PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc.2, 22-40
domingo, 31 de diciembre de 2017
sábado, 30 de diciembre de 2017
“Estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”
La Sagrada Familia – Ciclo B (Lucas
2, 22.39-40) – 31 de diciembre de 2017
Un matrimonio de profesionales jóvenes, con dos hijos pequeños, fue
asaltado un día por un familiar cercano con una pregunta que nunca se habían
esperado: –¿Estarían ustedes dispuestos a prestarle el carro nuevo a la
empleada del servicio durante todo un día?Ellos, sin entender para dónde
iba el interrogatorio, respondieron casi al tiempo y sin dudar ni un momento: “Ni
de riesgos. ¡Cómo se le ocurre! ¡No faltaba más!” El familiar, dejando
escapar una sonrisa de satisfacción al ver cómo habían caído redonditos, les
dijo: “Y, entonces, ¿cómo es que dejan todo el día a sus dos hijos en manos de
la misma empleada del servicio?”
No se trata de juzgar la forma de ejercer la paternidad o la maternidad en
los tiempos modernos. Ni soy yo el más indicado para decir qué está bien y qué
está mal en la educación de los hijos, puesto que no los tengo; pero cuando
escuché esta historia me conmoví interiormente y pensé mucho en la forma como
se van levantando actualmente los hijos de matrimonios conocidos.
La familia es el núcleo primordial en el que crecemos y nos vamos
desarrollando como personas. Lo que aprendemos en la casa nos estructura
interiormente para afrontar los retos que nos plantea la vida. Lo que no se
aprende en el seno del hogar es muy difícil que luego se adquiera en el camino
de la vida. Los primeros años de nuestro desarrollo son fundamentales y tal vez
a veces lo olvidamos.
Es muy poco lo que los Evangelistas nos cuentan sobre la vida familiar de
Jesús, José y María; sin embrago, por lo poco que se sabe, ellos tres
constituyeron un hogar lleno de amor y cariño en el que se fue formando el
corazón del niño Jesús. Y, a juzgar por los resultados, ciertamente, tenemos
que reconocer que debió ser una vida familiar que le permitió al Niño crecer
hasta la plenitud de sus capacidades: “Y el niño crecía y se hacía más fuerte,
estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”.
Que nuestros niños crezcan también fuertes y llenos de sabiduría, gozando
del favor de Dios, de tal manera que no tengan que rezar a Dios con las
palabras que leí alguna vez en una revista:
"Señor, tu que eres bueno y proteges a todos los
niños de la tierra,
quiero pedirte un gran favor: transfórmame en un televisor.
Para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él,
para que me miren con el mismo interés
con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el
noticiero.
Quiero hablar como algunos animadores que cuando lo
hacen,
toda la familia calla para escucharlos con atención y
sin interrumpirlos.
Quiero sentir sobre mí la preocupación que tienen mis
padres
cuando el televisor se rompe y rápidamente llaman al
técnico.
Quiero ser televisor para ser el
mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.
Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque
sea por un día".
domingo, 24 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc. 1, 26-38
domingo, 17 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DEHOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn. 1, 6-8, 19-28
domingo, 10 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc. 1, 1-8
“Una voz grita en el desierto”
Domingo II de Adviento – Ciclo B (Marcos
1, 1-8) – 10 de diciembre de 2017
En el desierto de Atacama, al norte de Chile, sucede cada cierto tiempo un
fenómeno único en el mundo. Esta región, una de las más áridas del planeta,
después de varios años de paisaje lúgubre y seco, se transforma, por las
lluvias, en lo que se conoce como el Desierto Florido. En las últimas dos
décadas este fenómeno se ha repetido en los años 1983, 1987, 1991 y finalmente
con la histórica precipitación del 12 de julio de 1997, donde el agua caída
registró la cifra récord de 96 mm en tan sólo 15 horas, algo totalmente inusual
para el Desierto de Atacama. El paisaje árido se transforma en un espectáculo
único y de sorprendente colorido. Inicialmente con un manto de color verde
desde el mes de julio y agosto para alcanzar toda esa gama multicolor en el mes
de septiembre, donde flores, insectos y otros animales tapizarán grandes
extensiones de la Región de Atacama.
