CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 6, 27-38
domingo, 24 de febrero de 2019
“Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes”
Séptimo domingo del Tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 6, 27-38) – 24 de
febrero de 2019
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi, contó en la Universidad de
Puerto Rico la siguiente historia como un ejemplo de la vida sin violencia:
“Tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el Instituto que mi abuelo
había fundado a 18 millas de la ciudad de Durban, en Sur África, en medio de
plantaciones de azúcar. No teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mi
nos entusiasmaba poder ir a la ciudad a visitar amigos o para ir al cine. Un
día mi padre me pidió que lo acompañara a la ciudad pues tenía que dar una
conferencia que duraba todo el día. Mi madre me dio una lista de cosas que
necesitaba y mi padre me pidió que llevara el carro al taller.
Al despedirnos, mi padre dijo: ‘Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a
la casa juntos’. Después de completar rápidamente todos los encargos, me fui
hasta el cine más cercano. Me entretuve tanto con la película que olvidé la
cita. Cuando me acordé, eran las 5:30 p.m. Corrí al taller, recogí el carro y
fui hasta donde mi padre me esperaba. Eran casi las 6 p.m. Me preguntó con
ansiedad: ‘¿Por que llegas tarde?’ Me sentí mal, pero no podía decirle que
estaba viendo una película de John Wayne, de modo que dije que el carro no
estaba listo y había tenido que esperar, sin saber que él ya había llamado al
taller.
Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: “Algo no anda bien en
la manera como te he criado, que no te ha dado la confianza de decirme la
verdad.. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a caminar las 18
millas hasta la casa para pensar sobre esto. Así que, vestido con su traje y
sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos sin asfaltar
y en medio de la oscuridad de la noche. No lo podía dejar solo, así que manejé
5 horas y media detrás de él, viéndolo sufrir la agonía de una mentira estúpida
que yo había dicho. Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir. Recuerdo
muchas veces esto y pienso que si me hubieran castigado como nosotros
castigamos a nuestros hijos, seguramente no habría aprendido la lección. Habría
sufrido el castigo para seguir haciendo lo mismo. Esta acción no violenta de mi
padre fue tan fuerte, que la recuerdo como si fuera hoy. Este es el
poder de la vida sin violencia”.
Jesús vivió y nos enseñó un estilo de vida no violento. Expresiones como
las que nos presenta hoy san Lucas, hablan de esta actitud fundamental de
Jesús: “Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian, bendigan a quienes
los maldicen, oren por quienes los insultan. Si alguien te pega en una mejilla,
ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleva
también tu camisa. A cualquiera que te pida algo dáselo, y al que te quite lo
que es tuyo, no se lo reclames. Hagan ustedes con los demás como quieren que
los demás hagan con ustedes”.
Estoy convencido de que, si aplicáramos estas enseñanzas de Jesús en
nuestra vida diaria, nuestros conflictos se transformarían radicalmente. Lo que
pasa normalmente es que cuando leemos estos textos, no encontramos la forma de
emplearlas en lo cotidiano de nuestras vidas. No podemos olvidar que no se
trata de fórmulas para seguir al pie de la letra, sino de principios para
aplicar a nuestras circunstancias particulares. Tenemos que ser creativos, como
lo fue el papá del Dr. Arun Gandhi. Seguro que seremos más eficaces.
domingo, 17 de febrero de 2019
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 6. 12-13, 17, 20-26
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domingo, 10 de febrero de 2019
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 5, 1-11
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sábado, 9 de febrero de 2019
“Lleva la barca a la parte honda del lago (...)”
Quinto
Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 5, 1-11) 10 de febrero de 2019
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
“En una ocasión,
estando Jesús a orillas del Lago de Genesaret, se sentía apretujado por la
multitud que quería oír el mensaje de Dios”. Nos reunimos hoy para celebrar la
eucaristía y para orar juntos en un mundo en el que hay hambre de la Palabra de
Dios. La gente quiere escuchar una palabra de esperanza, de consuelo, de ánimo.
Los creyentes somos responsables de anunciar una palabra que ayude a nuestro
pueblo a recuperar la confianza en ellos mismos, en los hermanos y en Dios. Hay
salidas y hay luces que no podemos ocultar a la gente que se agolpa para
escuchar la Palabra.
“Jesús vio dos
barcas en la playa. Los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un
poco de la orilla. Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a
la gente”. El Señor nos pide que nos alejemos un poco de la orilla.
Venimos aquí para encontrarnos con el Señor y con otros hermanos y hermanas.
Necesitamos de estos momentos de silencio, de profunda oración y de encuentro
fraterno para descubrir el paso de Dios por nuestra historia personal y por la
historia de nuestras gentes.
“Cuando terminó de
hablar, le dijo a Simón: –Lleva la barca a la parte honda del lago, y
echen allí sus redes para pescar”. Aparece aquí la invitación a ir a la parte
más honda de nuestra interioridad para echar allí nuestras redes. Necesitamos
descubrir en la profundidad de nuestra historia los caminos de Dios. Allí
tenemos que echar nuestras redes. El Señor nos invita a ir al fondo de nuestras
vidas.
“Simón le contestó: –Maestro, hemos
estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy
a echar las redes”. La disculpa surge inmediatamente de los labios de Pedro y
de nuestros propios labios. Venimos cansados; hemos estado bregando toda la
noche sin pescar nada. Muchas veces, nuestra oración se hace árida y sentimos
que nuestro pozo se seca. No estamos seguros de que valga la pena seguir
intentando construir un mundo como el que Dios quiere. Sin embargo, Pedro se
anima y confiado en la palabra del Señor, se decide. Solamente confiados en la
palabra del Señor nos atrevemos a echar nuestras redes para recibir el regalo
de su gracia.
