domingo, 9 de diciembre de 2018

II Domingo de Adviento: Abrir caminos nuevos


José Antonio Pagola - ABRIR CAMINOS NUEVOS

Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permiten acoger a Jesús entre nosotros.

Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?

Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarnos solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a Jesús convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.

En medio del «desierto espiritual» de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.

No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.

La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una nueva fe, no por vía de «adoctrinamiento» o de «aprendizaje teórico», sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.

Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de toda evangelización consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.

Domingo 2 Adviento - C 
(Lucas 3,1-6)
9 de diciembre 2018




ENSÉÑAME, SEÑOR, TUS CAMINOS
Florentino Ulibarri

Son tantos los lugares recorridos
y tantos los sueños tenidos
creyendo y afirmando
que no hay más caminos
que aquellos que marca el caminante
con sus pasos y sus decisiones...
que hoy mi palabra duda y teme alzarse.

Pero desde este lugar en que me encuentro,
a veces sin rumbo y perdido,
a veces cansado y roto,
a veces triste y desilusionado,
a veces como al inicio,
te susurro y suplico:

Enséñame, Señor, tus caminos;
tus caminos verdaderos,
tus caminos desvelados y ofrecidos,
seguros, limpios y fraternos,
tus caminos de gracia, brisa y vida,
tus caminos más queridos,
tus caminos de "obligado recorrido",
a contracorriente de lo que más propaganda ofrece,
que se recorren en compañía
y nos dejan a la puerta de tu casa solariega.

Llévame por tus avenidas de paz y justicia,
por tus rotondas solidarias y humanas,
por tus autopistas de libertad y dignidad,
por tus cañadas de austeridad y pobreza,
por tus sendas de utopía y novedad
y, si es preciso, campo a través siguiendo tus huellas
y por la calle real de la compasión y misericordia.

Y que, al llegar a la puerta de tu casa,
pueda lavarme y descansar en el umbral,
oír tu voz que me llama, y entrar
para comer y beber contigo
y sentirme hijo y hermano en el banquete
preparado por ti y tus amigos.
Y, después, salir,
con energía y esperanza redobladas,
a preparar tus caminos.



JESÚS APRENDIÓ DE JUAN PERO FUE MÁS ALLÁ
Fray Marcos
Lc 3, 1-6

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lc la concepción y el nacimiento de Juan, antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lc la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades, a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado, nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan, y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso, mientras que a Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lc se olvida de todo lo anterior. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los acontecimientos para dejar claro que no se saca de la manga los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También se quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso, y que esa oferta implica no solo al pueblo judío, sino a todo el orbe conocido: “todos verá la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio - buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir" pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Muchas veces me he preguntado, y me sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a la gente sometida?

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y de la observancia puramente externa de la Ley.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.

No encontraremos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros si nos limitamos a repetir lo políticamente correcto. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del placer inmediato acaba por desmontar la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato y es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra existencia. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera.

En la celebración de una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta, caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriendo que está en lo hondo de nuestro ser y tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo.

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando, puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal, sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación. Ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia es el romano, que era la restitución, según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza. Mientras sigan las injusticias, la paz será una quimera inalcanzable.

Meditación-contemplación

Vivir lo que vivió-experimentó Jesús,
ha hecho libres a muchísimas personas.
¿Te está ayudando a ti a alcanzar la libertad total?
Ese es el primer objetivo de tu existencia.
El segundo es ayudar con tu Vida a liberar a otros.

Fray Marcos


DIOS ESTÁ EN MARÍA Y ESTÁ EN CADA UNO DE NOSOTROS
Fray Marcos
Lc 1, 26-38

Estamos celebrando una fiesta entrañable, como todas las de María. Es una fiesta a la que podemos sacar mucho más jugo hoy que en ningún momento anterior de la historia. Si no existiera, tendríamos que inventarla. Vamos a intentar profundizar en su significado. El que me siga, intentando comprender, podrá descubrir una increíble riqueza de contenido. Os recuerdo que no escribo para que penséis como yo, sino para que os atreváis a pensar.

