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domingo, 27 de noviembre de 2016
martes, 22 de noviembre de 2016
“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”
Domingo
XXXIV Jesucristo Rey del Universo – Ciclo C (Lucas 23,
35-43)
20 de noviembre de 2016
El ciclo litúrgico que
termina hoy con la celebración de la fiesta de Jesucristo Rey, nos presenta a
un rey crucificado, del que se burlaban las autoridades: “– Salvó a otros, que
se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los
soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban de beber vino
agrio diciéndole: – ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y
había un letrero sobre su cabeza, que decía: ‘Este es el Rey de los judíos”.
Incluso, cuenta el evangelio de san Lucas, uno de los criminales que estaban
colgados junto a él, lo insultaba diciéndole: “– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate
a ti mismo y sálvanos también a nosotros¡ Pero el otro reprendió a su compañero
diciéndole: – ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo?
Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo
castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego
añadió: – Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó:
– Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Se trata de un Rey que
contrasta con la imagen que tenemos de una persona que ostenta ese
título. Es un Rey que no utiliza su poder para salvarse a sí mismo, sino para
salvar a toda la humanidad, incluidos tu y yo. Delante de este Rey, humilde y
aparentemente vencido, San Juan XXIII, en su Diario del alma,
escribió siendo joven, un ofrecimiento que invito a repetir hoy con la misma
confianza con la que él lo hizo hace ya tantos años:
“¡Salve, oh
Cristo Rey! Tú me invitas a luchar en tus batallas, y no pierdo
un minuto de tiempo. Con el entusiasmo que me dan mis 20 años y tu gracia, me
inscribo animoso en las filas. Me consagro a tu servicio, para la vida y para
la muerte. Tú me ofreces, como emblema, y como arma de guerra, tu cruz. Con la
diestra extendida sobre esta arma invencible te doy palabra solemne y te juro
con todo el ímpetu de mi amor juvenil fidelidad absoluta hasta la muerte. Así,
de siervo que tú me creaste, tomo tu divisa, me hago soldado, ciño tu espada,
me llamo con orgullo Caballero de Cristo. Dame corazón de soldado, ánimo de
caballero, ¡oh Jesús!, y estaré siempre contigo en las asperezas de la vida, en
los sacrificios, en las pruebas, en las luchas, contigo estaré en la victoria.
Y puesto que todavía no ha
sonado para mi la señal de la lucha, mientras estoy en las tiendas esperando mi
hora, adiéstrame con tus ejemplos luminosos a adquirir soltura, a hacer las
primeras pruebas con mis enemigos internos. ¡Son tantos, o Jesús, y tan
implacables! Hay uno especialmente que vale por todos: feroz, astuto, lo tengo
siempre encima, afecta querer la paz y se ríe de mi en ella, llega a pactar
conmigo, me persigue incluso en mis buenas acciones.
Señor Jesús, tú lo sabes, es el Amor Propio, el espíritu de soberbia, de
presunción, de vanidad; que me pueda deshacer de él, de una vez para siempre, o
si esto es imposible, que al menos lo tenga sujeto, de modo que yo, más libre
en mis movimientos, pueda incorporarme a los valientes que defienden en la
brecha tu santa causa, y cantar contigo el himno de la salvación”.
Con la misma generosidad
que refleja este escrito Juan XXIII, podríamos decirle al Señor crucificado que
se acuerde de nosotros cuando comience a reinar.
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
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EVANGELIO,
Festividad,
Reflexión
domingo, 20 de noviembre de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 23, 35-43
miércoles, 16 de noviembre de 2016
lunes, 14 de noviembre de 2016
Cápsula 15 La familia frente a la muerte
FRASE:
“A veces la
vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar
de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos
momentos.”(1)
Contexto:
Este es el
terreno de lo inevitable, la muerte es un ejercicio natural de la existencia
biológica y es imposible dejar de pasar por la experiencia de la pérdida de un
ser querido. Es por ello que antropológicamente el ser humano comenzó a
observar de forma diferente esta realidad que lo asechaba constantemente y ante
su propia biología emocional comenzó a ritualizar e interpretar este paso
ineludible. Haciendo un recorrido por muchas culturas, encontramos interpretaciones fantásticas
sobre la muerte y el paso de la misma, así como el destino final del alma.
