viernes, 10 de febrero de 2017

Capitalismo, pobreza y desigualdad: el paradigma de la maximización de la utilidad.

Capitalismo, pobreza y desigualdad: el paradigma de la maximización de la utilidad.

Andrés Mayorquín Rios
Agosto, 2014,Mérida, Yucatán, México

“Todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”
(Mahatma Gandhi)

Introducción
Este ensayo pretende abordar el concepto de la maximización de la utilidad, el cual es uno de los fundamentos del capitalismo actual y cómo este concepto se relaciona con una ideología de egoísmo e individualismo, lo cual conlleva a que los países que han adoptado el sistema neoliberal tengan serias dificultades para combatir de manera eficaz la pobreza y la desigualdad.

Iniciará abordando, de manera descriptiva, cómo este concepto se hace presente en nuestra vida diaria a través de la familia, nuestras relaciones personales, el trabajo, los medios de comunicación, la sociedad, la iglesia, y en forma particular en la espiritualidad ignaciana.
Con base en la mirada a cómo se ha asumido y aceptado la maximización de la utilidad como forma de vida, se buscará encontrar la relación con la pobreza y la desigualdad actual y la dificultad para erradicarla.
Desarrollo
Hablar de pobreza y desigualdad es un verdadero reto, pues el tema tiene muchas aristas y perspectivas diferentes. Sin embargo, estos temas no pueden desligarse de ninguna manera de aspectos económicos y políticos. Muchos expertos dicen que es la economía el único medio sustentable posible que permitirá acabar con la pobreza y la desigualdad. Y a partir de esta idea, se han desarrollado e implementado sistemas económicos que buscan generar riqueza y distribuir de manera justa los recursos escasos.
El que domina actualmente es el capitalismo, el cual “es un orden o sistema social y económico que deriva del usufructo de la propiedad privada sobre el capital como herramienta de producción, que se encuentra mayormente constituido por relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como asalariadas subordinadas a fines mercantiles.” Se le llama también neoliberalismo, ya que promueve el libre mercado, es decir “contratos voluntarios en ausencia de intervención de terceros (como pudiere ser el Estado). Los precios de los bienes y servicios son establecidos por la oferta y la demanda, llegando naturalmente a un punto de equilibrio. Implica la existencia de mercados altamente competitivos y la propiedad privada de los medios de producción. El rol del Estado se limita a la producción de seguridad y al resguardo de los derechos de propiedad” (Wikipedia, s.f.).
Leonard Chiti SJ (2011), describe muy bien el pensamiento de los economistas liberales: “presumen que cuando el mercado es dejado a su libre albedrío, entonces su inherente sentido de dirección autónoma regirá eficientemente sus operaciones y producirá buenos resultados. Esto implica que cuando los individuos entran al mercado movidos por su propio interés, buscan maximizar su utilidad y de algún modo una “mano invisible” garantizará que su esfuerzo combinado actúe para beneficio general de todos.”
La lógica que existe detrás de este sistema económico es que todos los actores económicos están motivados sólo por la maximización de la utilidad (Homo economicus). Esta lógica surge de la Teoría de elección racional, la cual establece “que el individuo o agente tiende a maximizar su utilidad-beneficio y a reducir los costos o riesgos. Los individuos prefieren más de lo bueno y menos de lo que les cause mal. Esta racionalidad tiene que ver con una cierta intuición que lleva a los individuos a optimizar y mejorar sus condiciones.” (Wikipedia, s.f.). No hay que olvidar que el Homo economicus es un modelo, una forma de representar conceptualmente la realidad, y que por lo tanto, no necesariamente cubre todos los aspectos de la realidad misma. En tal sentido, y dado que no es parte de los alcances de este ensayo profundizar tanto en la teoría anteriormente mencionada, recomiendo la lectura del ensayo “Los tontos racionales” de Amartya Sen.
Todos estos conceptos pueden ser considerados como positivos, en cuanto que impulsan a las personas a ser mejores, a encontrar los medios para superarse, para lograr un nivel de bienestar adecuado. Para las naciones, esta postura es importante, pues es en la cual se fundamenta el crecimiento económico y la generación de la riqueza que lleve a la superación de la pobreza y se logre el disfrute de los derechos humanos fundamentales.
Sin embargo, al promover esta forma de ver las relaciones en el mercado de bienes y servicios, se corre el alto riesgo de caer en serias actitudes de egoísmo, de avaricia y de individualismo. Me parece que ese riesgo se ha vuelto una realidad, y que además, esta mentalidad ha permeado nuestra vida en prácticamente todos su aspectos y ambientes, más allá de lo estrictamente económico, haciendo parecer que la maximización de la utilidad, ya pervertida, es algo normal y hasta deseable.  A continuación describiré algunos ejemplos de esta realidad que percibo.