“Cuando lo hicieron, recogieron tanto
pescado que las redes se rompían. Entonces, hicieron señas a sus compañeros de la
otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos
barcas que les faltaba poco para hundirse”. Este texto nos revela la
generosidad del Señor para con los que son generosos con Él. La pesca, que
parecía un fracaso se convierte en abundancia. El pozo seco de nuestra vida
espiritual, se convierte en manantial de agua viva que brota hasta vida eterna.
Los esfuerzos por construir la justicia, la fraternidad y la paz, son
compensados con brotes germinales del Reino, que necesitamos reconocer en medio
de las sombras y las contradicciones.
“Al ver esto, Simón Pedro se puso de
rodillas delante de Jesús y le dijo: –¡Apártate de mí, Señor, porque soy un
pecador! Es que Simón y todo los demás estaban asustados por aquella gran pesca
que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón”. Ante la generosidad del Señor, que nos regala su
gracia abundantemente y nos concede una pesca copiosa, sólo podemos reaccionar
como Pedro, cayendo de rodillas ante Él, para reconocernos pecadores. Llevamos
este tesoro en vasijas de barro. Es precisamente allí, en el reconocimiento de
nuestra debilidad, donde aparece más claramente la fuerza de Dios.
“Pero Jesús le
dijo a Simón: –No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres. Entonces
llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús”. El
resultado final de todo este proceso, tiene que concretarse, por nuestra parte,
en un gesto generoso de dejarlo todo para seguir al Señor a
donde él nos quiera llevar. Acoger nuestra propia misión con la misma
generosidad que nos ha mostrado el Señor a través de esta pesca abundante.
domingo, 3 de febrero de 2019
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 4, 21-30
sábado, 2 de febrero de 2019
“Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús (...)”
Cuarto
Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 4, 21-30) 3 de febrero de 2019
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Dicen que una vez llegó un
profeta a un pueblo y comenzó a predicar en medio de la plaza central. Al
comienzo, mucha gente escuchaba con atención sus llamados a la conversión y se
sentían impulsados a volverse a Dios por la voz de este profeta. Pero pasaron
los días y el profeta seguía anunciando su mensaje con la misma fuerza, aunque
el público había ido disminuyendo poco a poco. Cuando había pasado algo más de
un mes, el profeta seguía saliendo todos los días a la plaza del pueblo a
predicar su mensaje, aunque todos los habitantes del pueblo estaban ocupados en
otras cosas y nadie se detenía a escuchar su palabra. Por fin alguien se acercó
al profeta y le preguntó por qué seguía predicando si nadie le hacía caso.
Entonces el hombre respondió: “Al principio, predicaba porque tenía la
esperanza de que algunos de los habitantes de este pueblo llegaran a cambiar;
esa esperanza ya la he perdido. Pero ahora sigo predicando para que ellos no me
cambien a mi”.
En abierto contraste con lo
que el texto de san Lucas dice al comienzo de este pasaje: “Todos hablaban bien
de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía”, la narración
da un vuelco repentino y comienza a mostrar la agresividad de la gente hacia la
predicación de Jesús: “Se preguntaban: –¿No es este el hijo de José?”. Tanto
que Jesús mismo toma la iniciativa y expresa las reservas que el pueblo tiene
frente a su palabra: “Seguramente ustedes me dirán este refrán: ‘Médico, cúrate
a ti mismo’. Y además me dirán: ‘lo que oímos que hiciste en Cafarnaúm, hazlo
también aquí en tu propia tierra’. Y siguió diciendo: –Les aseguro que ningún
profeta es bien recibido en su propia tierra”. Después, hizo referencia a dos
casos muy conocidos en el Antiguo Testamento en los que aparece una preferencia
de parte de Dios por manifestarse a los hijos de pueblos distintos a Israel: El
primer caso es el de Elías, que fue enviado a una viuda de Sarepta, cerca de la
ciudad de Sidón, es decir, territorio extranjero (1 Reyes 17, 1-24); y el
segundo caso es del profeta Eliseo, que no curó a ningún leproso israelita,
habiendo tantos en su tiempo, sino a Naamán, el sirio, también un extranjero (2
Reyes 5, 1-19).
Esto provocó una reacción
violenta de la población que estaba reunida en la sinagoga para el culto de los
sábados. “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho.
Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús, llevándolo a lo alto del monte
sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí.
Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue”. Desde luego, eso de que ‘pasó
por en medio de ellos’ no debió ser como cuando le hacen una calle de honor al
obispo que llega a un pueblo perdido de nuestra geografía. Sencillamente, no
dejó que lo arrojaran por el barranco abajo y, seguramente, sacudiéndose el
polvo de sus pies, se fue del pueblo, como más tarde enseñó a sus discípulos:
“Y si en algún pueblo no los quieren recibir, salgan de él y sacúdanse el polvo
de los pies, para que les sirva a ellos de advertencia” (Lucas 9, 5).
Como Jesús, nosotros también
tenemos el peligro de ser rechazados por predicar lo que nos propone el
evangelio. Pero no podemos claudicar frente al rechazo. Como el profeta con el
que comenzábamos, habrá que seguir anunciando el perdón, el amor y la paz,
aunque todos nos vuelvan la espalda. Si no es para que los demás cambien, por
lo menos para que ellos y sus costumbres, no terminen por cambiarnos a
nosotros.
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