Orar en
lugares extraños
por Michelle Francl-Donnay
En el último día, en un lugar vacío del auditorio, me encontraba deseando sentarme, sacar mis
notas, y proyectar en la pantalla
gigante los Twitters de las conferencias, para en medio del silencio, para tratar de encontrarle algún sentido a todo.
Esa noche, cuando saqué de la bolsa
de viaje mi diario de oración y me acomodé en la
quietud de mi estudio para
orar, sentí ese mismo deseo anterior. Es un poco más de una semana desde que me embarqué
en esta aventura con Dios. ¿Puedo retroceder en el tiempo y ver dónde he estado y
buscar patrones que pudieran surgir que ha pasado?
Bebí un sorbo de té y hojeé los
apuntes que había anotado después de cada momento de oración, pidiendo a Dios
mirar por encima de mi hombro, conmigo y me ayude a tirar de los hilos de lo que nos
pareció que era importante. Hice algunas notas: una par de palabras que
surgió una y otra vez, el punto de reflexión con el que luché con toda la semana.
Hasta ese momento, no me había dado
cuenta de lo desconcertante que me pareció tanto cambio en torno a que estaba
haciendo. Había orado en las salas de espera del aeropuerto (dos veces), a la
medianoche en el piso 14 de un hotel, en el centro de un tornado, ventanas de
cristal temblando en el viento y en el hogar, inundado de luz solar del atardecer. Quería en estas semanas de oración un ritmo cómodo, una disciplina constante de tiempo y lugar, y
sin embargo, yo no era capaz de encontrarlo.
Dios no estaba consternado, apuntandome con cuidado, como
los cambios me estaban haciendo más consciente de lo que El
era para mí. Mi roca, mi fortaleza, esa voz que me apresuro a escuchar. No sólo
en mi espacio de oración, no sólo a las nueve de la noche, pero, como en el
salmo 121 canta con tanta claridad, en cada momento: "El Señor te cuidará
en el hogar y en el camino ahora y para siempre."
Nota: Dios nos dice, "cómo están aprendiendo a echar
raíces en la oración sin importar dónde o cuándo usted se encuentra, Él siempre esta presente, siempre".
Traducción por Meche (original de LoyolaPress)
Gracias por recordarnos que para la oración lo único que se requiere es disponibilidad de nuestra parte.
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