CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
domingo, 29 de noviembre de 2020
sábado, 28 de noviembre de 2020
Domingo I de Adviento – Ciclo B
Domingo I de Adviento – Ciclo B (Marcos 13, 33-37) – 29 de noviembre de 2020
“Manténganse
ustedes despiertos y vigilantes”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Juanito le preguntó una
vez a su abuela: ¿Que significa el tiempo de Adviento? La abuela le contestó:
Es un tiempo de espera durante el cual debemos tener los ojos más abiertos y
los oídos más atentos, para saber en qué momento pasará lo que esperamos. Y,
¿qué es eso que esperamos?, preguntó Juanito, con una gran curiosidad. El paso
de Jesús por nuestras vidas, respondió la abuela. Si no estamos muy atentos,
nos puede pasar como le pasó a don Casimiro, un señor muy religioso, que se
perdió la gran oportunidad de ver a Dios frente a frente. Y le contó esta
historia:
"Hace mucho tiempo,
en un país muy lejano, había un hombre muy religioso, que se llamaba Casimiro;
todos los días le pedía a Jesús que le dejara ver su rostro; el hombre creía,
tenía fe, rezaba mucho, pero no quería morir sin haber visto a Jesús frente a
frente. Un buen día, estando en la Iglesia, escuchó una voz que le decía en su
interior: Ha llegado el tiempo en el que me podrás ver: Mañana iré a visitarte
a tu casa. Espérame y me verás. No faltaré. Casimiro volvió a su casa, y se
puso a preparar todo para su encuentro con Jesús. Barrió la casa, puso en la
puerta una bella alfombra nueva, preparó unas galletas y una torta, para
ofrecerle una buena merienda a Jesús.
Al día siguiente,
Casimiro se puso a la puerta de su casa con la torta, las galletas y las
golosinas sobre una mesa. Pasaba el tiempo y no aparecía Jesús. De pronto, pasó
por allí un niño jugando solo; se quedó mirando la torta y las golosinas y se
fue acercando poco a poco, jugando cada vez más cerca. Estuvo allí un buen rato
hasta que Casimiro lo regañó y le dijo: Vete a jugar lejos de mi casa, porque
estoy esperando un visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú te comas
lo que le he preparado para comer. El niño se fue muy triste a jugar en otra
parte.
Un poco más tarde, vio
venir a una viejita pobre que tenía la ropa y los zapatos muy sucios; era una
viejita conocida en el vecindario; se acercó a la puerta de la casa de Casimiro
para pedir una limosna, como acostumbraba, pero éste le prohibió que se
acercara y pisara su alfombra nueva: Me la vas a manchar, le dijo. Vete, que
estoy esperando un visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú me
estropees la limpieza de mi casa. La viejita se fue muy triste a pedir una
limosna en otra parte.
Pasaba el tiempo y Jesús no aparecía. Ya por la tarde, vino un vecino
corriendo y le pidió a Casimiro que le ayudara a sacar su carro de un hueco en
el que había caído por accidente; pero Casimiro dijo: No puedo dejar mi casa
sola, porque estoy esperando un visitante muy ilustre, y no estoy dispuesto a que
no me encuentre esperándolo. El vecino se fue muy triste a pedir ayuda en otra
parte. Cayó la noche y Jesús
no apareció. Al otro día, Casimiro se fue a la Iglesia a preguntarle a Dios por
qué no había cumplido su promesa: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué no cumpliste tu
promesa de ir a verme a mi casa? Hubo un Tiempo de silencio. Dios callaba. De
pronto, Casimiro escuchó una voz que le decía en su interior: Fui y no me
reconociste; yo era el niño que esperaba que me dieras un poco de torta y
algunas golosinas para alegrarme la vida. Yo era la anciana pobre que pasó por
delante de tu casa esperando recibir alguna ayuda para vivir. Yo era tu vecino
que te pedía un favor. No quisiste verme. Las tres veces me fui muy triste a
buscar en otra parte. Y Casimiro, salió fuera y lloró amargamente por no haber reconocido
a Jesús”.
Por
eso, tenemos que mantenernos despiertos, porque no sabemos cuándo va a llegar
el señor de la casa, si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a
la mañana. No sea que venga de repente y nos encuentre durmiendo, o pensando en
otras cosas, como le pasó a Casimiro. Tenemos que estar siempre atentos para
reconocer el paso de Dios por nuestras vidas.
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
SIEMPRE ES POSIBLE REACCIONAR
José Antonio Pagola
No
siempre es la desesperación la que destruye en nosotros la esperanza y el deseo
de seguir caminando día a día llenos de vida. Al contrario, se podría decir que
la esperanza se va diluyendo en nosotros casi siempre de manera silenciosa y
apenas perceptible.
Tal
vez sin darnos cuenta, nuestra vida va perdiendo color e intensidad. Poco a
poco parece que todo empieza a ser pesado y aburrido. Vamos haciendo más o
menos lo que tenemos que hacer, pero la vida no nos «llena».
Un
día comprobamos que la verdadera alegría ha ido desapareciendo de nuestro
corazón. Ya no somos capaces de saborear lo bueno, lo bello y grande que hay en
la existencia.
Poco
a poco todo se nos ha ido complicando. Quizá ya no esperamos gran cosa de la
vida ni de nadie. Ya no creemos ni siquiera en nosotros mismos. Todo nos parece
inútil y sin apenas sentido.
La
amargura y el mal humor se apoderan de nosotros cada vez con más facilidad. Ya
no cantamos. De nuestros labios no salen sino sonrisas forzadas. Hace tiempo
que no acertamos a rezar.
Quizá
comprobamos con tristeza que nuestro corazón se ha ido endureciendo y hoy
apenas queremos de verdad a nadie. Incapaces de acoger y escuchar a quienes
encontramos día a día en nuestro camino, solo sabemos quejarnos, condenar y
descalificar.
Poco
a poco hemos ido cayendo en el escepticismo, la indiferencia o «la pereza
total». Cada vez con menos fuerzas para todo lo que exija verdadero esfuerzo y
superación, ya no queremos correr nuevos riesgos. No merece la pena.
Preocupados por muchas cosas que nos parecían importantes, la vida se nos ha
ido escapando. Hemos envejecido interiormente y algo está a punto de morir
dentro de nosotros. ¿Qué podemos hacer?
Lo
primero es despertar y abrir los ojos. Todos esos síntomas son indicio claro de
que tenemos la vida mal planteada. Ese malestar que sentimos es la llamada de
alarma que ha comenzado a sonar dentro de nosotros.
Nada
está perdido. No podemos de pronto sentirnos bien con nosotros mismos, pero
podemos reaccionar. Hemos de preguntarnos qué es lo que hemos descuidado hasta
ahora, qué es lo que tenemos que cambiar, a qué tenemos que dedicar más
atención y más tiempo. Las palabras de Jesús están dirigidas a todos:
«Vigilad». Tal vez, hoy mismo hemos de tomar alguna decisión.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
EL ADVIENTO ES FICCIÓN, ÉL VIENE EN CADA INSTANTE
Fray Marcos
Estamos
en el primer día del Nuevo Año litúrgico. Comenzamos con el Adviento, que no es
solamente un tiempo litúrgico, sino toda una filosofía de vida. Se trata de una
actitud vital que tiene que atravesar toda nuestra existencia. No habremos
entendido el mensaje de Jesús si no nos obliga a vivir en constante búsqueda de
lo que ya tenemos. Lo importante no es recordar la primera venida de Jesús; eso
es solo el pretexto para descubrir que ya está aquí. Mucho menos prepararnos
para la última, que solo es una gran metáfora. Lo importante es descubrir que
está viniendo en este instante.
Todo
el AT está atravesado por la promesa y por la espera. Según el relato bíblico,
Dios les va prometiendo lo que ellos en cada momento más ansían. A Abrahám,
descendencia; a los esclavos en Egipto, libertad; a los hambrientos en el
desierto, una tierra que mana leche y miel; cuando han conquistado Canaán, una
nación fuerte y poderosa; cuando están en el Exilio, volver a su tierra; cuando
destruyen el templo, reconstruirlo; etc. En el AT siempre les promete cosas
terrenas porque es lo único que ellos esperan. Jesús promete algo muy distinto.
"He venido para que tengan Vida y la tengan abundante."
Según
el AT Dios les puso la zanahoria delante de las narices o el palo en el trasero
para hacerles caminar según su voluntad. Tomado al pie de la letra sería
ridículo. Dios no hace promesas para el futuro, porque ni tiene nada que dar ni
tiene futuro. Las promesas de Dios son hechas por los profetas, como una
estratagema, para ayudar al pueblo a soportar momentos de adversidad, que ellos
interpretaban como castigo por sus pecados. Nada de lo que anunciaron los
profetas se cumplió en Jesús. Gracias a Dios, porque todos los textos están
encaminados hacia una salvación de seguridades materiales. Hoy podemos entender
aquellas imágenes como metáforas de la verdadera salvación.
La
clave del relato evangélico está en la actitud de los criados. Nos quiere decir
que Dios está siempre viniendo. Él es “el que viene”. La humanidad vive un
constante adviento, pero no por culpa de un Dios cicatero que se complace en hacer
rabiar a la gente obligándola a infinitas esperas antes de darle lo que ansía.
Estamos todavía en Adviento, porque estamos dormidos o soñando con logros
superficiales, y no hemos afrontado con la debida seriedad la existencia. Todo
lo que espero de Dios, lo tengo ya dentro de mí.
Vigilad.
Para ver no solo se necesita tener los ojos abiertos, se necesita también luz.
No se trata de contrarrestar el repentino y nefasto ataque de un ladrón. Se
trata de estar despierto para afrontar la vida con una conciencia lúcida. Se
trata de vivir a tope una vida que puede transcurrir sin pena ni gloria. Si
consumes tu vida dormido, no pasa nada. Esto es lo que tenía que aterrarte; que
pueda transcurrir tu existencia sin desplegar las posibilidades de plenitud que
te han dado. La alternativa no es salvación o condenación. Nadie te va a
condenar. La alternativa es o plenitud humana o simple animalidad.
Pues
no sabéis cuándo es el ‘momento’. En griego hay dos palabras que traducimos al
castellano por “tiempo”: “kairos” y “chronos”. Chonos significa el tiempo
astronómico, relacionado con el movimiento de los cuerpos celestes. Kairos
sería el tiempo psicológico, el momento oportuno para tomar una decisión. Por
no tener en cuenta esta sencilla distinción, se han hecho interpretaciones
descabelladas. En el evangelio que acabamos de leer, se habla de kairos.
