Sagrada
Familia – Ciclo C (Lucas 2, 41-52) 30 de diciembre de 2018
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Alguna vez leí en El Tiempo un
artículo del Hermano Marista, Andrés Hurtado, conocedor, como el que más, de la
geografía y de las riquezas ecológicas de Colombia. Se nota que no sólo conoce
los ríos más remotos y las cordilleras más apartadas, sino el corazón humano.
El título de su escrito es: Cuando sufrir es bueno. Y comienza
contando su encuentro con un matrimonio que viene a ponerle quejas de su hijo
adolescente:
"No sabemos qué pasa, es
de una rebeldía total, parece incluso que nos odiara a nosotros sus padres, que
se lo hemos dado todo’. Sin compasión y tratando de no ser nada elegante pero
sí muy sincero, les dije: ‘Ese es el problema: que se lo han dado todo. Para
empezar, señora –le dije– deje de llamarlo mi niño o mi
bebé, que ya tiene 17 años’. Luego supe que sus padres le han satisfecho
todo, hasta los más mínimos caprichos. Y pretenden calmar sus rebeldías y ganar
su amor dándole cada vez más cosas, incluso ajustándose el cinturón
porque mi niño o mi bebécada vez exige cosas de
más valor. Esta es la radiografía de muchos padres modernos, que creen amar a
sus hijos y educarlos cediendo a todos sus caprichos, colmándolos de regalos y
evitándoles el menor sufrimiento” (...).
“La capacidad de sufrimiento
de estos muchachos es nula, porque nada los ha contrariado en la vida y todo lo
han tenido a pedir de boca y a velocidad de madre torpe y sobreprotectora.
Cuando llegan ciertas contrariedades cuya solución no se encuentra en regalos o
cosas materiales, la idea del suicidio ronda y en veces se hace efectiva. (...)
Por ahí leí que el hombre es un aprendiz y el dolor es su maestro;
que el que no ha sufrido nada sabe. Y podríamos componer un refrán
que diga: dime cuánto has sufrido y te diré cuánto vales. Ahora que
hemos descubierto que los niños y los hijos también tienen derechos humanos
(¡admito que quiero ser sarcástico!), debemos respetar el derecho sumo que
tienen a ser bien educados y formados. Y hay que prepararlos también para el
sufrimiento (que es parte importante de la vida) y para las dificultades
(...)”.
“Amar a los hijos a punta de
concesiones y consentimientos es hacer de ellos seres débiles y convertirlos en
tiranos de los demás y esclavos de sí mismos. (...) Resumiendo: señores y
señoras acariciadores, denle gusto en todo, conviértanlo(a) en un ser inútil y
él o ella mañana los maldecirá, con casi todo derecho. O bien, sufran por
dentro, coman callados, háganse los fuertes y háganlo(a) fuerte y antes de que
llegue el día de mañana él o ella se lo agradecerá y ustedes no habrán vivido
en vano. Que así sea”.
El Evangelio de hoy me trajo a
la memoria este estupendo artículo. La virgen María y San José le reclamaron a
Jesús su comportamiento: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”
Evidentemente, ellos no entendieron la respuesta, pero no se quedaron callados
ni aplaudieron su proceder. Se trató de un reclamo tranquilo, pero firme y
hecho en un clima de diálogo y comprensión. Hoy, cuando celebramos el día de la
Sagrada Familia, pidamos para que en nuestras familias exista un verdadero
diálogo y se viva el amor que es capaz de enseñar también el valor del
sufrimiento y de la frustración, que forma seres humanos capaces de enfrentar
con entereza y generosidad, los difíciles caminos de la vida.
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