Solemnidad de Jesucristo Rey del universo – Ciclo A (Mateo 25, 31-46) – 22 de noviembre de 2020
“...
todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que entregó su vida en el servicio a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, SJ, canonizado en el año 2005 por Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias de Bogotá. El P. Joss falleció hace pocos meses.
Al hablar de su vocación siempre recordaba que siendo joven prestó servicio militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos... tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.
Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel... Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron, o lo que no hicieron, por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron, o no lo hicieron.
Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:
CRISTO, no tienes manos, tienes
sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.
CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.
CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.
Fuente: “Encuentros con
la Palabra”
LA SORPRESA FINAL
José Antonio Pagola
Los
cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente
que el amor es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos
que desde el amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las
personas, estructuras y realizaciones de los hombres. Sin embargo, con ese
lenguaje tan hermoso del amor, podemos estar ocultando con frecuencia el
mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Es
sorprendente observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra
«amor». Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los
humanos. Al final no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre
algo mucho más concreto: ¿qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con
alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y
sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo
en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No
bastan tampoco los sentimientos hermosos ni las protestas estériles. Lo
importante es ayudar a quien nos necesita.
La mayoría
de los cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a
nadie ningún mal especialmente grave. Se nos olvida que, según la advertencia
de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final siempre que cerramos
nuestros ojos a las necesidades ajenas, siempre que eludimos cualquier
responsabilidad que no sea en beneficio propio, siempre que nos contentamos con
criticarlo todo, sin echar una mano a nadie.
La parábola
de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo
por alguien?, ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda?, ¿qué hago para que reine
un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros?, ¿qué más podría
hacer?
La última y decisiva enseñanza de Jesús es esta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo. Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad, y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
JESÚS REINA COMO REINA LA PAZ, COMO REINA EL AMOR
Fray Marcos
Es muy
difícil dar sentido “cristiano” a esta fiesta. Jesús nunca reivindicó ningún
reino para sí. Todo lo contrario, afirmó de palabra y con su vida, que él “no
venía a ser servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser
dueño y señor del mundo, se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado
el lugar del tentador cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos
los reinos del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la
multiplicación de los panes, Nos dice Juan: "Viendo que querían
proclamarle rey, se retiró a la montaña él solo."
¿No hemos
superado la burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un
manto real y un cetro cargado de brillantes? Este cetro y esta corona es mucho
más denigrante para Jesús, que la caña y las espinas. Cuando Pilato pone el
título sobre la cruz: "Éste es el rey de los judíos", lo hace para
burlarse de él y de los judíos. ¿No será también una burla llamarle rey del
universo? La intención de Pio XI al instituirla hace un siglo no nos ayuda a
darle sentido hoy. Lo que él pretendió fue que todos los hombres y todas las
naciones le reconocieran a él como representante de eso: Cristo Rey.
Nuestro ego
narcisista está incapacitado para asumir su desaparición. Tiene una capacidad
increíble para revolverse y salirse con la suya. Como la propuesta de Jesús era
inasumible, la presenta como una estrategia para conseguir plenitud de gloria.
Así, cuando Jesús dice que la meta de su vida es el don total a los demás, el
ego la interpreta como el único medio para ser glorificado por Dios. Una vez
presentada así la trayectoria de Jesús, será muy fácil hacernos ver que la
nuestra debe seguir el mismo camino.
El ser
humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela nada más encenderla
se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida, es un trasto que
rueda por los cajones. El día que se va la luz, la buscamos y la encendemos. En
ese momento empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta
perspectiva. Nada ni nadie le puede convencer de que su objetivo es
desaparecer, menos aún, en beneficio de los demás. El colmo del desastre fue
que descubrió la manera de emplear toda la parafernalia espiritual para
conseguir su propio objetivo. No hay forma de que pueda cambiar de perspectiva.
Fijaros qué
contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús, recordamos el momento de su
vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el
pan, me parto y me vuelvo a partir para que me coman. Me dejo masticar, tragar,
asimilar para alimentar a otros, aunque sea a costa de desaparecer. Yo entrego
mi vida (mi sangre), a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su
propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la
doy a los demás, me quedaré sin ella. Todo esto lo celebramos como un rito más,
pero para nada condiciona mi propia existencia.
Sin duda,
el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús. La imagen de Dios
como rey de Israel se remonta a la época de la entrada en Palestina del pueblo
judío. Para un nómada nada podía significar la idea de un rey; pero cuando
entran en contacto con las estructuras sociales de la gente que vivía en
ciudades, los israelitas piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los
profetas, como una traición a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y
termina por ser la imagen clave para la apocalíptica. El final de la historia será
un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los demás.
Solo en
este contexto cultural, podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino
de Dios. Sin embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempos de
Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío
sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica
un Reino de Dios, del que van a quedar excluidos lo que se creían buenos y van
a entrar las prostitutas, los pecadores, los marginados. Los gentiles serán
llamados y muchos judíos quedarán fuera.
El Reino
predicado por Jesús ya está aquí, ha comenzado ya. "El Reino de Dios está
dentro de vosotros”. Esta idea desbarata todo nuestro montaje sobre el reino de
Dios. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es
Dios, no de que Dios tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de
actuar, pero solo después de haber descubierto su presencia en lo más hondo de
nuestro corazón. Es un reinado del AMOR. No es un reino de personas físicas,
sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita preocupándome
por él, hago presente el Reino de Dios.
Cuando
Pilato le pregunta si es rey, contesta Jesús: “Mi reino no es de este mundo”.
No quiere decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no
tiene nada que ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús
le dice: "Sí, soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para ser testigo
de la verdad." Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la
única manera de ser dueño de sí mismo, y por la tanto de ser dueño de la
realidad entera. Jesús es rey de sí mismo y así es Rey en absoluto.
“El Reino
de Dios, lo divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que
transforma mi ser y toda la realidad. Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad,
es mi esencia. Yo tengo que esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí
mismo, aceptando que viene a absorberme. Es necesario que, tras haber cooperado
con todas mis fuerzas a hacerla brotar, consienta en la comunión, en la que mi
propia individualidad se hundirá y acepte convertirme en su alimento”.
(Teilhard de Chardin).
Después de
lo dicho podemos comprender que, no se trata de entronizar a Jesús, ni antes ni
después de morir. Lo “Crístico”, es decir, lo que significa y encarna la figura
de Jesús, es lo que tiene que reinar entre nosotros. Cuando decimos: reina la
armonía, reina la paz, etc., estamos hablando de un ambiente envolvente que
permite su desarrollo. Hablar del reinado de Cristo significa que su mismo
espíritu mueve también nuestra existencia.
En el
relato que hemos leído encontramos la clave de la encarnación. Dios no se hace
un hombre, sino que se hace hombre. El que juzga es el Hombre, el punto de
contraste para valorar una vida humana es la semejanza con Jesús: “el Hombre”.
No tenemos que esperar ningún juicio desde fuera. Mis actitudes van
manifestando en cada momento el grado de identificación con el modelo de
Hombre. En la medida que me identifique con el modelo, me salvo; en la medida
que me separe de él, me voy condenando.
Hemos
conseguido un cristianismo cómodo, colocando a Dios en el cielo. Sería
demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos
que nos rodean. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que
descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja
bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado,
lo hubieran socorrido. La tarea es descubrir lo que somos.
Meditación
A Dios no le servimos para nada.
Los demás sí necesitan de nosotros.
Si quieres llegar a Dios cuida del otro.
En él lo encontrarás pobre y necesitado.
Al cuidar con amor de sus heridas,
restañarás las tuyas.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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