sábado, 27 de agosto de 2016

“Cuando alguien te invite a un banquete de bodas (...)”



Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 1.7-14) –28 de agosto de 2016


Le oí a alguien esta historia, que nos puede servir hoy de contexto: “Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es –dijo mi padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para permitir que los demás las descubran por sí mismos.

Jesús fue a comer muchas veces con gente importante; Él no era un mojigato que se pasaba la vida metido entre cuatro paredes por miedo a contaminarse con el mundo que lo rodeaba. Vino a anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no podía hacerlo encerrado en cuatro paredes. Estando en casa de un jefe fariseo, otros fariseos lo estaban espiando para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver “cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: ‘–Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Además de esta enseñanza tan útil y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra para el que lo había invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten”.

En un retiro al que asistí con Jean Vanier, en Oporto, al norte de Portugal, le escuché decir que alguna vez había leído este texto con un grupo de empresarios del Primer mundo. La reacción que produjo fue de protesta y descontento. Pero también contó que había leído este texto con un grupo de menesterosos de un país pobre. La reacción fue de alegría y júbilo. Los pordioseros saltaban y gritaban de alegría por lo que estaban escuchando. Para ellos esta era una Buena Noticia, mientras que para los primeros era mala. ¿Qué tal nos caen a nosotros estas palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de incertidumbre y molestia? Cada uno puede evaluar la sintonía que siente con las palabras del Señor, para reconocer la llamada del día de hoy. Recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo. Preguntémonos si nuestra carreta hace mucho ruido, o si va cargada de valores y buenas obras para enriquecernos con una riqueza que sólo se podrá apreciar el día en que los justos resuciten.


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

viernes, 26 de agosto de 2016

Cápsula 09 La sabiduría de los abuelos



Punto
LA SABIDURÍA DE LOS ABUELOS

FRASE:
“Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir”[1]

Contexto:
El envejecimiento poblacional es un fenómeno innegable en todo el mundo debido a que las personas de más edad representan proporcionalmente mayor parte de la población y al hecho de que la gente tiene menos hijos.  A escala mundial la proporción de personas mayores (60 años o más) aumentó del 9% en 1994 al 12% en 2014 y se espera que alcance 21% en 2050.
Aunque el aumento de la esperanza de vida representa un triunfo; el  envejecimiento de la población plantea diversos retos a las familias, a las comunidades y a las sociedades. En entornos donde los sistemas de seguridad social son limitados, las personas mayores están mucho más expuestas a la pobreza.[2]
Experiencia:
Hay que considerar al pobre como alguien que no puede valerse por sí mismo. El pobre no puede ser desligado de la relación social que se establece con él. Si existen pobres es porque la Comunidad misma se ha empobrecido moral, cultural o religiosamente.[3]
En este sentido, vemos cada vez más inmersos a nuestros abuelos, no solo en la pobreza sino en una marginación social que pareciera parte del precio a pagar por envejecer. Nuestras familias constantemente ocupadas en el “tener” van perdiendo sensibilidad hacia la importancia y necesidades de nuestros abuelos. A esa sabiduría adquirida por la experiencia y al legado ancestral del cual somos herederos.
“Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos; que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede”.[4]
Este fenómeno nos convierte, de alguna manera, en huérfanos de arraigo debido a la pérdida en la continuidad de la enseñanza de valores y de lo que significa pertenecer en sí, a una familia. Siendo la juventud el sector que más lo resiente.
“El individuo del siglo XXI vive entre la pérdida del sentido de la vida y la necesidad de crear nuevos referentes que le permitan tener una identidad. La violencia juvenil es muestra de esta desesperación por salir del anonimato que les da la ciudad y ganar un lugar dentro de la sociedad”.[5]

Reflexión:
“La iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia y mucho menos de indiferencia y desprecio respecto a la vejez”.[6]
Y podemos preguntarnos:
¿Son nuestros abuelos una manera de vincularnos con nuestra memoria histórica? ¿Con nuestra raíz? ¿Qué estamos haciendo como Iglesia para redignificar a nuestros abuelos?
Como seguidores de Jesús, estamos invitados a vivir desde la alegría del amor. Que sin duda, está llena de matices y diferencias. ¿Compartimos esta alegría con nuestros abuelos?
“La alegría encuentra su máxima expresión en el amor. En la capacidad de amar y de sentirse amado. Sin amor no se puede gozar de la existencia, no hay entusiasmo para vivir. La alegría del amor brilla en los ojos, brota en las palabras, se aspira en el silencio, henchido de agradecimiento y de ternura”[7]

Acción:
Sintámonos invitados por Jesús a rescatar esas raíces que nos vinculan, nos fortaleces y nos dan identidad.
Abrazar con misericordia a nuestros abuelos en esta realidad, recupera de manera inmediata la certeza de lo que fuimos y lo que podemos ser. ¡Acerquemos a los niños con sus abuelos! ¡Que  formen relaciones estrechas, vínculos de amor y confianza! Que seguro que estamos contribuyendo a la Construcción del Reino.

Evaluación:
¿Qué tanta importancia he podido dar al rol de los abuelos en mi propia familia?
¿Me he sentido invitado a hacer algo más?
 ¿Me reconozco como generador de cambio? ¿Cómo colaborador de Dios?
Les invitamos a ver el siguiente video: https://www.youtube.com/watch?v=dIbz23E1Dwk&feature=youtu.be

  


Bibliografía:

[1] Amoris laetitia- Exhortación Apostólica Postsinodal 2016. Pág. 121.
[2] La situación Demográfica en el Mundo –informe conciso- Naciones Unidas 2014. Pag. 24.
[3] La Exclusión Grita!!- “serie para profundizar sobre la exclusión.”Centro de Estudios Ecuménicos, A.C. 1999 Pág. 13.
[4] Amoris laetitia- Exhortación Apostólica Postsinodal 2016. Pág. 120.
[5] En busca de la fraternidad perdida. Jorge Atilano S.J. 2002. Pág. 11.
[6] Amoris laetitia- Exhortación Apostólica Postsinodal 2016. Pág. 119.
[7] La alegría de ser Hombre. Alfonso Vergara S.J. 2000. Pág 91.

domingo, 21 de agosto de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 13, 22-30
                                                                                                   

“Procuren entrar por la puerta angosta”

Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 13, 22-30) –21 de agosto de 2016



Ancha es la puerta
    de los centros comerciales para adictos refinados;
          de los hoteles de lujo para le élite del negocio y del poder;
          de los que acuden a lavar los dólares del narcotráfico;
          de los sepulcros vacíos que cultivan fachadas y apariencias.

Estrecha es la puerta
          de los que sirven en las residencias millonarias;
          de los calabozos que reprimen a los justos;
          de los ranchos construidos con material de desperdicio;
          de las decisiones solidarias con los oprimidos.

Ancho es el camino
          de los latifundios que se pierden en el horizonte baldío;
          de las autopistas hacia las playas exclusivas;
          de la corrupción que se pasea en carros de lujo;
          de las multitudes domesticadas por la costumbre.

Estrecho es el camino
          de los que hunden la pala en los cimientos de los grandes edificios;
          de los callejones en los barrios marginados;
          de la nueva justicia abierta en medio de la selva legal;
          del futuro del Reino que no es noticia en ningún periódico.

Ancho es el camino
          que lleva a los sumos sacerdotes al templo de Jerusalén;
          de la casa de Herodes construida con impuestos populares;
          del palacio imperial de Pilato;
          de las aclamaciones de las multitudes ahítas de pan.

Estrecho es el camino
          que va de Belén a la cueva de los pastores;
          que sigue Jesús hacia los poblados perdidos de Galilea;
          que sube hasta el monte de la Transfiguración;
          de la callejuela que atraviesa Jerusalén y llega hasta el Calvario;
          de la decisión que conduce hasta Getsemaní en medio de la noche”.