Naturalmente que el hombre, como criatura se encuentra siempre en el chronos,
pero lo verdaderamente importante para él es vivir el kairos.
El
punto clave de nuestra reflexión debe ser: ¿Esperamos nosotros esa misma
salvación que esperaban los judíos? Si es así, también nosotros hemos caído en
la trampa. Jesús no puede ser nuestro salvador. La mejor prueba de que los
primeros cristianos, verdaderos judíos, no estaban en la auténtica dinámica
para entender a Jesús, es que no respondió a sus expectativas y creyeron
necesaria una nueva venida. Esta vez sí, nos salvará de verdad, porque vendrá
con “poder y gloria”. ¿No os parece un poco ridículo? La médula de su mensaje
es que la salvación, que Dios nos ofrece, está en la entrega y el don total.
Las
primeras comunidades oraban: “Maranatha” (ven Señor). Vivieron la contradicción
de una escatología realizada y otra futura. “Ya, pero todavía no”. “Ya” por
parte de Dios, que nos ha dado ya la salvación. “Todavía no” porque seguimos
esperando una salvación a nuestra medida y no hemos descubierto la verdadera
salvación, que ya poseemos. Aquí radica el sentido del Adviento. Porque
“todavía no” ha llegado la verdadera salvación, tenemos que tratar de adelantar
el “ya”. Eso no lo conseguiremos, si seguimos dormimos.
Luchar
por un mayor consumismo y creyendo que en él está la verdadera salvación sería
una trampa. Descubrir ese engaño sería estar despiertos. El ser humano sigue
esperando una salvación que le venga de fuera, sea material, sea espiritual.
Pero resulta que la verdadera salvación está dentro de cada uno. En realidad,
Jesús nos dijo que no teníamos nada que esperar, que el Reino de Dios estaba ya
dentro de nosotros. En este mismo instante está viniendo. Si estamos dormidos,
seguiremos esperando.
La
falta de encuentro se debe a que nuestras expectativas van en una dirección
equivocada. Esperamos un Dios que llegue desde fuera. Esperamos actuaciones
espectaculares por parte de Dios. Esperamos una salvación que se me conceda
como un salvoconducto, y eso no puede funcionar. Da lo mismo que la espere aquí
o para el más allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer Jesús ni lo puede
hacer Dios. Esta es la causa de nuestro fracaso. Seguimos esperando que otro
haga lo que solo yo puedo hacer.
La
religión me ofrece salvación, pero solo me salva de los lazos que ella misma me
ha colocado. Dios es la salvación y ya está en mí. Lo que de Dios hay en mí es
mi verdadero ser. No tengo que conseguir nada ni cambiar nada en mi auténtico
ser, simplemente tengo que despertar y dejar de potenciar mi falso yo. Tengo
que dejar de creer que soy lo que no soy. Esta vivencia me descentrará de mí
mismo y me proyectará hacia los demás. Me identificaré con todo y con todos. Mi
falso ser, mi individualidad, será disuelta.
El
verdadero problema está en la división que encontramos en nuestro ser. En cada
uno de nosotros hay dos fieras luchando a muerte: Una es mi verdadero ser que
es amor, armonía y paz; otra es mi falso yo que es egoísmo, soberbia, odio y
venganza. ¿Cual de los dos vencerá? Muy sencillo y lógico. Vencerá aquella a
quien tú mismo alimentes.
Como los judíos, seguimos esperando una tierra que mane leche y miel; es decir mayor bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más... Seguimos pegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. No necesitamos para nada, la verdadera salvación o, a lo máximo, para un más allá. Si no sientes necesidad no habrá verdadero deseo, y sin deseo no hay esperanza. Hoy ni los creyentes ni los ateos esperamos nada más allá de los bienes materiales. También Dios sigue esperando.
Meditación
Para ver se necesita tener los ojos abiertos,
pero también se necesita la luz.
Para nosotros la luz es Jesús.
Despertar solo depende de mí.
Puedo pasarme la vida entera dormido,
pero entonces no podré culpar a nadie.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
#microhomilía
#HernanQuezadaSJ
Quizás
como nunca en nuestra historia experimentamos la necesidad del
"Adviento", este tiempo litúrgico que comienza hoy. Todo los templos
se visten de color morado porque es el signo de que estamos
"esperando", de que sabemos que Dios viene, de que Dios "será
con nosotros" de nuevo. Este es un tiempo para reconocer cómo estamos,
diagnosticar lo que se ha marchitado en nuestras vidas, comenzar a juntar los
"trapos sucios y asquerosos" con los que hemos ido limpiando "la
casa". Se trata de darnos cuenta de cuánto se nos pudo haber endurecido el
corazón. Quizás de darnos reconocer que nos hemos quedo dormidos, se nos
cerraron los ojos vencidos por esta realidad tan complicada. Hoy somos llamados
a Despertar, a abrir los ojos, volver a estar alertas y comenzar a prepararnos
porque Dios nacerá de nuevo en nuestras sociedades, en nuestras familias, en
nuestros corazones.
RECONOCER,
DISPONER Y ESPERAR son tres llamadas que hay que comenzar a practicar hoy.