El ambiente familiar y lo que se aprende en él es de gran trascendencia para cada persona. Es en este espacio donde se desarrolla gran parte de la forma de ser y de hacer de los individuos. Por eso preocupa que sea aquí en donde se fomente, tal vez sin que se tenga realmente esa intención, el pensamiento individualista en la búsqueda del bienestar. Empiezan a resultar comunes frases tales como: “Cuando nos casemos, vamos a esperar algunos años antes de tener hijos, para poder disfrutarnos”,  “Nosotros no vamos a tener más de 2 hijos, para que les podamos dar mejores condiciones de vida”. Los hijos son unos receptores de esta manera de ver la vida de sus padres: “No te juntes con esos vagos, te vas a volver como ellos”, “Estudia mucho para que seas alguien en la vida”, “Elige alguna profesión en la cual puedas ganar buenos sueldos”, “Cásate con un hombre de bien, que pueda mantenerte”. En la familia hacemos eventos sociales (bodas, cumpleaños, baby shower, bautizos, etc.) para recibir muchos regalos, que compensen de alguna manera el gasto realizado; educamos a nuestros hijos y les damos cariño para que cuando seamos viejos nos den los cuidados que necesitemos; nos reunimos con aquellos familiares que nos caen bien y no nos incomodan.
Nuestras otras relaciones personales no están exentas de pretender maximizar la utilidad: te reúnes con el compañero de la universidad que es nerd o haces equipo con los más inteligentes para que las tareas sean siempre de 100; haces amistad con aquél que tiene auto o piscina en su casa; le hablas amablemente a la secretaria o a la enfermera, para que recibas un trato preferencial; inscribes a tus hijos en una escuela privada “para que haga relaciones”.
El trabajo es un ambiente muy propicio para recibir y transmitir esta ideología de la maximización de la utilidad, sobre todo para aquellos que laboran en empresas que participan en mercados muy competidos. Una frase clásica es que las empresas están hechas para generar dinero, y a los empleados se les repite constantemente como un acicate para ser más productivos, pero también para someterlos a una dinámica en donde el único objetivo es generar riqueza para los accionistas.
Qué normal es que en nuestros trabajos haya horario de entrada, pero difícil tener una hora de salida. Recuerdo mi experiencia profesional en la empresa anterior, en donde la presión era mucha y constante por siempre superar las metas, pero a veces, sin considerar la capacidad y la disponibilidad de recursos que la misma empresa debe brindar. En esta empresa llegaron a plantearme de forma explícita la disyuntiva en mis prioridades entre el logro en el trabajo o mi familia. También nos impulsaban a la competencia constante con los propios compañeros, que estemos en la carrera de “ser más”: subir en el escalafón del organigrama, ganar más dinero, prepararse más. Siempre promoviendo el deseo de ser algo más, tener algo más, pero con la finalidad de poder generar más riqueza para otros: los dueños.
Eso es por el lado de la empresa, que siempre procura encontrar los medios para utilizar lo más posible a sus empleados, sin necesariamente promover el sano equilibrio de los diferentes aspectos de la vida de una persona. Sin embargo, del lado de los empleados, también existe esa idea de aprovechar al máximo a la empresa: buscamos trabajar siempre con el mínimo esfuerzo, aprender lo más posible (ya sea por experiencia empírica o por capacitación directa) para tener un curriculum más amplio y poder “vendernos” mejor en el mercado laboral. Utilizamos los recursos que la empresa pone a nuestra disposición para beneficio personal (desde las copias y las plumas, hasta cosas más graves, como usar dinero que no es nuestro). Hace todavía unos días reflexionaba sobre la forma en que abordaba con una amiga las opciones laborales que tenía. Toda la charla rondó en darle consejos sobre la “mejor” opción  de trabajo, basándonos en dónde ganaba más, en cuál tenía más estabilidad a largo plazo, en dónde podía proyectarse más y tener mejores relaciones para abrir oportunidades a futuro, en resumen, en dónde maximizaba su utilidad. Nunca platicamos en cuál hacía mayor bien, en dónde se sentiría más feliz, en cuál opción sentía que aportaba más a la sociedad.
Los medios de comunicación constantemente nos bombardean con información que promueve de una u otra forma esta maximización de la utilidad, el interés propio, el individualismo. Hellín Ortuño (s.a.) comenta cómo los medios de comunicación social se han vuelto grandes negocios rentables, cuando los grupos de poder económico se dieron cuenta de que la información era susceptible de ser transformada en beneficio económico. Fue así que se perdió la llamada democratización de la información. Este mismo autor también menciona que los medios de comunicación, a través de la publicidad, hacen una promoción exacerbada del individualismo que busca que las personas adopten una actitud de conformismo social en las democracias dirigidas, democracias formales que legitiman un sistema económico regido por las leyes del libre mercado.
La publicidad, en su afán de conseguir compradores a diversos bienes y servicios, nos mueve a un consumismo, pero además, de fondo manda un mensaje: se puede aprovechar del otro para conseguir lo que se quiere. Como ejemplo tenemos la campaña de Sabritas, con la policía y William Levy; la campaña de Tecate “Es fácil ser hombre”; las tiras de caricatura que vienen en los Ruffles, o la campaña actual de Pepsi “La rutina está para romperse”. Otro ejemplo que vi hace poco fue un espectacular de una universidad privada cuya imagen era la de un coche de lujo, y contenía la siguiente frase “¿Te gusta? Entonces estudia con nosotros.”
