Domingo XVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 14,13-21) – 2 de agosto de 2020
“...
denles ustedes de comer”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Anthony de Mello, cuenta en su libro, El
Canto del Pájaro, la historia de un hombre que paseando por el bosque vio
un zorro que había perdido sus patas; el hombre se preguntaba cómo podría
sobrevivir el pobre zorro mutilado. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba
una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para
el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo
tigre. De modo que el hombre quedó maravillado de la inmensa bondad de Dios y
se dijo: «Voy a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste
me dará cuanto necesito». Así lo hizo durante varios días; pero no sucedía nada
y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que
le decía: «¡Oh tú, que te hallas en la
senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja
ya de imitar al pobre zorro mutilado».
CREAR FRATERNIDAD
José Antonio Pagola
Un proverbio oriental dice que «cuando el dedo del
profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante
se podría decir de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter
portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar
prodigios propagandísticos. Sus milagros son más bien signos que abren brecha
en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva, meta final del
ser humano.
Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes
nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y
reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir «su pan y su
pescado» como hermanos.
Para el cristiano, la fraternidad no es una exigencia junto a
otras. Es la única manera de construir entre los hombres el reino del Padre.
Esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la
confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente»
(Karl Rahner).
Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le
hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino
y egoísta, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios
intereses.
La Iglesia, en cuanto «sacramento de fraternidad», está
llamada a impulsar, en cada momento de la historia, nuevas formas de
fraternidad estrecha entre los hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir
con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del hombre actual.
La lucha a favor del desarme, la protección del medio
ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los
parados las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos,
la preocupación por los ancianos solos y olvidados... son otras tantas
exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar», para todos, el
pan que necesitamos los hombres para vivir.
El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer
tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres
y mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos tranquilos y
satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
LO QUE TE SALVA NO ES COMER EL PAN CONSAGRADO
Fray Marcos
Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da
de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en
realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna
importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que
nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y
lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento
discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.
Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos
seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y
peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el
verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción.
También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de
inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer.
Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del
grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.
No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a
cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el
hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que
hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo
de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento
para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta
hecho añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la
divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.
En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces
se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan
numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie
quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía
repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto
de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces;
seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el
ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio
de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús
predicaba.
Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos
mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas
importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las
maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de
nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de
seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo
verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que
aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.
Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato
podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se
dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o
pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo.
Jesús rompe con esta lógica y les propone una solución mucho menos sensata:
“dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas.
Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. No se trata de
solucionar el problema desde fuera sino de provocar la generosidad y el
compartir.
Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más
ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y
los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura:
Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el
número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce
cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al
nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya
tenemos los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la
letra.
El verdadero sentido del texto está en otra parte. La
dinámica normal de la vida nos dice que el “pan”, indispensable para la vida,
tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja
llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó
impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar al pan de ese acaparamiento
injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es
el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento,
el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un
precio por él.
Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la
gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el
problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no
encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían lo pusieron a
disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se
contagia y produce el “milagro”. Cuando se dejan de acaparar los bienes, llegan
a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida,
lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera
egoísta.
Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que
nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los
interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto
de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la
comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura espiritual. Solo
cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera Vida.
En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante
para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.
Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir
lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y unos peces resecos. Ese es el
verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces
de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento
espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del
pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el
material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con
Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.
No olvidemos que la eucaristía comenzó como una comida en que
todo se compartía. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la Vida y se
hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con
Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud
de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a
Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se
come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la
necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.
Meditación
La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si descubro a Dios como don, me daré a todos.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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