¿Qué
reconoces en tu vida, cómo estás?
¿Cómo
te preparas?¿qué hay que remover?¿qué trapos hay que tirar?¿cómo acogerás lo
nuevo?
Para
poder esperar, nos ayuda recordar que DIOS ES FIEL, él nos ha dado dones, somos
su barro y Él el alfarero; sólo nos toca
permanecer, despertar; que la desesperanza no cierre nuestros párpados.
#FelizDomingo
#adviento #reconocer #prepararse #esperar
sábado, 21 de noviembre de 2020
Solemnidad de Jesucristo Rey del universo – Ciclo A
Solemnidad de Jesucristo Rey del universo – Ciclo A (Mateo 25, 31-46) – 22 de noviembre de 2020
“...
todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que entregó su vida en el servicio a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, SJ, canonizado en el año 2005 por Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias de Bogotá. El P. Joss falleció hace pocos meses.
Al hablar de su vocación siempre recordaba que siendo joven prestó servicio militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos... tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.
Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel... Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron, o lo que no hicieron, por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron, o no lo hicieron.
Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:
CRISTO, no tienes manos, tienes
sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.
CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.
CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.
Fuente: “Encuentros con
la Palabra”
LA SORPRESA FINAL
José Antonio Pagola
Los
cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente
que el amor es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos
que desde el amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las
personas, estructuras y realizaciones de los hombres. Sin embargo, con ese
lenguaje tan hermoso del amor, podemos estar ocultando con frecuencia el
mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Es
sorprendente observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra
«amor». Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los
humanos. Al final no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre
algo mucho más concreto: ¿qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con
alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y
sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo
en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No
bastan tampoco los sentimientos hermosos ni las protestas estériles. Lo
importante es ayudar a quien nos necesita.
La mayoría
de los cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a
nadie ningún mal especialmente grave. Se nos olvida que, según la advertencia
de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final siempre que cerramos
nuestros ojos a las necesidades ajenas, siempre que eludimos cualquier
responsabilidad que no sea en beneficio propio, siempre que nos contentamos con
criticarlo todo, sin echar una mano a nadie.
La parábola
de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo
por alguien?, ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda?, ¿qué hago para que reine
un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros?, ¿qué más podría
hacer?
La última y decisiva enseñanza de Jesús es esta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo. Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad, y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
JESÚS REINA COMO REINA LA PAZ, COMO REINA EL AMOR
Fray Marcos
Es muy
difícil dar sentido “cristiano” a esta fiesta. Jesús nunca reivindicó ningún
reino para sí. Todo lo contrario, afirmó de palabra y con su vida, que él “no
venía a ser servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser
dueño y señor del mundo, se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado
el lugar del tentador cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos
los reinos del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la
multiplicación de los panes, Nos dice Juan: "Viendo que querían
proclamarle rey, se retiró a la montaña él solo."
¿No hemos
superado la burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un
manto real y un cetro cargado de brillantes? Este cetro y esta corona es mucho
más denigrante para Jesús, que la caña y las espinas. Cuando Pilato pone el
título sobre la cruz: "Éste es el rey de los judíos", lo hace para
burlarse de él y de los judíos. ¿No será también una burla llamarle rey del
universo? La intención de Pio XI al instituirla hace un siglo no nos ayuda a
darle sentido hoy. Lo que él pretendió fue que todos los hombres y todas las
naciones le reconocieran a él como representante de eso: Cristo Rey.
Nuestro ego
narcisista está incapacitado para asumir su desaparición. Tiene una capacidad
increíble para revolverse y salirse con la suya. Como la propuesta de Jesús era
inasumible, la presenta como una estrategia para conseguir plenitud de gloria.
Así, cuando Jesús dice que la meta de su vida es el don total a los demás, el
ego la interpreta como el único medio para ser glorificado por Dios. Una vez
presentada así la trayectoria de Jesús, será muy fácil hacernos ver que la
nuestra debe seguir el mismo camino.
El ser
humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela nada más encenderla
se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida, es un trasto que
rueda por los cajones. El día que se va la luz, la buscamos y la encendemos. En
ese momento empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta
perspectiva. Nada ni nadie le puede convencer de que su objetivo es
desaparecer, menos aún, en beneficio de los demás. El colmo del desastre fue
que descubrió la manera de emplear toda la parafernalia espiritual para
conseguir su propio objetivo. No hay forma de que pueda cambiar de perspectiva.
Fijaros qué
contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús, recordamos el momento de su
vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el
pan, me parto y me vuelvo a partir para que me coman. Me dejo masticar, tragar,
asimilar para alimentar a otros, aunque sea a costa de desaparecer. Yo entrego
mi vida (mi sangre), a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su
propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la
doy a los demás, me quedaré sin ella. Todo esto lo celebramos como un rito más,
pero para nada condiciona mi propia existencia.
Sin duda,
el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús. La imagen de Dios
como rey de Israel se remonta a la época de la entrada en Palestina del pueblo
judío. Para un nómada nada podía significar la idea de un rey; pero cuando
entran en contacto con las estructuras sociales de la gente que vivía en
ciudades, los israelitas piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los
profetas, como una traición a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y
termina por ser la imagen clave para la apocalíptica. El final de la historia será
un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los demás.
