Domingo XXVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 28-32) – 27 de septiembre de 2020
“¿Cuál
de los dos hizo lo que su padre quería?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Una
caricatura de Justo y Franco, dos personajes de las tiras cómicas publicadas en
un periódico colombiano, traía alguna vez cinco escenas que me impactaron. En
el primer cuadro aparecen dos hombres de las cavernas en lo alto de un barranco
tallando una enorme rueda de piedra. El segundo cuadro muestra cómo, en medio
de su trabajo, se les suelta la rueda, que cae al vacío; al fondo del barranco
hay otro hombre que va saliendo de una de las cavernas, justo debajo del
barranco por donde cae la enorme rueda de piedra. En el tercer cuadro la piedra
cae encima del hombre que salía de la caverna. Los dos personajes contemplan la
escena desde lo alto del barranco. El cuarto cuadro muestra cómo el hombre que
es golpeado insulta a los dos cavernícolas que están en lo alto del barranco
contemplando el daño que han hecho sin querer... Por último, en el cuadro final,
mientras la víctima se aleja y sigue insultando a sus agresores, los dos
hombres en lo alto comentan: “Esta moda del idioma es una linda invención, pero
las palabras nunca reemplazarán a los palos y las rocas”.
Efectivamente,
esta moda del idioma, como llaman estos cavernícolas a los insultos del
afectado por el accidente de trabajo, nunca reemplazará la contundencia
de las acciones. Comúnmente se dice que las palabras lo aguantan todo, y es
verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar, y aún orar, si no se traducen en
acciones muy concretas que sirvan de autenticación de lo que se ha
hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso, orado, nos quedamos a la
mitad del camino.
Conozco
a muchas personas a quienes les gusta conversar sobre sus dificultades para
vivir la fe; tienen serias dudas sobre muchos de los dogmas de nuestro credo,
no comparten muchas de las orientaciones disciplinarias de la Iglesia, les
cuesta mucho vivir una práctica ritual sin acabar de entender del todo su
contenido... Sin embargo, viven con bastante coherencia su propia existencia.
Tratan de ser fieles a su propia conciencia que les va indicando el camino que
deben tomar en circunstancias complejas y confusas. Conozco también, y sobre todo porque me conozco
a mi, a personas que afirman todos y cada uno de los dogmas, hacen gala de
seguir milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la Iglesia y se
ufanan de ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que obliga la fe;
sin embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos en nuestra
respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál
de los dos hizo lo que su padre quería?” Es la pregunta que Jesús le lanza a
los Jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos en pleno templo de Jerusalén,
después de contarles la parábola de los dos hijos; uno que dice “¡No quiero ir!
Pero después cambió de parecer, y fue”. Y el otro que dice “Si, señor, yo iré.
Pero no fue”. Desde luego, sus interlocutores no podían quedar tranquilos. De
alguna forma se explica la pasión y muerte del Señor. Porque decirle a los Jefes
que “los publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de
Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de la que se
burlaban los cavernícolas de la tira cómica.
Fuente: Encuentros con
la Palabra
LAS COSAS NO SON
SIEMPRE LO QUE PARECEN
José Antonio Pagola
La
parábola es una de las más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos
para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una
negativa rotunda: «No quiero». Luego lo piensa mejor y va a trabajar. El
segundo reacciona con una docilidad ostentosa: «Por supuesto que voy, señor».
Sin embargo, todo se queda en palabras, pues no va a la viña.
También
el mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo
importante no es «hablar» sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar,
sino cumplir su voluntad. Las palabras de Jesús no tienen nada de original.
Lo
original es la aplicación que, según el evangelista Mateo, lanza Jesús a los
dirigentes religiosos de aquella sociedad: «Os aseguro: los publicanos y las prostitutas
os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». ¿Será verdad lo que
dice Jesús?
Los
escribas hablan constantemente de la ley: el nombre de Dios está siempre en sus
labios. Los sacerdotes del templo alaban a Dios sin descanso; su boca está
llena de salmos. Nadie dudaría de que están haciendo la voluntad del Padre.
Pero las cosas no son siempre como parecen. Los recaudadores y las prostitutas
no hablan a nadie de Dios. Hace tiempo que han olvidado su ley. Sin embargo,
según Jesús, van por delante de los sumos sacerdotes y escribas en el camino
del reino de Dios.
¿Qué
podía ver Jesús en aquellos hombres y mujeres despreciados por todos? Tal vez
su humillación. Quizá un corazón más abierto a Dios y más necesitado de su
perdón. Acaso una comprensión y una cercanía mayor a los últimos de la
sociedad. Tal vez menos orgullo y prepotencia que la de los escribas y sumos
sacerdotes.
Los
cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas nuestra historia de veinte
siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina
cristiana con profundos conceptos. Sin embargo, hoy y siempre, la verdadera
voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de
Jesús y aquellos que se abren con sencillez y confianza a su perdón.
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
RECTIFICAR
ES MÁS HUMANO QUE ACERTAR A LA PRIMERA
Fray Marcos
Jesús
acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente
anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué
autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: “¿El bautismo de Juan
era cosa de Dios o cosa humana?”. No se atreven a contestar y Jesús les cuenta
esta parábola. Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara
del organigrama religioso judío, pero quiere advertir, también a la nueva
comunidad, que no debe caer en el mismo error.
En
este capítulo siguen las advertencias a la comunidad. Es muy peligroso creerse
perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho
mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo
que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una
actitud vital que, inevitablemente, se manifestará en las obras. En el
evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras: “Si no me
creéis a mí, creed a las obras”.
El
domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el
pueblo en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos
hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes
religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer en
todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que
dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la
voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo?
Jesús
se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los
evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de
las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas
parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de
impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también
judíos. Y los primeros cristianos eran todos judíos.
Los
fariseos no tenían nada de qué arrepentirse. Eran perfectos porque decían “sí”
a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por
eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora
del domingo pasado, exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable
que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su
respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la
Ley les importaba un pito.
El
escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos
son los malos y los malos son los buenos. Los primeros eran los estrictos
cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los
primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros
buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores.
Jesús deja claro cuál es la voluntad de Dios, y quién la cumple. Pero Jesús
deja claro que tanto los unos como los otros son hijos.
“Los
recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino”. Es una de
las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran
las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias
religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama
religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se
mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un
Dios que lo único que quiere es el bien del hombre.
No
se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo
que dice sí y va a trabajar a la viña, y el hijo que dice no y no va. En estos
dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple
la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en
que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera, la situación
del que dice “sí” y del que dice “no”.
No
debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza
fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo
importante y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre
sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El
ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente
ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de
rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.
Nuestras
actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una
religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos: “sí voy”,
pero nos quedamos siempre donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende
por “practicante”, para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida
real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del
evangelio.
Se
nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay
muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El
fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por
hecho que basta hablar del evangelio, u oír hablar de él, para tranquilizar
nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es
predicar y otra dar trigo”.
En
la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son
definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria
equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino
verdadero. Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte
de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los
demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto,
estamos exigiéndole que deje de ser humano.
Solo
la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo
que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma, nos anclamos en el
pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer
que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen
cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús
nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su
nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es
fundamentalismo puro y duro.
También
hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen
valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital,
pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser,
y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente
todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de
corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos
estamos diciendo: “no”, cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo: “sí”,
con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación.
Meditación-contemplación
Si a la primera no somos capaces de decir “sí”,
Dios acepta siempre nuestra rectificación.
Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones.
Nadie es capaz de descubrir la meta a la primera.
No deben preocuparme los fallos.
Ser incapaz de rectificar es lo frustrante.
Fray Marcos
Fuente:
http://feadulta.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario