días, no tiene sentido ninguno. Hablar de Galilea o de Jerusalén, o
decir que está sentado a la derecha de Dios, es absurdo literalmente.
Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Todo lo contrario,
esa es la ÚNICA REALIDAD. Es lo que está sujeto al tiempo y al espacio lo que
no tiene consistencia. Esa realidad intangible ha tenido una repercusión real
en la vida de los cristianos, y eso sí se puede descubrir a través de los
sentidos. Esa realidad no temporal es la que hay que descubrir para que tenga
también en nosotros la misma eficacia transformadora. Si seguimos creyendo que
es un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos en un lugar y un tiempo
determinado, ¿qué puede significar para nosotros hoy?
Las realidades espirituales, por ser atemporales, pertenecen al hoy como
al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han sucedido en el pasado,
sino que están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando
a nuestra propia vida aquí y ahora. Puedo vivirlas yo como las vivieron los
apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje evangélico, es que todos
lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos.
La ascensión empezó en el pesebre y terminó en la cruz: ¡Todo está
cumplido! Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de
crecer como criatura. Después de ese paso no existe el tiempo para él, por lo
tanto, no puede suceder nada en él. Es como un chispazo que dura toda la
eternidad. Él había llegado a la plenitud total en Dios. Por haberse despegado
de todo lo que en él era transitorio y terreno, solo permaneció de él lo que
había de Dios, y con Él se identificó absolutamente, totalmente,
definitivamente. Este es el sentido profundo de la Ascensión.
¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención de recorrer la
misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta? ¿Estamos dispuestos
a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no quedará nada de lo que
creo ser? Es duro, pero no puede haber otro camino. Si renuncio al don total de
mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en Jesús, ese don total solo será
posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado totalmente, y está en
mí para llevar a cabo esa obra de amor.
Tal vez nos conformemos con quedarnos pasmados mirando al cielo y
esperando que él vuelva. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el quehacer
de Jesús en esta tierra. La idea de que Dios, o Jesús, o el Espíritu pueden
hacer algo por mí, en un momento determinado, ha desvirtuado la religiosidad
cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo están haciendo todo por mí y lo siguen
haciendo en todo instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un momento
determinado para descubrir esa realidad y vivirla.
El relato de Mt, que acabamos de leer, es un prodigio de síntesis
teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a dejar de
verlo. Consta simplemente, de una localización dada, una proclamación de poder
y tres ideas básicas. Situar la escena en un monte es una indicación suficiente
de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo. El monte
significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde quiere situar también
a Jesús. Que lo sitúe en Galilea, tiene un significado muy importante. Judea
había rechazado a Jesús y no era ya el lugar donde encontrarse con Dios.
Jesús no pudo decir que se le ha dado todo poder, porque después del
bautismo rechazó el poder como una tentación. Este doble lenguaje nos ha
despistado. No hay un poder bueno y otro malo. Todos son perversos. Se trata de
expresar que ha alcanzado la plenitud absoluta por haberse identificado con
Dios en el don total de sí mismo. Debemos tener en cuenta que la primera
interpretación del misterio pascual está formulada en términos de
glorificación; antes incluso de hablar de resurrección.
El envío a predicar. También tiene un carácter absoluto “todos los
pueblos”. El tema de la misión es crucial en todos los relatos pascuales. La
primera comunidad intenta justificar lo que era ya práctica generalizada de los
cristianos. Predicar el “Reino de Dios” no es un capricho de unos iluminados
sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene, como primera obligación,
llevar a los demás el mensaje de su Maestro.
Esto es muy importante, es la particularidad de la enseñanza. No se
trata de enseñar doctrinas ni ritos ni normas morales sino de instar a una
manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con la insistencia de los
evangelios en las obras como manifestación de la presencia de Dios en Jesús, y
como consecuencia de la adhesión a Jesús. Si tenemos en cuenta que el núcleo
del evangelio es el amor, comprenderemos que en la práctica, el amor es lo
primero que tiene que manifestarse en un cristiano.
Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Fue el
tema del evangelio de los dos domingos pasados. Ya habían dejado claro que todo
lo que hizo Jesús era obra del Padre o que era el Espíritu el que actuaba en
él. Ahora sigue siendo Dios, en sus tres dimensiones, el que va a continuar la
obra de salvación a través de sus seguidores. Recordar que Jesús habla de
enviar al Espíritu, de quedarse él con nosotros, de que el Padre vendrá a cada
uno. Esta manera de hablar puede hundirnos. Los tres “vendrán” a mi conciencia
cuando me dé cuenta de que están ahí ya.
Meditación
No puede haber Vida
si no trascendemos el tiempo y el espacio.
Nuestra Vida “divina”
es la misma ahora y siempre.
Si está en nosotros,
pero no la vivimos, no significa nada.
Contemplar, es salir
del tiempo y del espacio,
es identificarse con
Dios que es eternidad.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
domingo, 17 de mayo de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: jN 14, 15-21
Sexto Domingo de Pascua – Ciclo A
Sexto Domingo de Pascua – Ciclo A (Juan 14, 15-21) 17 de mayo de 2020
“No los voy a dejar
huérfanos”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace ya unos años, leí en un periódico colombiano un mini cuento que se
llamaba Un minuto de silencio: “Antes del encuentro de fútbol
–graderías llenas, grandes manchas humanas de colores movedizos– se pidió un
minuto de silencio por cada uno de los asesinados. El país permaneció 50 años
en silencio".
En un editorial de la revista Theologica Xaveriana (Enero-Marzo de
2002), titulada «Ni guerra santa, ni justicia infinita», se incluyó la
declaración que hizo pública la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana de Bogotá, con motivo del “vil asesinato de Monseñor
Isaías Duarte Cancino”, Arzobispo de Cali, asesinado por sus críticas a una
sociedad narcotizada y arrodillada ante el poder de los violentos. En uno de
sus apartes, esta declaración decía: “Y en medio del silencio en el que nos
deja la consternación frente a este magnicidio, creemos que es insoslayable
preguntarnos en profundidad por las complejas causas no sólo de este homicidio
sino el de tantas colombianas y colombianos que mueren de similar forma todos
los días y que ya suman la aterradora cifra de 250.000 en los últimos diez
años”… han pasado 15 años desde esta declaración… y el número de los muertos ha
seguido aumentando, a pesar de que se haya firmado un tratado de paz con uno de
los grupos guerrilleros y que la sociedad colombiana haya hecho un esfuerzo por
dirimir sus diferencias de una manera civilizada.
Cuando pensamos en la cantidad de personas desaparecidas o asesinadas,
debemos preguntarnos cuántas personas están heridas por la muerte violenta de
un ser querido en este país... Cada muerto ha dejado una familia entera
herida.... padres, madres, hermanos hermanas, hijos, hijas... ¿Cuántos
huérfanos ha dejado esta guerra fratricida? ¿Cuántos huérfanos ha dejado la
guerra entre palestinos e israelitas? ¿Cuántos huérfanos han dejado las guerras
y la violencia en este mundo? ¿Cuántos huérfanos más necesitamos para detener
esta espiral de violencia que nos absorbe sin compasión?
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al
Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté
siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo
ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará
en ustedes. No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes”, es
lo que nos dice Jesús este domingo.
En la Escritura, los huérfanos casi siempre aparecen junto a las viudas
y a los forasteros... El Deuteronomio y los Profetas invitan, de una y otra
forma, a hacer justicia a los huérfanos, a las viudas y a los forasteros. Hoy
también el Señor nos está pidiendo a gritos, que hagamos justicia a tantos
huérfanos que dejó el conflicto armado; a las viudas y a los desplazados que
tienen que abandonar su tierra para proteger la propia vida y la de sus seres
queridos. A las familias de los líderes sociales asesinados.
El Señor nos envía un Defensor y promete que no nos dejará huérfanos
cuando se vaya; esta promesa de Jesús nos compromete a hacer lo mismo hoy para
aquellos que sufren con las consecuencias de la guerra; tenemos que ser
defensores del huérfano, de la viuda y del forastero. Que el Espíritu de la
verdad nos impulse a colaborar en la construcción de un país en el que no
tengamos que permanecer cincuenta años en silencio...
Fuente: http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
VIVIR EN LA VERDAD DE
JESÚS
José Antonio Pagola
No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la
despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso el
evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su
testamento: lo que no han de olvidar nunca.
Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver»
ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado
por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus
vidas. Para ver a Jesús se necesitan unos ojos nuevos. Solo quienes lo amen
podrán experimentar que está vivo y hace vivir.
Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien
lo ama así no puede pensar en él como si perteneciera al pasado. Su vida no es
un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos»,
se va «llenando» de Jesús.
No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el
«Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va
convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad».
Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en
nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.
Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No
se encuentra en los libros de los teólogos ni en los documentos del magisterio.
Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo
escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los
pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.
El evangelista lo llama «Espíritu defensor», porque, ahora que Jesús no
está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él.
Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar, como a
Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos
sentiremos huérfanos y desamparados.
Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir
pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús hacia la
experiencia de vivir arraigados en su «Espíritu de la verdad».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
YO ESTOY CON MI
PADRE, VOSOTROS CONMIGO Y YO CON VOSOTROS
Fray Marcos
Se habla de la presencia de Dios, de Jesús y del Espíritu en la primera
comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no
estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a
Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone
ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida
que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una
manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre
en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.
No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas
sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de
finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al
ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas, Dios, Jesús,
Espíritu. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la
misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la
identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se
identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son
indistinguibles.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Mandamientos que en el
capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás
no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las
“exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que
viene del interior y que se debe manifestar en cada circunstancia concreta.
Para Jn, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase
de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de
solidaridad y entrega a los demás.
Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros
siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando
de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de
una nueva manera de experimentar el amor, que será mucho más cercana y efectiva
que su presencia física durante la vida terrena. Primero dice que mandará al
Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y
él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple
y a la vez única: Dios.
“Defensor” (paraklêtos)=el que ayuda en cualquier circunstancia;
abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión
metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino
que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene
un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los
discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el
mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único
defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro.
“El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego
(alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es
decir con el amor. “De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, El
Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. “El
mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo
propone como valor lo que merma o suprime la Vida del hombre. Lo contrario de
Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor
cuando esté en ellos como único principio dinámico interno.
No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa
muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En
el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer
impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos
indefensos ante el poder del mal. Pero esa fuerza no se manifestará eliminando
al enemigo sino fortaleciendo al que sufre la agresión, de tal forma que la
supere sin que le afecte lo más mínimo.
El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo
tengo vida y también vosotros la tendréis. La profundidad del mensaje puede
dejarnos en lo superficial de la letra. “Dejará de verme” y “me veréis”, no
hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de
descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la
resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo
corporalmente. Ellos, que durante la vida terrena lo habían visto como el
mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva.
Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre,
vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de
la que él mismo Jesús participa, experimentarán la unidad con Jesús y con Dios.
Es el sentido más profundo del amor (ágape). Ya no hay sujeto que ama ni objeto
amado. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva, que nadie podrá
arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso,
al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos
como se manifestó en Jesús.
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; a quien me ama
le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él”. Su mensaje es
el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se
experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a
preparar sitio a los suyos en el “hogar”, familia del Padre. Aquí son el Padre
y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios
se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada
miembro de la comunidad será morada de Dios. No será solo una experiencia
interior; el amor manifestado hará visible esa presencia.
Un versículo después de lo que hemos leído dice: el que me ama cumplirá
mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos
con él. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de Jesus.
Esa presencia no será puntual, sino continuada. Dios no tiene que venir de
ninguna parte porque está en nosotros antes de empezar a ser. Una vez más se
utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios. También
queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha
terminado su trayectoria terrena.
Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con
palabras. “Yo y el Padre somos uno.” A esa misma identificación estamos
llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en
nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi
ser, sin el cual nada puede haber de mí. Se deja de ser dos, pero no se pierde
la identidad de cada uno. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi
individualidad. Yo soy totalmente humano y totalmente divino. El vivir esta
realidad es lo que constituye la plenitud del hombre.
Meditación
No nos empeñemos en meter en conceptos
lo indecible.
Solo la vivencia puede saciar el ansia
de conocer y amar.
Lo que te empeñas en buscar fuera, no
existe más que dentro.
El ojo ya no existe, ni hay nada que
mirar.
Vete al centro de ti y descubre tu
esencia.
Ese descubrimiento colmará tus anhelos.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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