Mañana iniciamos los 31 días con Ignacio de Loyola.
Pasos para la Oración Ignaciana: (leer guía)
Descarga de las oraciones diarias (31, una cada día durante julio 2017).
viernes, 30 de junio de 2017
domingo, 25 de junio de 2017
31 días con Ignacio de Loyola, julio 2017
Durante todo el mes de julio 2017, te invitamos a re-vivir la experiencia de los Ejercicios Espirituales, con una oración diaria ...
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LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 10, 26-33
“No tengan miedo a los que pueden darles muerte”
Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 10, 26-33) – 25 de
junio 2017
San Hilario de
Poitiers vivió en el Siglo IV, en la época del emperador Constancio, hijo de
Constantino. La Iglesia atravesaba una etapa de expansión y estrenaba
legitimidad, habiendo sido declarada, ya no sólo religión permitida, sino Religión
oficial del Imperio. Aparentemente, se trataba de un momento bueno y deseable;
sin embargo, después tantas persecuciones y martirios, durante los primeros
siglos, los cristianos habían comenzado a tener un estilo de vida mediocre y
cada vez más instalado, en una Iglesia que se iba haciendo rica y poderosa. En
estas circunstancias, San Hilario escribe unas palabras que me vinieron a la
memoria al leer el texto del Evangelio de Mateo que nos propone la liturgia de
hoy:
"¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me
hubieses concedido vivir en los tiempos de Nerón o de Decio...! Por la
misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, yo no habría tenido miedo a
los tormentos (...). Me habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos
declarados, ya que en tales casos no habría duda alguna respecto a quienes
incitarían a renegar... Pero ahora tenemos que luchar contra un perseguidor
insidioso, contra un enemigo engañoso, contra el anticristo Constancio. Este
nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el vientre. No confisca nuestros
bienes, dándonos así la vida, pero nos enriquece para la muerte. No nos mete en
la cárcel, pero nos honra en su palacio para esclavizarnos. No desgarra
nuestras carnes, pero destroza nuestra alma con su oro. No nos amenaza
públicamente con la hoguera, pero nos prepara sutilmente para el fuego del
infierno. No lucha, pues tiene miedo de ser vencido. Al contrario, adula para
poder reinar. Confiesa a Cristo para negarlo. Trabaja por la unidad para sabotear
la paz. Reprime las herejías para destruir a los cristianos. Honra a los
sacerdotes para que no haya Obispos. Construye iglesias para demoler la fe. Por
todas partes lleva tu nombre a flor de labios y en sus discursos, pero hace
absolutamente todo lo que puede para que nadie crea que Tú eres Dios. (...) Tu
genio sobrepasa al del diablo, con un triunfo nuevo e inaudito: Consigues ser
perseguidor sin hacer mártires” (Jesús
Álvarez Gómez, Historia de la Vida Religiosa, Publicaciones
Claretianas, Madrid, Volumen I, 1987, 170).
Afortunadamente, hoy contamos con el
testimonio de auténticos mártires que no han querido someterse dócilmente a los
embates de una sociedad que niega, en la práctica, los principios más
fundamentales del Evangelio del Señor. Hay quienes han denunciado un orden
injusto que aplastaba a las mayorías, como Monseñor Oscar Arnulfo Romero,
asesinado en 1980 en San Salvador, mientras celebraba la eucaristía; otros,
como Monseñor Isaías Duarte Cancino, han tenido el valor de señalar el influjo
de los dineros del narcotráfico en la elección de congresistas en Colombia; y
junto a ellos, muchos hombres y mujeres, fieles al Evangelio, han estado
dispuestos a morir antes que ceder frente a una sociedad que nos quiere
postrados por el silencio y la pasividad.
No se trata de buscar el martirio por
el martirio; Luis Espinal, jesuita catalán, asesinado en Bolivia por denunciar
las injusticias de un régimen totalitario, escribió poco antes de morir una
oración que tituló: No queremos mártires. Tampoco hoy queremos
mártires. Pero tampoco queremos una Iglesia que le tenga miedo a los que matan
el cuerpo... Como bien lo afirma Jesús, hay que tenerle miedo, “más bien al que
puede darles muerte y también puede destruirlos para siempre en el infierno”.
En lugar de dejarnos cooptar por los halagos de una sociedad cada vez más
opulenta y suficiente, tenemos que ser testimonio vivo de una propuesta que,
efectivamente, contraste con lo que nos invita a vivir el orden establecido. De
lo contrario, como en la época de San Hilario, terminaremos siendo apuñalados
por la espalda, mientras nos acarician, delicadamente, el vientre.
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domingo, 18 de junio de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn. 6, 51-58
domingo, 11 de junio de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn. 3, 16-18
sábado, 10 de junio de 2017
“Acertijo o Misterio”
Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A (Juan 3, 16-18) 11 de junio de 2017
Hace ya muchos años, viajé con algunos compañeros jesuitas a una zona rural del municipio de Marulanda, Caldas, para tener una misión entre los campesinos de la zona. Para los que no conocen, Caldas está en la región central del país, pero con una orografía muy cerrada. Hay muchos pueblos, pero la comunicación entre ellos no es fácil, porque las montañas son monumentales... Pasar de una cima a la otra, atravesando las hondas quebradas, es una proeza digna de titanes.
