Domingo III de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) 16 de diciembre de 2018
¿QUÉ PODEMOS HACER?
José Antonio Pagola
José Antonio Pagola
La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel
profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su
corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al
Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida
nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo
penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo
mirando atentamente a los necesitados.
No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera
directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula
genial: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene;
y el que tenga comida que haga lo mismo». Y nosotros, ¿qué podemos hacer
para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?
Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la
falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte,
no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en
toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre
nosotros.
No basta vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida
más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de «empobrecernos» poco a poco,
recortando nuestro actual nivel de bienestar, para compartir con los más
necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.
Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones
graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención
sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno... Hemos de salir
instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la
falta de motivación para enfrentarse a su futuro.
Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas
diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social:
conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar
solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas...
Para muchos son tiempos difíciles. A todos se nos va a ofrecer la
oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al
sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a
denunciar la falta de compasión en la gestación de la crisis... Será nuestra
manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.
NO TENEMOS QUE ‘HACER’ SINO SER
Fray Marcos
La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de
entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que
esa alegría no se debe a que llegan el turrón y los regalos, sino a que Dios es
Emmanuel. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a
llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la
salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con
su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo
es. No tenemos que estar alegres ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios
está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece
en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede
conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a
conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que
se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es
decir una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma
parte de mi ser, encontraré la absoluta felicidad dentro de mí.
¿Qué tenemos que hacer? Las respuestas a estas preguntas manifiesta
muy bien la diferencia entre la predicación de Jesús y la de Juan. El Dios del
AT era un Dios moral preocupado por el cumplimiento de su voluntad expresada en
la Ley. El Bautista sigue en esa dirección, porque se creía que la salvación
que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la
actitud de los fariseos, por eso su escrupulosidad a la hora de cumplir la Ley.
Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a
gusto con la predicación de Juan que con la suya. Esto queda muy claro en los
evangelios.
Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos,
cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó
ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera
insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio frases como: “las
prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para
Jesús había algo más importante que el cumplimiento escrupuloso de la Ley. S.
Agustín en una de sus genialidades (esta vez para bien) lo expresó con
rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del mensaje de
Jesús.
Sin embargo, hay una sutil diferencia con la doctrina anterior. Todas
las propuestas que hace Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los
demás. Se percibe una mayor preocupación por hacer más humanas esas relaciones,
superando todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira
de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos
dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de
partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios es la mejor prueba
de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de
fuera. La pena es que seguimos esperando, que venga a nosotros, lo que ya
tenemos en plenitud.
El pueblo estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la
ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban
al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan
el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho
después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías
no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al
Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión
posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.
La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mis acciones u
omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues
no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos
creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado
el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y
semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos
alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dice exactamente lo contrario.
Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi
contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida
espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro
falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre
hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda.
Estamos dispuestos a hacer todos los “sacrificios” y “renuncias” que un falso
dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso
yo.
La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en
nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que
Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la
encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad
es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra
alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar
nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría
desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro.
La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser.
Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos o las pasiones nos
proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto
deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la
miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que
darnos la salvación que le pedimos. Incluso hemos puesto precio a esa
salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la
salvación que deseas.
El conocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo,
sino vivencial y de experiencia. Es la mayor dificultad que encontramos en
nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos
impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad,
que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero
conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo
que no somos, pidiendo a Dios que potencie nuestro falso ser.
La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con
la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de
los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones,
que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi
alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin
salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en
apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado.
La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es
simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo.
Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización
de una serie de obras puede entrar en juego la programación. No se trata de
hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada
momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata
de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones.
Meditación
No preguntes a nadie lo que tienes que hacer.
Descubre tu verdadero ser y encontrarás sus exigencias.
Tu meta tiene que ser desplegar lo que ya eres.
Solo podrás desplegar tu verdadero ser
si tus relaciones con los demás
son cada día más humanas.
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