Amplia es la calle que lleva a la perdición.
Qué estrecho es el callejón que lleva a la vida

Nos viene muy bien recordar esta poesía de Benjamín González Buelta, S.J., cuando la liturgia nos propone el texto evangélico de Lucas en el que Jesús le recomienda a sus discípulos: “Procuren entrar por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar y no podrán”. Es muy fácil que nos sintamos atraídos por las puertas y los caminos anchos que nos ofrece la sociedad de consumo. Es muy fácil que nos olvidemos que el callejón que lleva a la vida es estrecho y supone sacrificios. Cada quién tiene que revisar su vida y reconocer por dónde pasan estos caminos estrechos del seguimiento del Señor en nuestra propia historia.

Saludo cordial.


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

viernes, 19 de agosto de 2016

Cápsula 08 Ser hijos, ser hermanos




Tema:
Ser hijo, ser hermano.

Frase:
El individualismo de estos tiempos a veces lleva a encerrarse en un pequeño nido de seguridad y a sentir a los otros como un peligro molesto.”1

Contexto:
México un país donde hay muchos movimientos sociales que buscan justicia sin embargo estos movimientos no tienen mucha fuerza social. En este país ha ido en aumento la violencia, asesinatos, corrupción, migrantes, pobreza y parece que a pocos les interesa a pesar que afecta a muchos o casi a todos. En México 55.3 millones de personas viven en pobreza y de esta cifra un 11.4 millones en pobreza extrema.2 A pesar de ser un país con tanta injusticia preferimos estar más seguros en nuestro propio nido sin preocuparnos de los demás y menos haciéndonos hermanos de los demás. Es verdad que la familia está en crisis, y esto afecta profundamente a nuestra sociedad. Pero la crisis de las familias, no tiene que ver con la legislación del tema “matrimonio igualitario”, al menos desde mi punto de vista. La crisis de las familias tiene que ver con una sociedad cada vez más injusta, mísera y con pocas posibilidades4. Pedimos a San Ignacio nos conceda la gracia de poder salir de nuestro propio amor, querer e interés para encarnarnos en esta realidad haciéndonos hermanos con los demás.