La Iglesia también corre el riesgo de verse infiltrada por ideologías libertarias de la maximización del interés propio. Una forma de vivir la religión que puede llevar a vivir un individualismo es la búsqueda de la propia salvación a través del cumplimiento de ciertos ritos, mandamientos y reglas, sin tener un verdadero compromiso con la salvación del prójimo. Se ve a la religión como una transacción con Dios, en la que se “compra el cielo”, a través de algunas buenas acciones. Algunos ven la obtención de indulgencias como otra forma de mercado religioso. Son famosos los movimientos de laicos como el de Católicas por el derecho a decidir, que defendiendo la bandera de los derechos humanos, promueven ideologías contrarias a la doctrina católica.
Juan Pablo II (1994) en la Carta a las familias hace una distinción importante para los católicos, entre individualismo y personalismo y que nos alerta para poder hacer conciencia sobre nuestras propias actitudes y su fundamento interior: “El individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, estableciendo él mismo la verdad de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro quiera o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere dar a otro basándose en la verdad; no quiere convertirse en una entrega sincera. El individualismo es, por tanto, egocéntrico y egoísta. La antítesis con el personalismo nace no solamente en el terreno de la teoría, sino aún más en el del ‘ethos’. El ‘ethos’ del personalismo es altruista: mueve a la persona a entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello.
En aquellos católicos que practicamos la espiritualidad ignaciana también existe la posibilidad de pervertir las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, cuando confundimos las prácticas de discernimiento y el magis con posturas claramente individualistas. Cuando no se ha comprendido y asimilado a cabalidad esta espiritualidad, el Principio y Fundamento, podemos pensar que el magis es una cuestión que tiene que ver con ser mejor uno y no tanto como hacer más para los demás. Considero que Juan Luis Orozco SJ (2012), rector del ITESO, lo aclara bastante bien: “La base del Magis es la indiferencia: sentimiento extremadamente vivo, casi sobreagudo de la relatividad de todo lo que no es Dios mismo, del carácter provisional, intercambiable, reemplazable y polivalente de todas las cosas distintas de Dios. La base del Magis está en la experiencia profunda y personal de este Dios de Jesús, trascendente y presente en nuestra historia. El riesgo es volver al Magis ideología, voluntarismo y no experiencia personal. Y por eso, como decía un compañero, el Magis ha producido, entre los jesuitas, más locos que santos.”
Los primeros acercamientos a la espiritualidad ignaciana pueden llevar a una relación intimista con Dios, la cual no tiene como consecuencia la salida de sí mismo hacía los demás. También puede ocurrir que el discernimiento sea mal empleado, visto como una herramienta que permita tomar mejores decisiones para poder ser feliz, sin que necesariamente el centro de esa felicidad resida en Dios mismo, en el cumplimiento de su voluntad.
Con todo lo anterior descrito, he querido mostrar cómo la maximización de la utilidad, el interés propio, el individualismo se presenta ya como algo común en nuestra vida cotidiana. Hemos asimilado estos valores del mundo, y además, los promovemos como una forma correcta de actuar. ¿Cómo se relaciona esto con la pobreza y la desigualdad? Pues que hay una creencia respecto a la causa de la pobreza: los pobres son pobres por flojos. Hilda García cita en un artículo publicado en Sin embargo.mx una encuesta de Parametría hecha en 2013 donde se menciona que el 31% de os mexicanos considera que los pobres siguen en situación de pobreza porque no se han esforzado lo suficiente para salir de ella.
Combatir la pobreza implica que la mayoría de las personas se sientan comprometidas en dicha lucha, más allá de lo poco o mucho que puedan aportar al logro. El combate a la pobreza es mucho más que los programas y políticas que el Estado pueda desarrollar e implementar. Se requiere que se asuma al otro también como un igual, con los mismos derechos a disfrutar un nivel de bienestar. Y por eso creo que hay una gran dificultad en lograr el objetivo, pues resulta paradójico tener un estilo de vida en donde se busca el ser diferente al otro, mejor que el otro, tener más que el otro, lograr más cosas que el otro y luego se pretenda hablar sobre lo injusto de la desigualdad y de que es necesario encontrar los medios para transferir recursos a los pobres.
Una persona que ha aceptado la maximización de la utilidad como forma de vida difícilmente entenderá el discurso del combate a la pobreza y la desigualdad y mucho menos estará dispuesto a ayudar solidariamente a su prójimo cuando lo vea necesitado y a apoyar las políticas de gobierno encaminadas a ese fin. Por esta paradoja ya descrita es más fácil entender por qué muchas personas siguen creyendo que los pobres lo son porque son flojos o no se esfuerzan lo suficiente y por lo tanto, por qué a pesar de los supuestos esfuerzos del Estado por combatir la pobreza y la desigualdad, el número de personas en esta situación sigue en aumento.