Las lluvias hacen que pequeñas semillas y bulbos, que se han mantenido por
años enterrados en el desierto, germinen y crezcan dando vida a plantas de
variadas características y hermosas flores multicolores. Asociadas a ellas
surgen una gran cantidad de insectos, aves, generando un muy especial
ecosistema, donde todos los elementos de la naturaleza conviven en armonía
durante todo el tiempo que las condiciones climáticas lo permiten, volviendo
con los meses a una situación de latencia hasta las próximas nuevas lluvias.
Contemplar este espectáculo, habiendo conocido la realidad del desierto que
se adueña de esta región del mundo durante largos años, debe ser una
experiencia inolvidable. Es ser testigo de la vida que no se da nunca por
vencida. Siempre está esperando el momento propicio para renacer y explotar en
destellos de luz y de color. Me vino a la memoria este fenómeno natural cuando
leí en el comienzo del Evangelio según san Marcos la frase que encabeza
el Encuentro con la Palabra del día de hoy:
“Una voz grita en el desierto”. Eso es lo que Juan el Bautista significó para
el pueblo de Israel. Lo que estaba anunciando era la llegada del Mesías:
“Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme
para desatarle la correa de sus sandalias”.
El profeta Juan anunció la vida, pero la vida estaba ya presente... Dentro
de cada uno de nosotros está presente el Reino de Dios y está tratando de
brotar y germinar para transformar el rostro del mundo. Hace algún tiempo la revista
de Teología Pastoral, Sal Terrae, traía un título muy sugestivo que
me parece que expresa muy bien lo que trato de decir: “El roble está latente en
el fondo de la bellota”, haciendo referencia a la famosa poesía de Ira Progoff.
En el fondo de toda realidad, está presente ya la vida de Dios que brotar como
una fuente inagotable.
La voz de Juan se escuchó en medio de la aridez de su pueblo para decirles:
“que debían volverse a Dios”. Fue como la lluvia que anunció la llegada de la
vida al desierto que llevaba muchos años dormido y oculto. Al interior de cada
uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, están presentes siempre las
semillas del Reino que necesitan ser regadas por las lluvias generosas para que
despierten de su letargo prolongado y vuelvan a reverdecer llenando con su
color, con su fragancia y su luz, los paisajes de nuestra vida y la vida de
nuestros pueblos.
domingo, 3 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ Mc. 13, 33-37
“Manténganse ustedes despiertos y vigilantes”
Domingo I de Adviento – Ciclo B (Marcos
13, 33-37) – 3 de diciembre de 2017
Juanito le preguntó una vez a su abuela:
¿Que significa el tiempo de Adviento? La abuela le contestó: Es un tiempo de
espera durante el cual debemos tener los ojos más abiertos y los oídos más
atentos, para saber en qué momento pasará lo que esperamos. Y, ¿qué es eso que
esperamos?, preguntó Juanito, con una gran curiosidad. El paso de Jesús por
nuestras vidas, respondió la abuela. Si no estamos muy atentos, nos puede pasar
como le pasó a don Casimiro, un señor muy religioso, que se perdió la gran
oportunidad de ver a Dios frente a frente. Y le contó esta historia:
"Hace mucho tiempo, en un país muy
lejano, había un hombre muy religioso, que se llamaba Casimiro; todos los días
le pedía a Jesús que le dejara ver su rostro; el hombre creía, tenía fe, rezaba
mucho, pero no quería morir sin haber visto a Jesús frente a frente. Un buen
día, estando en la Iglesia, escuchó una voz que le decía en su interior: Ha
llegado el tiempo en el que me podrás ver: Mañana iré a visitarte a tu casa.
Espérame y me verás. No faltaré. Casimiro volvió a su casa, y se puso a
preparar todo para su encuentro con Jesús. Barrió la casa, puso en la puerta
una bella alfombra nueva, preparó unas galletas y una torta, para ofrecerle una
buena merienda a Jesús.