Desde el dolor, comenzó a ofrendar elementos físicos que aportarían ayuda al
tránsito de un estado a otro y como símbolo del sentimiento que se guardaba del
fallecido, también se erigieron lugares específicos para reposar los restos, y
al paso del tiempo, estas prácticas se mezclaron con creencias teológicas.
Experiencia.
Actualmente, la
muerte sigue siendo un evento desgarrador y respetado desde su investidura de misterio,
se ha mantenido por las creencias que individual, familiar o culturalmente se
asumen, desde ahí se puede presentar un miedo a la misma o bien, verse como un
episodio natural, a pesar de esto, el dolor de la pérdida parece inevitable,
naturalmente obligatorio.
Reflexión.
Como
cristianos, estamos llamados a dar una atención especial para ese tiempo y tal
vez no sólo se trate de acudir a los rituales específicos acuñados por la
tradición, sino de una cercana estadía que abrace el corazón de quien ha
perdido a su cercano. El mismo Jesús, se
muestra conmovido ante la realidad de la muerte a su alrededor y nos enseña a
actuar ante ella: en la lectura de la viuda de Naím, (Lc. 7, 11-17) se hace
referencia la muerte del único hijo de
dicha mujer; “Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella” e inmediatamente
este sentimiento le lleva a la acción; o la resurrección de Lázaro (Jn, 11,
1-44) dónde Él mismo vive el fallecimiento de su amigo: “ Al ver Jesús el
llanto de María y de todos los judíos
que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó… y Jesús
lloró” en esta ocasión él experimenta también el dolor de perder a su amigo.
La
propia muerte de Jesús está enmarcada en la agonía de su familia y amigos, al
ver la injusticia y sufrimiento de un castigo inmerecido y la inevitable
secuencia de hechos que lo llevan a la muerte, sin embargo él mismo da una
amorosa compañía a los sufrientes, los escucha y los acompaña por el camino
(Lc. 24, 13-35) es decir toca y abraza su corazón.
En la Exhortación Apostólica Amoris
Laetitia (la Alegría del Amor) se nos invita a mostrar una sensibilidad activa
en este tema, “ [280]. Abandonar a una
familia cuando la lastima una muerte sería una falta de misericordia, perder
una oportunidad pastoral, y esa actitud puede cerrarnos las puertas para
cualquier otra acción evangelizadora”. Haciendo aprecio de éstas últimas palabras
que tienen que ver con un seguimiento misionero y de pronto parecieran
proselitistas, están generadas más bien, desde una realidad palpable: el
momento más vulnerable del ser humano y la necesidad de un consuelo
profundamente amoroso, que si no se da así, provoca mayor daño.
Morir es trasladarse a una casa más bella,
“se trata sencillamente de abandonar el
cuerpo físico como la mariposa
abandona su capullo
de seda”.
Elisabeth
Kúbler-Ross
Acción.
Para llevar a
cabo acciones concretas de acompañamiento con familias con pérdida de algún ser
querido, es necesario comprender la dinámica del duelo, entendiendo que en sí
nos encontramos ante seres heridos por la muerte, entonces no podemos irrumpir
con palabras o acciones basadas en propias creencias, que mortifiquen en vez de
acompañen saludablemente esos momentos.
Es necesario, pues, adentrarnos en la
información existente. La tanatología nos ofrece elementos clave para tocar el
mundo del duelo de manera amorosa, conociendo sus etapas (un aporte especial de
la Dra. Elisabeth Kübler-Ross que se invita a leer) y comprendiendo con ello el
caminar que le corresponde a la familia ante su pérdida; es importante rescatar
las diferentes reacciones y etapas del duelo que pueden estar presentando las
personas ante los diferentes tipos de muerte, no es lo mismo para quien
acompañó a su ser querido en la agonía de una larga enfermedad, puesto que la
información que recibe sobre la condición del enfermo de alguna forma va
preparando ante lo inevitable; que para quien sorpresivamente se enfrenta al
cese de la vida de su familiar de forma repentina, pues de manera forzosa tiene
que ir aceptando la realidad; no es lo mismo la pérdida de un hijo, que a veces
el duelo les lleva a los padres por el camino de la separación y no de la unión,
que la pérdida del padre o madre que son sustento de amor, seguridad, etc. pues
además del dolor supone una reformulación del hogar en cuanto a roles y
economía.
