PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 13 ,22-30
domingo, 25 de agosto de 2019
Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 13, 22-30) –25 de agosto de 2019
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Lectura
del santo evangelio según san Lucas 13,22-30
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José Antonio Pagola - CONFIANZA, SÍ, FRIVOLIDAD, NO
Es muy significativo observar la actitud
generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la «salvación eterna»
que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de
su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un
«final feliz»; otros ya no piensan ni en premios ni en castigos.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a
Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán poco los
que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa
especular sobre ese tipo de cuestiones, tan queridas por algunos maestros de la
época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no
quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
«Esforzados en entrar por la puerta estrecha».
Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida
eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la
actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas
seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con
falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente
haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es
entrar desde ahora en el reino de Dios y su justicia. De hecho, los que quedan
fuera del banquete final son, literalmente, «los que practican la injusticia».
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad.
En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y
profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del
mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la
salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su
mensaje. En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten
seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de
antemano pueden quedar dentro.
Fuente: http://feadulta.com/
Fray
Marcos - SI “ALGUIEN” QUIERE PASAR, LA PUERTA SE CIERRA
Lc
13,22-30
El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de
camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos
sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a
los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta,
porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es
un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos
posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que
quiere decirnos.
No es fácil concretar en qué consiste esa salvación
de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación.
“Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o
situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital,
pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha
evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede
despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de
progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería
librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana.
Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la
salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá?
¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús?
¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan
los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la
Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la
misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos
salvados?
Resulta que es inútil toda respuesta, porque las
preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está
perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es
alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda
idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del
falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir
nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás
seres.
En realidad todos se salvan de alguna manera,
porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea
ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que
sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más
en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y
necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los
deseos del ego.
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta
frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos
entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe
ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más
allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de
ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir.
La salvación no consiste en la liberación de las
limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo
tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes
desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La
salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de
ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis
carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de
mis imperfecciones.
Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma
muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la
tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se
puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo
esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede
corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho
mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser
humano por otro modo de existencia.
Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el
esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de
un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en
el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra
automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos
conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien
esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.
No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para
desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando
mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya
al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi
salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad
estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.
En realidad no estamos aquí para salvarnos sino
para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido
a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo
creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es
ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que
vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de
verdadero ser.
Somos como la vela que está hecha para iluminar
consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un
trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va
convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida
adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya
que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos
renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para
iluminar a los demás.
No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa
que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha
llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera
salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos
cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han
cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no
han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse
“siervos inútiles”.
Esta advertencia es mucho más seria de lo que
parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos
acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se
manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras
relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de
humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente
por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es
lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.
Meditación
Mi falso
yo, sustentado en lo material,
tiene que
consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo
que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir
en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras
más adornos y capisayos le coloque,
más lejos
estaré de mi verdadera salvación.
Fray Marcos
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EVANGELIO,
Reflexión,
Tiempo Ordinario
domingo, 18 de agosto de 2019
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 12, 49-53
sábado, 17 de agosto de 2019
Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 49-53) –18 de agosto de 2019
Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 49-53) –18 de agosto de 2019
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Yo
he venido a prender fuego en el mundo”
Un viejo cacique de una
tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Los niños
querían saber sobre muchas cosas: cómo ser buenas personas, por qué había
personas malas, por qué algunas personas hacen daño, pelean son agresivos y
violentos… Él les dijo: "Una gran pelea esta ocurriendo dentro de mi; es
entre dos lobos. Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor,
rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras,
orgullo, competencia, superioridad, egolatría. El otro es bondad, alegría, paz,
amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, amistad,
benevolencia, empatía, verdad, compasión, y fe. Esta misma pelea está
ocurriendo dentro de cada uno de ustedes, y dentro de casi todos los seres de
la tierra". Lo niños se quedaron pensando un rato esa realidad de la que
el abuelo les estaba hablando. De pronto, uno de los niños preguntó a su
abuelo: "¿Y cuál de los lobos ganará la pelea dentro de cada uno de nosotros?" El
viejo cacique respondió: “simplemente... el que alimentes".
Esta historia del viejo
cacique revela la lucha que existe en nuestro propio interior y en el mundo
entero. Hay dos fuerzas enfrentadas entre sí, que se disputan nuestras
decisiones. Una de ellas tiene origen en Dios y la otra en el pecado. Jesús nos
dice que no ha venido a traer paz a la tierra entre estas dos fuerzas, él ha
venido a traer fuego. “Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán
divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y
el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la
suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Jesús no está hablando
aquí de castigos o maldiciones a la humanidad. Está hablando de esta lucha que
nos atraviesa interiormente y que atraviesa nuestras vidas y nuestras
relaciones. Jesús no quiere una paz mal entendida entre estas fuerzas que se
disputan nuestras decisiones y que lo hacían tambalear a él mismo: “Tengo que
pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!” Una paz
a cualquier precio es un error descomunal. Ya sea entre grupos sociales, entre
nuestras propias tendencias interiores, o en la relación de una pareja. Esa paz
a cualquier precio ha hecho que muchas veces nos hayamos hecho cómplices del
mal en el mundo. No podemos ser neutrales ante cualquier conflicto. Seguir a
Jesús, supone tomar partido por la justicia, el amor, la comunión, la
reconciliación …
Tenemos en Colombia una
coyuntura muy particular. Estamos enfrentados en el proceso de implementación
de un acuerdo de paz con uno de los grupos guerrilleros más agresivos y dañinos
que haya conocido un país. Hemos alimentado durante muchos años al lobo de la
guerra, y tenemos la oportunidad de alimentar ahora al lobo de la paz… Por
esto, la pregunta de los nietos del cacique también la podríamos hacer nosotros
hoy al Señor: “¿Cuál de los dos lobos ganará? Y la sabia respuesta del abuelo,
será la que recibiremos: “Ganará el lobo que tu mismo alimentes en tu
interior”. ¿Cuál es el lobo que tu estás alimentando? ¿Podemos alimentar ahora
al lobo de la paz para seguir avanzando como sociedad hacia un país civilizado?
