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domingo, 31 de julio de 2016
sábado, 30 de julio de 2016
“(...) la vida no depende del poseer muchas cosas”
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
12, 13-21) –31 de julio de 2016
Mientras viajaba
por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un
riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber
que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al
abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el
fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la
mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue
dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo
suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida.
Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le
devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de
esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo
aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le
permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.
El evangelio de
hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi
hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién
me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una
enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de
toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la
ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un hombre
muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar:
‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a
hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en
ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes muchas
cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’ Pero
Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes
guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para
sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.
Es impresionante
la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que
debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a
no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de
nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra
capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que
tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría,
uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la
única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad
compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y
agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos
derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo
para sobrevivir como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.
La parábola que
el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular
riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo
se llega a la muerte. Una sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el
final de una guerra fratricida que se ha prolongado tanto entre nosotros,
podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son capaces de
crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes
hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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EVANGELIO,
Reflexión,
Tiempo Ordinario
viernes, 29 de julio de 2016
Cápsula 05 El amor en el matrimonio
Tema:
El amor en el matrimonio
Frase:
“El Amor puede ir más allá de la
justicia y desbordarse gratis, “sin esperar nada a cambio” a, hasta llegar al amor más grande, que
es “dar la vida por los demás” b.”[1]
Contexto:
La relación de pareja entre hombre y
mujer y el matrimonio que en ella se funda están atravesando un periodo de
transformación e, inevitablemente de crisis. Y las heridas y los sufrimientos
que produce esta crisis no son pocos ni pequeños. La sabiduría que la experiencia cristiana
obtiene de la Escritura y de su historia bi-milenaria puede y debe ser puesta a
disposición de quienes no se resignan a sufrir pasivamente. Pero no bajo la
forma de un moralismo gruñón y amenazador, sino compartiendo un don de
sabiduría que justamente puede hacer que se eviten sufrimientos inútiles y
puede abrir las puertas a alegrías más profundas y sólidas. [2]
La relación de pareja suscita dos
interrogantes molestos. El primero se refiere a la persona, y el segundo al
proyecto. Tanto en el hombre como la mujer existe el miedo de que la relación
de pareja la cambie o la limite, pareciera que se deberían sacrificar en alguno
de sus compromisos individuales o en alguna de sus potencialidades originales
para convivir con la otra persona. Se tiene la impresión de que los dos
sujetos, al casarse, tienen que limitarse para que la pareja pueda vivir. La
libertad parece comprometida por la relación conyugal. En relación con el
proyecto de vida se hacen éstas preguntas: ¿Puede una persona casarse y seguir
pensando en su proyecto de vida? ¿No tendrá que redimensionarlo en contacto con
el proyecto del otro? O, mejor aún, ¿no
tendrán que ceder dos proyectos individuales para que nazca un proyecto de
pareja? [3]
Experiencia:
La pareja se compromete y llega al
matrimonio “idealizando” al otro, al
paso del tiempo cuando afloran las primeras diferencias y se dan cuenta que ese
“ideal” no es tal, surgen las
dificultades. Se exige de la pareja lo que se esperaba de ella y no se acepta
como es en realidad, con sus defectos y limitaciones. Hay reproches, críticas y
con ello un alejamiento cada vez mayor. La falta de un diálogo fecundo en el que pudiera haber acuerdos para
ayudarse a crecer y en el que se “reconozcan y admiren” como son en realidad, va
haciendo que cada vez haya una distancia mayor entre ellos hasta que se convierten
en unos completos “desconocidos”, que
no se dieron cuenta cuando su proyecto de “amarse y respetarse hasta que la muerte los separe”,
se terminó.
Reflexión:
El amor y el matrimonio son una gran
realidad humana y cristiana. En Cristo, la pareja humana establece una relación
fundamental con el Padre.
La vida conyugal es un gran quehacer: “construir
el amor”. Dios en ello toma parte pero no hace nada sin el
consentimiento de los esposos y su esfuerzo continuado.
El amor se realiza en la vida de los esposos
en la misma medida en que cada uno renuncia a su egoísmo y se entrega al amor
del otro. Por eso amar es conocer, preferir al otro, tomarlo a su cargo y darle
cuanto cada uno tiene.