Solo en
este contexto cultural, podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino
de Dios. Sin embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempos de
Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío
sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica
un Reino de Dios, del que van a quedar excluidos lo que se creían buenos y van
a entrar las prostitutas, los pecadores, los marginados. Los gentiles serán
llamados y muchos judíos quedarán fuera.
El Reino
predicado por Jesús ya está aquí, ha comenzado ya. "El Reino de Dios está
dentro de vosotros”. Esta idea desbarata todo nuestro montaje sobre el reino de
Dios. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es
Dios, no de que Dios tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de
actuar, pero solo después de haber descubierto su presencia en lo más hondo de
nuestro corazón. Es un reinado del AMOR. No es un reino de personas físicas,
sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita preocupándome
por él, hago presente el Reino de Dios.
Cuando
Pilato le pregunta si es rey, contesta Jesús: “Mi reino no es de este mundo”.
No quiere decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no
tiene nada que ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús
le dice: "Sí, soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para ser testigo
de la verdad." Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la
única manera de ser dueño de sí mismo, y por la tanto de ser dueño de la
realidad entera. Jesús es rey de sí mismo y así es Rey en absoluto.
“El Reino
de Dios, lo divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que
transforma mi ser y toda la realidad. Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad,
es mi esencia. Yo tengo que esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí
mismo, aceptando que viene a absorberme. Es necesario que, tras haber cooperado
con todas mis fuerzas a hacerla brotar, consienta en la comunión, en la que mi
propia individualidad se hundirá y acepte convertirme en su alimento”.
(Teilhard de Chardin).
Después de
lo dicho podemos comprender que, no se trata de entronizar a Jesús, ni antes ni
después de morir. Lo “Crístico”, es decir, lo que significa y encarna la figura
de Jesús, es lo que tiene que reinar entre nosotros. Cuando decimos: reina la
armonía, reina la paz, etc., estamos hablando de un ambiente envolvente que
permite su desarrollo. Hablar del reinado de Cristo significa que su mismo
espíritu mueve también nuestra existencia.
En el
relato que hemos leído encontramos la clave de la encarnación. Dios no se hace
un hombre, sino que se hace hombre. El que juzga es el Hombre, el punto de
contraste para valorar una vida humana es la semejanza con Jesús: “el Hombre”.
No tenemos que esperar ningún juicio desde fuera. Mis actitudes van
manifestando en cada momento el grado de identificación con el modelo de
Hombre. En la medida que me identifique con el modelo, me salvo; en la medida
que me separe de él, me voy condenando.
Hemos
conseguido un cristianismo cómodo, colocando a Dios en el cielo. Sería
demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos
que nos rodean. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que
descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja
bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado,
lo hubieran socorrido. La tarea es descubrir lo que somos.
Meditación
A Dios no le servimos para nada.
Los demás sí necesitan de nosotros.
Si quieres llegar a Dios cuida del otro.
En él lo encontrarás pobre y necesitado.
Al cuidar con amor de sus heridas,
restañarás las tuyas.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
domingo, 15 de noviembre de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
sábado, 14 de noviembre de 2020
Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A
Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 14-30) – 15 de noviembre de 2020
“(...)
a cada uno según su capacidad”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".
Muchas veces nos quedamos mirando a los que recibieron más, o a los que recibieron menos... Las monedas que hemos recibido, no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.
Fuente: Encuentros con la Palabra
DESPERTAR
LA RESPONSABILIDAD
José Antonio Pagola
La
parábola de los talentos es un relato abierto que se presta a lecturas
diversas. De hecho, comentaristas y predicadores la han interpretado con
frecuencia en un sentido alegórico orientado en diferentes direcciones. Es
importante que nos centremos en la actuación del tercer siervo, pues ocupa la
mayor atención y espacio en la parábola.
Su
conducta es extraña. Mientras los otros siervos se dedican a hacer fructificar
los bienes que les ha confiado su señor, al tercero no se le ocurre nada mejor
que «esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro. Cuando
el señor llega, lo condena como siervo «negligente y holgazán» que no ha
entendido nada. ¿Cómo se explica su comportamiento?
Este
siervo no se siente identificado con su señor ni con sus intereses. En ningún
momento actúa movido por el amor. No ama a su señor, le tiene miedo. Y es
precisamente ese miedo el que lo lleva a actuar buscando su propia seguridad.
Él mismo lo explica todo: «Tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra».
Este
siervo no entiende en qué consiste su verdadera responsabilidad. Piensa que
está respondiendo a las expectativas de su señor conservando su talento seguro,
aunque improductivo. No conoce lo que es una fidelidad activa y creativa. No se
implica en los proyectos de su señor. Cuando este llega, se lo dice claramente:
«Aquí tienes lo tuyo».
En
estos momentos en que, al parecer, el cristianismo de no pocos ha llegado a un
punto en el que lo primordial es «conservar» y no tanto buscar con coraje
caminos nuevos para acoger, vivir y anunciar su proyecto del reino de Dios,
hemos de escuchar atentamente la parábola de Jesús. Hoy nos la dice a nosotros.
