PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 1, 57-66.80
domingo, 24 de junio de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc. 4, 26-34
sábado, 16 de junio de 2018
“Lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El Evangelio de hoy nos recuerda algo fundamental para el proceso de construcción de una comunidad de fe: El crecimiento en la vida de comunión, como en todo lo que implica la vida espiritual de las personas, es un regalo de Dios, una gracia. El crecimiento comunitario es un don que es necesario pedir con humildad. Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, sostiene que "Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo"(Dietrich Bonhoeffer, Vida en Comunidad).
Hablando del Reino de Dios, que es lo que queremos hacer realidad cuando nos reunimos para construir la comunión fraterna, Jesús nos recuerda que se trata de algo que acontece aún durante nuestros momentos de descanso. El Reino de Dios crece, aunque los que han sembrado la semilla estén despiertos o dormidos: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra semilla en la tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que sea de noche o de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra produce por sí misma: primero el tallo, luego la espiga y más tarde los granos que llenan la espiga. Y cuando el grano ya está maduro, la recoge, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.
En este mismo sentido se expresa Pablo, para quien el constructor principal de la comunidad no es el dueño de ésta, ni el crecimiento puede ser atribuido a alguien en particular. Eso le da una característica muy propia a la comunidad cristiana, porque es de Dios y todos los miembros de una comunidad son sólo servidores unos de otros y del proyecto de comunión: “A fin de cuentas, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simplemente servidores, por medio de los cuales ustedes han llegado a la fe. Cada uno de nosotros hizo el trabajo que el Señor le señaló; yo sembré y Apolo regó, pero Dios es quien hizo crecer lo sembrado. De manera que ni el que siembra ni el que riega son nada, sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo sembrado. Los que siembran y los que riegan son iguales, aunque Dios pagará a cada uno según su trabajo. Somos compañeros de trabajo al servicio de Dios, y ustedes son un sembrado y una construcción que pertenece a Dios” (1 Corintios 3, 5-9).
Hay algunos superiores o responsables de las comunidades que sienten la obligación de responder por el crecimiento de la comunidad y de cada uno de los miembros. Esto los lleva a tomarse demasiado a pecho la santificación de sus súbditos, como si de ellos dependiera este crecimiento espiritual.. Dicen que Dios le dijo una vez a un superior y a un ecónomo de una comunidad: “Ustedes encárguense de hacerlos felices; de hacerlos santos, me encargo yo...”.
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domingo, 10 de junio de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc 3, 20-35
sábado, 9 de junio de 2018
“(...) decían que se había vuelto loco”
X Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 3, 20-35) – 10 de junio de 2018
Hermann Rodríguez Osorio, S..J.
Hace algún tiempo leí una columna de Mario Mendoza en el periódico El Tiempo titulada La Envidia. El autor contaba una historia de un pescador que tenía un balde lleno de langostas vivas en un rincón del puerto. “Un extranjero se acercó y le advirtió que uno de los animales estaba a punto de salirse del balde. El pescador, sin levantar siquiera la mirada y continuando con su labor de doblar las redes, le dijo: – No hay problema, no pasa nada. – Pero se le puede escapar – replicó el extranjero, sin entender la situación. Entonces el pescador se sonrió y explicó con una sonrisa en los labios. – Son langostas colombianas, míster. Si una de ellas quiere salir del balde y está ya al borde, las otras se encargan de regresarla al fondo”.
El artículo terminaba diciendo: “Por eso dicen que un colombiano es más inteligente que un extranjero, pero que dos extranjeros son más inteligentes que dos colombianos. ¿Por qué? Porque dos colombianos juntos, en lugar de hacer equipo, se dedicarán a pelear y a tratar de que el otro no haga nada hasta que ambos terminen enterrados, como langostas en el fondo de un balde”. Este ejemplo, aplicado a los colombianos, podría servir también para explicar lo que sucede entre las personas que buscan sobresalir hundiendo a los que tienen a su lado.
El texto evangélico que leemos hoy en la liturgia dominical, muestra cómo los familiares de Jesús querían llevárselo porque decían que se había vuelto loco. Y, por otra parte, “los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén decían: ‘Beelzebú, el propio jefe de los demonios, es quien le ha dado a este hombre el poder de expulsarlos”. Pero Jesús se defendió con este ejemplo: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás? Un país dividido en bandos enemigos, no puede mantenerse; y una familia dividida, no puede mantenerse. Así también, si Satanás se divide y se levanta contra sí mismo, no podrá mantenerse; habrá llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y quitarle lo que le pertenece, si no lo ata primero; solamente así podrá quitárselo”.
