Tema:
La realidad familiar actual
Frase:
“Fieles a las enseñanzas de Cristo miramos la
realidad de la familia hoy en toda su complejidad, en sus luces y sombras “
Contexto:
La familia, según la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, es el elemento natural y fundamental de la sociedad y
tiene derecho a la protección de la sociedad
y del Estado pues constituye el grupo social elemental en el que la
mayoría de la población se organiza para satisfacer las necesidades más
esenciales de las personas como: comer, dormir, alimentarse, etc. Además,
constituye el ámbito en el cual los individuos nacen y se desarrollan, así como
el contexto donde se construye la identidad de las personas por medio de la
transmisión y actualización de los patrones de socialización.
Divorcios, necesidades económicas, dificultad
de convivencia, agresiones y problemas
relacionados con la educación y la conducta de los hijos, son algunas de las
causas que han modificado la estructura del tipo de familia mexicana en los últimos
20 años.
En el contexto de varias décadas atrás, los
Obispos de España ya reconocían una realidad doméstica con más espacios de
libertad, «con un reparto equitativo de cargas, responsabilidades y
tareas. Al valorar más la comunicación
personal entre los esposos, se contribuye a humanizar toda la convivencia
familiar. Ni la sociedad en que vivimos
ni aquella hacia la que caminamos permiten la pervivencia indiscriminada de
formas y modelos del pasado. Pero «somos conscientes de la dirección que están tomando
los cambios antropológico-culturales, en razón de los cuales los individuos son
menos apoyados que en el pasado por las estructuras sociales en su vida
afectiva y familiar».
Por otra parte, «hay que considerar el
creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los
vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como
una isla, haciendo que prevalezca, en ciertos casos, la idea de un sujeto que
se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto». «Las
tensiones inducidas por una cultura individualista exagerada de la posesión y
del disfrute generan dentro de las familias dinámicas de intolerancia y
agresividad». El ritmo de vida actual,
el estrés, la organización social y laboral,
son factores culturales que ponen en riesgo la posibilidad de opciones
permanentes. Al mismo tiempo, encontramos fenómenos ambiguos. Por ejemplo, se
aprecia una personalización que apuesta por la autenticidad en lugar de
reproducir comportamientos pautados. Es un valor que puede promover las
distintas capacidades y la espontaneidad, pero que, mal orientado, puede crear
actitudes de permanente sospecha, de huida de los compromisos, de encierro en
la comodidad, de arrogancia. La libertad para elegir permite proyectar la
propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero si no tiene objetivos nobles
y disciplina personal, degenera en una incapacidad de donarse generosamente. De
hecho, en muchos países donde disminuye el número de matrimonios, crece el número
de personas que deciden vivir solas, o que conviven sin cohabitar. Podemos
destacar también un loable sentido de justicia; pero, mal entendido, convierte
a los ciudadanos en clientes que sólo exigen prestaciones de servicios.
Experiencia:
En la experiencia, si estos riesgos se trasladan al modo de
entender la familia, esta puede convertirse en un lugar de paso, al que uno
acude cuando le parece conveniente para sí mismo, o donde uno va a reclamar
derechos, mientras los vínculos quedan abandonados a la precariedad voluble de
los deseos y las circunstancias.
Reflexión:
Si hacemos una reflexión ante esto vemos que
durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos
suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y
llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar
al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como
un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la
conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al
Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento
ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar
las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.
Los cristianos no podemos renunciar a
proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual,
para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro
moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y
debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia
retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo.
Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe
un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y
las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las
personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece.
Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y
realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las
convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a
provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable
reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el
matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y
el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el
deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los
nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus
horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos
presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi
artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las
posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva,
sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho
que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario.
En las difíciles situaciones que viven las
personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para
comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si
fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan
juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles
la misericordia de Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de
la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren «adoctrinarlo», convertirlo
en «piedras muertas para lanzarlas contra los demás».
Acción:
Miremos nuestra realidad cercana, puede ser
nuestra propia familia, para no ir más lejos, o en algunas familias que
conocemos. Tratamos de reconocer en ellas alguna de las situaciones que se han
mencionado en esta cápsula, como parte de las realidades actuales de la
Familia.
Evaluación:
Al mirar la realidad de mi familia, ¿qué
mociones han surgido? ¿Surge el deseo de ayudar de alguna manera, o simplemente
de no hacer nada, o aún peor, de evitar mirar, de pretender huir de esta
realidad? ¿Cuál es aquella realidad familiar que me llena más de gozo?
Bibliografía,
referencias/ fuentes.
- INEGI, El Financiero, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia
Es verdad que hay realidades en nuestras familias que son heridas abiertas, y duelen: hay situaciones en donde ha podido más la norma que la misericordia. Sin embargo, a pesar de todo, la familia sigue siendo algo vital para las personas, el lugar de encuentro, de alegría, de sentido de pertenencia y también de trascendencia y plenitud.
ResponderEliminarAhora que puedo mirar a mi propia familia, con mis dos hijos, deseo que podamos construir los 4 un lugar de acogida verdadera para saberse amado plenamente. Ver las sonrisas de mis hijos, surgidas de cosas simples, poder abrazarlos y besarlos y decirles que les quiero mucho son realidades que a mí, hoy en día, me llenan de gozo.