Al día siguiente, Casimiro se puso a la
puerta de su casa con la torta, las galletas y las golosinas sobre una mesa.
Pasaba el tiempo y no aparecía Jesús. De pronto, pasó por allí un niño jugando
solo; se quedó mirando la torta y las golosinas y se fue acercando poco a poco,
jugando cada vez más cerca. Estuvo allí un buen rato hasta que Casimiro lo
regañó y le dijo: Vete a jugar lejos de mi casa, porque estoy esperando un
visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú te comas lo que le he
preparado para comer. El niño se fue muy triste a jugar en otra parte.
Un poco más tarde, vio venir a una viejita
pobre que tenía la ropa y los zapatos muy sucios; era una viejita conocida en
el vecindario; se acercó a la puerta de la casa de Casimiro para pedir una
limosna, como acostumbraba, pero éste le prohibió que se acercara y pisara su
alfombra nueva: Me la vas a manchar, le dijo. Vete, que estoy esperando un
visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú me estropees la limpieza de
mi casa. La viejita se fue muy triste a pedir una limosna en otra parte.
Pasaba el tiempo y Jesús no aparecía. Ya
por la tarde, vino un vecino corriendo y le pidió a Casimiro que le ayudara a
sacar su carro de un hueco en el que había caído por accidente; pero Casimiro
dijo: No puedo dejar mi casa sola, porque estoy esperando un visitante muy
ilustre, y no estoy dispuesto a que no me encuentre esperándolo. El vecino se
fue muy triste a pedir ayuda en otra parte. Cayó la noche y Jesús no
apareció. Al otro día, Casimiro se fue a la Iglesia a preguntarle a Dios por
qué no había cumplido su promesa: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué no cumpliste tu
promesa de ir a verme a mi casa? Hubo un Tiempo de silencio. Dios callaba. De
pronto, Casimiro escuchó una voz que le decía en su interior: Fui y no me
reconociste; yo era el niño que esperaba que me dieras un poco de torta y algunas
golosinas para alegrarme la vida. Yo era la anciana pobre que pasó por delante
de tu casa esperando recibir alguna ayuda para vivir. Yo era tu vecino que te
pedía un favor. No quisiste verme. Las tres veces me fui muy triste a buscar en
otra parte. Y Casimiro, salió fuera y lloró amargamente por no haber reconocido
a Jesús”.
Por eso, tenemos que mantenernos
despiertos, porque no sabemos cuándo va a llegar el señor de la casa, si al
anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana. No sea que venga
de repente y nos encuentre durmiendo, o pensando en otras cosas, como le pasó a
Casimiro. Tenemos que estar siempre atentos para reconocer el paso de Dios por
nuestras vidas.
domingo, 26 de noviembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 25, 31-46
sábado, 25 de noviembre de 2017
“... todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes”
Domingo XXXIV – Cristo Rey –
Ciclo A (Mateo 25, 31-46) – 26 de noviembre de 2017
Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que
lleva muchos años dedicado a servir a los más pobres en Chile a través de la
obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, S.J., canonizado en
el año 2005 por Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias de Bogotá.
Al hablar de su vocación, el P. Joss siempre recuerda que, siendo joven,
prestó servicio militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando
los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque
de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por
los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los
destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por
el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un
momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido
sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio
destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos... tengo sólo tus brazos
para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército
y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del
Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.
Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola
que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve
hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve
en la cárcel... Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad,
mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y
otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o
con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la
respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que
hicieron, o lo que no hicieron, por uno de estos hermanos míos más humildes,
por mí mismo lo hicieron, o no lo hicieron.
Todo lo que hacemos por los que más sufren
a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer
por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé
parte de una oración que leí hace muchos años:
CRISTO, no tienes manos, tienes sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la
justicia.
CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de
la libertad.
CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la
libertad.