Si
nunca nos sentimos llamados a seguir las exigencias de Cristo más allá de lo
enseñado y mandado siempre; si no arriesgamos nada por hacer una Iglesia más
fiel a Jesús; si nos mantenemos ajenos a cualquier conversión que nos pueda
complicar la vida; si no asumimos la responsabilidad del reino como lo hizo
Jesús, buscando «vino nuevo en odres nuevos», es que necesitamos aprender la
fidelidad activa, creativa y arriesgada a la que nos invita su parábola.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
NUNCA
TE CONFORMES CON LO QUE HAS DESCUBIERTO EN TI
Fray
Marcos
Mateo
sigue con sus amonestaciones. Estamos en el tiempo de la comunidad, antes de
que llegue el tiempo escatológico, que creían inminente. Cada miembro de la
comunidad debe tomar la parte de responsabilidad que le corresponde y no
defraudar ni a Dios ni a los demás. En tiempo de Mt, ya muchos se hacían
cristianos no por convicción sino para vivir del cuento, sin dar golpe. Es
curioso que las tres parábolas de este c. 25 hagan referencia a omisiones, a la
hora de ponderar las consecuencias de nuestras acciones.
El
talento no era una moneda real. En griego “tálanton” significa el contenido de
un platillo de la balanza (una pesada). Era una cantidad desorbitada, que equivalía
a 26-41 kilos de plata = 6.000 denarios; 16 años de salario de un jornalero.
Para entender lo de enterrar el talento, hay que tener en cuenta que había una
norma jurídica, según la cual, el que enterraba el dinero que tenía en
custodia, envuelto en un pañuelo, no tenía responsabilidad civil si se perdía.
Enterrar el dinero se consideraba una buena práctica.
Durante
mucho tiempo se ha interpretado la parábola materialmente, creyendo que nos
invitaba a producir y acaparar bienes materiales. De esta mala interpretación
nace el capitalismo salvaje en Occidente, que nos ha llevado a desigualdades
sangrantes que no hacen más que crecer, incluso en plena crisis. Una vez más,
hemos utilizado el evangelio en contra del mensaje de Jesús. Me gusta más la
versión de Lc, en la que todos los empleados reciben lo mismo; la diferencia
está solo en la manera de responder.
También
sería insuficiente interpretar “talentos” como cualidades de la persona. Esta
interpretación es la más común y ha quedado sancionada por nuestro lenguaje.
¿Qué significa tener talento? Tampoco es éste el verdadero planteamiento de la
parábola. En el orden de las cualidades, estamos obligados a desplegar todas
las posibilidades, pero siempre pensando en el bien de todos y no para acaparar
más y desplumar a los menos capacitados. Para mayor “inri”, dando gracias a
Dios por ser más listos que los demás.
Si
nos quedamos en el orden de las cualidades, podíamos concluir que Dios es
injusto. La parábola no juzga las cualidades, sino el uso que hago de ellas.
Tenga más o menos, lo que se me pide es que las ponga al servicio de mi
auténtico ser, al servicio de todos. En el orden del ser, todos somos
idénticos. Si percibimos diferencias es que estamos valorando lo accidental. En
lo esencial, todos tenemos el mismo talento. Las bienaventuranzas lo dejan muy
claro: por más carencias que sientas, puedes alcanzar la plenitud humana.
En
todos los órdenes tenemos que poner los talentos a fructificar, pero no todos
los órdenes tienen la misma importancia. Como seres humanos tenemos algo
esencial, y otro mucho que es accidental. Lo importante es la esencia que
constituye al hombre como tal. Ese es el verdadero talento. Todo lo que puede
tener o no tener (lo accidental) no debe ser la principal preocupación. Los
talentos de que habla el evangelio, no pueden hacer referencia realidades
secundarias sino a las realidades que hacen al hombre más humano. Y ya sabemos
que ser más humano significa ser capaz de amar más.
Los
talentos son lo bienes esenciales que debemos descubrir. La parábola del tesoro
escondido es la mejor pista. Somos un tesoro de valor incalculable. La primera
obligación de un ser humano es descubrir esa realidad. La “buena noticia” sería
que todos pusiéramos ese tesoro al servicio de todos. En eso consistiría el
Reino predicado por Jesús. El relato del domingo pasado, el de hoy y el del
próximo, terminan prácticamente igual: “Entraron al banquete de boda...” “Pasa
al banquete de tu señor”. “Heredad el Reino...”. Banquete, boda y Reino son
símbolos de plenitud.
Algunos
puntos necesitan aclaración. En primer lugar, el que no arriesga el dinero, no
lo hace por holgazanería o comodidad, sino por miedo. El siervo inútil no
derrocha la fortuna; simplemente la guarda. Debía hacernos pensar que se
condene uno por no hacer nada. Creo que en nuestras comunidades, lo que hoy
predomina es el miedo. No nos deja poner en marcha iniciativas que supongan
riesgo de perder seguridades, pero con esa actitud, se está cercenando la
posibilidad de llevar esperanza a muchos desesperados.
En
segundo lugar, la actitud del Señor tampoco puede ser ejemplo de lo que hace
Dios. Pensemos en la parábola del hijo pródigo, que es tratado por el Padre de
una manera muy diferente. Quitarle al que tiene menos lo poco que tiene para
dárselo al que tiene más, tomando al pie de la letra, sería impropio del Dios
de Jesús. Dios no tiene ninguna necesidad de castigar. El que escondió el
talento ya se ha privado de él haciéndolo inútil para él mismo y para los
demás. Es algo que teníamos que aprender también nosotros.