Un primer paso sería superar el error de confundir Inmaculada concepción con concepción virginal. La ‘Inmaculada’ hace referencia a la manera en que fue concebida María en el seno de su madre. La concepción ‘virginal’ se refiere a la manera de concebir María a su hijo Jesús. Son dos realidades completamente diferentes, y de muy diversa importancia desde el punto de vista teológico. Hoy tratamos de María totalmente pura desde su concepción.

Otra aclaración imprescindible es que ser fiel a los dogmas no es repetirlos como papagayos sin enterarnos del contenido teológico, que siempre está más allá de las palabras. En el caso que nos ocupa, hay que tener en cuenta que, aunque solo ha pasado siglo y medio de la proclamación del dogma, la manera de entender a Dios, al hombre y el pecado (sobre todo el original) ha cambiado drásticamente. Esta distinta perspectiva permite que el sentido teológico del dogma se profundice y se enriquezca.

Hoy sabemos que la grandeza del ser humano consiste en manifestar a Dios, no en su poder o en su grandeza, sino en su capacidad de darse, de amar. María es grande por su sencillez, porque acepta ser nada, separada de Dios. María no es una extraterrestre, sino una persona humana exactamente igual que cada uno de nosotros. Lo único extraordi­nario fue su fidelidad y disponibilidad, su capacidad de entrega. Toda la grandeza de María esta encerrada en una sola palabra: "FIAT". María no puso ningún obstáculo a que lo divino que había en ella se desplegara totalmente; por eso, llegó a la plenitud de lo humano. Debemos alegrarnos de que un ser humano pueda enseñarnos el camino de la plenitud, de lo divino.

¿Cómo fue posible que María alcanzara esa plenitud? Para mí, está aquí el verdadero sentido del dogma. Dentro de cada uno de nosotros, constituyendo el núcleo de nuestro ser, existe una realidad trascendente, que no puede ser contaminada. Lo divino que hay en nosotros, permanecerá siempre puro y limpio. María desplegó esta parte de su ser hasta empapar todo lo que ella era, alma y cuerpo, si queremos hablar así. Lo que celebramos es su plenitud, no un privilegio que consistiría en quitarle una mancha antes de tenerla.

Sabemos que Dios no actúa a la manera de las causas segundas. Dios es siempre causa primera. Dios no puede hacer o deshacer, poner o quitar, restar o sumar. Dios es acto puro. Actúa siempre, pero desde el ser, no desde fuera de él. Dios es la causa de que todo ser, mi propio ser, sea lo que es en su esencia. Dios no puede tener privilegios con nadie. Pablo nos acaba de decir que nos ha predestinado, a todos, a ser santos e inmaculados ante Él por el amor. (la Vulgata traduce amomous, por “immaculati”) ¿Hay que romperse la cabeza para traducirlo por “inmaculados”? Cuánto nos cuesta aceptar la evidencia.

No caigamos en la trampa de pensar que la elección de Dios es como la nuestra. Nosotros somos limitados y la elección lleva consigo siempre una exclusión. Dios no funciona así. Dios puede elegir a uno sin excluir a nadie, es decir puede elegir a todos con la misma intensidad. Si no entendemos esto, devaluamos a Dios y la fiesta perderá su verdadero sentido, que consiste en descubrir en nosotros lo que hemos descubierto en María. Lo que tiene de original María, lo puso ella, no Dios. Lo que celebramos es su respuesta a Dios. Si consideramos a María como una privilegiada, podemos decir: si yo hubiera tenido los mismos privilegios, hubiera sido igual que ella; y nos quedamos tan anchos. No, tú tienes todo lo que ella tuvo, porque Dios se te ha dado totalmente como a ella. Si no has llegado a lo que ella llegó, es por tu culpa. En todo caso, sigue siendo tu meta.