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez, sj
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sábado, 18 de noviembre de 2017
“(...) a cada uno según su capacidad”
Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A - Mateo
25, 14-30
19 de noviembre de 2017
19 de noviembre de 2017
Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día
lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso
ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y
le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su
sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario,
hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El inventario de las
cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o
alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el
cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la
más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme
a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por
cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes
algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no
pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre
no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no
declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más
en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que
estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te
amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a
los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida.
A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu
inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi
divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó
unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado
más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a
decir, con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres
humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?
Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento
y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser
humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas
perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo,
para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El
expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura
hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese
ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor,
por favor perdóname".
Muchas veces nos quedamos mirando a los
que recibieron más, o a los que recibieron menos... Las monedas que hemos recibido,
no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de
nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay
que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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domingo, 12 de noviembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 25, 1-13
(...) no saben ni el día ni la hora
Domingo XXXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 1-13) –
12 de noviembre de 2017
La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta
abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus
hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año,
con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé
Mora, uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de
Tausa, al norte de Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en
medio de la pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más
tarde, recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que
las vacas no dan leche... se la sacan...
Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía
un poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de
leche, todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las
ciudades no pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero
que en el contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia
generalizada entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se
riega sobre la estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas de cuartean y
esto impide su ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al
momento en que la lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba
para hervirla.
No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama
sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que
nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas
sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada
por todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.
Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo, esta es una más de las
características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados,
porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van
a esperar al novio, en medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para
las lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas no
llevaban aceite para llenar las lámparas por segunda vez. Por eso, a
medianoche, cuando llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda,
mientras que las segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus
lámparas. Cuando volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron
aceptadas en la fiesta. Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche
derramada... Por eso, tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla
de nuestra vida, como doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
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domingo, 5 de noviembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 23, 1-12
sábado, 4 de noviembre de 2017
“(...) ellos dicen una cosa y hacen otra”
Domingo XXXI Ordinario – Ciclo A (Mateo 23, 1-12) – 5
de noviembre de 2017
Suena el timbre de la puerta y sale el niño a ver quién es. Pregunta un
señor por su mamá. Viene ofreciendo repuestos para ollas a presión. Va el niño
hasta la cocina, donde la mamá está atareada por las labores domésticas y le
dice: “Mamá, te busca un señor en la puerta”. La mamá, un poco desesperada
porque llega la hora del almuerzo y todavía no está todo listo, le dice: “Ve y
dile que no estoy; que venga después”. El niño, en su inocencia, regresa a la
puerta y le dice al señor: “Manda decir mi mamá que no está; que por favor
vuelva más tarde”. El señor, evidentemente, como los personajes de Condorito,
se cae para atrás... Esta escena, con variables muy diversas, se suele repetir
en medio de nuestras familias con mucha frecuencia... Luego, cuando el niño le
dice a la mamá que estaba haciendo tareas en la casa de un vecino, pero llega
sudando y con los zapatos raspados de tanto jugar fútbol en el parque, recibe
una fuerte reprimenda por mentiroso.
Hace unos días leía una frase de algún famoso pensador que decía: «El
ejemplo no es la mejor manera de enseñar. Es la única». Lo que vemos hacer a
las personas importantes en nuestra vida, es lo que aprendemos. Lo que nos
dicen y enseñan, no acaba de consolidarse en nuestro interior si no está
corroborado y respaldado por el testimonio de vida de aquellos que nos forman
desde nuestra infancia.
Jesús le dice a la gente y a sus discípulos que obedezcan y hagan todo lo
que los maestros de la ley y los fariseos les enseñan. Pero les advierte que no
deben seguir su ejemplo, “porque ellos dicen una cosa y hacen otra”. Más
coloquialmente, entre nosotros, esto se ha traducido con la famosa frase: “El
cura predica, pero no aplica”, cosa que no sólo se acomoda a lo curas,
evidentemente... Cada uno tiene que preguntarse, con mucha sinceridad, por su
coherencia personal entre lo que enseña en su casa, en su trabajo, en las
relaciones con los demás, y lo que hace.
