Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A - Mateo
25, 14-30
19 de noviembre de 2017
19 de noviembre de 2017
Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día
lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso
ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y
le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su
sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario,
hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El inventario de las
cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o
alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el
cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la
más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme
a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por
cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes
algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no
pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre
no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no
declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más
en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que
estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te
amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a
los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida.
A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu
inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi
divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó
unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado
más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a
decir, con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres
humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?
Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento
y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser
humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas
perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo,
para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El
expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura
hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese
ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor,
por favor perdóname".
Muchas veces nos quedamos mirando a los
que recibieron más, o a los que recibieron menos... Las monedas que hemos recibido,
no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de
nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay
que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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