Domingo XX Ordinario – Ciclo A (Mateo 15, 21-28) – 16 de agosto de 2020
“¡Mujer, qué
grande es tu fe!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El jesuita brasileño João Batista Libânio, fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos...
Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería republicano”.
Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.
Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor, ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a nadie le dicen perro como piropo... Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.
Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.
Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.
Fuente:
“Encuentros
con la Palabra”
ALIVIAR EL
SUFRIMIENTO
José Antonio Pagola
Jesús
vive muy atento a la vida. Es ahí donde descubre la voluntad de Dios. Mira con
hondura la creación y capta el misterio del Padre, que lo invita a cuidar con
ternura a los más pequeños. Abre su corazón al sufrimiento de la gente y
escucha la voz de Dios, que lo llama a aliviar su dolor.
Los
evangelios nos han conservado el recuerdo de un encuentro que tuvo Jesús con
una mujer pagana en la región de Tiro y Sidón. El relato es sorprendente y nos
descubre cómo aprendía Jesús el camino concreto para ser fiel a Dios.
Una
mujer sola y desesperada sale a su encuentro. Solo sabe hacer una cosa: gritar
y pedir compasión. Su hija no solo está enferma y desquiciada, sino que vive
poseída por un «demonio muy malo». Su hogar es un infierno. De su corazón
desgarrado brota una súplica: «Señor, socórreme».
Jesús
le responde con una frialdad inesperada. Él tiene una vocación muy concreta y
definida: se debe a las «ovejas descarriadas de Israel». No es su misión
adentrarse en el mundo pagano: «No está bien echar a los perros el pan de los
hijos».
La
frase es dura, pero la mujer no se ofende. Está segura de que lo que pide es
bueno y, retomando la imagen de Jesús, le dice estas admirables palabras:
«Tienes razón, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la
mesa de sus amos».
De
pronto Jesús comprende todo desde una luz nueva. Esta mujer tiene razón: lo que
desea coincide con la voluntad de Dios, que no quiere ver sufrir a nadie.
Conmovido y admirado le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo
que deseas».
Jesús,
que parecía tan seguro de su propia misión, se deja enseñar y corregir por esta
mujer pagana. El sufrimiento no conoce fronteras. Es verdad que su misión está
en Israel, pero la compasión de Dios ha de llegar a cualquier persona que está
sufriendo.
Cuando nos encontramos con una persona que sufre, la voluntad de Dios resplandece allí con toda claridad. Dios quiere que aliviemos su sufrimiento. Es lo primero. Todo lo demás viene después. Ese fue el camino que siguió Jesús para ser fiel al Padre.
Fuentes : http://www.gruposdejesus.com
UN AUTÉNTICO
DIÁLOGO QUE ENRIQUECE A AMBOS
Fray Marcos
Hoy
las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación
universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma
importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían
mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad,
conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones
entre los discípulos y no se vio nada claro hasta pasado casi un siglo de la
muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.
Mateo
relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús
con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros.
Seguramente la retirada a territorio pagano esté motivada por esa oposición.
Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un
tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con
los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener:
Judío=creyente y extranjero=pagano o ateo.
El
evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento
más bien anodino. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no
se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un
relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles.
En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en
la necesidad de que los paganos vivieran unas disposiciones adecuadas de
reconocimiento y humildad.
Los
perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros
tenemos de hiena es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay
gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía, que son
considerados como familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir
airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judío
arrastraba. Jesús tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos
encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer pagana.
En el
AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo
aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A
los extranjeros que se han dado a Señor les traeré a mi monte santo". No
cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy
podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única
manera de garantizar su supervivencia.
Gracias
a que, para Jesús, la religión no era una programación, fue capaz de responder
vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las
circunstancias le hicieron ver que uno solo puede estar con Dios si está con el
hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su
experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia,
primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que
aprender de la experiencia.
Jesús
toma en serio a la mujer Cananea; no como los discípulos. El texto oficial
quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el
“apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo
contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas
descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La
dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace
ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los
suyos.
Por
ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús
aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en
ambos. Lo que este relato resalta de Jesús es su capacidad de reacción. A pesar
de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en
aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer,
aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más
íntimos que le siguen desde hace tiempo.
Jesús
es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad
mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus
prejuicios. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea
femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que tenía la mujer en
él; otro valor femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de
Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en
aquella mujer. Jesús descubre su "anima" y la integra.
La mujer
representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido. La profunda
relación entre ambas impide delimitar donde empieza el problema de su hija. La
madre es también parte del problema; de hecho le dice: socórreme. La enfermedad
de la hija no es ajena a la actitud de la madre. Curar a la madre supone curar
a la hija. La enfermedad de la hija nos hace pensar en problemas de relación
materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús,
se soluciona el problema de la hija.
Los
cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y
privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado
que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura,
que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del
evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarlo. Todos
los seres humanos son iguales para Él.
Juzgar
y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros,
ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de sus dos mil años
de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos
por actuar de esa manera. Debemos reconocer que Dios nos ama a todos, no por lo
que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar
todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de
intolerancia y rechazo.
El
texto nos enseña que ser cristiano es acercarse al otro, superando cualquier
diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que
me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos
sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente;
sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato,
que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve
excluido. También en este punto está la lección sin aprender.
Debemos
aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás, se deben a
nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una
relación inadecuada entre padres e hijos es la causa de las tensiones y rechazo
del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por
no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al
otro con cariño y comprensión podía evitar muchísimas situaciones que pueden
llegar a ser crónicas y por lo tanto enfermizas.
Meditación
La Cananea tiene una confianza ilimitada en Jesús.
Esa confianza no se fundamenta en lo que yo soy,
sino en lo que Dios es en mí
y para todos los seres humanos sin excepción.
Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria.
El verdadero Dios está en mí y está en el otro.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
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