Domingo
III de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) 16 de diciembre de 2018
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
La predicación es un arte que
no es fácil adquirir y siempre habrá quejas porque es muy extensa, o muy breve
o porque en lugar de referirse a la Palabra de Dios nos detenemos en asuntos de
la política o de los problemas económicos… pero si el predicador hace
referencia a las Escrituras, es fácil escuchar también a otros que se quejan
que lo único que hace el predicador es repetir las lecturas sin hacer
referencias a la realidad actual. Es muy difícil tener contenta a la gente con
nuestra predicación, pero también hay que reconocer que muchas veces los que
prestamos este servicio en la Iglesia, necesitamos preparar con mayor cuidado
lo que vamos a decir, de manera que las personas que nos escuchan se sientan
‘edificados’ e invitados a cambiar su propia vida. En el Oficio de lectura de
la memoria de San Vicente Ferrer, se ofrece un texto tomado de su Tratado
sobre la vida espiritual, en el que hay una serie de recomendaciones sobre
la predicación que vale la pena recordar hoy:
“En la predicación
y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a
los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que
cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado;
pero de tal manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino que
lo haces llevado de la caridad y espíritu paternal, como un padre que se
compadece de sus hijos cuando los ve en pecado o gravemente enfermos o que han
caído en un hoyo, esforzándose por sacarlos del peligro y acariciándoles como
una madre. Hazlo alegrándote del bien que obtendrán los pecadores y del cielo
que les espera si se convierten. Este modo de hablar suele ser de gran utilidad
para el auditorio. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios no produce
impacto en los oyentes”.
El texto del evangelio que nos
presenta la Escritura en el día de hoy nos cuenta cómo predicaba San Juan
Bautista, poniendo ejemplos muy claros y comprensibles para aquellos que le
preguntaban qué debían hacer: “El que tenga dos trajes, dele uno al que no
tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene”. Y
cuando le preguntaron unos publicanos sobre lo que debían hacer, les dijo: “No
cobren más de lo que deben cobrar”. Más adelante se habla de unos soldados que
también se acercaron para saber qué debían hacer ellos, y Juan les dice: “No le
quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho, y
conformándose con su sueldo”. Todo esto, lo decía Juan, teniendo claro que no
se anunciaba a sí mismo, sino que su tarea era preparar el encuentro de cada
uno de sus oyentes con el Señor que venía a su encuentro de modo personal.
Al acercarse la celebración de la Navidad, nos sentimos invitados a
cambiar muchas cosas en nuestra vida y la predicación debe señalar con ejemplos
claros y sencillos las cosas que podemos cambiar, invitando a las personas que
buscan una respuesta a descubrir lo que podemos y debemos hacer para que hoy
vuelva a ser Navidad en medio de nosotros y en medio de nuestro pueblo. De
acuerdo a la situación concreta de los oyentes que tenemos delante, deberíamos
hacer el esfuerzo por concretar los cambios que podrían hacer en sus propias
vidas y bajar a lo concreto, como lo recomiendo San Vicente Ferrer y como lo
hace el Bautista… Esto es anunciar “las buenas noticias a la gente”.
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