Capitalismo, pobreza y desigualdad: el paradigma de la
maximización de la utilidad.
Andrés
Mayorquín Rios
Agosto, 2014,Mérida,
Yucatán, México
“Todo
lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”
(Mahatma
Gandhi)
Introducción
Este ensayo pretende abordar el concepto de la
maximización de la utilidad, el cual es uno de los fundamentos del capitalismo
actual y cómo este concepto se relaciona con una ideología de egoísmo e
individualismo, lo cual conlleva a que los países que han adoptado el sistema
neoliberal tengan serias dificultades para combatir de manera eficaz la pobreza
y la desigualdad.
Iniciará abordando, de manera descriptiva, cómo
este concepto se hace presente en nuestra vida diaria a través de la familia,
nuestras relaciones personales, el trabajo, los medios de comunicación, la
sociedad, la iglesia, y en forma particular en la espiritualidad ignaciana.
Con base en la mirada a cómo se ha asumido y
aceptado la maximización de la utilidad como forma de vida, se buscará
encontrar la relación con la pobreza y la desigualdad actual y la dificultad
para erradicarla.
Desarrollo
Hablar de pobreza y desigualdad es un verdadero
reto, pues el tema tiene muchas aristas y perspectivas diferentes. Sin embargo,
estos temas no pueden desligarse de ninguna manera de aspectos económicos y
políticos. Muchos expertos dicen que es la economía el único medio sustentable
posible que permitirá acabar con la pobreza y la desigualdad. Y a partir de
esta idea, se han desarrollado e implementado sistemas económicos que buscan
generar riqueza y distribuir de manera justa los recursos escasos.
El que domina actualmente es el capitalismo, el
cual “es un orden o sistema social y
económico que deriva del usufructo de la propiedad privada sobre el capital
como herramienta de producción, que se encuentra mayormente constituido por
relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención
de beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como
asalariadas subordinadas a fines mercantiles.” Se le llama también
neoliberalismo, ya que promueve el libre mercado, es decir “contratos voluntarios en ausencia de
intervención de terceros (como pudiere ser el Estado). Los precios de los
bienes y servicios son establecidos por la oferta y la demanda, llegando
naturalmente a un punto de equilibrio. Implica la existencia de mercados
altamente competitivos y la propiedad privada de los medios de producción. El
rol del Estado se limita a la producción de seguridad y al resguardo de los
derechos de propiedad” (Wikipedia, s.f.).
Leonard Chiti SJ (2011), describe muy bien el
pensamiento de los economistas liberales: “presumen
que cuando el mercado es dejado a su libre albedrío, entonces su inherente
sentido de dirección autónoma regirá eficientemente sus operaciones y producirá
buenos resultados. Esto implica que cuando los individuos entran al mercado
movidos por su propio interés, buscan maximizar su utilidad y de algún modo una
“mano invisible” garantizará que su esfuerzo combinado actúe para beneficio
general de todos.”
La lógica que existe detrás de este sistema
económico es que todos los actores económicos están motivados sólo por la
maximización de la utilidad (Homo economicus). Esta lógica surge de la Teoría
de elección racional, la cual establece “que
el individuo o agente tiende a maximizar su utilidad-beneficio y a reducir los
costos o riesgos. Los individuos prefieren más de lo bueno y menos de lo que
les cause mal. Esta racionalidad tiene que ver con una cierta intuición que
lleva a los individuos a optimizar y mejorar sus condiciones.” (Wikipedia,
s.f.). No hay que olvidar que el Homo economicus es un modelo, una forma de
representar conceptualmente la realidad, y que por lo tanto, no necesariamente
cubre todos los aspectos de la realidad misma. En tal sentido, y dado que no es
parte de los alcances de este ensayo profundizar tanto en la teoría
anteriormente mencionada, recomiendo la lectura del ensayo “Los tontos
racionales” de Amartya Sen.
Todos estos conceptos pueden ser considerados
como positivos, en cuanto que impulsan a las personas a ser mejores, a
encontrar los medios para superarse, para lograr un nivel de bienestar
adecuado. Para las naciones, esta postura es importante, pues es en la cual se
fundamenta el crecimiento económico y la generación de la riqueza que lleve a
la superación de la pobreza y se logre el disfrute de los derechos humanos
fundamentales.
Sin embargo, al promover esta forma de ver las
relaciones en el mercado de bienes y servicios, se corre el alto riesgo de caer
en serias actitudes de egoísmo, de avaricia y de individualismo. Me parece que
ese riesgo se ha vuelto una realidad, y que además, esta mentalidad ha permeado
nuestra vida en prácticamente todos su aspectos y ambientes, más allá de lo
estrictamente económico, haciendo parecer que la maximización de la utilidad,
ya pervertida, es algo normal y hasta deseable. A continuación describiré algunos ejemplos de
esta realidad que percibo.
El ambiente familiar y lo que se aprende en él
es de gran trascendencia para cada persona. Es en este espacio donde se
desarrolla gran parte de la forma de ser y de hacer de los individuos. Por eso
preocupa que sea aquí en donde se fomente, tal vez sin que se tenga realmente
esa intención, el pensamiento individualista en la búsqueda del bienestar.
Empiezan a resultar comunes frases tales como: “Cuando nos casemos, vamos a
esperar algunos años antes de tener hijos, para poder disfrutarnos”, “Nosotros no vamos a tener más de 2 hijos,
para que les podamos dar mejores condiciones de vida”. Los hijos son unos
receptores de esta manera de ver la vida de sus padres: “No te juntes con esos
vagos, te vas a volver como ellos”, “Estudia mucho para que seas alguien en la
vida”, “Elige alguna profesión en la cual puedas ganar buenos sueldos”, “Cásate
con un hombre de bien, que pueda mantenerte”. En la familia hacemos eventos
sociales (bodas, cumpleaños, baby shower, bautizos, etc.) para recibir muchos
regalos, que compensen de alguna manera el gasto realizado; educamos a nuestros
hijos y les damos cariño para que cuando seamos viejos nos den los cuidados que
necesitemos; nos reunimos con aquellos familiares que nos caen bien y no nos
incomodan.
Nuestras otras relaciones personales no están
exentas de pretender maximizar la utilidad: te reúnes con el compañero de la
universidad que es nerd o haces equipo con los más inteligentes para que las
tareas sean siempre de 100; haces amistad con aquél que tiene auto o piscina en
su casa; le hablas amablemente a la secretaria o a la enfermera, para que
recibas un trato preferencial; inscribes a tus hijos en una escuela privada
“para que haga relaciones”.
El trabajo es un ambiente muy propicio para
recibir y transmitir esta ideología de la maximización de la utilidad, sobre
todo para aquellos que laboran en empresas que participan en mercados muy
competidos. Una frase clásica es que las empresas están hechas para generar
dinero, y a los empleados se les repite constantemente como un acicate para ser
más productivos, pero también para someterlos a una dinámica en donde el único
objetivo es generar riqueza para los accionistas.
Qué normal es que en nuestros trabajos haya
horario de entrada, pero difícil tener una hora de salida. Recuerdo mi
experiencia profesional en la empresa anterior, en donde la presión era mucha y
constante por siempre superar las metas, pero a veces, sin considerar la
capacidad y la disponibilidad de recursos que la misma empresa debe brindar. En
esta empresa llegaron a plantearme de forma explícita la disyuntiva en mis
prioridades entre el logro en el trabajo o mi familia. También nos impulsaban a
la competencia constante con los propios compañeros, que estemos en la carrera
de “ser más”: subir en el escalafón del organigrama, ganar más dinero,
prepararse más. Siempre promoviendo el deseo de ser algo más, tener algo más,
pero con la finalidad de poder generar más riqueza para otros: los dueños.
Eso es por el lado de la empresa, que siempre
procura encontrar los medios para utilizar lo más posible a sus empleados, sin necesariamente
promover el sano equilibrio de los diferentes aspectos de la vida de una
persona. Sin embargo, del lado de los empleados, también existe esa idea de
aprovechar al máximo a la empresa: buscamos trabajar siempre con el mínimo
esfuerzo, aprender lo más posible (ya sea por experiencia empírica o por
capacitación directa) para tener un curriculum más amplio y poder “vendernos”
mejor en el mercado laboral. Utilizamos los recursos que la empresa pone a
nuestra disposición para beneficio personal (desde las copias y las plumas,
hasta cosas más graves, como usar dinero que no es nuestro). Hace todavía unos
días reflexionaba sobre la forma en que abordaba con una amiga las opciones
laborales que tenía. Toda la charla rondó en darle consejos sobre la “mejor”
opción de trabajo, basándonos en dónde
ganaba más, en cuál tenía más estabilidad a largo plazo, en dónde podía
proyectarse más y tener mejores relaciones para abrir oportunidades a futuro,
en resumen, en dónde maximizaba su utilidad. Nunca platicamos en cuál hacía
mayor bien, en dónde se sentiría más feliz, en cuál opción sentía que aportaba
más a la sociedad.
