Domingo XVI
del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10, 38-42) –17 de julio de 2016
Si
no recuerdo mal, hace algunos meses circuló por la Internet una historia de un
maestro que llegó al salón de clase con una vasija de cristal muy grande y la
llenó de piedras delante de sus alumnos. Al terminar de llenarla, preguntó a
los estudiantes: ¿Creen que esta vasija está llena? Si. Respondieron todos al
tiempo. Entonces el maestro sacó del maletín una bolsa con un poco de
piedrecitas y las fue dejando caer dentro de la vasija por entre los espacios
que dejaban las piedras más grandes. Volvió a preguntar el maestro: ¿Ahora sí
creen que esta vasija está llena? Hubo un momento de duda y respuestas
encontradas. El maestro sacó entonces una bolsa con arena y la fue depositando
lentamente en la vasija. Poco a poco la arena fue llenando los espacios que dejaban
las piedras grandes y las pequeñas. Por fin, el maestro preguntó. ¿Esta vez si
está llena la vasija? Alguien se atrevió a decir que no. De modo que el maestro
sacó una botella con agua y fue regando todo el contenido hasta llenar
prácticamente la vasija. No recuerdo si ya con esto quedaba llena del todo la
vasija, porque se me ocurre que podría agregarse algo de anilina para pintar el
agua, o agregar un poco de sal que siempre está dispuesta a disolverse en el
agua.
Al
final de la historia el maestro pregunta a los estudiantes, ¿cuáles son las
piedras más grandes de sus vidas? Si no las colocamos al comienzo, después no
habrá espacio para ellas. Es fundamental definir prioridades y saber qué es lo
que no puede dejarse por fuera de nuestros horarios, calendarios, agendas y
programaciones. Si nos ocupamos de lo urgente, es muy probable que
dejemos lo más importante por fuera de nuestra vida. Algo de
esto es lo que le pasa a Marta, en el evangelio de hoy.
“Jesús
siguió su camino y llegó a una aldea donde una mujer llamada Marta lo hospedó.
Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús
para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos
quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te preocupa nada que mi
hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le
contestó: –Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas,
pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va
a quitar”.
No
es que Jesús quiera patrocinar la pereza de María. Tampoco quiere despreciar el
esfuerzo de Marta en el cumplimiento de los deberes domésticos. Pero Jesús sí
quiere señalar unas prioridades y distingue entre lo importante y
lo urgente. Lo que estaba haciendo María era ‘escuchar lo que él
decía’. Muchas veces nuestro activismo no nos da tiempo para sentarnos a
escuchar al maestro en un rato de oración, o para escuchar a los demás. Cuánto
tiempo dedicamos a escuchar a los que viven con nosotros. Muchas veces tenemos
cosas que decir, pero no las decimos porque no vemos disposición en los demás
para sentarse, tranquilamente, a ‘perder’ un poco de tiempo escuchando a
los demás o a Dios.
Zenón
de Elea, varios siglos antes de Cristo, decía: “Nos han sido dadas dos orejas y
una sola boca, para que escuchemos más y hablemos menos”. Recordar esta
experiencia de Jesús con Marta y María debería interrogarnos sobre nuestras
prioridades y tendríamos que revisar si hemos colocado en su lugar las piedras
más importantes, antes que las urgentes...
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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