En el fondo, esta fiesta nos hace descubrir en María, lo que hemos descubierto en Jesús, la absoluta presencia de Dios en un ser humano. El único título que Jesús se dio a sí mismo fue “Hijo de hombre”, es decir modelo de hombre, hombre acabado. Claro que cuando decimos que Jesús es el “Hombre” queremos decir “ser humano”, es decir varón y mujer. Pues bien, María es la “Hija de mujer”, es decir la mujer acabada.

Lo que de verdad celebramos en esta fiesta es la posibilidad de descubrir en todo ser humano lo divino. Tú, hombre o mujer, descubrirás que eres inmaculado si eres capaz de ir más allá de toda la escoria que envuelve tu verdadero ser. Ese caparazón que confundimos con nuestro ser, es el “ego”. Jesús lo dejó muy claro, no solo cuando nos habla del tesoro escondido, de la perla preciosa, etc. sino cuando nos descubre el valor interior de una prostituta, de un pecador público o de una adúltera.

En María, como en Jesús, podemos descubrir que Dios es encarnación. Ya algunos santos dijeron hace mucho tiempo que en María se había dado una “casi encarnación”. Yo me atrevo a quitar el “casi”. Es muy fácil de comprender. En Dios, el obrar y el ser son lo mismo, pertenecen ambos a su esencia. Dios, todo lo que hace, lo es. Si en Jesús descubrimos que Dios se encarnó, podemos decir que Dios es encarnación. Si en la figura de Jesús, esto se nos escapa, porque tendemos a pensar que es un extraterrestre, en María lo podemos descubrir con total transparencia.

El núcleo íntimo de María es inmaculado, incontaminado porque es lo que de Dios hay en ella. Es el don de sí mismo que Dios hace a todos. Lo que debemos admirar en María es el haber vivido esa realidad y haber transparentado lo divino a través de todos los poros de su ser humano. María deja pasar la luz que hay en su interior sin disminuirla ni tamizarla. De esta manera, María nos ayuda a descubrir el auténtico Jesús: Dios hecho hombre.

Que nadie saque conclusiones apresuradas. No estamos hablando de una auto-salvación. Dios es el que salva al 100 por 100 y además salva siempre. Sin esa salvación, que se manifestó en Jesús, no tendríamos nada que hacer. Pero si Él salva siempre y a todos, que uno la alcance y que otro no alcance la salvación, no depende de Dios, sino de cada uno, porque mi salvación depende también al 100 por 100 de mí mismo.

En esta fiesta que estamos celebrando queda meridianamente claro el principio de que Dios no reacciona a las acciones de la criatura, sino que Él es el primero en actuar, y siempre por pura gracia y sin que lo merezcamos. María está llena de gracia desde el principio de su existencia, como todos los seres. Es curioso que el evangelio dice “llena de gracia” y el dogma diga: “preservada de pecado”. Podemos descubrir ahí, el maniqueísmo, que desde S. Agustín, enseña la oreja por todas partes en nuestro cristianismo.

Imagina tu “yo”, tu individualidad, como una cáscara, como un caparazón cerrado. Siempre has creído que no eras más que eso. Incluso la religión ha insistido que eras algo vacío, y lo has aceptado. Intenta romper ese cascarón y deslízate dentro de él... No has salido de ti, si no que has entrado hasta tu verdadero ser. No tenías ni idea. No lo conocías. Es el tesoro escondido. Es la perla preciosa. Es mucho más que eso. Es lo que hay de Dios en ti. Es la parte de ti, aún no manchada, que ni tú mismo puedes deteriorar. Ahí, eres inmaculado, eres inmaculada. Todo lo que no es esa realidad, son vestidos, son capisayos, son adornos o suciedad que impiden descubrir lo que cubren.

