Domingo XIX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
12, 32-48) –7 de agosto de 2016
Hablando de lo
que es la iluminación, Anthony de Mello dice lo siguiente: “Es como un
vagabundo de Londres que se estaba acomodando para pasar la noche. A duras
penas había conseguido un pedazo de pan para comer. Entonces llegó a un malecón
junto al río Támesis. Estaba lloviznando, y se envolvió en su viejo abrigo. Ya
iba a dormirse cuando de repente se acercó un Rolls-Royce manejado por un
conductor. Una hermosa joven descendió del automóvil y le dijo: – Mi pobre
hombre, ¿va a pasar la noche en este malecón? – Sí, le contestó el vagabundo. –
No lo permitiré, le dijo ella. – Usted se viene conmigo a mi casa y va a pasar
la noche cómodamente y a tomar una buena cena. La joven insistió en que subiera
al automóvil. De modo que salieron de Londres y llegaron a un lugar en donde
ella tenía una gran mansión con amplios jardines. Los recibió el mayordomo, a
quien la joven le dijo: “Jaime, cerciórese de que a este hombre lo lleven a las
habitaciones de los sirvientes y lo traten bien”. Y Jaime obró como le dijo ella.
La joven se había preparado para dormir y estaba a punto de acostarse cuando
recordó a su huésped. Entonces se puso algo encima y fue hasta las habitaciones
de los sirvientes. Vio una rendija de luz en la habitación en la que acomodaron
al vagabundo. Llamó suavemente a la puerta, la cual abrió, y encontró al hombre
despierto. Le dijo: – ¿Qué sucede, buen hombre, no le dieron una buena cena? –
Nunca había comido tan bien en mi vida, señora, le contestó el vagabundo. –
¿Está usted bien caliente? – Sí, la cama es hermosa y está tibia. – Tal vez
usted necesita compañía, le dice ella. – Córrase un poquito. Se le acercó, y él
se movió hacia un lado, y cayó directo al Támesis...
Eso es la
iluminación. Estar despiertos. Vivimos muchas veces sumidos en nuestros sueños
y olvidamos la bella y cruda realidad. Quisiéramos que las cosas fueran
distintas, que los problemas no existieran, que los conflictos se resolvieran
de una vez y para siempre. Pero este tipo de vida hace que no seamos capaces de
reconocer el paso de Dios por nuestras vidas. Por esto hay que mantenerse
despiertos. Esto es lo que quería decir el Señor cuando le dice a sus
discípulos: “Sean como criados que están esperando a que su amo regrese de un
banquete de bodas, preparados y con las lámparas encendidas, listos para
abrirle la puerta tan pronto como llegue y toque. Dichosos los criados a
quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les aseguro que el amo mismo
los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirles la comida. Dichosos
ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a la medianoche o de
madrugada”.
No sabemos ni el
día ni la hora. Con frecuencia el Señor nos sorprende. “Si el dueño de una casa
supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que nadie se metiera en su
casa a robar. Ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre
vendrá cuando menos lo esperan”. El Señor nos invita a estar preparados para
saber descubrir las señales de su presencia que todos los días nos rayan la
pupila de tanto mirarlas. Y todavía preguntamos, ¿dónde está el Señor? ¿cómo
descubrirlo? ¿cómo sentir su presencia? Por estar soñando, no vemos lo
evidente. No reconocemos la presencia de Dios que está siempre trabajando en
medio de nuestra realidad y pidiendo nuestra colaboración. Pidamos al Señor que
nos regale la gracia de permanecer despiertos, que no vivamos anestesiados y
adormilados ante la vida. No sea que nos suceda lo que le sucedió al mendigo,
que por estar cómodamente viviendo en nuestros sueños, caigamos directamente al
Támesis...
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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