Sin embargo, el esfuerzo por captar la
presencia del otro debe durar toda la vida. Si un hombre cree haber comprendido
del todo a su mujer (o viceversa) está equivocado. Nunca terminará de descubrir
cuanta riqueza ha puesto Dios en el otro ni lo que va haciendo en él día a día.
La costumbre de vivir juntos, la
monotonía de los días y sobre todo el egoísmo, que hace que uno se repliegue
sobre sí mismo y no se abra, impiden descubrir los valores y las riquezas del
otro. [2]
La ayuda mutua no es solamente un
servicio aislado que de vez en cuando se hace, es sobre todo la disponibilidad
puesta al servicio del otro. El amor es oblativo. El que ama está siempre al
servicio del ser amado. “Jesús estaba con los apóstoles como El que sirve”.
Disponibilidad para escuchar al otro
cuando necesite expresarse, disponibilidad para agradar al otro, disponibilidad
para tener en consideración los deseo y gustos del otro en toda la vida del
hogar. Jesús dijo “existe más alegría en
dar que en recibir”.
En el andar del matrimonio, aunque cada uno esté muy atento a descubrir
las virtudes del otro, también va descubriendo inevitablemente sus defectos y
limitaciones. Ha llegado entonces el momento en que cada uno siente la
necesidad de ser aceptado y querido tal como es.
Esto representa una prueba y a la vez
también es una de las etapas más interesantes a superar en lo que llamamos la
creación constante del amor, que nunca está definitivamente concluido. Se trata
de aceptar al otro tal como es, así, sin engaños; y de ser amado tal como es
uno es en la realidad, sin intentar
ocultarlo. Esto es amarse de verdad, ya que el amor auténtico siempre es
esencialmente gratuito.
La delicadeza es necesaria a la hora
de aceptar al otro tal como es, de ser paciente y de perdonarle. Existen
aceptaciones que rozan el desprecio, paciencias que resultan paternalistas y
perdones condescendientes. La delicadeza lo arregla todo y gracias a ella se
puede uno realizar en la alegría de amar y de ser amado. [4]
Acción:
Saber que los miembros de la pareja
son personas diferentes pero que los
“une un querer lo mismo”, saber
aceptarse en la diferencia, admirarse y ayudarse a crecer. Dialogar con respeto
e inteligencia en la presencia de Dios, no olvidar que Él es el socio principal
en ésta “empresa/institución
matrimonio”.
Evaluación:
Lo expresado por el Papa Francisco, en
la Exhortación Amoris Laetitia, invita a vivir el matrimonio con el mismo amor,
compromiso y entrega que Jesús tiene por su Iglesia. El amor, disculpa todo, cree todo, espera
todo, soporta todo. Ver el rostro de Jesús en la pareja, hace que se pueda
encontrar siempre bondad en el otro. Ese amor que se tiene que reflejar es
justamente el Amor que Cristo nos ha enseñado y regalado, es la misión de: “Ser uno, como tu Padre en mí y yo en ti
somos uno”.
Bibliografía,
referencias/ fuentes:
[1] Amoris a (Lc 6,35) b (Jn 15,13)
[2] Battista Borsato. El Amor
inteligente en la vida de pareja. Sal Terrae. 2001
[3 y 1] Documentos de los Equipos de
Nuestra Señora, Amarse en el Matrimonio y Ayuda Mutua.
domingo, 24 de julio de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 22, 1-13
sábado, 23 de julio de 2016
“(...) el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan”
Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
11, 1-13) –24 de julio de 2016
El Señor nos ha
dicho que no debemos insistir en nuestras peticiones porque el Padre sabe lo
necesitamos antes de pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin embargo, no deja de
insistir que debemos pedir, como puede comprobarse en el texto que nos presenta
hoy la liturgia de la Palabra. Lo más típico de la
oración de Jesús, por lo que registran los evangelistas, parece ser la oración
de petición. Jesús no sólo pide en su oración, sino que nos enseña a pedir. Lo
que hemos llamado la Oración del Señor o elPadrenuestro,
es una cadena de siete peticiones que se van desprendiendo del 'Padre
nuestro'. La petición nos hace tomar conciencia de nuestra
radical dependencia de Dios; nos recuerda nuestro límite y la generosa
misericordia de Dios que se nos revela en Jesús. Esto aparece aún más claro
cuando la petición más repetida de Jesús en los textos evangélicos es "que
no se haga mi voluntad sino la tuya", o el "hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo".