Fray Marcos


¿UN ADVIENTO MÁS O UNA NUEVA OPORTUNIDAD?
José Enrique Galarreta
Lc 3, 1-6

Los dos primeros capítulos de Lucas se dedican al "evangelio de la infancia". En éste tercero comienza la vida pública de Jesús, introducida por la predicación de Juan Bautista.

Lucas hace una presentación "histórica", intentando precisar la fecha exacta de la aparición del Bautista en el Jordán. A pesar de ello, los datos son menos precisos de lo que parece, aunque a través de ellos podemos fijar estos sucesos hacia el año 28 de nuestra era, con un margen de error de un año más o menos.

La intención de Lucas sin embargo no es preferentemente histórico-cronológica, sino la de presentar a Jesús a través del anuncio de Juan. El Bautista, en éste y en los otros evangelios, es el precursor, el que anuncia que la llegada del Salvador es ya inminente.

Y se presenta al Salvador con las mismas palabras que los antiguos profetas (Isaías, Baruc...) anunciaban la restauración de Israel. Jesús es presentado por tanto por medio de un profeta, como "El que había de venir, el que esperábamos, el salvador de Israel".

En estos capítulos de los evangelios (Mateo 3, Marcos 1, Lucas 3, Juan 1) encontramos, como casi siempre en los evangelios, un suceso que ocurrió (apareció un profeta llamado Juan que bautizaba con un bautismo de penitencia) y la interpretación que da la fe del evangelista (su función era preparar el camino de Jesús, que es "el que esperábamos, el Salvador").

Pero estaría muy bien no descontextuar este fragmento (cosa que hace la liturgia sin escrúpulo alguno constantemente). Los evangelios del Bautista dan un mensaje completo y amplio, que apenas se vislumbra en este trocito. (1)

Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Juan, hijo del sacerdote Zacarías, no es sacerdote. Vive en el desierto, quizá en el entorno de Qumran; lleva una vida austera, alimentado y vestido con lo que el desierto le da, que es bien poco. La Palabra de Dios no sale del Templo. El Precursor es un don nadie que vive en el desierto; como aquél a quien el Precursor anuncia.

La Palabra de Dios fue dirigida; de nuevo, una vez más. Porque la Palabra es incansable. Toda esa larguísima trayectoria que es la historia de Israel narrada en la Escritura no es más que la crónica de la constante, incansable presencia de la Palabra.

También es la crónica de las respuestas –buenas y malas– del pueblo a la Palabra. La Palabra que no cesa. La Palabra que es aceptada y rechazada. La Palabra que es entendida y malentendida. Pero siempre, la peregrinación humana acompañada por la Palabra.

Podríamos decir que éste es el dogma básico, la creencia más profunda de Israel: Dios está ahí, acompañando el peregrinar del pueblo: Dios es Palabra para iluminar el camino.

En la larga peregrinación del pueblo, la Palabra fue a veces bien, a veces mal correspondida. Pero, antes de eso, la Palabra fue entendida como aquellas personas pudieron entender. Palabra por Palabra, tan Palabra de Dios es "amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" como "amad a vuestros enemigos". Tan Palabra de Dios es "ojo por ojo y diente por diente" como "poned la otra mejilla". Tan Palabra de Dios es el mandato de las guerras de exterminio como la negativa de Jesús a identificarse con un Mesías davídico. Palabras de Dios contradictorias.

También Juan Bautista fue Palabra para su tiempo: una Palabra que resonaba con los más puros acentos de los profetas alarmistas. "Ya está el hacha puesta a la raid del árbol", ya está aquí el día de la venganza del Poderoso, temblad, arrepentíos para escapar al castigo inminente. Una terrible Palabra de Dios, como tantas otras antes, como tantas otras después.

Esta Palabra fue recibida de manera diversa: mucha gente, gente normal, soldados, publicanos, acudían a Juan. Quedaban impresionados, cambiaban de vida, salían de sus pecados. Otra gente, letrados y fariseos, le pedían cuentas: "¿con qué autoridad hablas así, pues no eres el Mesías, ni siquiera un Profeta?".

