Aprender a vivir reverentemente
por Gerald M. Fagin, SJ
La
reverencia es una virtud que debe ser cultivada y practicada. Es una disposición del corazón que nos lleva
a lo bueno en todas las cosas y nos acerca a Dios. La reverencia nos acerca a otras personas y
al mundo que nos rodea. La persona
reverente descubre y responde al misterio de la vida y la santidad de todas las
cosas. La reverencia es una actitud de humildad y de dependencia, una
apreciación del esplendor y belleza de toda la realidad y un anhelo por algo
más grande. La reverencia es una virtud de modestia, pero también implica una
reverencia para uno mismo como una persona creada y amada y elegida por
Dios. La reverencia da voz a nuestro
deseo de Dios, nuestro deseo de encontrar plenitud más allá de nosotros mismos
en el misterio que nos abraza.
Algunos
argumentarán que la cultura y vida contemporánea han perdido un sentido de
reverencia. En un mundo individualizado
y centrado en la persona, es fácil domesticar a Dios, trivializar relaciones y
huir de lo sagrado. La reverencia no es
una virtud que se encuentre sólo en contextos tradicionales, títulos formales, actitudes
y rituales formales. Cada cultura debe
descubrir su propio camino para fomentar la reverencia. Cada uno de nosotros debe encontrar
reverencia en el mundo en que vivimos.
Al
final, debemos aprovechar nuestra propia experiencia de reverencia,
reflexionando sobre momentos contemplativos de asombro. Las descripciones de reverencia son sólo
útiles si se miden contra la propia experiencia de trascenderse a sí mismo y de
abrirse a algo más grande. Por ejemplo,
recuerdo el estar parado en una meseta a 3,000 metros de altura con una vista a
lo que parecían ser cientos de kilómetros de tierra fértil. Tuve una experiencia de asombro, de silencio,
de inmensidad, de expansividad, de regalo. Tuve una sensación de maravilla que Dios hubiera
hecho casi demasiado y por tanto, creado por la pura alegría de crear y
compartir la bondad.
Sentimos
estas cosas frecuentemente — en el incontable número de estrellas en una noche
clara, ante una obra de arte, por el nacimiento de un niño, en el momento de la
muerte de un ser querido. Estas
experiencias contemplativas nos acercan más a Dios aun cuando nos sentimos
pequeños e indignos. Son momentos
sagrados que expanden los alcances de nuestros corazones. Ignacio conoció la reverencia cuando oró de
noche bajo las estrellas, pero también la conoció en el ajetreo de cada día. Esperaba detonar esa experiencia a lo largo de
los Ejercicios.
Ignacio
creía que cualquiera que en oración considerara la verdad básica acerca de que
fuimos creados del amor por un trascendente Dios de santidad, crecerá en un
sentido de reverencia. Tenemos un
sentido profundizado de la santidad de todas las cosas si pensamos de todo como
continuamente siendo llamado y sostenido en su ser por Dios. Nos erguiremos en asombro no sólo ante puestas
de sol y montañas, flores y árboles, pero también y sobre todo ante cada
persona con la que nos encontremos. La reverencia
es una disposición del corazón que nos permita vivir ante la belleza y bondad
de cada criatura y del Dios que les hizo. En la terminología de ignaciana, la reverencia
nos permitirá encontrar a Dios en todas las cosas.
El
primer ejercicio de los Ejercicios Espirituales comienza a transformarnos en un
tipo particular de persona. Ya hay una respuesta emergiendo a las preguntas
formuladas por la ética de la virtud: ¿quién soy yo? ¿En quién debería
convertirme? ¿Cómo debería llegar a ello? La reverencia es una virtud fundacional
para ponerse el corazón de Cristo.
Reflexionando
sobre la Virtud de la Reverencia
·
Recuerda y reflexiona sobre una
experiencia de reverencia y asombro en tu vida.
·
¿Dónde y cómo experimento a Dios
estando presente en mi vida?
·
¿Cómo puedo crecer en reverencia por
Dios, por otros, por mí, y por la vida?
·
¿Cómo puedo fomentar un corazón
contemplativo?
Textos
Bíblicas sobre la Reverencia
Salmo 104 Dios el creador y proveedor
Lucas 8:22–25 Jesús calma la tormenta
Lucas 9:28–36 La Transfiguración
Traducción por Chártur (artículo original de LoyolaPress)
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