El P. Arrupe, cuando era Superior General de los jesuitas, fue un hombre
que siempre respaldó su palabra con su vida; el P. Luis González cuenta una
anécdota que me parece que confirma esto: Dice Luis González que Arrupe
acostumbraba ir a orar largos ratos al piso bajo de la casa del Gesù, en Roma,
donde hay varias capillas que guardan los recuerdos de los años romanos de san
Ignacio de Loyola. Una vez, mientras estaba haciendo oración en una de esas
pequeñas capillas, un jesuita norteamericano se presentó para celebrar la
eucaristía en una de esas capillas. El P. Arrupe se ofreció a ayudarle. Él
mismo comentaba, no sin malicia, que el jesuita celebró la eucaristía con
ciertas licencias litúrgicas... Cuando terminó la celebración, ya en la
sacristía, el Padre norteamericano le preguntó amablemente a su ayudante:
– Y
¿cómo se llama, hermano?
– “Arrupe”,
le contestó el gentil sacristán...
El jesuita norteamericano por poco se cae del susto, como el señor que
golpeó a la puerta de la casa que comenzaba esta página.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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domingo, 29 de octubre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA LEER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 34-40
sábado, 28 de octubre de 2017
“¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?”
Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22,
34-40) – 29 de octubre de 2017
En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel,
colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado,
dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un
poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los
últimos años.
Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos
mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos
también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse,
hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña
población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con
la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de
sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de
lana y, estoy seguro que compartieron con sus familias lo que habían
descubierto en la Eucaristía ese día.
El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten
todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes
inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas.
Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a
Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama
a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,
20).
Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”,
“¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús
les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los
profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos” ... No son
dos, sino uno mismo.
Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de
descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos,
inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo.
Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas
que no podemos nunca dividir, tal como lo expresa Benjamín González Buelta,
S.J. en uno de sus poemas:
“Soy la misma relación en todo encuentro.
Si en verdad soy contigo fuego,
con sólo abrir los ojos y dar un paso,
no seré con el hermano, hielo”.
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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Tiempo Ordinario
domingo, 22 de octubre de 2017
LA FRASE D LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
"DEN AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR, Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS" Mt, 22, 21
"HOY LA FRASE EN VIDEO. CLIC EN LA IMAGEN PARA VERLO"
"DEN AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR, Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS" Mt, 22, 21
"HOY LA FRASE EN VIDEO. CLIC EN LA IMAGEN PARA VERLO"
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 15-21
domingo, 15 de octubre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 1-14
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 1-14
“Inviten a la boda a todos los que encuentren”
Domingo XXVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 1-14) – 15 de octubre de 2017
Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los protagonistas de El
perro del hortelano, comedia de Lope de Vega que Pilar Miró, directora
de cine española, llevó a la pantalla pocos años antes de morir. Lope de Vega
recoge en esta comedia una de las realidades humanas más paradójicas.
Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario, pero sabe que es
un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable de cuna: la una,
perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo. La condesa de
Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto. Pero cuando
ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un hogar, Diana
manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo seduce. Sin
embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y abrigue la
esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la distancia
que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se desarrolla
en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran. Seducciones y
rechazos, atracciones y distancias.
La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los sacerdotes y a los
ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma realidad humana. Los
invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria y desprecian la
invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio de su hijo. Esto
es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a las calles
principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”. Dice Jesús que
“los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos
y buenos; y así la sala se llenó de gente”. Pero, desde luego, es importante
estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción del rey con
el que no iba vestido con traje de boda.
Los dueños de la religión y de la fe, en la época de Jesús, ni aceptaban
ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que otros la aceptaran; en
lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se convertían en obstáculos
para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a extender su invitación a
todos los pueblos, a todas las gentes que quieran acoger este llamado, malos y
buenos.
Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios
al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no
participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en
obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con
despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la
fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni
come, ni deja comer...
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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domingo, 8 de octubre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 21, 33-46
“¿Qué creen ustedes que hará con esos labradores?”
