Domingo XXIV Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 21-35) – 13 de septiembre de 2020
“(...)
hasta setenta veces siete”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cuando las 220 familias de
las comunidades de Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y
Antioquia, a orillas del río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la
masacre que perpetró la guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo
colombiano quedó admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo de 2002
un enfrentamiento entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las
más graves tragedias ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas
murieron, víctimas de un ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas
bajo el amparo del Templo parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su
terruño en varias embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo
nombre de El Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la
paz se convirtió en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo
estaba solucionado. Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de
los paramilitares en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada
y regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.
Serafina, una de las
señoras que regresó a Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de
las coplas y las pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de
luto. (...) La familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A
mí se me murió un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban
para fiestas ni celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de
este pueblo.
Junto a esta realidad,
a nivel mundial recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano,
y el mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción
terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe
militar en Chile, y el asesinato de su presidente, Salvador Allende hace ya 47
años. El dolor sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino
preguntarnos: ¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán,
de la Torres de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes,
que no deben perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a
una persona que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que
Jesús nos invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?
Aprender a perdonarse a sí
mismo y dejarse perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá
Clavel, S.J. y publicado en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”,
de la colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en
toda experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su
prójimo, existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La
víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo.
Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.
Desde esta perspectiva, la
parábola que Jesús nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos
lados de la experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas...
el perdón de Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos
capaces de misericordia y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando
herimos. La víctima no es sólo el que es lastimado; también el agresor es
víctima que hay que salvar. Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus
discípulos entiendan y vivan con el milagro del perdón.
Fuente: Encuentros con
la Palabra
PERDONAR NOS HACE BIEN
José Antonio Pagola
Las grandes escuelas de
psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy
poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una
personalidad sana. Se pensaba erróneamente -y se sigue pensando- que el perdón es
una actitud puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje
del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a
perdonar con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que
Dios nos concede, pero sin enseñar mucho más sobre los caminos que hay que
recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya
personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es
necesario para convivir de manera sana: en la familia, donde los roces de la
vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y
el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades
posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar
ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar
herido para siempre.
Hay algo que es necesario
aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque
confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de
irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se
rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el
contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera
reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a
quien le ha hecho mal.
Perdonar no quiere decir
necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros
sentimientos puede ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que
más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma. Es más
sano reconocer y aceptar la cólera, compartiendo tal vez con alguien la rabia y
la indignación.
Luego será más fácil
serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las
fantasías de venganza, para no hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador
es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien
vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
PERDONAR
ES TOMAR CONCIENCIA DE QUE NO HAY NADA QUE PERDONAR
Fray Marcos
El evangelio de hoy es
continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el
perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre cómo
comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería
imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta
manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre
los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el
perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de
fallar y el fallo concreto y real.
La frase "setenta
veces siete", no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay
que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón
tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la
vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús
hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más
generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero
Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro
todavía lleva cuenta de las ofensas.
La parábola de los dos
deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada
diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa
deuda (60.000.000 denarios). El empleado es incapaz de perdonar 100 denarios.
Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre
del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede
castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos
requisitos.
El perdón sólo puede nacer
de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra
de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia
de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del
evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse.
Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del
ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral.
Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono pero no olvido” que es la
práctica común en nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica
del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de
ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que
perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si
tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores
inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma
parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo
lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.
Desde nuestro concepto de
pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos
capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de
una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal.
La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata
del bien o el mal, que le presenta la inteligencia, que con demasiada
frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno lo que en realidad
es malo.
“Lo mismo hará con vosotros
mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener
reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer
ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega
a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos
hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros
de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede
decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que
nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el
perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se
trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado
hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es
el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra
sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se
trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces
esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos
se adueñarían del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia
se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que
tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es
completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una
verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano
haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una
persona perjudicada consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la
justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el
Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy
clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: "Del
vengativo se vengará el Señor". "Perdona la ofensa de tu prójimo y se
te perdonarán los pecados cuando lo pidas". Cuando el mismo evangelista
Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es
ésta, para decir: "...Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también
vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os
perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como
solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué
tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los
motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que
son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su
justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades.
El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente
humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero,
porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son
genuinas.
No solo el ofendido
necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón
para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad
psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se
encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de
rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir,
después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la
recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La
mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel
a quien ofendí me ha perdonado.
Meditación
Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón, que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e
inútil.
O se convierte en refuerzo de nuestro ego.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
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