Domingo XXI Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 13-20) – 23 de agosto de 2020
“¿Quién
dicen que soy?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta
una vocecita de unos cinco años... La persona que llama pregunta: – Por favor,
¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? –
No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder
hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de
unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar
a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre,
ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice
la niña...
Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más
indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces
de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra
dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras
personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer.
Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos
ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio
en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos...
Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de
nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy
lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.
Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces
de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que comenzó en
la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a ser un
nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a nuestros
progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no llega
nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo,
diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la
libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como
social.
La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente
de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es
el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e inevitable de
nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza nuestra primera
profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y
otros dicen...”
Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener
nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable
llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a
los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las
respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada
uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta
pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios
viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin
repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento
adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el
cielo nos regala por su bondad.
La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada...
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
ADHESIÓN
VIVA A JESUCRISTO
José Antonio Pagola
No es fácil intentar responder con sinceridad a la
pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús
para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes,
fórmulas, devociones, experiencias, interpretaciones culturales... que van
desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a
Jesús de lo que somos nosotros. Y proyectamos en él nuestros deseos,
aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta lo empequeñecemos
y desfiguramos, incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos
podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se
deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas o unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con
postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre
abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos atrae a una
vida nueva. Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a
descubrirlo.
Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los
hombres que desenmascara nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude
nuestras seguridades, privilegios y egoísmos. Una ternura que deja al descubierto
nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y
servidumbres.
Y, sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura,
cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra
existencia al Padre. A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos
entreguemos a él. Solo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirlo.
Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, reproducir sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección. Y, sin duda, orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
SOLO SI
DESCUBRES TU VERDADERO SER, CONOCERÁS A JESÚS
Fray Marcos
Otra vez Jesús se retira con sus discípulos; ahora a
la región de Cesarea de Filipo. Se van a tratar temas que desbordan la
problemática estrictamente judía, y por eso Mateo coloca la escena en
territorio gentil, fuera de una concepción del Mesías demasiado nacionalista,
para dar a entender que estamos en una apertura a los gentiles. Ni lo que dice
sobre Jesús, ni lo que dice sobre la Iglesia podía ser aceptado por un judío
normal.
Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es
Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que
los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo
tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él, sino lo que las
primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por
la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la
primera comunidad. Esto no le quita importancia sino que se la da.
Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de
los discípulos. Mejor sería decir que la diferencia sería entre lo que la gente
y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él
después de la Pascua. Mientras vivieron con él le mostraron una gran estima,
pero no se dieron cuenta de la novedad que aportaba. A los discípulos les costó
Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la
del verdadero mesianismo que representaba Jesús. Solo después de Pascua
consiguieron dar el paso.
Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a
Jesús que era el Hijo de Dios. Los judíos no tenían un concepto de Hijo de Dios
en el sentido que hoy le damos. En el AT se llamaba hijo de Dios al rey, a los
ángeles, al pueblo judío, pero en sentido simbólico. Para un judío lo más que
se podía decir de un ser humano es que era el Ungido (Mesías). Los griegos sí
tenían un concepto de Hijo de Dios. Gracias al contacto con la cultura griega,
los cristianos pudieron expresar la experiencia pascual con el término ‘Hijo de
Dios’.
A Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una
Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión
distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje, fue purificar la religión judía de
todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios.
Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo.
Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos
después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio
camino.
De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos hablar
adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros conceptos. De
lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad, porque escapa a
nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en su humanidad y
aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos en pensar lo
divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta coherente. Si
Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es Dios. No
hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo
humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.
La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece, a
primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los
evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas de los evangelios.
Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual.
Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo
hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían
los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de
su parte.
No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco
podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos
del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas
cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no
teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo
de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las
respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.
Dar por definitivas las respuestas de los primeros
concilios nos ha sumido en la ruina. Lo que nos debe importar es descubrir la
calidad humana de Jesús y descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma
plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es
Jesús. Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí? Si creemos que
lo importante es la respuesta, como ya estaba dada, todos en paz y eso es lo
grave. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta.
Desde el punto de vista doctrinal la historia se
encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su
divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y
entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre y a la vez
divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a
nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que
significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con
Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios, comprenderemos lo que fue Jesús.
Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar
algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen
nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene
que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la
confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto
exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos
el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una
intención determinada: Revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los
demás apóstoles.
Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia”
para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la
traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El
texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es
exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en
cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de
dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra
quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en
el cielo”.
Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo
evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Los textos no
se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la
comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro, o su sucesor, cuando
hablan expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de
acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que
tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante
de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.
Meditación
Ser cristiano significa responder a la
pregunta de Jesús.
No de manera teórica y aprendida,
sino con las actitudes vitales que él me
exige hoy.
En el momento que deje de hacerme la
pregunta,
o si tengo ya la respuesta definitiva,
me he colocado fuera del camino.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
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