Por eso, la
pregunta que tendríamos que hacernos no es si pedimos, sino qué pedimos en
nuestra oración, porque por allí suele estar el problema. Muchas veces no
pedimos que se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos conviene en
una situación determinada, sino que pedimos lo que nosotros creemos que más
necesitamos. Cuando el Señor dice que pidamos con insistencia, nos recuerda que
lo que tendríamos que pedir sería el Espíritu Santo: “¿Acaso alguno de ustedes,
que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide
pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes que son
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará
el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”
Entonces,
recordemos siempre lo que nos dice el Señor: “Pidan, y Dios les dará; busquen,
y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe;
y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre”. La oración
de petición nos pondrá en contacto con nuestros límites y hará que nos
relacionemos con el Señor desde nuestra pequeñez. No dejemos de pedir, ni
pensemos que la oración de petición es de inferior calidad a otras formas de encuentro
con Dios. Pero no olvidemos pedir el Espíritu Santo, para que nos ayude a
entender los planes de Dios y a ponerlos en práctica.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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EVANGELIO,
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Tiempo Ordinario
viernes, 22 de julio de 2016
Cápsula 04 ¿Qué dice la Iglesia sobre la Familia?
Tema: ¿Qué dice la Iglesia sobre la Familia?
Frase:
“El sacramento del
matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo
de un compromiso, es un don para la santificación y salvación de los esposos,
de la misma relación de Cristo con la Iglesia”
Contexto:
En la Exhortación Apostólica post-sinodal
Amoris Laetitia escrita por el Papa Francisco hace referencia a varios
documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el Amor en y para la Familia:
§
Gaudium et spes.- Definió el matrimonio como comunidad de vida y de amor, poniendo el amor en el
centro de la familia.
§
Encíclica Humanae vitae.- Puso de relieve el vínculo íntimo entre el amor conyugal y
procreación: “El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su
misión de paternidad responsable sobre la que hoy tanto se insiste con razón y
que hay que comprender exactamente. El ejercicio responsable de la paternidad
exige, por lo tanto que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes
para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una
justa jerarquía de valores”.
§
Exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi.- Hace
referencia al Concilio Vaticano II, donde se menciona a la Familia como “Iglesia Doméstica”. “Esto significa que en cada
familia cristiana debería reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia
entera. Y la Familia debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y
desde donde éste se irradia”.
§
Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio.- Definió a
la Familia “Vía de la Iglesia”.
Propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la
presencia de la familia en la sociedad.
§
Encíclica de Deus caritas est.- Retomó el tema de la verdad del amor entre hombre y mujer, que
se ilumina plenamente sólo a la cruz del amor de Cristo crucificado. Pone
de relieve la importancia del amor como principio de vida en la sociedad, lugar
en el que se aprende la experiencia del bien común.
§
El Sacramento del Matrimonio y la
familia: Gen 1, 26;
Mt 19, 1-12; Mc 10, 1-12; Ef 5, 21-32: este sacramento es un don para la
santificación y la salvación de los esposos así como la relación de Cristo con
la Iglesia.
Experiencia:
Partiendo que la Familia es un
elemento dentro de la Sociedad y que se encuentra en una constante dinámica y transformación,
podemos coincidir que no hay un solo modelo familiar. Sin embargo los
documentos arriba mencionados coinciden en que es el AMOR, el vínculo de toda
relación.
En México se han hecho estudios donde
se han identificado hasta 11 tipos de familia, es aquí donde se muestra dicha
transición. Casi el 40% del total de familias los conforman Papa, Mamá e Hijos;
el resto son familias reconstituida, parientes viviendo en ellas, parejas sin
hijos, papá o mamá solos con hijos, parejas del mismo sexo, co-residentes.
De acuerdo a la Fuente de INEGI, los
matrimonios han ido en disminución y el divorcio en aumento. En el año 2000 por
cada 100 enlaces matrimoniales se dieron 7 divorcios, mientras que en el 2014
por cada 100 matrimonios 19 divorcios.
La realidad que vivimos ahora no está
lejos de nosotros. Está dentro de nuestras propias familias y amigos. Familias
que han perdido el sentido del Amor, el sentido de la paternidad que los lleva
a comportamientos egoístas e inestables para sostener el núcleo familiar. Se ha
visto como sufren las parejas y sobre todo cuando hay niños. Se desvinculan de
todo aquello que los unió un día, y ahora desean que sea rápida la separación.
