domingo, 2 de agosto de 2020

Domingo XVIII Ordinario – Ciclo A

Domingo XVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 14,13-21) – 2 de agosto de 2020


“... denles ustedes de comer”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. 

Anthony de Mello, cuenta en su libro, El Canto del Pájaro, la historia de un hombre que paseando por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas; el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir el pobre zorro mutilado. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. De modo que el hombre quedó maravillado de la inmensa bondad de Dios y se dijo: «Voy a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito». Así lo hizo durante varios días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado».

 Es frecuente que, cuando nos encontramos con situaciones dolorosas, reaccionemos ante Dios pidiéndole que haga algo por nosotros, que nos ayude a solucionar nuestros problemas. Y, ciertamente, Dios hace algo, pero nos invita a colaborar con él en su obra. Cuánta gente, cuando constata las miserias y sufrimientos de nuestros pueblos, no le reclama de Dios una respuesta frente a tanto dolor. La pregunta que muchas veces asoma a nuestros labios es: “¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada?” La respuesta que nos da Dios es: “Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti”.

 El texto evangélico de este domingo nos presenta la reacción de Jesús ante el asesinato de Juan el Bautista. “Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban”. Jesús no se deja aplastar por su dolor ante el crimen que había acabado de cometer Herodes contra su amigo, el profeta Juan. Siente compasión y no pude cerrar los ojos ante el sufrimiento de aquellos que lo siguen hasta ese lugar apartado.

 Los discípulos, viendo que se hacía tarde, y que la gente no tenía dónde encontrar comida, le sugieren a Jesús que los despida para que vayan a las aldeas a comprar comida. Pero Jesús les dice: “No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer”. La reacción de sorpresa no se deja esperar: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”. Esto no alcanzará para alimentar a tantos. Jesús, entonces, toma los pocos panes y peces, manda que la multitud se siente sobre la hierba y “mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente”. Jesús parte y los discípulos re-parten lo poco que tenían con una multitud. Y “todos comieron hasta quedar satisfechos”.

 No podemos seguir imitando al zorro mutilado. Tenemos que imitar más bien al tigre, que alimenta todos los días al que no puede buscar su alimento. Sólo así seremos discípulos de Aquel que no evadía el hambre de su pueblo, sino que partía y repartía con ellos todo lo que tenía.

 Fuente: http://www.religiondigital.org/encuentros_con_la_palabra/

 

CREAR FRATERNIDAD

José Antonio Pagola 

Un proverbio oriental dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante se podría decir de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.

Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son más bien signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva, meta final del ser humano.

Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir «su pan y su pescado» como hermanos.

Para el cristiano, la fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el reino del Padre. Esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (Karl Rahner).

Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y egoísta, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses.

La Iglesia, en cuanto «sacramento de fraternidad», está llamada a impulsar, en cada momento de la historia, nuevas formas de fraternidad estrecha entre los hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del hombre actual.

La lucha a favor del desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados... son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar», para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir.

El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres y mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer».

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

 

LO QUE TE SALVA NO ES COMER EL PAN CONSAGRADO
Fray Marcos

Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.

Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.

No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecho añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.

En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.

Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.

Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con esta lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. No se trata de solucionar el problema desde fuera sino de provocar la generosidad y el compartir.

Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra.

El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan”, indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar al pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.

Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se dejan de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.

Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura espiritual. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera Vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.

Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y unos peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.


No olvidemos que la eucaristía comenzó como una comida en que todo se compartía. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la Vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.


Meditación


La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si descubro a Dios como don, me daré a todos.

Fray Marcos

Fuente: http://feadulta.com/

 


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