Reflexión y nuestra vida activa
por David L. Fleming, SJ
(del artículo ¿Qué es la espirtualidad Iganciana?)
La meta de la vida espiritual, como Ignacio la concebía,
es "elegir lo que mejor lleve a la profundización de la vida de Dios en
mí". Se trata de un objetivo
dinámico. Estamos para elegir—para
unirnos libremente con Dios. La mayoría
de las veces esto significa que nos debemos unir a Dios en un trabajo activo
en el mundo.
Esta vida activa se apoya en un fundamento de
reflexión. La espiritualidad ignaciana
nos enseña a discernir las huellas de Dios en nuestra propia experiencia. Nos muestra cómo mirar hacia atrás en nuestras
vidas, repasando nuestros recuerdos para ver la forma en que Dios ha tratado
con nosotros a lo largo de los años. Nos
enseña cómo encontrar a Dios en el momento presente— en las relaciones, retos,
frustraciones y sentimientos que experimentamos hoy. Las herramientas y los métodos de la
espiritualidad ignaciana nos inculca hábitos de reflexión detenida y orante.
Una herramienta indispensable
Ignacio dejó claro esto en la manera como armó los
Ejercicios Espirituales. Comienza el
retiro con el Principio y Fundamento, que establece en forma concisa la visión
de Ignacio sobre los propósitos de Dios al crear ("para compartir la vida
con nosotros para siempre"), el propósito de las cosas que creó
("presentado a nosotros para que podamos conocer a Dios más fácilmente y devolvamos
amor más fácilmente"), y el objetivo del retiro ("elegir lo que mejor
lleve a la profundización de la vida de Dios en mí"). Ignacio entonces presenta un método de oración
reflexiva que él llama "el examen particular y diario". Esto sorprende a muchos que realizan los Ejercicios.
El examen pareciera
ser una desvío de la tarea real del retiro.
Pero Ignacio deliberadamente pone el examen al
principio. El examen es
una herramienta indispensable para cumplir el propósito de los Ejercicios Espirituales—
detectar la presencia de Dios y discernir su voluntad mediante una atención
cuidadosa a los sutiles movimientos interiores del Espíritu de Dios. Se trata de la piedra angular de la oración
ignaciana.
La oración del Examen
Ignacio quería que sus jesuitas hicieran del examen un
hábito diario. Él entendió que la
presión del trabajo o la enfermedad podría en ocasiones hacer imposible a los
jesuitas el tener un tiempo prolongado de oración diaria. Pero él insistió que nunca omitieran el examen. Dos veces al día, alrededor del mediodía y
otra antes de dormir, los jesuitas debían hacer una pausa y revisar los
acontecimientos del día en un espíritu de reflexión orante. Ésta es una de las pocas reglas que Ignacio
establecido para la oración.
El examen que Ignacio delineó en los
Ejercicios Espirituales tiene cinco puntos: 1) dar gracias a Dios por sus
bendiciones; 2) pedir la ayuda del Espíritu; 3) revisar el día, buscando los
momentos en los que Dios ha estado presente y aquellos en los que le he dejado
fuera; 4) expresar dolor por el pecado y pedir el perdón amoroso de Dios; 5)
pedir la gracia de estar totalmente disponible a Dios que me ama tanto. A través de los años, los jesuitas y otros han
desarrollado muchas versiones del examen. Son como las ediciones sucesivas de un gran
libro de texto. Se basan en la misma
visión e ideas, pero difieren para acentuar ciertas cosas y adaptarse a
diversas audiencias.
Porque la palabra examen parece
indicar una especie de introspección, probablemente el mayor énfasis debe
colocarse en el examen como oración. Ignacio intenta enfatizar esto al hacer como
primer punto del examen, el dar gracias a Dios.
Podríamos describir la oración del examen como
sigue: El Examen de Conciencia.
Una
oración a Dios
Dios, gracias.
Te doy gracias, Dios, por estar siempre conmigo, pero
en especial estoy agradecido de que estás conmigo ahora mismo.
Dios, envía tu Espíritu Santo sobre mí.
Dios, deja que el Espíritu Santo ilumine mi mente y dé
calor a mi corazón tal que yo sepa dónde y cómo hemos estado juntos este
día.
Dios, déjame mirar hacia mi día.
Dios, ¿dónde he sentido tu presencia, visto tu cara,
escuchado tu palabra este día?
Dios, ¿dónde te he ignorado, me he alejado de ti, tal
vez incluso te he rechazado en este día?
Dios, permíteme ser agradecido y pedir perdón.
Dios, te doy gracias por los momentos de este día en
que hemos estado juntos y trabajado juntos.
Dios, pido perdón por las formas en que te he ofendido
por lo que he hecho o lo que no hice.
Dios, mantente cerca.
Dios, te pido que me atraigas cada vez más cerca de ti
este día y mañana.
Dios, tú eres el Dios de mi vida—gracias.
A veces nuestra oración puede tornarse formal y
abstracta. El Examen Diario mantiene nuestros
pies en la tierra. Esta revisión
reflexiva del día guiada por el Espíritu aterriza nuestra oración en la
realidad concreta. Porque somos hijos e
hijas de Dios viviendo en un mundo que Él ama y sostiene, podemos estar seguros
que podemos escuchar su voz en nuestras vidas en este mundo.
Hay una ventaja final de hacer un hábito del Examen Diario:
nunca agotaremos las cosas sobre las cuales orar. A veces la oración se seca. A veces nos preguntamos qué decir a Dios. El examen elimina estos problemas. Mientras tengamos veinticuatro horas sobre las
cuales mirar hacia atrás, tendremos cientos de cosas sobre las cuales hablar
con Dios—y para agradecerle.
Traducción por Chártur (orginal de LoyolaPress)
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