Tenemos grandes retos enfrente, como
Sociedad e Iglesia requerimos una urgente Metanoia que nos permita recrearnos y
rescatar los valores; Revitalizar el
deseo de volver a vivir el sacramento y no de rehuirse a él por una herida
vivida. Para la Sociedad no debería representar el matrimonio un acto social,
un negocio, o una obligación, sino un compromiso de unión en el Amor. Requiere
de una maduración de la pareja y una renovación en la Iglesia en sus
estructuras para contraer el matrimonio. Mientras más flexible sea en sus
requisitos la familia será más abierta y podrá evitar una forma única y posible
de desarrollo familiar dentro de la sociedad. Esto facilitaría a las familias
una mejor transición para afrontar cambios y crisis a lo largo de la vida.
Reflexión:
¿Qué causa los resultados
experimentados? ¿Quiénes son afectados? ¿A qué me siento movido? ¿Cuál es la
novedad del tema? ¿A qué nos invita personal y como comunidad?
Acción:
¿Qué puedo hacer ante esta situación?
¿Qué puedo hacer al respecto? Proponer de preferencia una acción concreta,
sencilla y fácil de llevar a cabo.
Evaluación:
¿Cómo voy respecto a lo que decidí
emprender? ¿He sentido algún cambio en mi forma de mirar la familia con esta
lectura?
Bibliografía,
referencias/ fuentes.
1.
Exhortación
apostólica post sinodal moris laetitia – La Alegría del Amor – papa Francisco
2.
Exhortación
apostólica Evangelli Nuntiandi – Pablo VI
3.
Constitución
Gaudium et spes
4.
FUENTES
DE INEGI
domingo, 17 de julio de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 10, 38-42
sábado, 16 de julio de 2016
“Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas (...)”
Domingo XVI
del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10, 38-42) –17 de julio de 2016
Si
no recuerdo mal, hace algunos meses circuló por la Internet una historia de un
maestro que llegó al salón de clase con una vasija de cristal muy grande y la
llenó de piedras delante de sus alumnos. Al terminar de llenarla, preguntó a
los estudiantes: ¿Creen que esta vasija está llena? Si. Respondieron todos al
tiempo. Entonces el maestro sacó del maletín una bolsa con un poco de
piedrecitas y las fue dejando caer dentro de la vasija por entre los espacios
que dejaban las piedras más grandes. Volvió a preguntar el maestro: ¿Ahora sí
creen que esta vasija está llena? Hubo un momento de duda y respuestas
encontradas. El maestro sacó entonces una bolsa con arena y la fue depositando
lentamente en la vasija. Poco a poco la arena fue llenando los espacios que dejaban
las piedras grandes y las pequeñas. Por fin, el maestro preguntó. ¿Esta vez si
está llena la vasija? Alguien se atrevió a decir que no. De modo que el maestro
sacó una botella con agua y fue regando todo el contenido hasta llenar
prácticamente la vasija. No recuerdo si ya con esto quedaba llena del todo la
vasija, porque se me ocurre que podría agregarse algo de anilina para pintar el
agua, o agregar un poco de sal que siempre está dispuesta a disolverse en el
agua.
Al
final de la historia el maestro pregunta a los estudiantes, ¿cuáles son las
piedras más grandes de sus vidas? Si no las colocamos al comienzo, después no
habrá espacio para ellas. Es fundamental definir prioridades y saber qué es lo
que no puede dejarse por fuera de nuestros horarios, calendarios, agendas y
programaciones. Si nos ocupamos de lo urgente, es muy probable que
dejemos lo más importante por fuera de nuestra vida. Algo de
esto es lo que le pasa a Marta, en el evangelio de hoy.
“Jesús
siguió su camino y llegó a una aldea donde una mujer llamada Marta lo hospedó.
Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús
para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos
quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te preocupa nada que mi
hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le
contestó: –Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas,
pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va
a quitar”.
No
es que Jesús quiera patrocinar la pereza de María. Tampoco quiere despreciar el
esfuerzo de Marta en el cumplimiento de los deberes domésticos. Pero Jesús sí
quiere señalar unas prioridades y distingue entre lo importante y
lo urgente. Lo que estaba haciendo María era ‘escuchar lo que él
decía’. Muchas veces nuestro activismo no nos da tiempo para sentarnos a
escuchar al maestro en un rato de oración, o para escuchar a los demás. Cuánto
tiempo dedicamos a escuchar a los que viven con nosotros. Muchas veces tenemos
cosas que decir, pero no las decimos porque no vemos disposición en los demás
para sentarse, tranquilamente, a ‘perder’ un poco de tiempo escuchando a
los demás o a Dios.
