Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
14, 1.7-14) –28 de agosto de 2016
Le
oí a alguien esta historia, que nos puede servir hoy de contexto: “Caminaba con
mi padre cuando él se detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me
preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé
mis oídos y algunos segundos después le respondí: Escucho el ruido de una
carreta. Eso es –dijo mi padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre:
¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre
respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del
ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en
adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo
la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que
tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la
impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la
carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad consiste en callar
nuestras propias virtudes para permitir que los demás las descubran por sí
mismos.
Jesús
fue a comer muchas veces con gente importante; Él no era un mojigato que se
pasaba la vida metido entre cuatro paredes por miedo a contaminarse con el
mundo que lo rodeaba. Vino a anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no
podía hacerlo encerrado en cuatro paredes. Estando en casa de un jefe fariseo,
otros fariseos lo estaban espiando para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver
“cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo:
‘–Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar
principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los
invitó a los dos puede venir a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces
tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando
te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó
te diga: ‘Amigo, pásate a un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante
de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se
engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Además
de esta enseñanza tan útil y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra
para el que lo había invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no
invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos
ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al
contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los
cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú
tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten”.
En
un retiro al que asistí con Jean Vanier, en Oporto, al norte de Portugal, le
escuché decir que alguna vez había leído este texto con un grupo de empresarios
del Primer mundo. La reacción que produjo fue de protesta y descontento. Pero
también contó que había leído este texto con un grupo de menesterosos de un
país pobre. La reacción fue de alegría y júbilo. Los pordioseros saltaban y
gritaban de alegría por lo que estaban escuchando. Para ellos esta era una
Buena Noticia, mientras que para los primeros era mala. ¿Qué tal nos caen a
nosotros estas palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de
incertidumbre y molestia? Cada uno puede evaluar la sintonía que siente con las
palabras del Señor, para reconocer la llamada del día de hoy. Recuerden que
existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más
vacío que aquel que está lleno de sí mismo. Preguntémonos si nuestra carreta
hace mucho ruido, o si va cargada de valores y buenas obras para enriquecernos
con una riqueza que sólo se podrá apreciar el día en que los justos resuciten.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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