Finalmente
es también muy interesante constatar que, tanto el que negocia con cinco, como
el que negocia con dos, reciben exactamente el mismo premio. Esto indica que en
ningún caso se trata de valorar los resultados del trabajo, sino la actitud de
los empleados. En una cultura en la que todo se valora por los resultados, es
muy difícil comprender esto. En un ambiente social donde nadie se mueve si no
es por una paga; donde todo lo que hace tiene que reportar algún beneficio, es
casi imposible comprender la gratuidad que nos pide el evangelio. Si necesito
una paga es que no entendí nada.
La
parábola nos habla de progreso, de evolución constante hacia lo no descubierto.
El único pecado es negarse a caminar. El ser humano tiene que estar volcado
hacia su interior para poder desplegar todas sus posibilidades. Todo el pasado
del hombre (y de la vida) no es más que el punto de partida, la rampa de
lanzamiento hacia mayor plenitud. La tentación está en querer asegurar lo que
ya tengo, enterrar el talento. Tal actitud no demuestra más que falta de
confianza en uno mismo y en la vida, y por lo tanto, en Dios.
Lo
que tenemos que hacer es tomar conciencia de la riqueza que ya tenemos. Unos no
llegamos a descubrirla y otros la escondemos. El resultado es el mismo. No es nada
fácil, porque nos han repetido hasta la saciedad, que estamos en pecado desde
antes de nacer, que no valemos para nada, que la única salvación posible tiene
que venirnos de fuera. Lo malo es que nos lo seguimos creyendo. El relato del
camello que se negaba a moverse porque se creía atado a la estaca, aunque no lo
estaba, O el león que vivía con las ovejas como un borrego más sin enterarse de
lo que era es el mejor ejemplo de nuestra postura.
Todo
afán de seguridades, nos aleja del mensaje de Jesús. Toda intento de alcanzar
verdades absolutas y normas de conducta inmutables, que nos dejen tranquilos,
carecen de sentido cristiano. Ninguna conceptualización de Dios puede ser
definitiva; hace siempre referencia a algo mayor. Estamos aquí para evolucionar,
para que la vida nos atraviese y salga de nosotros enriquecida. El miedo no
tiene sentido, porque la fuerza y la energía no la tenemos que poner nosotros.
Nuestro objetivo debía ser que al abandonar este mundo, lo dejáramos un poquito
mejor que cuando llegamos a él, haciéndolo más humano.
Meditación
No hay un “yo” que posea un tesoro.
Soy, realmente, un tesoro de valor incalculable.
Solo hay un camino para poder disfrutar de lo que soy.
Poner toda esa riqueza a disposición de los demás.
Es la gran paradoja del ser humano.
Solo alcanza su plenitud cuando se da plenamente.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
sábado, 7 de noviembre de 2020
Domingo XXXII Ordinario – Ciclo A
Domingo XXXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 1-13) – 8 de noviembre de 2020
“(...)
no saben ni el día ni la hora”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche... se la sacan...
Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas de cuartean y esto impide su ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.
No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.
Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo,
esta es una más de las características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay
que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco
muchachas previsoras van a esperar al novio, en medio de la noche, preparadas
con suficiente aceite para las lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas
no llevaban aceite para llenar las lámparas por segunda vez. Por eso, a
medianoche, cuando llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda,
mientras que las segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus
lámparas. Cuando volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron
aceptadas en la fiesta. Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche
derramada... Por eso, tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla
de nuestra vida, como doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
ANTES
DE QUE SEA TARDE
José
Antonio Pagola
Mateo escribió su evangelio en unos momentos críticos
para los seguidores de Jesús. La venida de Cristo se iba retrasando. La fe de
no pocos se relajaba. Era necesario reavivar de nuevo la conversión primera
recordando una parábola de Jesús.
El relato nos habla de una fiesta de bodas. Llenas de
alegría, un grupo de jóvenes «salen a esperar al esposo». No todas van bien
preparadas. Unas llevan consigo aceite para encender sus antorchas; a las otras
ni se les ha ocurrido pensar en ello. Creen que basta con llevar antorchas en
sus manos.
Como el esposo tarda en llegar, «a todas les entra el
sueño y se duermen». Los problemas comienzan cuando se anuncia la llegada del
esposo. Las jóvenes previsoras encienden sus antorchas y entran con él en el
banquete. Las inconscientes se ven obligadas a salir a comprarlo. Para cuando
vuelven, «la puerta está cerrada». Es demasiado tarde.
Es un error andar buscando un significado secreto al
«aceite»: ¿será una alegoría para hablar del fervor espiritual, de la vida
interior, de las buenas obras, del amor...? La parábola es sencillamente una
llamada a vivir la adhesión a Cristo de manera responsable y lúcida ahora
mismo, antes de que sea tarde. Cada uno sabrá qué es lo que ha de cuidar.
Es una irresponsabilidad llamarnos cristianos y vivir
la propia religión sin hacer más esfuerzos por parecernos a él. Es un error
vivir con autocomplacencia en la propia Iglesia sin plantearnos una verdadera
conversión a los valores evangélicos. Es propio de inconscientes sentirnos
seguidores de Jesús sin «entrar» en el proyecto de Dios que él quiso poner en
marcha.
