Domingo XXIII del
Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – 4 de septiembre de 2016
Una amiga religiosa, escribe de vez en cuando sus experiencias
espirituales en forma de poemas. Hace algunos meses me envió estos versos que
me parece que nos pueden ayudar a entender lo que hoy nos presenta el
evangelio:
Quiero bajar de nuevo a tu bodega,
para darte mi amor, ser toda entrega
y embriagarme de ti, pues son mejores
y más suave que el vino tu amores.
No acercaré mis labios a otra fuente
para calmar mi sed, mi sed
ardiente
ni volveré a beber otros licores
que el vino embriagador de tus
amores.
Mira que vengo como cierva herida
ve que me entrego a Ti, que estoy
rendida
y sacia tu mi sed, pues son mejores
que el más sabroso vino tus amores.
“Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: ‘Si alguno viene a
mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus
hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo.
Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Jesús
dirige estas palabras a la gente que lo seguía. No se trata de una disyuntiva
excluyente. No nos pide que dejemos de querer a las personas que están más
cerca de nuestro corazón. Esas personas pueden y deben permanecer en el centro
de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el Señor es que nuestro amor hacia ellos
no esté por encima del amor que sentimos por Él y por su reino. No puede haber
nada ni nadie que distraiga el camino de seguimiento.

Podríamos añadir que la persona que ha probado un buen vino ya no podrá
contentarse con otra bebida. Así es el seguimiento del Señor. Si nos hemos
encontrado auténticamente con él, tendremos que reconocer que ya no podemos
saciar nuestra sed en otras fuentes, ni habrá otros licores que sustituyan el
vino embriagador de sus amores.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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