Los medios de comunicación constantemente nos
bombardean con información que promueve de una u otra forma esta maximización
de la utilidad, el interés propio, el individualismo. Hellín Ortuño (s.a.)
comenta cómo los medios de comunicación social se han vuelto grandes negocios
rentables, cuando los grupos de poder económico se dieron cuenta de que la
información era susceptible de ser transformada en beneficio económico. Fue así
que se perdió la llamada democratización de la información. Este mismo autor
también menciona que los medios de comunicación, a través de la publicidad,
hacen una promoción exacerbada del individualismo que busca que las personas
adopten una actitud de conformismo social en las democracias dirigidas,
democracias formales que legitiman un sistema económico regido por las leyes
del libre mercado.
La publicidad, en su afán de conseguir
compradores a diversos bienes y servicios, nos mueve a un consumismo, pero
además, de fondo manda un mensaje: se puede aprovechar del otro para conseguir
lo que se quiere. Como ejemplo tenemos la campaña de Sabritas, con la policía y
William Levy; la campaña de Tecate “Es fácil ser hombre”; las tiras de caricatura
que vienen en los Ruffles, o la campaña actual de Pepsi “La rutina está para
romperse”. Otro ejemplo que vi hace poco fue un espectacular de una universidad
privada cuya imagen era la de un coche de lujo, y contenía la siguiente frase “¿Te
gusta? Entonces estudia con nosotros.”
La Iglesia también corre el riesgo de verse
infiltrada por ideologías libertarias de la maximización del interés propio.
Una forma de vivir la religión que puede llevar a vivir un individualismo es la
búsqueda de la propia salvación a través del cumplimiento de ciertos ritos,
mandamientos y reglas, sin tener un verdadero compromiso con la salvación del
prójimo. Se ve a la religión como una transacción con Dios, en la que se
“compra el cielo”, a través de algunas buenas acciones. Algunos ven la
obtención de indulgencias como otra forma de mercado religioso. Son famosos los
movimientos de laicos como el de Católicas por el derecho a decidir, que
defendiendo la bandera de los derechos humanos, promueven ideologías contrarias
a la doctrina católica.
Juan Pablo II (1994) en la Carta a las familias
hace una distinción importante para los católicos, entre individualismo y
personalismo y que nos alerta para poder hacer conciencia sobre nuestras
propias actitudes y su fundamento interior: “El
individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que
quiere, estableciendo él mismo la verdad de lo que le gusta o le resulta útil.
No admite que otro quiera o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva.
No quiere dar a otro basándose en la verdad; no quiere convertirse en una entrega
sincera. El individualismo es, por tanto, egocéntrico y egoísta. La antítesis
con el personalismo nace no solamente en el terreno de la teoría, sino aún más en
el del ‘ethos’. El ‘ethos’ del personalismo es altruista: mueve a la persona a
entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello.
En aquellos católicos que practicamos la
espiritualidad ignaciana también existe la posibilidad de pervertir las
enseñanzas de San Ignacio de Loyola, cuando confundimos las prácticas de
discernimiento y el magis con posturas claramente individualistas. Cuando no se
ha comprendido y asimilado a cabalidad esta espiritualidad, el Principio y
Fundamento, podemos pensar que el magis es una cuestión que tiene que ver con
ser mejor uno y no tanto como hacer más para los demás. Considero que Juan Luis
Orozco SJ (2012), rector del ITESO, lo aclara bastante bien: “La base del Magis es la indiferencia: sentimiento extremadamente vivo, casi
sobreagudo de la relatividad de todo lo que no es Dios mismo, del carácter
provisional, intercambiable, reemplazable y polivalente de todas las cosas
distintas de Dios. La base del Magis
está en la experiencia profunda y personal de este Dios de Jesús, trascendente
y presente en nuestra historia. El riesgo es volver al Magis ideología, voluntarismo y no experiencia personal. Y por
eso, como decía un compañero, el Magis
ha producido, entre los jesuitas, más locos que santos.”
Los primeros acercamientos a la espiritualidad
ignaciana pueden llevar a una relación intimista con Dios, la cual no tiene
como consecuencia la salida de sí mismo hacía los demás. También puede ocurrir
que el discernimiento sea mal empleado, visto como una herramienta que permita
tomar mejores decisiones para poder ser feliz, sin que necesariamente el centro
de esa felicidad resida en Dios mismo, en el cumplimiento de su voluntad.
Con todo lo anterior descrito, he querido
mostrar cómo la maximización de la utilidad, el interés propio, el
individualismo se presenta ya como algo común en nuestra vida cotidiana. Hemos
asimilado estos valores del mundo, y además, los promovemos como una forma
correcta de actuar. ¿Cómo se relaciona esto con la pobreza y la desigualdad? Pues
que hay una creencia respecto a la causa de la pobreza: los pobres son pobres
por flojos. Hilda García cita en un artículo publicado en Sin embargo.mx una
encuesta de Parametría hecha en 2013 donde se menciona que el 31% de os
mexicanos considera que los pobres siguen en situación de pobreza porque no se
han esforzado lo suficiente para salir de ella.