Conclusiones
Este ensayo ha revisado de manera sencilla mis propias percepciones sobre cómo la maximización de la utilidad, uno de los fundamentos del capitalismo actual, ha sido asumido como un estilo de vida que resulta en muchos casos contradictorio con los valores de la solidaridad, el compartir, la empatía, la opción por los pobres.
Reconozco que yo mismo caigo constantemente en el conflicto descrito, cada vez que trato de hallar la mejor solución a la pobreza. Por un lado, veo que el asistencialismo no da buenos resultados y sólo hace que el necesitado se vuelva más dependiente. Por otro lado, veo un capitalismo voraz, en donde sólo algunos tienen realmente oportunidades, y que la mayoría está dispuesta a pasar por encima de otro con tal de obtener mayores ganancias.
Dado que la solidaridad es un valor prácticamente opuesto a la maximización de la utilidad, al interés propio, se requiere un gran esfuerzo por hacer conciencia sobre qué tan profundo se ha arraigado el individualismo en nuestras vidas y empezar a dar pasos concretos, aunque sea pequeños, hacia la solidaridad. Me parece que la espiritualidad ignaciana puede colaborar en gran medida para que esto suceda. En particular, creo que la CVX ha dado pasos muy concretos para lograr esta conciencia, pero aún estamos lejos de un nivel deseado. Es importante aprovechar el impulso que este tipo de ideas está generando el Papa Francisco, para hacer sinergia con dichos esfuerzos.
Considero que la filosofía del Personalismo es una gran área de oportunidad para conocer y trabajar. Puede ser una vía para entender los verdaderos motivos de la búsqueda de crear bienes y servicios que eleven la calidad de vida de la persona y hacerlos accesibles a todos.
Un gran reto para el mundo actual es encontrar el justo equilibrio entre la búsqueda de la generación de riqueza a través de sistemas económicos sustentables, pero que a la vez que lleven a un bienestar más accesible a todas las personas y los derechos humanos básicos sean una realidad. Es necesario que en nuestras conciencias tenga sentido pensar en generar riqueza para compartir en lugar de para acumular.





Bibliografía

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