Domingo XXXI Ordinario –
Ciclo A (Mateo 5, 1-12) – 1 de noviembre de 2020
¿Cómo podemos ser auténticamente felices, bienaventurados?
Hernán Quesada SJ
Hoy el Evangelio nos propone un modo de vida: Ten alma de pobre,
es decir consciente que todo lo que eres y tienes es Gracia, viene de Dios. Se
de esas y de esos capaces de conmoverse hasta las lagrimas, valiente y con
compasión. Se humilde, ten hambre y sed de justicia, no te conformes con el
mal, la iniquidad y la división del mundo. Se misericordioso(a). Ten un corazón
limpio, transparente. Se de los que procuran y construyen la paz. No temas ser
perseguido a causa de la justicia, ni temas a los insultos, incomprensiones,
calumnias a causa de ser fiel al seguimiento de Jesús; es decir, a vivir como
él lo haría. Sólo de una vida así brota la autentica alegría y el regocijo de
saber que somos ya parte del Reino de los Cielos.
Hoy en la fiesta de todos los santos y santas, pidamos su
intercesión. Recordemos también a aquellos y aquellas que ya están en el cielo
y que nos han inspirado y encaminado a la vida bienaventurada, polarizada en el
amor y seguimiento de Cristo.
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
AUN EN LAS PEORES CIRCUNSTANCIAS, ES POSIBLE LA PLENITUD DE
HUMANIDAD
Para
todo el que no haya tenido una experiencia interior, las bienaventuranzas son
un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa
hambre, al que llora, al perseguido, ¡Enhorabuena! Dale gracias a Dios porque
algún día se cambiarán las tornas y tú serás como el que ahora te oprime.
Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, pues están más allá de la
lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio y el peor entendido del
cristianismo.
Sobre
las bienaventuranzas se han dicho las cosas más dispares. Para Gandhi eran la
quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición ya que atentan
contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy
sencillo. Uno habla desde la mística (no cristiana). El otro pretende
comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, aunque sea la más
preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.
Sería
un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer en demagogia barata
para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que
las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la
radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, nos impide
descubrir su sentido. Lo que quiere decir Jesús es que la verdadera humanidad
no consiste en satisfacer las necesidades más perentorias sino en desplegar
nuestra humanidad.
Mt
las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que
Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El
escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El
“monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús es el nuevo Moisés, que
promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no
son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir
un camino inusitado hacia la plenitud humana.
No
tiene importancia que Lc proponga cuatro y Mt nueve. Se podrían proponer
cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas mentales de cualquier
ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o
espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas
veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia
concreta de cada una no es lo esencial. Por eso no tiene mayor importancia
explicar cada una de ellas por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.
La
inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que las tres primeras de
Lc, recogidas también en Mt, son las originales e incluso se puede afirmar con
cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mt las espiritualiza,
no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino
porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón que nos
saca de la idea de un ser humano marginado y oprimido por el otro.
La
aparente diferencia entre Mt y Lc (pobre o pobre de espíritu) desaparece si
descubrimos qué significaba en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo
bíblico, no podemos entender ni una ni otra expresión. Con su despiadada
crítica a la sociedad injusta, los profetas Amós, Isaías, Miqueas, denuncian
una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los
pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo
pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen
su soberanía.
Después
del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los
pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien
confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto”
bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad.
Incluía no solo a los pobres económicos sino a los social y religiosamente
pobres: enfermos, poseídos, impuros, marginados, a quienes Dios había
rechazado, según se creía.
La
diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando
nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible
entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la
pobreza voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está
hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos; de los que
quisieran salir de su pobreza y no pueden. Son los bienaventurados si descubren
que nada les puede impedir ser plenamente humanos, a pesar de todas sus
limitaciones impuestas.
Otra
trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad
prometida a los excluidos, para el más allá. Así se ha interpretado muchas
veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está
proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, todo ser humano puede
encontrar la paz y la armonía interior, que es el paso a una verdadera
felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás sino
en una toma de conciencia de que lo que Dios te da lo tienes asegurado y no
depende de las circunstancias externas.
Esta
reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede
considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos,
no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la
riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Si
todos fuésemos igualmente pobres o igualmente ricos no había problema alguno.
La irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza
manteniendo nosotros nuestra riqueza. La predicación de hoy está abocada al
fracaso.
Las
bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico a costa
de los demás. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar
hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos no por ser pobres,
sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser
opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir
entre perseguir el placer sensible o la plenitud humana que se manifiesta en el
don.
En
todo este asunto podemos descubrir una tremenda paradoja. Si el ser pobre es
motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la
pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí
tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las
bienaventuranzas. El que pasa hambre no es feliz porque un día será saciado. El
rico que ríe no es desgraciado porque un día llorará.
Pero
por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús,
tiene como objetivo el que deje de haber pobres. En ningún caso puede
bendecirse la pobreza. Cualquier clase de pobreza causada por el hombre
debe ser combatida como una lacra y la causada por los desastres naturales debe
ser compartida y en lo posible paliada. El enemigo del Reino de Dios es la
ambición, el afán de poder. Recordad: “no podéis servir a Dios
y al dinero”.
Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras hay personas que mueren, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como no poner el objetivo en consumir. Mientras menos necesites, más rico eres.
Meditación
Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito de lo divino.
Si pongo mi felicidad en el consumir, olvido mi verdadero ser.
Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida.
Pero es también impedir la verdadera Vida.
Compartir lo que tengo con el que lo necesita, me hace más humano.
Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerse más humano.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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