Domingo XXVII Ordinario – Ciclo A (Mateo
21, 33-43) – 8 de octubre de 2017
Quiero ofrecerles hoy
algunos datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
que me parece que pueden ayudar a pensar algunas cosas. En primer lugar,
algunas cifras sobre la manera como ha evolucionado la distribución de los
ingresos en los últimos dos siglos:
En 1820: el 20% más rico ganaba 3 veces más que el 20% más pobre.
En 1870: el 20% más rico ganaba 7 veces más que el 20% más pobre.
En 1913: el 20% más rico ganaba 11 veces más que el 20% más pobre.
En 1960: el 20% más rico ganaba 30 veces más que el 20% más pobre.
En 1990: el 20% más rico ganaba 60 veces más que el 20% más pobre.
En 1997: el 20% más rico ganaba 74 veces más que el 20% más pobre.
En un informe del Banco Mundial del 2016,
se afirma que “La aritmética es brutalmente simple. Si menos de 100 personas controlan la
misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el
resultado puede expresarse con una sola palabra: Desigualdad”.
Y podríamos ofrecer alguna información adicional sobre la situación general
de los países: De los 5.570 millones de seres humanos que habitamos el planeta,
1.150 millones viven en el norte, en países industrializados, mientras que
4.620 millones vivimos en el sur en países pobres, o como eufemísticamente se
les llamó durante algunos años, países en ‘vías de desarrollo’. Se calcula que
el 25% de la población mundial, es decir 1.442 millones de personas viven por
debajo de los niveles de pobreza. 1.000 millones son analfabetas y la misma
cantidad carece de agua potable. 1.300 millones de personas sobreviven con
menos de 1 dólar diario, de los cuales 110 millones habitan en América Latina,
970 millones en Asia y 200 millones en África.
Anualmente, las empresas
japonesas gastan 35.000 millones de dólares en recreación. 50.000 millones de
dólares se gastan en cigarrillos y 105.000 millones en bebidas alcohólicas los
europeos. En el mundo se gastan 400.000 millones de dólares en drogas
estupefacientes y 780.000 millones son los gastos militares en el mundo. Junto
a esto, contrastan las tres cifras siguientes para garantizar el acceso
universal a los servicios básicos en todos los países pobres: Bastarían 6.000
millones de dólares para garantizar la enseñanza básica. 9.000 millones para
dar agua potable y saneamiento. 13.000 millones para ofrecer salud y nutrición
básicas.
Aunque la parábola que
nos cuenta Jesús este domingo está dirigida a los jefes de los sacerdotes, a
los que Jesús quería cuestionar sobre su responsabilidad en el manejo de la
obra de Dios, comparándolos con los labradores de una finca que les había
alquilado un señor, estas cifras nos cuestionan como seres humanos, en la
medida en que también a nosotros nos corresponde administrar correctamente este
mundo, según la voluntad del Padre, que quiere que todos sus hijos tengan vida,
y la tengan en abundancia.
En este contexto de
desigualdad creciente, en el que los pobres han dejado de ser importantes para
los dueños de este mundo, levantar la voz para reclamar justicia y denunciar
el desorden establecido es un verdadero peligro. Como a los
enviados por el dueño de la viña, los profetas de ayer y de hoy han sido
asesinados, como fue asesinado el mismo Hijo de Dios. ¿Cuándo le daremos a Dios
la debida cosecha?
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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domingo, 1 de octubre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt, 21, 28-32
“¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?”
Domingo XXVI Ordinario – Ciclo A (Mateo
21, 28-32) – 1 de octubre de 2017
Una caricatura de Justo y Franco, dos personajes de las tiras cómicas
publicadas en un periódico colombiano, traía alguna vez cinco escenas que me
impactaron. En el primer cuadro aparecían dos hombres de las cavernas en lo
alto de un barranco tallando una enorme rueda de piedra. El segundo cuadro
mostraba cómo, en medio de su trabajo, se les suelta la rueda, que cae al
vacío; al fondo del barranco había otro hombre que iba saliendo de una de las
cavernas, justo debajo del barranco por donde cae la enorme rueda de piedra. En
el tercer cuadro la piedra cae encima del hombre que salía de la caverna. Los dos
personajes contemplan la escena desde lo alto del barranco. El cuarto cuadro
muestra cómo el hombre que es golpeado insulta a los dos cavernícolas que están
en lo alto del barranco contemplando el daño que han hecho sin querer... Por
último, en el cuadro final, mientras la víctima se aleja, mientras sigue
insultando a sus agresores, los dos hombres en lo alto comentan: “Esta moda del
idioma es una linda invención, pero las palabras nunca reemplazarán a los palos
y las rocas”.