Experiencia:
Al Cuando solamente nos preocupamos por nuestro pequeño núcleo familiar sin ver a la familia ampliada nos estamos aislando, y este individualismo genera una ‘paz’ (de no me molesten), por eso la invitación de este documento es voltear a ver a la familia grande, ver a los tíos, sobrinos, primos, etc. Es decir abrir nuestro corazón a la amplitud de  la existencia, sólo así viendo a los otros podemos sentir y construir un camino de paz y felicidad. Ignacio en la contemplación de la encarnación nos invita a mirar como la trinidad ve al mundo y como la segunda persona se encarna3. Esta contemplación es una invitación de bajar y encarnarnos en una realidad concreta, es ver y sentir una realidad donde no es nada cómodo ¿Es cómodo preocuparse y ocuparse de los demás? Creo que no, y menos podemos gozar de una ‘paz que nos deje tranquilos’.  La paz que nos trae Jesús  no es como la da este mundo, no se turbe nuestro corazón ni tenga miedo (Jn 14,27). Estamos acostumbrados de gozar de una paz que no me preocupe ni que nadie me moleste, esta es la paz que el mundo da, pero la paz que nos da Jesús es una paz que ¡no nos van a dejar en paz! Hemos sido testigo de cómo Jesús fue construyendo un camino de paz y justicia, lo que importa es querer salir de esa comodidad. La Paz de Jesús es sinónimo de justicia y sinónimo que yo no viviré tranquilo. Este ver a los otros nos hace crecer y ser parte de un mundo que es habitado por muchos, unos viven felices otros tristes; unos muren y otros nacen, es crecer en la amplitud de la existencia, y tener un corazón de carne (Ez 36,26) que siente y abierto ante las necesidades de los otros.
Una sociedad que no honra a sus padres es una sociedad sin honor. El principal problema de esta falta de honrar  a los padres es porque el joven no se siente hijo, un hijo debe sentirse acogido con amor y misericordia; debe de sentir el abrazo de un padre que lo ama como es, sin importar sus gustos, preferencias, estilos, etc.; debe de sentir un abrazo que lo levanta y lo pone de pie sin juzgarlo, debe de sentir la mirada que no juzga ni condena, sino que simplemente ama. Pero también el hijo debe dejarse mirar por la mirada del padre, el hijo debe de reconocer que ha fallado y que desea volver a casa, el hijo debe de saber que la tecnología lo ha llevado a un mundo aislado sin ver lo que suceda alrededor, debe de saber que ha caído en las ‘redes sociales’ y que no puede salir de allí que necesita de la presencia de los otros, el hijo debería preguntarse ¿qué significa honrar a sus padres? Y también debe de cuestionarse ¿ese honor a quien se lo doy o a quien considero cómo padre? Sin duda en este tiempo se ha perdido el respeto a los padres, hemos sido testigos de cómo los niños manipulan a los papás, y de cómo los padres no ponen límites a sus hijos. En la familia debe de haber comunicación y donación mutua. La familia es base de una sociedad fraterna y de ser con los otros.
Crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de ayudar y de ser ayudados. Qué es lo que la familia debe de aportar a una sociedad, en primer lugar una familia de cristianos debe de sentirse hijos de Dios, no de creerse hijos de Dios. La diferencia está en que unos viven experimentando este ser hijos y al experimentar el ser hijos nos pone en el lugar de creaturas que necesita de otros y que puede ayudar a otros. Sin duda dentro de la familia todos somos hijos, incluso cuando ya son mayores y están casados aun la madre les habla con mucho cariño como si fueran pequeños, este es la gran experiencia del ser hijo, que va aprendiendo a recibir con amor de padres y que en un momento habrá de dar a sus hijos con ese amor que recibió. Al crecer junto con un hermano, esto contribuye enormemente a pensar en el otro, sabemos como son las dinámicas de los hermanos que se pelean y juegan, pero también cuando un niño va a una fiesta pide dulces para su hermanito; crecer con hermano brinda la experiencia del preocuparse del otro, del cuidarse y compartir con el hermanito menor.
Crecer en una familia en donde todos son hijos y en donde también son hermanos es un regalo que debe compartirse en medio de una sociedad individualista; debemos de hacer sentir a los otros hermanos e hijos. Muchas veces las familias cristianas están tan aferradas a pensamientos y no le hacen caso al corazón, incluso podrá ser una familia muy cercana a la iglesia y cumplir con los mandamientos, pero no ve a los otros como hermanos y menos los mira con la mirada del padre.
Reflexión:
¿Cómo se encuentra mi corazón, me permite ser parte y sentir con los otros o está un corazón que solo se encuentra ensimismado?
¿Cómo he experimentado el sentirme hijo de Dios? ¿He dejado mis seguridades para construir con los otros la paz a que nos invita Jesús?

Evaluación:
Al terminar el día me pregunto ¿he demostrado a mi hijo un padre - madre misericordioso? ¿Qué es lo que me cuesta trabajo para sentirme hijo querido y amado?  ¿Cómo he mirado a las personas que he visto hoy? y ¿Qué me falta para hacerme hermano en medio de la sociedad?

Bibliografía, referencias/fuentes.
1.  Amoris Laetitia [187]
2.  Coneval  [pag 2]
3.  Ejercicios Espirituales de San Ignacio [EE 101]

domingo, 14 de agosto de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 12,49-53

viernes, 12 de agosto de 2016

Cápsula 07 La familia ante la infertilidad.


Tema:
La familia ante la infertilidad.

