Domingo XXV Ordinario – Ciclo A (Mateo 20, 1-16a) – 20 de septiembre de 2020
“Vayan
también ustedes a mi viñedo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos. El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al despedirse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de lo cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte. Y el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la que le decía: «Tal vez con esto puedas ayudar a aquellos pobres diablos». Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aún sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por ti exactamente lo mismo que he hecho». Esto sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por el mero gozo de servir por amor” (Anthony de Mello, El canto del pájaro, pp. 151-152).
Desde una perspectiva mercantil, es un absurdo que el que trabaja desde el comienzo del día hasta la tarde, reciba lo mismo que el que llegó a la viña casi al caer el sol. Esto no nos cabe en la cabeza y le reclamamos a Dios: “Estos que llegaron al final, trabajaron solamente una hora, y usted les ha pagado igual que a nosotros que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día”. Pero Dios, como el dueño de la viña, nos responde: “Amigo, no te estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el jornal de un día? Pues toma tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?”
Tal vez haya personas que, sabiendo de la generosidad de Dios, habrían sido menos bondadosas... Pero también las hay que se alegran y gozan de tal manera con esta magnificencia divina, que no les queda otro remedio que desbordarse en generosidad.
Fuente: Encuentros con la
Palabra
Dios es bueno con todos
José Antonio Pagola
Sin duda es una de las
parábolas más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola
de los obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la
viña. Algunos investigadores la llaman hoy «parábola del patrono que quería trabajo
y pan para todos».
Este hombre sale
personalmente a la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A
los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce
del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco,
cuando solo falta una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No
parece urgido por la vendimia. Lo que quiere es que aquella gente no se quede
sin trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie
ha llamado. Y por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que
necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los
primeros protestan, esta es su respuesta: «¿Vais a tener envidia porque soy
bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús?
¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros
manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las
personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa
bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede
escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o
agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo
mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y
esquemas.
La imagen que no pocos
cristianos se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y
hasta contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios
justiciero del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas.
Entonces, la bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida o
distorsionada.
Una de las tareas más importantes en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia de Dios vivida por Jesús. Solo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza diferente en el mundo.
Fuentes : http://www.gruposdejesus.com
Jesús
no pide ir más allá de la justicia
Fray Marcos
Cuando se escribió este
evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían
creciendo. Los veteranos seguramente reclamaban privilegios, porque en un
ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a
tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. La parábola
advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes,
sería ridículo esperar mayor paga.
Jesús acaba de decir al
joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación Pedro dice a
Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete
cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán
últimos y últimos que serán primeros”. A continuación viene el relato de hoy,
que repite lo mismo pero invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se
ha hecho realidad.
Las lecturas de los tres
últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de
ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es
decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de
perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la
necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia
humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios
manifiesta a cada uno de nosotros.
Hoy tenemos una mezcla de
alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra
realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos
lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro
que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario es Dios
mismo. Pero también es cierto que en el relato hay un punto de inflexión cuando
dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos
recibieron un denario”.
Desde la lógica humana, no
hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los
de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor
absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola
es que una relación de ‘toma y da acá’ con Dios no tiene sentido. El trabajo en
la comunidad de los seguidores de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser
totalmente desinteresado.
Con esta parábola, Jesús no
pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese
campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Cualquier sindicato de
trabajadores consideraría una injusticia lo que hace el dueño de la viña. Jesús
habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda
justicia humana. Que nosotros seamos capaces de imitarle es otro cantar. Desde
los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad será imposible
entender la parábola.
Hoy todos trabajamos para
lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar
diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino
también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha
inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio
mayor. Ésta ha sido la falsa filosofía que ha movido la espiritualidad
cristiana de todos los tiempos.
La parábola trata de romper
los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el
interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones
humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los
Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba
suyo propio nada de lo que tenía sino que lo poseían todo en común”.
Hay una segunda parte que
es tan interesante como la misma parábola. Los de primera hora se quejan del
trato que reciben los de la última. Se muestra aquí la incapacidad de
comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les
sienta mal que los últimos reciban el mismo trato que ellos. El relato
demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia
envenena las relaciones humanas hasta tal punto que, a veces prefiero
perjudicarme con tal de que el otro se perjudique más.
En realidad lo que está en
juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan
desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo
hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según
sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra
vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y
gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a
nuestro esfuerzo.
Podemos ir incluso más allá
de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo
mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que
trabajemos. Es una manera equivocada de hablar decir que Dios nos concede esto
o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno
dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería
Dios.
La salvación de Jesús no
está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes
de él estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La
salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y
cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios,
sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios aceptando su salvación.
Con estas parábolas, el
evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte
sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su
capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que
nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya
nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay
nada que esperar.
El mensaje de la parábola
es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito.
Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos
todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la
pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a
aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra
religiosidad, que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo
menos, para que no nos castigue.
El evangelio nos propone
cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta
manera de actuar a todas las instancias civiles? Lo que Jesús pretende es que
despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación,
imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los
miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería
una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de
trascendencia.
Meditación
El amor de Dios
no se funda en mí, sino en Él.
No tenemos que
amar para que Dios nos ame
sino amar como
Dios nos ama y porque Él ya nos ama.
Lo que Jesús
intenta una y otra vez en el evangelio,
es llevarnos al
descubrimiento del verdadero Dios.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
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