No es lo mismo el suicidio, que deja muchas dudas en sus familiares,
que la controvertida eutanasia, que deja la irritabilidad del acuerdo o
desacuerdo. No es lo mismo la muerte por violencia, que deja el rastro de la
injusticia y el resentimiento, que la desaparición forzada del ser amado, que
presupone un duelo que no parece tener fin entre la esperanza de esperarle con
vida y el doloroso paso del tiempo que sugiere la pérdida total. No es lo mismo
apoyar a un adulto en duelo, que a un adolecente o un niño. El conocer el
proceso de duelo, permitirá un acercamiento a la comprensión de cada etapa, por
lo tanto consolaremos desde adaptación a cada momento del proceso en que la
persona o familia se encuentre.
El proponer una
preparación que va más allá de lo que comúnmente se conoce, se vuelve necesaria
ahora, en este presente, no solo desde la invitación a un acompañamiento más
pleno y cercano, también por la realidad que nos acompaña continuamente, que
toca la vulnerabilidad humana y que presupone lo inevitable.
A veces la
escucha, el abrazo, la aceptación de los sentimientos del deudo, y las acciones
sencillas del día a día como proveer de alimentos el día de los funerales, la
visita continua, alguna ayuda con quehaceres de casa o apoyando en trámites
inherentes al deceso, podrán hacer la diferencia en la reorganización familiar y
el paso de los sentimientos en el transcurso de este proceso.
Otro tema necesario
a tocar es la preparación ante el fallecimiento propio o de los otros,
significando en esta área, la certeza de lo inevitable, con ejercicios claros y
claves que aliviarán a sí mismo y a los deudos en la medida de los posible;
algunos asuntos a acomodar pertenecen al índole de lo espiritual, emocional y
otros a lo económico, pues las certezas además de moderar la posibilidad del
miedo a la muerte, darán paso a la tranquilidad de estar solucionando solo lo
que el proceso de duelo emocional presupone. Ayudar fomentando una cultura de
la prevención es una acción más a trabajar como invitación en este tema.
256. Nos consuela saber que no existe la destrucción completa de
los que mueren, y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos abandonará. Así
podemos impedir que la muerte envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros
afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro.
Evaluación.
¿Estoy preparado para dar apoyo real cuando voy a dar un pésame o
acompaño a alguien en esta situación de perdida?
¿Soy consciente de que la muerte puede llegar a mi vida en cualquier
momento ya sea conmigo o cualquier familiar y puede llegar de muchas maneras?
¿Me es fácil hablar de la muerte y estar preparado para enfrentar esa
situación?
¿Me gustaría aprender más sobre el duelo de cómo vivirlo y como
acompañarlo?
Bibliografía.
“Antropología de
la muerte: entre lo intercultural y lo universal”. Rosa García-Orellán. Pdf.
“Exhortación
Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia: Sobre el Amor en la Familia”. Santo
Padre Francisco.
“La muerte un
amanecer” Elizabeth Kubler-Ross. Ediciones Luciérnaga.
“Sobre la muerte
y los moribundos” Elizabeth Kubler-Ross. Editorial Grijalbo. 1972.
Recomendaciones:
“Sanando la
herida más profunda”. Matthew Linn, Dennis Linn, Sheila
Fabricant. Editorial Promexa.
domingo, 13 de noviembre de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 21, 5-19
sábado, 12 de noviembre de 2016
“¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?”
Domingo
XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 21, 5-19) – 13 de noviembre de 2016
En el último “Encuentro con la Palabra”, comentábamos cómo la vida es el
lugar privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es
Dios de muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su
proyecto. Por tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos,
el oráculo de los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o
leer la mano, o el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en
nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y
mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No
ser como el avestruz que piensa que porque deja de mirar la realidad, metiendo
la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues,
de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas
son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no
les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin
miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de
alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los
sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).
Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante
la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los
planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios,
mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo,
podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal,
luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba,
paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados,
puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas,
arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos,
enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas,
trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies,
lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles,
frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo,
granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros,
comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos,
hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes,
funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres,
lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís,
comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras,
vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.
En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y
lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver
cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos:
“Pero Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del
hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1
Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una
mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la
pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy:¿Cuál será la señal de
que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir
los ojos y mirar...