José Antonio Pagola - SIN FUEGO NO ES POSIBLE
20 Tiempo ordinario -
C
(Lc 12,49-53)
18 de agosto 2019
En un estilo claramente
profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: «Yo he
venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!». ¿De que
está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los
exégetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la
imagen del «fuego» nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más
ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su
interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá
ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no
quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie
escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica.
Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder
los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la
esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados,
lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos
religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la
ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca
podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de «lo
correcto».
Jesús enciende los
conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino
tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en
nuestro propio corazón. No podemos defendernos de su llamada tras el escudo de
ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su
mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando
a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado
al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva,
su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los discípulos de Emaús
lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina
junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir
hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad
creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se
vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece
extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue
ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el
corazón no es posible seguir a Jesús.
Fuentes : http://feadulta.com/
Fray Marcos
NO PUEDE HABER VERDADERA VIDA SIN LUCHA EVOLUTIVA
Lc 12,49-53
Como colofón a la larga
instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí
mismo de una manera enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué
significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases que no es fácil
colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.
No se trata de un fuego
destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se
trata del fuego que purifica y da vida. Jesús viene a traer fuego, pero
nosotros nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar
nuestro yo. El bautismo era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas
del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara
alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.
¿Cómo podremos armonizar
estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras:
"La paz os doy, mi paz os dejo?" La primera lectura nos habla de la
guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de la
guerra que debemos hacernos a nosotros mismos. Todo lo que hay de terreno y
caduco en nosotros debe ser consumido para que surja lo eterno. Solo de esa
manera podemos alcanzar la verdadera consumación a la que estamos llamados.
1.- Tenemos en primer
lugar la paz romana, que se consigue con violencia. Los romanos, cuando
conquistaban un país, ponían allí sus tropas, y nadie se movía. Es una paz que
nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz
injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a
escala doméstica. Por ejemplo, la paz que existe en muchos matrimonios, porque
uno de los miembros está anulado y ya no tiene posibilidad de rechistar.
2.- Existe otra clase de
paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países
que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y
respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de intereses. Es una
paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.
3.- La paz que
equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado!
Es una trampa. Es la paz de los cementerios. Es una paz que anula la vida,
porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si
llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de
vivir, estamos ya muertos. Incluso la vida biológica es constante lucha.
4.- La paz de Jesús
propone es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que
ser. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se
deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de la paz verdadera. Esa
armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta
paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente en nuestro ser.
Tenemos paralelamente
cuatro clases de guerra que debemos analizar:
1.- La guerra que se
hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a
nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el
fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad
biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más
frecuente y dañina.
2.- La guerra que hace
el que está sometido, para salir de su situación. A primera vista, parece lo
más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la misma
violencia contra la que se lucha. La Iglesia ha bendecido a través de la
historia cañones y bombardas. Y sin embargo, todo el evangelio es un canto a la
no-violencia, que supera la opresión sin entrar en su misma dinámica.
3.- La guerra que se
hace a otro por ser auténtico. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es
fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán
que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra
manera es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no
molestar a los demás, antes o después, dejaremos de ser auténticos.
4.- La guerra de la que
habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos
existen fuerzas que le mantienen en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas
partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar mayor humanidad. Caemos en
la trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Solo el ser humano
es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos.
Con todos estos datos,
cada uno podrá descubrir qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar; qué
guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa
más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es
a veces muy sutil. El falso yo, que creemos ser, puede hacernos creer que
estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si
no tomamos conciencia de la diferencia la guerra está perdida.
Jesús se presenta como
la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la
división. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos
de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la
interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da
el mundo, dijo Jesús con toda claridad. La paz de Jesús es otra cosa.
En resumen podíamos
decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de
ser humano. Debemos afrontar toda nuestra vida como un bautismo, como una
inmersión en aguas abismales que en la tradición judía son el signo de lucha y
sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá
la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina
Jesús, sino los que deciden rechazarle.
Meditación
Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas.
Solo cuando dentro haya conseguido la paz,
estaré preparado para ganar otras batallas.
Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad.
Vete más allá de tu falso ser.
Fray Marcos
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