Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22,
34-40) – 29 de octubre de 2017
En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel,
colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado,
dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un
poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los
últimos años.
Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos
mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos
también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse,
hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña
población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con
la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de
sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de
lana y, estoy seguro que compartieron con sus familias lo que habían
descubierto en la Eucaristía ese día.
El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten
todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes
inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas.
Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a
Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama
a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,
20).
Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”,
“¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús
les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los
profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos” ... No son
dos, sino uno mismo.
Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de
descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos,
inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo.
Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas
que no podemos nunca dividir, tal como lo expresa Benjamín González Buelta,
S.J. en uno de sus poemas:
“Soy la misma relación en todo encuentro.
Si en verdad soy contigo fuego,
con sólo abrir los ojos y dar un paso,
no seré con el hermano, hielo”.
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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