Domingo
II de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 1-6) 9 de diciembre de 2018
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Hace algunos
días un amigo me contaba la historia de su abuela que bordaba unos manteles muy
hermosos. “Cuando era niño me quedaba junto a ella las tardes enteras charlando
mientras sus hábiles manos danzaban en perfecta armonía con los hilos y las
telas. Su estado de ánimo variaba dependiendo del día. A veces estaba alegre y
conversadora; otras, lucía seria y silenciosa. Y de vez en cuando se quejaba
más de la cuenta. Sin embargo, siempre, sin importar el día, cosía con la misma
mística. Frecuentemente la encontraba en su silla, dormitando, con la cabeza
inclinada levemente hacia adelante, pero aferrada con firmeza a su tejido.
Durante semanas sus bordados me parecían extraños y confusos, puesto que
mezclaba hilos de distintos colores y texturas, que se veían en completo
desorden. Cuando le preguntaba qué estaba tejiendo o bordando, sonreía y
gentilmente me decía: –Ten paciencia, ya lo verás. Al mostrarme la obra
terminada, me percataba que donde había habido hilos de colores oscuros y
claros, resplandecía bordada una linda flor o un precioso paisaje. Lo que antes
parecía desordenado y sin sentido, se entrelazaba creando una hermosa figura.
Me sorprendía y le preguntaba: –Abuela, ¿cómo lo haces? ¿Cómo puedes tener
tanta paciencia? –Es como la vida –respondía–. Si te fijas en la tela y los
hilos en su estado original, se asemejarán a un caos, sin sentido ni relación,
pero si recuerdas lo que estás creando, todo tendrá sentido”.
Cuando leo las circunstancias
que describe el Evangelio que nos presenta hoy la liturgia, tengo la impresión
de ver un tejido, todavía sin forma, como el de la abuela de mi amigo: “Era el
año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador
de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y
Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos
sacerdotes”.. Pero cada uno de estos hilos, con los que Dios iba tejiendo la
historia humana, se iba también tejiendo la historia de nuestra salvación.
Dice san Lucas que “por aquel
tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, y Juan pasó por
todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que ellos debían
volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados”. El
oficio de Juan el Bautista ha sido siempre reconocido como el anuncio de la
llegada del Mesías; Juan fue quien supo señalar, entre la multitud, al Cordero
de Dios que venía a quitar el pecado del mundo. Juan le enseñó a la gente a
reconocer, entre los hilos y las telas de una historia confusa, la presencia
delEmmanuel, es decir, del Dios con nosotros, que se hizo
historia y sangre, pueblo y cultura, súplica y grito de protesta, en el vientre
de María, la Virgen fecunda, la llena de gracia y simpatía.
Juan viene a dar cumplimiento
a la profecía de Isaías que invitaba a levantar la voz en medio del desierto:
“Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto. Todo valle será
rellenado, todo cerro y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados,
y allanados los caminos disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios
envía”. Que en estos días de adviento, podamos preparar nuestras vidas para que
seamos capaces de reconocer, como Juan, o como la abuela de mi amigo, los
planes de Dios en medio de los hilos caóticos de nuestra historia personal y
colectiva.
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