La envidia de las personas impide que el que está haciendo un bien, pueda continuar con su labor a favor de los demás. Es muy frecuente que las personas más cercanas se sientan desplazadas o relegadas ante el éxito de uno de los miembros de una comunidad. No nos gusta que a los que tenemos cerca les vaya bien. Nos parece que si a los otros les va bien, a nosotros nos irá mal. Y haremos todo lo que está de nuestra parte para evitar que nuestros vecinos tengan éxito. Lo triste de la vida es que cuando nuestros vecinos fracasan en sus proyectos, la fuerza de su derrumbamiento, nos arrastra también a nosotros a la catástrofe. Por eso el Señor es tan severo en este caso: “Les aseguro que Dios dará su perdón a los hombres por todos los pecados y todo lo malo que digan: pero al que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo, nunca lo perdonará, sino que será culpable para siempre. Esto lo dijo Jesús porque ellos afirmaban que tenía un espíritu impuro”.
Tal vez la pregunta que podríamos hacernos hoy sería si nosotros estamos negando la presencia y la acción de Dios en aquellos que a nuestro alrededor están teniendo éxito. Tenemos que pensar si nuestra actitud es la de las langostas colombianas que se encargan de regresar al fondo del balde a la que quiera sobresalir y alcanzar la libertad.
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domingo, 3 de junio de 2018
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc 14, 22. 24
sábado, 2 de junio de 2018
“Tomen, esto es mi cuerpo”
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo B (Marcos 14, 12-16.22-26)
3 de junio de 2018
Hermann Rodríguez Osorio, S..J.
July nació con una deficiencia profunda. Para su papá y su mamá fue un golpe muy fuerte, sobre todo al comienzo... “Nadie se espera un regalocomo este”, me decía alguna vez su papá, después de que fue acogiendo el misterio de la vida de July, limitada y con muchos problemas, pero plena ante los ojos de Dios. Poco a poco, los demás hermanos y hermanas fueron aprendiendo, como sus papás, a convivir con July. Pero no fue fácil... Había que hacérselo todo y cuando tenía las crisis, ponía a todos a correr. Siempre estaban recibiendo nuevas lecciones de July. Sin que se dieran cuenta, esta niña frágil, indefensa y llena de impedimentos, se fue convirtiendo en el centro de toda la familia.
Cuando tuvo la edad para recibir su primera comunión, sus papás fueron a ver al sacerdote de la parroquia, que la había bautizado y que le había dado la primera comunión a todos los hijos e hijas mayores... De modo que los padres de July le dijeron a su párroco: “Nos gustaría que July recibiera su primera comunión. Ya ha cumplido la edad y le hemos enseñado lo que hemos podido sobre el amor y la cercanía de Dios en su vida. Ella no puede hablar, ni sabe las oraciones, pero consideramos que debe participar, como todos los demás, de este regalo semanal de Dios a cada uno de nosotros”.
El sacerdote, un poco confundido por la propuesta, no supo bien qué decir. Nunca se le había presentado un caso así y la preparación para la primera comunión era muy exigente en esa parroquia. Los niños y las niñas participaban de la catequesis durante casi un año, aprendían las oraciones, las enseñanzas de Jesús y, sobre todo, el significado profundo de la eucaristía... No era conveniente hacer excepciones, sobre todo porque podría crearse un mal ambiente entre los feligreses más cercanos; de modo que, después de mucho pensarlo, el párroco dijo: “Lo siento, pero me temo que no podrá ser, puesto que July no va a entender lo que va a recibir”. Carmen, la mamá, se quedó mirando al padrecito a los ojos y le preguntó: “Padre, ¿y me va a decir que usted sí entiende lo que recibe cada día en la eucaristía?” El sacerdote bajó los ojos y pidió perdón por haber pretendido ser dueño de un regalo que Dios dejó para todos y que, aunque recibimos con cierta frecuencia, nunca podremos entender en toda su profundidad. El mismo papa Juan Pablo II reconoció esta realidad, cuando se pregunta en su encíclica sobre la Eucaristía: “Los apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no” (Ecclesia de Eucharistia, No. 2).
Algún tiempo después, July recibió su primera comunión con el grupo de niños y niñas de la parroquia. Ella, regalo de Dios para su familia y para el mundo, fue acogida por Dios en su mesa, para participar del gesto que realizó Jesús delante de sus discípulos, mientras comían: “tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: –Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron”. Así fue como July se acercó por primera vez a la mesa de la comunión. Ella, como tú y como yo, sin entender completamente este misterio, fue abrazada por el misterio del amor de Dios que se entrega hasta el extremo y nos invita cada día a hacer lo mismo en memoria suya.
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