En estos momentos en que es tan fácil «relajarse»,
caer en el escepticismo e «ir tirando» por los caminos seguros de siempre, solo
encuentro una manera de estar en la Iglesia: convirtiéndonos a Jesucristo.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
¡ESPABÍLATE!
¡REBOSA DE ACEITE!
Fray
Marcos
En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el
capítulo 25 de Mt (el último antes del relato de la pasión). Los tres episodios
que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio definitivo, siguen
siendo advertencias a su comunidad con el fin de poner en guardia a los
cristianos de las consecuencias definitivas de sus actitudes vitales. Dios no
puede hacer ya nada. La pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que
la juguemos o no, que la juguemos bien o mal. En cualquier caso, pitarán el
final del partido.
Los textos de estos últimos domingos del año litúrgico
nos invitan a despertar, a estar preparados. Por fortuna, ya no pensamos en ese
Dios vengativo que está al acecho para ver como puede cogernos en un renuncio y
condenarnos. Ya no se oye la tremenda frase: “Dios te coja confesado”, que es
un insulto a Dios y a todo el mensaje de Jesús. Dios no nos espera al final del
camino para someternos a un juicio. No, Dios es el principio y está en nosotros
todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud.
Hoy no tiene sentido meter miedo: No sabéis el día ni
la hora. ¡Temblad! Y eso que, en el ciclo (A), nos libramos de textos
apocalípticos, que son todavía más terroríficos. No es la muerte la que tiene
que dar sentido a nuestra vida, sino al revés; solo viviendo a tope, se aprende
a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la
muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni
quita ni añade nada. El sentido debemos dárselo a la vida, mientras somos
conscientes.
Recordad: después de un año o más de desposorios, se
celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio,
donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter
religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la
novia para conducirla a casa de su propia familia. En su casa le esperaba la
novia con sus amigas, que la acompañaban. Todos estos rituales empezaban a la
puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas.
La importancia del relato no la tiene el novio ni la
novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz
es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren
o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una
acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz
una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo
importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite.
El aceite y la luz son las obras que manifiestan una
actitud adecuada. Jesús había dicho: “Yo soy la luz del mundo”. Y también:
“Vosotros sois la luz del mundo”. El ser humano es luz cuando ha desplegado su
verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su
simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al
contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá
cercenamos nuestras posibilidades de humanidad.
La primera lectura nos puede ayudar a encontrar el
sentido de la parábola. La verdadera Sabiduría es encontrar el sentido de la
vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. La vida tiene
sentido, pero tenemos que descubrirlo. Esa es la tarea específicamente humana.
Nuestra vida puede quedar malograda como vida humana. Esa es la advertencia de
la parábola. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar,
porque de lo contrario, perderás la oportunidad de ser tú.
¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si
acertamos con la respuesta a esta pregunta, tenemos resuelto el significado de
la parábola. En (Mt 7,24-27) se dice: “Todo aquel que escucha estas palabras
mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre
roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio que edificó
sobre arena”. La luz son las obras. El aceite que alimenta la llama es el amor.
El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de Vida.
Así se entiende que las sensatas no compartan el
aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre
de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la
vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí,
descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser.
Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera
lectura. Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios.
Interpretar la parábola en el sentido de que debemos
estar preparados para el día de la muerte es tergiversar el evangelio. Esperar
una venida futura de Jesús es pura mitología que nos lleva a un callejón sin
salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad
de una espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las
lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el
último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido.
Obsesionados por una “salvación eterna” y para el más
allá, hemos interpretado esta parábola como una advertencia: ¡Cuidado! Si a la
hora de la muerte no estás preparado, irá al fuego eterno para toda la
eternidad. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor
manifestado en obras, lo que cuenta es toda una vida consumida en favor de los
demás. No podemos pensar en el último día para que tenga sentido. Hay que
buscar una interpretación más de acuerdo con todo el mensaje de Jesús.
La venida de Jesús al final de los tiempos es una
imagen escatológica, que no podemos tomar al pie de la letra. Tiene un
significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo
su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo
trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia humana”, porque
solo permanecerá de él lo que le identifica con Dios, y Dios está fuera del
tiempo y del espacio. No nos cabe en la cabeza que el consumirnos sea nuestra
meta.
Los primeros cristianos esperaron la segunda venida de
Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa venida en la que
no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó
Jesús su paso por la tierra, por eso hemos inventado un futuro a nuestro gusto
para él y para nosotros. Esperamos que vuelva glorioso y nos comunique esa
misma gloria. Esta visión surge de nuestro falso yo, que nunca aceptará el
desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás.
Si queremos dejar de ser necios y empezar a ser
sensatos, debemos desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que
abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y
entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite
solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio, solo
porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar. Estamos
completamente equivocados si pretendemos alzarnos con el santo y la limosna.
Meditación-contemplación
Su experiencia de Dios fue su lámpara
encendida.
Dentro de ti debes descubrir el aceite.
Si prende, dará luz que alumbrará tus
pasos.
Tú eres la lámpara, el aceite y la luz.
Nadie te los puede prestar, porque es tu
propia vida.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/