Llegamos a la escuelita de la vereda y nos encontramos con un grupo de niños que no tenían ninguna instrucción religiosa y que no conocían nada, más allá de lo que dejan ver estas colosales montañas que los rodean por todas partes. Nos tocaba prepararlos para la primera comunión, que tendríamos el último día de la misión. Cuando me senté con uno de mis compañeros a pensar sobre la mejor forma de llegar a los niños, nos pareció que debíamos comenzar por lo más sencillo: enseñarles a darse la bendición, pues ni siquiera esto sabían. Ustedes no alcanzan a imaginarse el enredo que se nos formó cuando tratamos de explicarles que Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo... Los niños nos miraban con una cara de admiración, como quien se asoma a un abismo insondable, como los que teníamos a nuestro alrededor.
Es un lugar común decir que es muy difícil predicar sobre la Santísima Trinidad; pero yo creo que la dificultad no está sólo en el que predica, sino también en el feligrés que se sienta en la banca a escuchar un acertijo que no acaba de entender nunca... “Tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, decían nuestros abuelos... La mejor explicación de este misterio de la Santísima Trinidad la leí en san Agustín, que solía decir:"Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu de Amor.
En último término, de lo que se trata es del misterio del amor en el cual estamos insertos: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. El amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 231).
Tal vez a los niños de aquella lejana vereda de Marulanda lo único que les quedó claro fue que Dios nos había enviado hasta allí para acompañarlos en su crecimiento en la fe y para expresarles su amor hacia ellos. Y esto mismo los pudo impulsar a amar un poco más a este Dios misterioso y a sus hermanos y hermanas, en quienes se quedó viviendo para siempre.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
domingo, 4 de junio de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn. 20, 19-23
sábado, 3 de junio de 2017
“Paz a ustedes”
Solemnidad de Pentecostés – Ciclo A (Juan 20,
19-23) 4 de junio de 2017
Fray Timothy Radcliffe, antiguo Maestro
de la Orden de Predicadores, comentaba hace algún tiempo el texto bíblico que
nos propone la liturgia del domingo de Pentecostés. En su libro, El oso y
la monja (Salamanca, San Esteban, 2000, 89-92), llamaba la atención sobre
el abismo que existe entre la paz que buscamos nosotros, y la paz que el Señor
nos regala. Cuando los once discípulos estaban encerrados en una casa por miedo
a los que habían matado al Profeta de Galilea, el Resucitado vino hasta ellos y
les dijo: “¡La paz sea con ustedes!” y ellos “se alegraron de ver al Señor”.
Pero la paz que les traía los iba a sacar de la paz del encierro y la
soledad... En seguida les dijo: “Como el Padre me envió, también yo los envío”.
El Resucitado los desinstala, los saca de su escondite, de su búsqueda egoísta
de seguridad. La paz que el Señor nos trae, no siempre se parece a la
nuestra...
Casi siempre buscamos la paz
encerrándonos en nosotros mismos y evitando todos los riesgos de la
construcción colectiva de nuestras comunidades y de nuestra sociedad. En esto
nos parecemos a los discípulos. Tenemos miedo a ser heridos y salir
lastimados... Hay que reconocer que este miedo no es puro invento.
Efectivamente, tenemos experiencia de haber sido heridos muchas veces en nuestras
relaciones con los demás y procuramos evitar el dolor y el sufrimiento que
produce este choque. Pero también sabemos que cuando nos encerramos y nos
aislamos de los demás y del mundo, gozamos apenas de una paz a medias; es una
paz frágil que en cualquier momento se desvanece en nuestras manos.
Nos encerramos en una paz frágil porque
tenemos miedo al cambio, miedo a los demás, miedo a ser sacados de nuestro
nido. El miedo nos paraliza, nos bloquea, nos confunde. Hemos desarrollado una
serie de tácticas para cerrar nuestras vidas a ese Dios que quiere sacarnos de
nuestro encierro. Echamos llave, literalmente, a nuestros conventos, a nuestras
casas, a nuestra habitación, de modo que nadie pueda acercarse a perturbar
nuestras vidas con sus insistencias, con sus invitaciones, con sus
interpelaciones. Podemos encerrarnos también en el exceso de trabajo...
Paradójicamente, llegamos incluso a utilizar la oración para mantener a Dios
fuera. Podemos dedicar horas y horas a la oración, recitando palabras y repitiendo
frases, sin ofrecer a Dios un momento de silencio porque cabe la posibilidad de
que nos diga algo que altere nuestra aparente paz y nuestra tranquilidad
acomodada.
Pero el Señor se las arregla para
irrumpir en nuestro interior con el soplo de su Espíritu y, aún teniendo las
puertas cerradas, como los discípulos en el cenáculo, El viene a inquietarnos y
a salvarnos de nuestra aparente paz. Esa es la Buena nueva de hoy. Que el Señor
no se cansa de entrar en nuestras vidas para ofrecernos SU paz. Una paz que nos
abre a los demás con el riesgo de ser heridos. Las heridas de las manos y el
costado es lo primero que les enseña el Resucitado a los discípulos cuando les
anuncia su paz... Se trata, entonces, de una paz conflictiva, ‘agónica’, como
diría don Miguel de Unamuno... Es una paz que abre desde fuera nuestros
sepulcros para que no sigamos viviendo como muertos, sino para que vivamos una
vida plena y auténtica, es decir, llena de preguntas y de problemas, pero
iluminada por Dios que es el que nos ofrece la auténtica vida en abundancia.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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