Mucha gente normal, pecadora normal, reconoció en Juan La Palabra y estuvieron dispuestos a cambiar de vida. Gente importante, experta en La Palabra, recelaron de Juan y le pidieron garantías; no estaban dispuestos a cambiar de vida: ellos ya tenían la Palabra, y no estaban dispuestos a que un don nadie sin cualificación oficial alguna les anunciara nada de parte de nadie.

Con Jesús pasará lo mismo. La Palabra vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. Es el argumento principal del cuarto evangelio: y ya lo había sido de Marcos: hay que creer en este Mesías, no en el que os habíais imaginado. ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Evidentemente, esperaban a otro, y por tanto, no era Jesús el que había de venir.

Sorprendentemente, la Palabra/Jesús es fuertemente discordante con la Palabra/Juan. El austero penitente amenazante tiene poco que ver con el conversador de sobremesa que trae Buenas Noticias. El Dios que empuña el hacha vengadora tiene poco que ver con el padre del hijo pródigo.

Pero tendrán algo en común: las dos Palabras serán aceptadas por los mismos y rechazadas por los mismos. Sea como sea la Palabra, por los mismos es aceptada y por los mismos es rechazada. Y, sin duda, por la misma razón; porque YO conozco de sobra la Palabra, porque ¿quién es ése para decirme a MÍ, la Palabra?

En conclusión, en la larga peregrinación de la humanidad hacia la plenitud soñada por el Padre Creador, el Padre es Palabra, permanentemente presente en la aventura de los que caminan hacia la cumbre que es ser hijos.

La Palabra es siempre luz, luz cada vez más intensa, de manera que una luz vista desde la oscuridad es luz, y vista desde más luz es casi oscuridad. Es la única manera que tenemos de leer como luz las oscuridades del antiguo testamento. Fueron luz en un momento de tinieblas: son tinieblas vistas desde Jesús.

Hacemos mal en acudir a las velas cuando resplandece la luz del sol. Hacemos mal en recurrir a las velas de las antiguas palabras cuando podemos vivir al sol de Jesús. Ni la Alianza ni la promesa ni el Pueblo Elegido ni los Sacrificios ni el Templo ni el Juicio del Terrible, ni Yahvé justiciero... son más que velas de mortecino resplandor, que fueron quizá útiles para un pueblo en su caminar a tientas.

Juan Bautista es la última de esas vacilantes candelas. Y lo dijo Jesús: el más grande de los profetas, pero el más pequeño del Reino es mayor que él. Y nosotros estamos en el Reino, porque en la noche de Navidad va a salir el sol, ante el cual todas las candelillas anteriores parecen estar apagadas.

Pero a lo largo de la historia, las personas se han comportado igual ante la palabra, fuera modesta vela parpadeante o radiante sol de mediodía. Todas las historias de los profetas de la Vieja Ley y del Reino se parecen: Palabra de Dios aceptada por gente vulgar y rechazada por sabios, santos y poderosos.

Los profetas oficiales rechazando a Jeremías, los ricos y los reyes riéndose e incluso dando muerte a los portadores de la Palabra. Juan Bautista acosado por los escribas y fariseos y asesinado por Herodes, Jesús, igualmente acosado por escribas, fariseos y sacerdotes, y entregado a la muerte a mano de los poderes políticos.

Y siempre por la misma razón de fondo, una actitud: estar a la espera de la Palabra, necesitar la Palabra, desear la Palabra, o, por el contrario, estar seguro, no necesitar ninguna palabra. Actitud que es la manifestación de otra más interior: estar insatisfecho, desear mejorar, estar dispuesto a cambiar. o, por el contrario, estar satisfecho, no estar dispuesto a cambiar.

Impresiona mucho comprobar cómo toda historia religiosa, de antes y de ahora, repite como calcos las mismas actitudes vitales; por esa razón, las situaciones y los personajes que aparecen en los evangelios se convierten en paradigmas extra-temporales; nos reconocemos a nosotros mismos en los personajes y en las situaciones.