Zenón
de Elea, varios siglos antes de Cristo, decía: “Nos han sido dadas dos orejas y
una sola boca, para que escuchemos más y hablemos menos”. Recordar esta
experiencia de Jesús con Marta y María debería interrogarnos sobre nuestras
prioridades y tendríamos que revisar si hemos colocado en su lugar las piedras
más importantes, antes que las urgentes...
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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Tiempo Ordinario
viernes, 15 de julio de 2016
Cápsula 03 Desafíos para la Familia actual
Punto:
DESAFÍOS PARA LA
FAMILIA ACTUAL
FRASE:
“La fuerza de la familia reside esencialmente en su
capacidad de amar y enseñar a amar.”(1)
Contexto:
La primera
consulta sinodal sobre la familia, que el Papa Francisco convocó, arrojó
diversidad de situaciones de la familia actual que plantean desafíos a la
función esencial de ésta. En la segunda consulta se definió el trabajo de
los sinodales para dar respuesta a dichos desafíos y es la Exhortación
Apostólica “Amoris laetitia, en el contexto del Año Jubilar de la Misericordia,
la que propone y estimula a las familias cristianas a sostenerse en el amor
fuerte; así mismo, procura, como júbilo de la Iglesia, dar signos de
misericordia y cercanía antes esos desafíos. Desde la perspectiva nacional mexicana, algunas de las situaciones desafiantes que afrontan las familias hoy y que la Exhortación resalta son: la drogodependencia, entre la población de 12 a 65 años, el 3.3% de hombres y el .9% de mujeres consumen algún tipo de droga(2); en el mismo rango de personas el alcoholismo arroja que una de cada tres personas tiene dependencia al alcohol (3); por otro lado la ludopatía, el juego, por la proliferación de casinos, así como otras adicciones han incrementado la destrucción de la cohesión familiar, desencadenando también en la violencia intrafamiliar (física, psicológica o económica). Ante las deficientes soluciones políticas y sociales a estas problemáticas se observa un incremento del 22% en los divorcios (4). Como consecuencia de esto aumenta continuamente la situación de hijos desarraigados, ancianos abandonados y jóvenes desorientados.
Experiencia:
Es notable que
la debilidad de la familia, perjudica la maduración de las personas, por lo que
dificulta las relaciones humanas básicas, no sólo entre sus miembros sino de
estos con la comunidad. Sin embargo, es importante destacar que se
reconoce la variedad de situaciones familiares, que lejos de ser consideradas
perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante a pesar de
las caídas a lo largo del camino, brindando cierta estabilidad a sus
miembros. Por otro lado, algunas ideologías que promueven la no
diferenciación del género humano, así como querer equiparar las relaciones de
parejas del mismo sexo con el matrimonio, que están siendo apoyadas por
gobiernos y grupos afines, van en detrimento del fundamento antropológico de la
familia. Comprender la fragilidad humana y su complejidad, no niega el llamado
a custodiar la inseparable realidad de hombre-mujer-procreación. La
exhortación señala “lo creado nos precede y debe ser recibido como don”.
Reflexión:
Desde una visión
laica de familia y limitada a nuestra localidad, se piensa que el trabajo
de los dos sínodos a pesar de no alcanzar totalmente el objetivo de ser
precedida por una consulta laical suficientemente participativa, logra poner
sobre la mesa la realidad de la familia y sus desafíos. Nos sentimos invitados
por el Papa Francisco a reflexionar sobre los retos que se presentan, unir esfuerzos desde la praxis pastoral de Iglesia,
para alentar, estimular y acompañar a las familias en sus dificultades. Y
como concluye “La Alegría del Amor”, esta nueva visión de familia, formada por
realidades diferentes, llenas de gozos, dramas y sueños, libera en
nosotros las energías de la esperanza para la continua búsqueda de acciones
transformadoras.
Acción:
La
invitación a despertar como laicos a la creatividad misionera nos enfrenta a
cuestionarnos y proponer acciones: ¿Me siento realmente confrontado ante estas
realidades? ¿Cómo puedo acompañar a familias que afrontan dificultades para
tener la capacidad de generar amor entre sus miembros? ¿De qué manera convivo
con familias de realidades diferentes? ¿Qué ayudaría más a mi familia para
fortalecerla en la alegría y el amor?
Además sugerimos
que en la pequeña comunidad a la que se pertenezca o con grupos de amigos, en
la familia misma, dar lectura pausada de los temas del documento Amoris
Laetitia, reflexionar sobre ellos y discernir la posible concreción de
actitudes de apertura y aceptación que ayuden a acompañar y fortalecer a las
familias, incluyendo las nuestras, en su capacidad de amar y enseñar a
amar.
Evaluación:
¿He
podido ser buscador de la mejor manera de colaborar en las propuestas
planteadas? ¿He podido liberar en mí la energía de la esperanza transformadora
del amor de la familia? ¿He confrontado continuamente mis deseos, para
confirmarlos con el camino de júbilo de Jesús y su Iglesia?
Bibliografía,
referencias/ fuentes
1. Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris laetitia”
2. La Secretaría de Salud, a través del Centro Nacional para la
Prevención y el Control de las Adicciones (CENADIC) y de la Comisión Nacional
contra las Adicciones (CONADIC) “Encuesta Nacional de Adicciones 2011” (ENA
2011).
3. Consejo Nacional contra las Adicciones (CONADIC) 2013.
4. INEGI 2013
domingo, 10 de julio de 2016
“Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”
Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas10, 25-37) –10 de julio de 2016
Hace varios
años, en una asamblea familiar en el barrio El Consuelo, leímos la parábola del
buen samaritano que nos presenta la liturgia este domingo. Después de escuchar
el texto bíblico, le pregunté a los presentes qué habían entendido. Una señora
bastante mayor tomó la palabra y recapituló el contenido de la parábola
diciendo: «Resulta que un hombre iba por un camino y fue asaltado por unos
ladrones que lo dejaron medio muerto. Poco tiempo después pasó por allí un
sacerdote y al ver al herido, dio un rodeo y siguió su camino. Luego pasó un jesuita e
hizo lo mismo. Luego pasó un samaritano y se compadeció del herido, lo curó y
lo ayudó». Todos los presentes quedamos impresionados con el excelente resumen
que nos había hecho la señora. Lo único que hubo que corregir fue que el
segundo personaje que dio un rodeo para esquivar al herido no había sido un jesuita sino
un levita. Pequeña diferencia, pero significativa, teniendo en
cuenta que yo estaba allí presente.
Cuando leemos
esta parábola, tenemos la tentación de pensar en los malos que
dieron un rodeo para no ayudar a este hombre. Su comportamiento nos parece el
colmo. Nos escandalizamos interiormente de esa falta de sensibilidad y
solidaridad. Lo que hizo el Espíritu Santo, a través de esta señora, fue
proponerme la pregunta por mi prójimo de una manera cruda y directa. La
pregunta me quedó clavada entre el corazón y las tripas. Eso mismo sintieron
todos los presentes esa noche. Dios nos estaba invitando a revivir la escena,
no desde la barrera, sino haciéndonos un personaje más, implicándonos
vitalmente en la parábola. Tuvimos que reconocer que más de una vez habíamos
seguido de largo ante los heridos que Dios había puesto en nuestro camino. Un
pequeño lapsusque no dejó de cuestionarnos hondamente.
Junto a esto,
hay otro elemento que me parece que suele perderse de vista con cierta
facilidad al leer esta parábola. Normalmente pensamos que fue el buen
samaritano el que salvó al herido. Sin embargo, aunque esto es parte de la
verdad, no es sino la mitad de ella. La verdad completa es que el herido
también salvó al samaritano, pues fue él quien hizo posible que este hombre,
considerado despreciable por los judíos, hubiera permitido brotar de su
interior lo mejor de sí mismo, haciéndose prójimo de su hermano maltratado y
despojado por los bandidos. Podríamos decir que el sacerdote y el levita no se
dejaron salvar por el herido. Despreciaron esta maravillosa oportunidad que
Dios les daba para hacerse mejores seres humanos, a la medida de Dios.
