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domingo, 28 de julio de 2019
“(...) el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan”
Domingo XVII del Tiempo
Ordinario – Ciclo C (Lucas 11, 1-13) –28 de julio de 2019
Reflexiones
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Un conocido maestro de oración de nuestros
tiempos, Anthony de Mello, se refiere a la oración de petición con estas
palabras: "La oración de petición
es la única forma de oración que Jesús enseñó a sus discípulos; de hecho, es
prácticamente la única forma de oración que se enseña explícitamente a lo largo
de toda la Biblia. Ya sé que esto suena un tanto extraño a quienes hemos sido
formados en la idea de que la oración puede ser de muy diferentes tipos y que
la forma de oración más elevada es la oración de adoración, mientras que la de
petición, al ser una forma «egoísta» de oración, ocuparía el último lugar. De
algún modo, todos hemos sentido que más tarde o más temprano hemos de «superar»
esta forma inferior de oración para ascender a la contemplación, al amor y a
la adoración, ¿no es cierto? Sin
embargo, si reflexionáramos, veríamos que apenas hay forma alguna de oración,
incluida la de adoración y amor, que no esté contenida en la oración de petición
correctamente practicada. La petición nos hace ver nuestra absoluta dependencia
de Dios; nos enseña a confiar en Él absolutamente" (De Mello, Contacto
con Dios).
El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en nuestras peticiones
porque el Padre sabe lo necesitamos antes de pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin
embargo, no deja de insistir que debemos pedir, como puede comprobarse en el
texto que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. Lo más típico de la oración de Jesús, por lo
que registran los evangelistas, parece ser la oración de petición. Jesús no
sólo pide en su oración, sino que nos enseña a pedir. Lo que hemos llamado
la Oración del Señor o el Padrenuestro, es una
cadena de siete peticiones que se van desprendiendo del 'Padre nuestro'. La petición nos hace tomar conciencia de nuestra radical dependencia de
Dios; nos recuerda nuestro límite y la generosa misericordia de Dios que se nos
revela en Jesús. Esto aparece aún más claro cuando la petición más repetida de
Jesús en los textos evangélicos es "que no se haga mi voluntad sino la
tuya", o el "hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo".
Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no es si pedimos, sino
qué pedimos en nuestra oración, porque por allí suele estar el problema. Muchas
veces no pedimos que se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos
conviene en una situación determinada, sino que pedimos lo que nosotros creemos
que más necesitamos. Cuando el Señor dice que pidamos con insistencia, nos
recuerda que lo que tendríamos que pedir sería el Espíritu Santo: “¿Acaso
alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra
cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si
ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”
Entonces,
recordemos siempre lo que nos dice el Señor: “Pidan, y Dios les dará; busquen,
y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe;
y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre”. La oración
de petición nos pondrá en contacto con nuestros límites y hará que nos
relacionemos con el Señor desde nuestra pequeñez. No dejemos de pedir, ni
pensemos que la oración de petición es de inferior calidad a otras formas de
encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir el Espíritu Santo, para que nos
ayude a entender los planes de Dios y a ponerlos en práctica.
José
Antonio Pagola - TRES LLAMADAS DE JESÚS
«Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os
abrirá». Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por
las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la
puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la
vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar
ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante
el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como
perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a
la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el
Padre, pero lo hacen con matices diferentes. «Pedir» es la actitud propia del
pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el
aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. «Buscar» no es solo
pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance.
Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más
humano y digno para todos. «Llamar» es dar golpes a la puerta, insistir, gritar
a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores
no lo olviden nunca: el que pide, está recibiendo; el que busca está
encontrando y al que llama, se le abre. Jesús no dice qué reciben concretamente
los que están pidiendo, qué encuentran lo que andan buscando o qué alcanzan los
que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él Dios se les da; quienes
acuden a él reciben «cosas buenas».
Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden
entender los padres y las madres de todos los tiempos. ¿Qué padre o qué madre,
cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda
como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de
esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le
pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla
del lago?
Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que
pueda hacerles daño sino «cosas buenas». Jesús saca rápidamente la conclusión.
«Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu a los que se lo pidan».
Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento, su
Espíritu, su Amor que sostiene y salva nuestra vida.
Fuentes : http://feadulta.com/
ABBA,
LA MANERA DE LLAMAR A DIOS MÁS DESCONCERTANTE
Fray
Marcos
Lc 11,1-13
El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen
de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los
demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús,
lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El
Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la
novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia
única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su
cultura.
Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas
y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el
AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está
claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros
cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de
Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no
anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión. La
originalidad no está en la letra sino en la nueva relación del hombre con Dios
que destila.
Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es
padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su
nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte,
porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse,
porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede
tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que
nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de
nosotros.
Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta.
Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la
primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis... ¡Qué maravilla!
Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió
de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación.
De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lc.
Padre. En el AT se llama innumerables veces a Dios padre. Sin embargo, el
“Abba” es la piedra angular de todo el evangelio. Se pone una sola vez en
labios de Jesús, pero lo hace con tal rotundidad, que se ha convertido en clave
de su mensaje. El llamar a Dios Papá supone sentirse niño pequeño, que ni
siquiera sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que
nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que nos debe
dar. La aparente oración debe convertirse en confianza absoluta en aquel que
sabe mejor que yo mismo lo que necesito y está siempre dándomelo.
Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en
el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas
palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que
intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa
dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta
absolutamente. El padre natural, da en un momento determinado la vida
biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.
Por aplicar a Dios una falsa idea de padre, le hemos aplicado también la
idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los
complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es
liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial
progresismo. Se trata de superar la literalidad de las palabras y de tomar
conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir y pensar de Él. Uniendo
el concepto de padre y el de madre, superamos la dificultad de dejar cojo el
concepto de Dios, pero además nos obligamos a ampliar el abanico de los
atributos que le podemos aplicar.
No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay
padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a
imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación
de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” Cuando Jesús
dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar
por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos,
todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el
sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y
lo que se es.
Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT
se manifiesta, en numerosas ocasiones, que la tarea fundamental del buen judío
es dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre
colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que
nosotros debemos descubrir esa presencia en nosotros y en los demás. Debemos
vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través
de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que
tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra
naturaleza.
Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero
el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte, ni está aquí
ni está allí, está dentro de vosotros. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y
manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese
proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy.
Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al
expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga patente.
Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión
al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos
todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se
preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No
se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser
humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo:
“Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos
manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.
Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia hay muchas
referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería
ridículo (Abrahán en la primera lectura) que nosotros pudiéramos ser ejemplo de
perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no
perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos.
Dios es perdón. El descubrir que Dios me sigue amando sin merecerlo es la clave
de toda relación con Él y con los demás.
No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en
los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente,
que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el
latín apuntan a que “no nos induzca a pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para
nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan
de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que
no caigamos es ridículo. La única manera de no caer es precisamente la oración,
es decir, la toma de conciencia, de lo que soy y de lo que es Dios.
Meditación
Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy.
Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento.
Como Padre es el único modelo al que debo imitar.
Cuando experimente que yo y el Padre somos uno,
habrá terminado mi camino de perfección.
Fray Marcos
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Tiempo Ordinario
domingo, 21 de julio de 2019
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
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sábado, 20 de julio de 2019
“Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas (...)”
Reflexiones sobre la Palabra