sábado, 15 de diciembre de 2018

¿QUÉ PODEMOS HACER? / NO TENEMOS QUE ‘HACER’ SINO SER


Domingo III de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) 16 de diciembre de 2018

¿QUÉ PODEMOS HACER?
José Antonio Pagola
La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.
No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo». Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?
Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre nosotros.
No basta vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de «empobrecernos» poco a poco, recortando nuestro actual nivel de bienestar, para compartir con los más necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.
Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno... Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su futuro.
Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas...
Para muchos son tiempos difíciles. A todos se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en la gestación de la crisis... Será nuestra manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.

NO TENEMOS QUE ‘HACER’ SINO SER
Fray Marcos

La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que esa alegría no se debe a que llegan el turrón y los regalos, sino a que Dios es Emmanuel. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo es. No tenemos que estar alegres ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es decir una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mi ser, encontraré la absoluta felicidad dentro de mí.
¿Qué tenemos que hacer? Las respuestas a estas preguntas manifiesta muy bien la diferencia entre la predicación de Jesús y la de Juan. El Dios del AT era un Dios moral preocupado por el cumplimiento de su voluntad expresada en la Ley. El Bautista sigue en esa dirección, porque se creía que la salvación que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la actitud de los fariseos, por eso su escrupulosidad a la hora de cumplir la Ley. Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a gusto con la predicación de Juan que con la suya. Esto queda muy claro en los evangelios.
Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos, cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio frases como: “las prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para Jesús había algo más importante que el cumplimiento escrupuloso de la Ley. S. Agustín en una de sus genialidades (esta vez para bien) lo expresó con rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del mensaje de Jesús.
Sin embargo, hay una sutil diferencia con la doctrina anterior. Todas las propuestas que hace Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los demás. Se percibe una mayor preocupación por hacer más humanas esas relaciones, superando  todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de fuera. La pena es que seguimos esperando, que venga a nosotros, lo que ya tenemos en plenitud.
El pueblo estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.
La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mis acciones u omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dice exactamente lo contrario.
Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda. Estamos dispuestos a hacer todos los “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo.
La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro.
La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos o las pasiones nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que darnos la salvación que le pedimos. Incluso hemos puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación que deseas.
El conocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo, sino vivencial y de experiencia. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad, que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos, pidiendo a Dios que potencie nuestro falso ser. 
La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones, que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado.
La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización de una serie de obras puede entrar en juego la programación. No se trata de hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones.

Meditación
No preguntes a nadie lo que tienes que hacer.
Descubre tu verdadero ser y encontrarás sus exigencias.
Tu meta tiene que ser desplegar lo que ya eres.
Solo podrás desplegar tu verdadero ser 
si tus relaciones con los demás son cada día más humanas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario