Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
12, 13-21) –31 de julio de 2016
Mientras viajaba
por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un
riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber
que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al
abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el
fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la
mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue
dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo
suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida.
Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le
devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de
esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo
aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le
permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.
El evangelio de
hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi
hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién
me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una
enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de
toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la
ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un hombre
muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar:
‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a
hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en
ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes muchas
cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’ Pero
Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes
guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para
sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.
Es impresionante
la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que
debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a
no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de
nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra
capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que
tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría,
uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la
única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad
compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y
agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos
derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo
para sobrevivir como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.
La parábola que
el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular
riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo
se llega a la muerte. Una sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el
final de una guerra fratricida que se ha prolongado tanto entre nosotros,
podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son capaces de
crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes
hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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