Frase:
Muchas parejas de esposos no pueden tener hijos. Sabemos lo mucho que se sufre por ello.” (AL 178)

Contexto:
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la infertilidad es una enfermedad del sistema reproductor, definida por la incapacidad de lograr un embarazo después de 12 meses de relaciones sexuales desprotegidas. Las estadísticas indican que la infertilidad aqueja hoy al 15-20% de las parejas. En México, según el primer censo sobre infertilidad en el país (2013), tres de cada 10 parejas tienen problemas de fertilidad. Además, el estudio mostró que entre 15 y 17% de la población tiene dificultades para lograr un embarazo (Cf. Celaya Enríquez, X.). Sin embargo, a pesar de que la infertilidad es más común de lo que se piensa, sigue siendo un tema delicado y difícil de tratar tanto para quienes la padecen como para quienes rodean a la pareja. Datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) indican que hay aproximadamente 1.5 millones de parejas que presentan este problema en México y menos del 50% de éstas acuden a un especialista para buscar soluciones (Cf. Aguirre S., M. M.).

Experiencia:
Al tomar conciencia del tema, descubro que conozco al menos 10 parejas cercanas que viven esta situación. En particular pienso una pareja que tras superar diversas situaciones de salud que les impedía pensar en tener hijos, se deciden por fin a buscarlos, pero con dolor descubren que esto no será posible para ellos. Buscando diversas alternativas médicas lo único que obtuvieron fue frustración tras frustración. Recuerdo su dolor, rabia, culpa, tristeza, decepción, soledad, que les llevó incluso a una crisis de fe. Buscaron luego adoptar, pero también ésta les fue negada porque, según las autoridades pertinentes, no cumplían con los parámetros requeridos.
Como psicóloga sé y he constatado que la infertilidad constituye un problema con consecuencias emocionales muy importantes para la pareja: terminan sintiéndose aislados, apenados y generalmente comienzan a tener problemas entre ellos, producto de los sentimientos de frustración, ansiedad y depresión. Además algo tan importante en el desarrollo personal como lo es “tener hijos” (7ª etapa del desarrollo humano, “generatividad”, E. Erickson) afecta de forma directa a todas las esferas de la vida: autoestima, planes a futuro, vida de pareja, familia extensa, vida social, relaciones sexuales, etc. Y, muchas veces, la mujer incapaz de tener hijos sufre discriminación o la pareja sin hijos no se considera “verdadera” familia, lo que aumenta el sufrimiento.

