Domingo XXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 21-27) – 30
de agosto de 2020
“¡Apártate
de mi Satanás!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
¿Quién no quiere realizarse como persona?
¿Quién no busca, por todos los medios, su plenitud? ¿Quién no aspira a ser
feliz? El carbón o el estaño, el naranjo o la margarita, la vaca o el ciervo,
no necesitan preocuparse por su realización; están programados para cumplir su
meta. Si encuentran las condiciones necesarias, serán lo que tienen que ser y ya
está... Pero nosotros... Nosotros somos otro cuento… La realización no nos
llega automáticamente, sino que tenemos que construirla paso a paso, escalón
tras escalón. El camino de los hombres y las mujeres ‘se hace al andar’, decía
el poeta andaluz y cantaba el juglar catalán… no encontramos hecho el camino,
lo tenemos que hacer.
Pero, ¿cuál es el camino que nos lleva a
desplegar todas nuestras potencialidades? ¿Cómo llegar a ser auténticamente
humanos? ¿Cómo llegar a ser plenamente felices? La familia, con muy buenas
intenciones, pero no siempre de manera acertada, nos advierte sobre las
ventajas y los peligros de una u otra opción profesional, matrimonial,
existencial... Los amigos y amigas nos aconsejan, muchas veces de acuerdo a su
propia experiencia, por dónde debemos seguir... La sociedad, a través de los
medios de comunicación y la publicidad, nos señala senderos de plenitud y
felicidad, que terminan siendo sólo realidad de novela o alegrías de cartón...
Todos quieren ayudarnos a encontrar el secreto de la felicidad.
Sin embargo, a casi nadie se le ocurre
decirnos que para encontrar la vida, tenemos que perderla. ¡Qué locura! ¡Cómo
se te ocurre! ¡Estás loco! Como Pedro, cuando escuchó a Jesús diciendo que
“tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y
los maestros de la ley lo harían sufrir mucho”, nuestros seres queridos,
nuestros amigos, la sociedad entera nos lleva aparte y nos reprende: “¡Dios no
lo quiera (...)! ¡Esto no puede pasar!”
La reacción de Jesús es tal vez la
expresión más fuerte que haya dirigido a ningún ser humano; a los fariseos los
llamó “raza de víboras”; a los escribas les dijo “sepulcros blanqueados”; a
Pedro le dice: “¡Apártate de mí Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tu no
ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”. Poco antes Lo
había llamado dichoso “(...) porque esto no lo conociste por medios humanos,
sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo”.
El camino de la felicidad es el despojo de
nosotros mismos y de nuestras seguridades: “Si alguno quiere ser discípulo mío,
olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar
su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”
¿En qué dirección va la búsqueda de nuestra
plenitud? ¿Hacia dónde caminamos cuando aspiramos a realizarnos en la vida?
¿Dónde buscamos la felicidad? Este camino que nos señala el Señor es el único
que nos podrá llevar al desarrollo pleno de todas nuestras potencialidades. A
los otros planes y proyectos, habrá que decirles con sencillez, pero con
decisión: “¡Apártate de mi Satanás!”
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
ARRIESGAR
TODO POR JESÚS
José Antonio Pagola
No es fácil asomarse al mundo interior de
Jesús, pero en su corazón podemos intuir una doble experiencia: su
identificación con los últimos y su confianza total en el Padre. Por una parte
sufre con la injusticia, las desgracias y las enfermedades que hacen sufrir a
tantos. Por otra confía totalmente en ese Dios Padre que nada quiere más que
arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos.
Jesús estaba dispuesto a todo con tal de
hacer realidad el deseo de Dios, su Padre: un mundo más justo, digno y dichoso
para todos. Y, como es natural, quería encontrar entre sus seguidores la misma
actitud. Si seguían sus pasos, debían compartir su pasión por Dios y su
disponibilidad total al servicio de su reino. Quería encender en ellos el fuego
que llevaba dentro.
Hay frases que lo dicen todo. Las fuentes
cristianas han conservado, con pequeñas diferencias, un dicho dirigido por
Jesús a sus discípulos: «Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que
la pierda por mí, la encontrará». Con estas palabras tan paradójicas, Jesús les
está invitando a vivir como él: agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a
perderla; arriesgarla de manera generosa y valiente lleva a salvarla.