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
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domingo, 6 de noviembre de 2016
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 20, 27-38
viernes, 4 de noviembre de 2016
Cápsula 19 Crecer en Espiritualidad Familiar
Tema:
Crecer en Espiritualidad Familiar
Frase:
“Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de
nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese
estímulo constante” [1]
Contexto:
En sentido amplio, la espiritualidad es aquello que lleva a la familia humana a canalizar
sus más profundas energías. Nos mueve a orientar nuestros esfuerzos para dar
más de nosotros mismos y trascender. Quizá el propósito más importante de la
vida sea ese: aprender a dejarse
llevar por el Espíritu para responder al llamado de Dios a ser cada vez más y
mejores seres humanos.[2]
El papa Francisco ha demostrado su amor por
los matrimonios y las familias de muchas maneras. En el primer año de su
papado, llamó a dos asambleas sinodales consecutivas sobre la familia. Dedicó
más de un año de audiencias semanales[3] a temas
relacionados con el matrimonio y la familia, y dio un emotivo testimonio de la
belleza del plan de Dios para la familia durante el Encuentro Mundial de las
Familias en Filadelfia[4], y lo
reitera con esta Exhortación (Amoris laetitia) que venimos reflexionando, donde
sale a relucir el ‘Papa párroco’, que abre las puertas del templo
de la misericordia a todos.
Experiencia:
El Papa recuerda que los matrimonios y la
familia en general deben de buscar su fuerza y sustento en la vida espiritual, en la oración en familia y en la practica de los sacramentos, por ejemplo.
Una espiritualidad que esté atenta al amor al prójimo, es decir que no sea una espiritualidad cerrada. “Hay un punto donde le amor a la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor.”[5].
La Exhortación concluye señalando que la familia sebe ser una escuela de hospitalidad, lugar de unión y de comunión a ejemplo de la Santa Trinidad. Trabajar buscando la perfección aquí en la tierra, aún sabiendo que sólo podremos encontrar en el Reino definitivo. Y concluye, antes de encomendarnos con una oración a la Sagrada Familia, con las palabras de ánimo. “Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más.”[6]
Una espiritualidad que esté atenta al amor al prójimo, es decir que no sea una espiritualidad cerrada. “Hay un punto donde le amor a la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor.”[5].
La Exhortación concluye señalando que la familia sebe ser una escuela de hospitalidad, lugar de unión y de comunión a ejemplo de la Santa Trinidad. Trabajar buscando la perfección aquí en la tierra, aún sabiendo que sólo podremos encontrar en el Reino definitivo. Y concluye, antes de encomendarnos con una oración a la Sagrada Familia, con las palabras de ánimo. “Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más.”[6]
La espiritualidad conyugal y familiar esta “hecha de miles de gestos reales y
concretos”. Con claridad se dice que “quienes
tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del
crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza
para llevarles a las cumbres de la unión mística”.
Todo, “los
momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan
como una participación en la vida plena de su Resurrección”.
Se habla entonces de la oración a la luz de
la Pascua, de la espiritualidad del amor exclusivo y libre en el desafío y el
anhelo de envejecer y gastarse juntos, reflejando la fidelidad de Dios.
Escribe el Papa, como la “espiritualidad del cuidado, de la consolación y el estímulo” implica que “...toda la vida de la familia es un
“pastoreo” misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida
del otro”. Es una honda “experiencia espiritual contemplar a
cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él”.
En el párrafo conclusivo el Papa afirma: “ninguna familia es una realidad perfecta y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar (...). Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. ¡Caminemos familias, sigamos caminando! (…) No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido”.
Reflexión:
¿Cómo es que podemos aumentar y fortalecer
los vínculos familiares?
¿Es el amor, del Dios de Jesús, lo que nos vincula?
¿Cómo va nuestra oración comunitaria/
familiar?
¿Soy fiel a mi compromiso conyugal /
familiar?
¿En qué se nota que mi familia va creciendo
espiritualmente?
Acción:
Para estar creciendo en el Espíritu, la acción es una invitación a hacer
nuestro examen diario, al estilo ignaciano[7]
·
¿Quién (cuál espíritu) es quién mueve a mi
familia?
·
Y a mí ¿qué /
quién me nueve?
Bibliografía,
referencias/ fuentes.
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