Removiendo nuestros tapaojos[1]
por Andy Otto
Conduzco más o menos la misma ruta a trabajar cada
mañana. Esto puede significar cambiar
mentalmente a piloto automático y llegar a trabajar sin pensar mucho acerca del
trayecto. A menudo hacemos cosas con
visión estrecha, en nuestra rutina, sin realmente "ver" lo que está
sucediendo a nuestro alrededor. La
rutina puede convertirnos en robots, y no siempre reconocemos esto. Después de todo, los robots no saben que son
robots. Pero Dios no tiene ningún deseo de
que vayamos por la vida como robots, sin mirar más allá de los tapaojos que nos
mantienen en la tarea inmediata.
Una mañana me detuve en un semáforo, y sin pensarlo
miré hacia arriba; lo que llamó mi atención fue un cielo brillante con una larga
y fina nube blanca que se extendía a través de la cúpula celeste. Me sacudió fuera de mi letargo. Me di cuenta que
mañana tras mañana solo veía al frente al frustrante tráfico delante de mí,
nunca mirando al cielo para apreciar que el mundo era más grande que mi traslado.
En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio ofrece dos
caminos para sacarnos de nuestros hábitos robóticos. Primero nos pide que meditemos sobre la
Trinidad mirando hacia abajo al mundo y todo lo que en él está sucediendo, la
alegría y tristeza, la vida y la muerte, el odio y la construcción de la
paz. Es una oportunidad con la
panorámica desde los ojos de Dios, para ver que el mundo es mucho más grande de
lo que somos nosotros. Me recordó que
mientras yo estaba molesto por el tráfico en mi traslado, en algún lugar en
otra parte del mundo, bajo un cielo azul similar, había alguien sin un traslado
al trabajo, luchando para alimentar a su familia.
Ignacio también anima a algo a lo que yo llamo sensorialidad,
esto es, ser más conscientes de nuestros cinco sentidos. En el coche me encontré con una nueva
conciencia del regalo de mi visión a través del azul y blanco del cielo; pude
sentir la agradable temperatura mañanera a través de la ventanilla abierta;
pude oler el aire fresco. Las sensaciones
nos permiten asomarnos a la presencia de Dios que nos rodea y nos atrae hacia afuera,
más allá de nuestra perspectiva estrecha.
Cuando miré hacia ese cielo azul en el borde superior
de mi parabrisas, mis tapaojos fueron arrancados, y Dios amplió mi mundo sólo
un poco más. Recordé que por ahí existe
un mundo lleno de un Dios al que tengo que prestar más atención.
Traducción por Chártur (artículo original de LoyolaPress)
[1] Tapaojos o "blinders" son
viseras que se colocan a los caballos o animales de carga para bloquear su
visión lateral; solo les permite ver hacia el frente.
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