No olvidemos que
toda esta historia la contó Jesús para explicarle a un mañoso maestro de la
ley, que venía a ponerlo a prueba para ver si sabía qué se debía hacer para
alcanzar la vida eterna. El hombre sabía muy bien lo que debía hacer: “Ama al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero para enredar al
Señor, le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” Entonces vino la historia.
Pidamos para que nosotros no nos vayamos a enredar con elucubraciones sobre
quién es nuestro prójimo y reconozcamos que muchas veces hemos hecho rodeos
para no encontrarnos con los prójimos malheridos que no sólo habríamos podido
salvar, sino que se habrían podido convertir en nuestra mayor fuente de
salvación.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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EVANGELIO,
Reflexión,
Tiempo Ordinario
viernes, 8 de julio de 2016
Cápsula 02 La realidad familiar actual
Tema:
La realidad familiar actual
Frase:
“Fieles a las enseñanzas de Cristo miramos la
realidad de la familia hoy en toda su complejidad, en sus luces y sombras “
Contexto:
La familia, según la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, es el elemento natural y fundamental de la sociedad y
tiene derecho a la protección de la sociedad
y del Estado pues constituye el grupo social elemental en el que la
mayoría de la población se organiza para satisfacer las necesidades más
esenciales de las personas como: comer, dormir, alimentarse, etc. Además,
constituye el ámbito en el cual los individuos nacen y se desarrollan, así como
el contexto donde se construye la identidad de las personas por medio de la
transmisión y actualización de los patrones de socialización.
Divorcios, necesidades económicas, dificultad
de convivencia, agresiones y problemas
relacionados con la educación y la conducta de los hijos, son algunas de las
causas que han modificado la estructura del tipo de familia mexicana en los últimos
20 años.
En el contexto de varias décadas atrás, los
Obispos de España ya reconocían una realidad doméstica con más espacios de
libertad, «con un reparto equitativo de cargas, responsabilidades y
tareas. Al valorar más la comunicación
personal entre los esposos, se contribuye a humanizar toda la convivencia
familiar. Ni la sociedad en que vivimos
ni aquella hacia la que caminamos permiten la pervivencia indiscriminada de
formas y modelos del pasado. Pero «somos conscientes de la dirección que están tomando
los cambios antropológico-culturales, en razón de los cuales los individuos son
menos apoyados que en el pasado por las estructuras sociales en su vida
afectiva y familiar».
Por otra parte, «hay que considerar el
creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los
vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como
una isla, haciendo que prevalezca, en ciertos casos, la idea de un sujeto que
se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto». «Las
tensiones inducidas por una cultura individualista exagerada de la posesión y
del disfrute generan dentro de las familias dinámicas de intolerancia y
agresividad». El ritmo de vida actual,
el estrés, la organización social y laboral,
son factores culturales que ponen en riesgo la posibilidad de opciones
permanentes. Al mismo tiempo, encontramos fenómenos ambiguos. Por ejemplo, se
aprecia una personalización que apuesta por la autenticidad en lugar de
reproducir comportamientos pautados. Es un valor que puede promover las
distintas capacidades y la espontaneidad, pero que, mal orientado, puede crear
actitudes de permanente sospecha, de huida de los compromisos, de encierro en
la comodidad, de arrogancia. La libertad para elegir permite proyectar la
propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero si no tiene objetivos nobles
y disciplina personal, degenera en una incapacidad de donarse generosamente. De
hecho, en muchos países donde disminuye el número de matrimonios, crece el número
de personas que deciden vivir solas, o que conviven sin cohabitar. Podemos
destacar también un loable sentido de justicia; pero, mal entendido, convierte
a los ciudadanos en clientes que sólo exigen prestaciones de servicios.
Experiencia:
En la experiencia, si estos riesgos se trasladan al modo de
entender la familia, esta puede convertirse en un lugar de paso, al que uno
acude cuando le parece conveniente para sí mismo, o donde uno va a reclamar
derechos, mientras los vínculos quedan abandonados a la precariedad voluble de
los deseos y las circunstancias.
Reflexión:
Si hacemos una reflexión ante esto vemos que
durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos
suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y
llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar
al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como
un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la
conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al
Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento
ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar
las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.
Los cristianos no podemos renunciar a
proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual,
para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro
moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y
debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia
retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo.
Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe
un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y
las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las
personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece.
Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y
realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las
convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a
provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable
reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el
matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y
el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el
deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los
nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus
horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos
presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi
artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las
posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva,
sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho
que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario.