Por eso, la palabra clave del Adviento "viene el Señor" puede ser una Gran Noticia o un tópico. Y que sea una cosa o la otra podrá servirnos para conocer a qué bando pertenecemos: si esperamos la Palabra para mejorar o la encajamos sin más en el catálogo de las cosas ya conocidas para no cambiar.

¿Un Adviento más? ¿Una Navidad más? ¿Una nueva oportunidad?
Como cuando nieva sobre un charco, que los copos se disuelven nada más tocar el agua. Como un paisaje nevado atravesado por un torrente. El torrente, inmune a la nevada. Nuestra vida, charco estancado quizá, palabra largamente conocida y estancada, que imposibilita recibir cualquier novedad... o torrente de múltiples actividades, deseos... incapaz de recibir palabra alguna.

Adviento: no una "época litúrgica", sino una dimensión básica de la vida: estar atentos a la Palabra, porque viene, siempre viene, continuamente, porque Dios es incansable, porque el Amor es incansable.

Estamos a las puertas del invierno: es bueno contemplar los árboles muertos. Parecen piedras, irremisiblemente perdidos para la vida. La contemplación del invierno debería llevarnos a pensar que el final de todo es la muerte, que la vejez no tiene remedio, que los grandes árboles helados e inmóviles han llegado a término. Pero nosotros sabemos que hay primavera, porque la hemos visto. De esas medio-piedras brotarán pequeños milagros verdes. Esos escalofriantes manojos de palos desnudos se vestirán de hojas resplandecientes.

¿Quién soy yo? ¿Tengo el alma vieja, definitivamente resignada al invierno? ¿Estoy convencido de que en mi vida ya no va a pasar nada?

Estaría muy bien re-leer despacio la parábola del sembrador: Dios es el incansable sembrador. Puedo estar seguro de que habrá siembra, habrá Palabra. De que la hay. Pensar en mis piedras, en mis zarzas. Y no resignarme a ellas. A veces parece que nos gusta vivir tranquilamente resignados a la esterilidad, como si las zarzas nos protegieran de algo temible....

Estaría muy bien re-leer la parábola de la levadura. Y atreverse a entrar dentro de nosotros mismos, sin piedad y sin miedo, descubriendo nuestros íntimos miedos, abriendo las puertas que tenemos quizá largo tiempo selladas... Y al entrar en la última morada, donde no esperamos encontrar más que lo más oscuro de nosotros mismos, encontrarnos con Dios/levadura, dispuesto a fermentar la masa, desde dentro, en silencio.

Adviento: tiempo de agradecer. Porque siempre está ahí, porque no se cansa. Porque el amor de Dios es paciente, porque la semilla se sigue derramando, aunque haya caído tantas veces en el camino y se la hayan llevado los pájaros. Porque la levadura, pequeña y desconocida, tiene poder para fermentar hasta treinta medidas de harina...
(1)

Recordemos algunos textos más extensos sobre el Bautista.
MATEO C. 
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos».
Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre.
Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».

JUAN C. 1
Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?»
El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo».
Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy».
«¿Eres tú el profeta?»
Respondió: «No».
Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia».

José Enrique Galarreta



¿HAY MOTIVOS PARA SENTIRSE ALEGRES?
José Luis Sicre

Vivo ahora mismo en Roma, en una comunidad internacional, y cuando se comenta la situación del propio país, desde Italia hasta Japón, pasando por la India, Francia, Estados Unidos, etc., es raro que alguien se muestre muy optimista. Nuestro mundo, el cercano de cada día, y el lejano, ofrece motivos de preocupación y tristeza. Y cuando un católico entra en la iglesia en los domingos de Adviento, la casulla morada del sacerdote parece confirmarle en su pesimismo.
Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados
La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven “en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. También nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad
Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación
A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones
¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

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