Combatir la pobreza implica que la mayoría de
las personas se sientan comprometidas en dicha lucha, más allá de lo poco o
mucho que puedan aportar al logro. El combate a la pobreza es mucho más que los
programas y políticas que el Estado pueda desarrollar e implementar. Se
requiere que se asuma al otro también como un igual, con los mismos derechos a
disfrutar un nivel de bienestar. Y por eso creo que hay una gran dificultad en
lograr el objetivo, pues resulta paradójico tener un estilo de vida en donde se
busca el ser diferente al otro, mejor que el otro, tener más que el otro,
lograr más cosas que el otro y luego se pretenda hablar sobre lo injusto de la
desigualdad y de que es necesario encontrar los medios para transferir recursos
a los pobres.
Una persona que ha aceptado la maximización de
la utilidad como forma de vida difícilmente entenderá el discurso del combate a
la pobreza y la desigualdad y mucho menos estará dispuesto a ayudar
solidariamente a su prójimo cuando lo vea necesitado y a apoyar las políticas
de gobierno encaminadas a ese fin. Por esta paradoja ya descrita es más fácil
entender por qué muchas personas siguen creyendo que los pobres lo son porque
son flojos o no se esfuerzan lo suficiente y por lo tanto, por qué a pesar de
los supuestos esfuerzos del Estado por combatir la pobreza y la desigualdad, el
número de personas en esta situación sigue en aumento.
Conclusiones
Este ensayo ha revisado de manera sencilla mis
propias percepciones sobre cómo la maximización de la utilidad, uno de los
fundamentos del capitalismo actual, ha sido asumido como un estilo de vida que
resulta en muchos casos contradictorio con los valores de la solidaridad, el
compartir, la empatía, la opción por los pobres.
Reconozco que yo mismo caigo constantemente en
el conflicto descrito, cada vez que trato de hallar la mejor solución a la
pobreza. Por un lado, veo que el asistencialismo no da buenos resultados y sólo
hace que el necesitado se vuelva más dependiente. Por otro lado, veo un
capitalismo voraz, en donde sólo algunos tienen realmente oportunidades, y que
la mayoría está dispuesta a pasar por encima de otro con tal de obtener mayores
ganancias.
Dado que la solidaridad es un valor
prácticamente opuesto a la maximización de la utilidad, al interés propio, se
requiere un gran esfuerzo por hacer conciencia sobre qué tan profundo se ha
arraigado el individualismo en nuestras vidas y empezar a dar pasos concretos,
aunque sea pequeños, hacia la solidaridad. Me parece que la espiritualidad
ignaciana puede colaborar en gran medida para que esto suceda. En particular,
creo que la CVX ha dado pasos muy concretos para lograr esta conciencia, pero aún
estamos lejos de un nivel deseado. Es importante aprovechar el impulso que este
tipo de ideas está generando el Papa Francisco, para hacer sinergia con dichos
esfuerzos.
Considero que la filosofía del Personalismo es
una gran área de oportunidad para conocer y trabajar. Puede ser una vía para
entender los verdaderos motivos de la búsqueda de crear bienes y servicios que
eleven la calidad de vida de la persona y hacerlos accesibles a todos.
Un gran reto para el mundo actual es encontrar
el justo equilibrio entre la búsqueda de la generación de riqueza a través de
sistemas económicos sustentables, pero que a la vez que lleven a un bienestar
más accesible a todas las personas y los derechos humanos básicos sean una
realidad. Es necesario que en nuestras conciencias tenga sentido pensar en
generar riqueza para compartir en lugar de para acumular.
Bibliografía
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- Chiti, L. (2011). Mercados, desigualdad y pobreza. Carta de AUSJAL, 1(32), 14-23.
- García, H. (2013) Es pobre el que quiere. En Sin embargo.mx. Recuperado de http://www.sinembargo.mx/opinion/08-10-2013/18072
- Hellín Ortuño, P.A. (s.a.). Publicidad y valores posmodernos. Madrid. Editorial Visionet. Recuperado de http://books.google.com.mx/books?id=xbSl0yU0LXUC&printsec=frontcover&dq=publicidad+y+valores+posmodernos&hl=es&sa=X&ei=q03qU4ndO6fh8gHssYHYCw&ved=0CBsQ6AEwAA#v=onepage&q=publicidad%20y%20valores%20posmodernos&f=false
- Juan Pablo II (1994). Carta a las familias. Recuperado de http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_02021994_families_sp.html
- Orozco, J. L. (2012). El estilo jesuita de enseñar. Discurso a los profesores del ITESO. Recuperado de http://www.magis.iteso.mx/content/el-estilo-jesuita-de-ense%C3%B1ar
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