Reflexión:
En casi todos existe la creencia arraigada de que la procreación es un proceso voluntario y que, por tanto, cualquier persona la podrá alcanzar. Los grandes esfuerzos de las sociedades actuales para el control natal dejan la idea latente de que el embarazo ocurrirá si no se ponen medios que lo impidan, con lo que la capacidad de procrear queda presupuesta. Así, es común que quienes se ven sorprendidos por la situación de infertilidad experimenten confusión y desconcierto: han de asimilar lo que les está ocurriendo, para luego posicionarse y decidir entre distintas opciones: seguir intentándolo por sus propios medios, renunciar a tener hijos, intentar ayuda de la reproducción asistida, adoptar, acoger, etc. (Cf. Llavona Uribelarrea, L.M.)
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos […] Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia”. (CIC 2201,2202) Por su parte, las Instrucciones Donum Vitae y Dignitas Personæ ponen serias objeciones a varios métodos de reproducción asistida.
Así, quienes viven la infertilidad muchas veces se sienten rechazados, señalados, excluidos de ciertos círculos, y se experimentan frustrados en algo que pensaban era “natural” o con una familia “incompleta”, que no encaja en los parámetros sociales y religiosos. Y son bastantes los que no buscan ayuda médica, al desconocer la verdadera doctrina moral cristiana, o lo hacen en medio de sentimientos de culpa.
Pero Amoris laetitia nos recuerda que el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino también para la amistad y comunión de la vida toda (Cf. AL 178, GS 50). Y aunque propone la  adopción como camino para realizar la maternidad y la paternidad de manera muy generosa (Cf. AL 179), también abre a la dimensión de la fecundidad ampliada: «la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se […] cumple a través de muchas formas de amor, comprensión y servicio a los demás» (178. Cf. DA 457), y nos recuerda que la procreación o la adopción no son las únicas maneras de vivir la fecundidad del amor. (Cf. AL 181), porque «un matrimonio que experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia.» (183) De esta manera, los esposos sin hijos, pueden vivir en plenitud la etapa de la generatividad.
Así, en esta sección de Amoris laetitia  encuentro una invitación para que quienes hemos recibido el don de la maternidad-paternidad física lo vivamos en gratitud, reconociendo que nuestra fecundidad no se limita a la procreación de los hijos, sino que debe desbordarse a todas aquellas personas y espacios donde la vida no se da en plenitud. También nos invita a acoger en escucha atenta y compasiva a quienes viven la situación de infertilidad.
A las personas que viven la infertilidad, Amoris laetitia les recuerda que la fecundidad tiene muchos rostros y, una vez superado el desconcierto, dolor y frustración normales ante la imposibilidad de tener hijos, pueden discernir por qué camino se sienten llamados por Dios a vivir la fecundidad propia del amor de pareja, que no sólo se expresa en la procreación.
Como comunidad cristiana, encuentro una invitación para que, sin renunciar al modelo tradicional de familia, dejemos de verla como modelo único; abrir espacios de inclusión donde todas las parejas, con o sin hijos, puedan sentirse verdadera familia, parte importante de la comunidad, con mucho que aportar a nuestro mundo tan necesitado de compasión; impulsar reformas en el proceso de adopción, que faciliten el encuentro entre padres e hijos adoptivos; animar a la comunidad científica a seguir buscando maneras éticas de resolver el problema de la infertilidad; e impulsar desde nuestra condición de laicos una actualización de la moral cristiana respecto los temas de sexualidad-fertilidad.

Acción:
Amoris laetitia comprueba que la Palabra de Dios se muestra como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor (Cf. 19-22). La invitación concreta para todos sería buscar desarrollar una actitud de “no pasar de largo” ante el sufrimiento de aquellos que padecen infertilidad, manteniendo las mismas actitudes de Jesús, Buen Samaritano: mirar, compadecerse, acercarse, curar heridas, involucrar a otros y comprometerse solidariamente. (Cf. Lc 10,25-31)

Evaluación:
¿Cuántas parejas conozco en situación de infertilidad? ¿Cómo me acerco a ellas?
¿En mi familia vivo la fecundidad ampliada o me he concretado a mi “pequeño mundo”?
¿Vivo la Eucaristía dominical como impulso al compromiso con los pobres y sufrientes del mundo? (AL 186)

Bibliografía, referencias/fuentes.
·     Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009.
·     Catecismo de la Iglesia Católica, Segunda Edición, Coeditores Católicos de México, 1993.
·     Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual.
·     Instrucción Dignitas Personæ, sobre algunas cuestiones de bioética, 8 de septiembre de 2008.
·     Instrucción Donum Vitae, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 22 de febrero de 1987.
·     V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento Conclusivo. 3ª Edición, Aparecida, 13-31 de mayo de 2007.
·     Aguirre S. María del Mar, “Infertilidad: un asunto que afecta a más de dos.” Forbes, mayo 22 de 2015. http://www.forbes.com.mx/infertilidad-un-asunto-que-afecta-a-mas-de-dos/#gs.YjR=HHw
·     Celaya Enríquez, Xóchitl, “En México, tres de cada 10 parejas son infértiles: estudio.” Agencia NotieSe, México DF, enero 16 de 2013. http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=6251

·     Llavona Uribelarrea, Luis María, El impacto psicológico de la infertilidad, Universidad Complutense de Madrid,  Papeles del Psicólogo, vol. 29, núm. 2, mayo-agosto, 2008, pp. 158-166. Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos, Madrid, España. http://www.redalyc.org/pdf/778/77829202.pdf