El pensamiento de Jesús es claro. El que
camina tras él, pero sigue aferrado a las seguridades, metas y expectativas que
le ofrece su vida, puede terminar perdiendo el mayor bien de todos: la vida
vivida según el proyecto salvador de Dios. Por el contrario, el que lo arriesga
todo por seguirle encontrará vida entrando con él en el reino del Padre.
Quien sigue a Jesús tiene con frecuencia la
sensación de estar «perdiendo la vida» por una utopía inalcanzable: ¿No estamos
echando a perder nuestros mejores años soñando con Jesús? ¿No estamos gastando
nuestras mejores energías por una causa inútil?
¿Qué hacía Jesús cuando se veía turbado por
este tipo de pensamientos oscuros? Identificarse todavía más con los que sufren
y seguir confiando en ese Padre que puede regalarnos una vida que no puede
deducirse de lo que experimentamos aquí en la tierra.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
PEDRO TENÍA RAZÓN, EL MESÍAS NO PUEDE FRACASAR
Fray Marcos
El texto es continuación del leído el
domingo pasado. Lo que Mt pone hoy en boca de Jesús, ni siquiera es aceptable
para los seguidores. Jesús acaba de felicitar a Pedro por expresar pensamientos
divinos. Ahora le critica muy duramente por pensar como los hombres. La diferencia
es abismal. Si leemos el evangelio sin prejuicios, descubriremos que Pedro es
coherente con lo que dijo de Jesús: tú eres el ungido, el hijo de Dios vivo. ¿A
qué judío se le podía ocurrir que el Mesías iba a morir en la cruz? Ni siquiera
Jesús, como buen judío, pudo pensar tal cosa, aunque nuestros prejuicios lo ven
como natural.
Los primeros cristianos dispusieron de
cincuenta años para armonizar las diversas maneras de concebir a Jesús. A pesar
de ello encontramos en los evangelios infinidad de incoherencias que es
imposible explicar adecuadamente. Como Pedro, los cristianos en todas las
épocas, nos hemos escandalizado de la cruz. Ninguno hubiera elegido para Jesús
ese camino. La imagen de un Mesías victorioso es la única que puede tener
sentido desde la perspectiva de un Dios todopoderoso. La muerte de Jesús en la
cruz es un contrasentido que se trató de integrar con una serie de argumentos
contradictorios.
La muerte de Jesús fue para los primeros
cristianos el punto más impactante de su vida. Seguramente el primer núcleo de
los evangelios lo constituyó un relato de su pasión. No nos debe extrañar que,
al redactar el resto de su vida se haga desde esa perspectiva. Hasta cuatro
veces anuncia Jesús su muerte en el evangelio de Mt. No hacía falta ser profeta
para darse cuenta de que la vida de Jesús corría serio peligro. Lo que decía y
lo que hacía estaba en contra de la doctrina oficial y los encargados de su
custodia tenían el poder suficiente para eliminar a una persona tan peligrosa
para sus intereses.
Pedro responde a Jesús con toda lógica.
¿Podía Pedro dejar de pensar como judío? Incluso el día que vinieron a
prenderle, Pedro sacó la espada y atizó un buen golpe a Malco, para evitar que
se llevaran al Maestro. Era inconcebible, para un judío, que al Mesías lo
mataran los más altos representantes de Dios. El texto quiere transmitirnos la
idea de un Jesús acomodado a los acontecimientos inaceptables, como
representante de Dios. La radical crítica de Jesús a Pedro tiene como objetivo
ordenar los juicios contradictorios que se sucedieron durante los primeros años
del cristianismo.
La respuesta de Jesús a Pedro es la misma
que dio al diablo en las tentaciones. Ni a los fariseos, ni a los letrados, ni
a los sacerdotes dirige Jesús palabra tan duras. Quiere indicar que la
propuesta de Pedro era la gran tentación, también para Jesús. La verdadera
tentación no viene de fuera, sino de dentro. Lo difícil no es vencerla sino
desenmascararla y tomar conciencia de que ella es la que puede arruinar nuestra
Vida. Jesús no rechaza a Pedro, pero quiere que descubra su verdadero
mesianismo, que no coincide ni con el del judaísmo oficial ni con lo que
esperaban los discípulos.
El seguimiento es muy importante en todos
los evangelios. Se trata de abandonar cualquier otra manera de relacionarse con
Dios y entrar en la dinámica espiritual que Jesús manifiesta en su vida. Es
identificarse con Jesús en su entrega a los demás, sin buscar para sí poder o
gloria. Negarse a sí mismo supone renunciar a toda ambición personal. El individualismo
y el egoísmo quedan descartados de Jesús y del que quiera seguirlo. Cargar con
la cruz es aceptar la oposición del mundo. Se trata de la cruz que nos infligen
otras personas -sean amigas o enemigas- por ser fieles al evangelio.
En tiempo de Jesús, la cruz era la manera
más denigrante de ejecutar a un reo. El carácter simbólico solo llegó para los
cristianos después de comprender la muerte de Jesús. Como el relato habla de la
cruz en sentido simbólico, es improbable que esas palabras las pronunciara
Jesús. El condenado era obligado a cargar con la parte transversal de la cruz
(patibulum). No está hablando de la cruz voluntariamente aceptada sino de la
impuesta por haber sido fiel a sí mismo y Dios. Lo que debemos buscar es la
fidelidad. La cruz será consecuencia inevitable de esa fidelidad.
Jesús nos muestra el camino que nos puede
llevar a una mayor humanidad. Esa propuesta es la única manera de ser humano.
Todo ser humano debe aspirar a ser más; incluso ser como Dios. Pero debe
encontrar el camino que le lleve a su plenitud. Los argumentos finales dejan
claro que las exigencias, que parecen tan duras, son las únicas sensatas. Lo
que Jesús exige a sus seguidores es que vayan por el camino del amor. Aquí está
la esencia del mensaje cristiano. No se trata de renunciar a nada, sino de
elegir en cada momento lo mejor. Verlo como renuncia es no haber entendido ni
jota.
Jesús no pretende deshumanizarnos como se
ha entendido con frecuencia sino llevarnos a la verdadera plenitud humana. No
se trata de sacrificarse, creyendo que eso es lo que quiere Dios. Dios quiere
nuestra felicidad en todos los sentidos. Dios no puede “querer” ninguna clase
de sufrimiento; Él es amor y solo puede querer para nosotros lo mejor. Nuestra
limitación es la causa de que, a veces, el conseguir lo mejor exige elegir
entre distintas posibilidades, y el reclamo del gozo inmediato inclina la
balanza hacia lo que es menos bueno e incluso malo, entonces mi verdadero ser
queda sometido al falso yo.
La mayoría de nuestras oraciones pretenden
poner a Dios de nuestra parte en un afán de salvar el ego y la individualidad,
exigiéndole que supere con su poder nuestras limitaciones. Lo que Jesús nos
propone es alcanzar la plenitud despegándonos de todo apego. Si descubrimos lo
que nos hace más humanos, será fácil volcarnos hacia esa escala de valores. En
la medida que disminuyo mi necesidad de seguridades materiales, más a gusto,
más feliz y más humano me sentiré. Estaré más dispuesto a dar y a darme, aunque
me duela, porque eso es lo que me hace crecer en mi verdadero ser.
Una perfecta vida biológica no supone
ninguna garantía de mayor humanidad. Todo lo contrario, ganar la Vida es perder
la vida, yendo más allá del hedonismo. Lo biológico es necesario, pero no es lo
más importante. Sin dejar de dar la importancia que tiene a la parte sensible,
debes descubrir tu verdadero ser y empezar a vivir en plenitud. La muerte
afecta solo a tu ser biológico, pero se pierde siempre. Si accedes a la
verdadera Vida, la muerte pierde su importancia. La plenitud se encuentra más
allá de lo caduco: no más allá en tiempo, sino más allá en profundidad, pero
aquí y ahora.
Para ser cristiano, hay que transformarse.
Hay que nacer de nuevo. Lo natural, lo cómodo, lo que me pide el cuerpo, es
acomodarme a este mundo. Lo que pide mi verdadero ser es que vaya más allá de
todo lo sensible y descubra lo que de verdad es mejor para la persona entera,
no para una parte de ella. Los instintos no son malos; que los sentidos quieran
conseguir su objeto, no es malo. Sin embargo la plenitud del ser humano está
más allá de los sentidos y de los instintos. La vida humana no se nos da para
que la guardemos y preservemos, sino para que la consumamos en beneficio de los
demás.
Meditación
Nacer de nuevo,
nacer del Espíritu, es la propuesta de Jesús.
En lo biológico
estamos siempre; es el punto de partida.
Lo espiritual hay
que descubrirlo y vivirlo.
Si no entro en la
dinámica del Espíritu,
permaneceré en el
ámbito de lo sensible
y quedará
frustrado lo humano en mí.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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