En las difíciles situaciones que viven las
personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para
comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si
fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan
juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles
la misericordia de Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de
la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren «adoctrinarlo», convertirlo
en «piedras muertas para lanzarlas contra los demás».
Acción:
Miremos nuestra realidad cercana, puede ser
nuestra propia familia, para no ir más lejos, o en algunas familias que
conocemos. Tratamos de reconocer en ellas alguna de las situaciones que se han
mencionado en esta cápsula, como parte de las realidades actuales de la
Familia.
Evaluación:
Al mirar la realidad de mi familia, ¿qué
mociones han surgido? ¿Surge el deseo de ayudar de alguna manera, o simplemente
de no hacer nada, o aún peor, de evitar mirar, de pretender huir de esta
realidad? ¿Cuál es aquella realidad familiar que me llena más de gozo?
Bibliografía,
referencias/ fuentes.
- INEGI, El Financiero, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia
domingo, 3 de julio de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 10, 1-12. 17-20
“El reino de Dios ya está cerca de ustedes”
Domingo XIV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
10, 1-12.17-20) –3 de julio de 2016
Una vez llegó un
turista a visitar a un sabio maestro que vivía en una cabaña en medio de una
montaña. Al entrar en su casa, se dio cuenta que la morada del viejo contenía
un colchón en el piso y unos pocos libros amontonados en desorden. El
visitante, extrañado, preguntó al maestro: «–Disculpe, ¿dónde están sus
muebles?» El anciano miró con calma al visitante y respondió: «–En dónde están
los suyos?» «–Pero si yo sólo estoy aquí de paso», replicó el turista. El
maestro sonrió levemente y continúo: «–Yo también estoy de paso en esta vida, y
mal haría en cargar mi existencia con todos los armarios de mi pasado».
Cuando Jesús
envió a los setenta y dos discípulos delante de él, a todos los pueblos y
lugares a donde tenía que ir, les dio estas instrucciones: “Ciertamente, la
cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al
Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla. Vayan ustedes; miren
que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven dinero ni provisiones
ni sandalias (...); coman y beban de lo que ellos tengan, pues el trabajador
tiene derecho a su paga”. Jesús quería que sus discípulos fueran sin tantas
seguridades para que pusieran su confianza sólo en él y no en los medios que
tendrían para realizar su misión.
Parece haber una
relación inversamente proporcional entre la cantidad de medios que tenemos para
realizar nuestra misión, y la confianza que depositamos en Dios. Cuanto más
medios, menos confianza en Dios. Cuantos menos medios, más confianza. No es que
los medios sean malos. Seguramente son necesarios para realizar muchas cosas
que consideramos necesarias y buenas para nosotros y para los que nos rodean.
Pero no debemos olvidar el peligro que tiene andar tan preocupados por el
dinero, las provisiones y las sandalias. La misión es del Señor. El es el Dueño
de la cosecha y por eso no sólo tenemos que pedirle que mande trabajadores a
recogerla, sino también que mande los medios necesarios para construir el reino
en nuestro mundo.
Esto no
significa que no tengamos que trabajar, y mucho menos que no tengamos que pedir
a Dios por lo que nos pre-ocupa y ocupa. A Dios rogando y con el mazo dando,
reza el adagio popular. En este sentido, tendríamos que vivir aquello que san
Ignacio de Loyola tenía presente en todas las tareas que se proponía, según nos
cuenta el P. Pedro de Ribadeneira, uno de sus primeros biógrafos: "En las cosas del servicio de Nuestro Señor que emprendía, usaba de
todos los medios humanos para salir con ellas con tanto cuidado y eficacia,
como si de ellos dependiera el buen suceso; y del tal manera confiaba en Dios y
estaba pendiente de su Divina Providencia, como si todos los otros medios
humanos que tomaba no fueran de algún efecto". Como quien
dice: “Hay que hacer las cosas como si todo dependiera de nosotros y nada de
Dios. Pero hay que confiar en Dios como si todo dependiera de Él y nada de
nosotros”.
El mensaje
central que debían llevar los setenta y dos discípulos era la inminencia del
reino: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Lo mismo debemos anunciar
hoy a nuestros contemporáneos. Por eso, como el sabio maestro, deberíamos ir
ligeros de equipaje, sin cargar nuestras existencias con todos los armarios de
nuestro pasado.
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