Efectivamente, esta moda del idioma, como llaman estos
cavernícolas a los insultos del afectado por el accidente de trabajo,
nunca reemplazarán la contundencia de las acciones. Comúnmente se dice que las
palabras lo aguantan todo, y es verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar,
y aún orar, si no se traducen en acciones muy concretas que sirvan de autenticación de
lo que se ha hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso, orado, nos
quedamos a la mitad del camino.
Conozco a muchas personas a quienes les gusta conversar sobre sus
dificultades para vivir la fe; tienen serias dudas sobre muchos de los dogmas
de nuestro credo, no comparten muchas de las orientaciones disciplinarias de la
Iglesia, les cuesta mucho vivir una práctica ritual sin acabar de entender del
todo su contenido... Sin embargo, viven con bastante coherencia su propia
existencia. Tratan de ser fieles a su propia conciencia que les va
indicando el camino que deben tomar en circunstancias complejas y
confusas. Conozco también, y sobre todo porque me conozco a mi, a
personas que afirman todos y cada uno de los dogmas, hacen gala de seguir
milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la Iglesia y se ufanan de
ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que obliga la fe; sin
embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos en nuestra
respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?” Es la pregunta que Jesús le
lanza a los Jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos en pleno
templo de Jerusalén, después de contarles la parábola de los dos hijos; uno que
dice “¡No quiero ir! Pero después cambió de parecer, y fue”. Y el otro que dice
“Si, señor, yo iré. Pero no fue”. Desde luego, sus interlocutores no podían
quedar tranquilos. De alguna forma se explica la pasión y muerte del
Señor. Porque decirle a los Jefes que “los publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el
reino de Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de
la que se burlaban los cavernícolas de la tira cómica.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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domingo, 24 de septiembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 19. 30 - 20. 16
jueves, 21 de septiembre de 2017
domingo, 17 de septiembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 18, 21-35
sábado, 16 de septiembre de 2017
“(...) hasta setenta veces siete”
Domingo XXIV Ordinario – Ciclo A (Mateo
18, 21-35) – 17 de septiembre de 2017
Cuando las 220 familias de las comunidades
de Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y Antioquia, a orillas
del río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la masacre que perpetró
la guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo colombiano quedó
admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo de 2002 un enfrentamiento
entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las más graves tragedias
ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas murieron, víctimas de un
ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas bajo el amparo del Templo
parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su terruño en varias
embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo nombre de El
Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la paz se convirtió
en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo estaba solucionado.
Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de los paramilitares
en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada y
regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.
Serafina, una de las señoras que regresó a
Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de las coplas y las
pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de luto. (...) La
familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A mí se me murió
un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban para fiestas ni
celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de este pueblo.
Junto a esta realidad, a nivel mundial
recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano, y el
mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción
terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe
militar en Chile, y el asesinato de su presidente, Salvador Allende. El dolor
sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino preguntarnos:
¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán, de la Torres
de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes, que no deben
perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a una persona
que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que Jesús nos
invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse
perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá Clavel, S.J. y publicado
en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”, de la
colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en toda
experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su prójimo,
existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La víctima no
es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo. Al hacer mal
a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.
Desde esta perspectiva, la parábola que
Jesús nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos lados de la
experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas... el perdón de
Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos capaces de misericordia
y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando herimos. La víctima no
es sólo el que es lastimado; también el agresor es víctima que hay que salvar.
Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus discípulos entiendan y vivan
con el milagro del perdón.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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