Domingo XXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 15-20) – 6 de septiembre de 2020
“Si tu hermano te hace
algo malo (...)”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Había una señora a la que le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta de su casa para barrer, encontraba estiércol que las vecinas le dejaban en señal de desprecio. La señora no protestaba nunca. Hasta que un buen día, sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban porquerías delante de su puerta todas las noches, decidió colocar un arreglo floral delante de la puerta de cada una de ellas. En cada uno de los arreglos, las vecinas encontraron un letrero que decía: “Cada uno da de lo que tiene”.
El Evangelio propone, en distintos momentos, formas diferentes de responder a las ofensas y daños que los otros nos hacen. La más conocida es la invitación de Jesús que dice: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos” (Mateo 5, 39-41). En otra momento, cuando Jesús respondió a una de las preguntas del interrogatorio del sumo sacerdote, “uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: ¿Así contestas al sumo sacerdote?” Esta vez Jesús no ofreció la otra mejilla... Sencillamente le preguntó al agresor: “Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18, 22-23). Otras veces Jesús sencillamente guardó silencio ante la agresión y la violencia que otros ejercieron contra él, como queda patente en todo el proceso de la Pasión.
Este domingo el Evangelio nos presenta otra alternativa para responder al mal que los otros nos pueden causar: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, entonces habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
Se trata de todo un plan de acción ante las agresiones que podemos sufrir. La invitación es a conversar con el que nos hace daño y tratar de ayudarlo a caer en la cuenta de su error; si no hiciera caso a nuestro reclamo, Jesús invita a buscar a otros que apoyen nuestra solicitud de cambio... Y si esto tampoco tuviera efecto positivo, pues habría que comentarlo con toda la comunidad. Pero queda aún una última alternativa: “habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
A simple vista, esto podría significar desprecio, rechazo total, renuncia a buscar su transformación; sin embargo, el modo como Jesús trató a los ‘paganos’ y a los ‘publicanos’, hace pensar que la invitación es a tener con ellos una paciencia aún mayor y una delicadeza extrema. ¿Cuál es nuestra actitud ante las ofensas o daños que recibimos de los demás? ¿De verdad nos hemos dejado impregnar por las actitudes de Jesús? Tal vez la creatividad de la señora de la historia con la que comenzamos pueda ayudarnos a buscar alternativas más evangélicas ante el dolor que los otros nos pueden causar.
Fuente:
“Encuentros
con la Palabra”,
HABITAR EN UN ESPACIO
CREADO POR JESÚS
José Antonio Pagola
Al parecer, a las primeras
generaciones cristianas no les preocupaba mucho el número. A finales del siglo
I eran solo unos veinte mil, perdidos en medio del Imperio romano. ¿Eran muchos
o eran pocos? Ellos formaban la Iglesia de Jesús, y lo importante era vivir de
su Espíritu. Pablo invita constantemente a los miembros de sus pequeñas
comunidades a que «vivan en Cristo». El cuarto evangelio exhorta a sus lectores
a que «permanezcan en él».
Mateo, por su parte, pone en
labios de Jesús estas palabras: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos». En la Iglesia de Jesús no se puede estar de
cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de
estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su
evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos,
aunque seamos dos o tres.
Reunirse en el nombre de
Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y desde
su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres
o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.
El centro de este «espacio
Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda
comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas
con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra
vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir
creciendo como discípulos y seguidores suyos.
En este espacio creado en su
nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del
evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando
nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la
rutina y tan paralizada por los miedos.
Este espacio dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús.
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
SIN COMUNIDAD NO PUEDE HABER PERSONA HUMANA
Fray Marcos
Del capítulo 16 hemos pasado
al 18. Mt comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez
que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la
comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de
la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se
pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo
dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha
fallado.
Lo que nos relata el
evangelio de hoy es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mt.
Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este
evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad
(Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de
perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y
necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden
surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para
superarlos sin violencia. Sería muy interesante que esto lo tuviéramos en
cuenta en las relaciones de familia.
En la primera frase tenemos
un problema en el mismo texto, porque han llegado a nosotros distintas
versiones: ‘si tu hermano peca’, ‘si tu hermano peca contra ti’, ‘si tu hermano
te ofende’. Lo que está claro es que ninguna de estas versiones se puede
remontar a Jesús. Los evangelios ponen en boca de Jesús lo que era práctica de
la comunidad para darle valor definitivo. Al pecar contra ti, debía
corresponder el perdón. El próximo domingo, Jesús dirá a Pedro que tiene que
perdonar ‘setenta veces siete’.
“Si tu hermano peca”, no
debemos entenderlo con el concepto que tenemos hoy de pecado. La práctica
penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados
contra la comunidad. No se tenía en cuenta, ni se juzgaba, la actitud personal
con relación a Dios sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de
la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino el daño
que había hecho a la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus
miembros.
La corrección fraterna no es
tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este
caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al
corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar
las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo
una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de
humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de
alcanzar. Hoy tenemos la dificultad añadida de que no existe una verdadera
comunidad.
Hoy tendría mucha más
aplicación a la familia. Tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en
cuanto algún miembro de la familia falla ponemos el grito en el cielo. La
verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos
somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es
muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle, pero es más difícil
todavía aceptar que me corrijan.
Partiendo de que todo pecado
es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para
convencer al otro de su equivocación, y de que siguiendo por ese camino se está
apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección
tiene que dejar muy claro que buscamos el bien del corregido y no nuestra vanagloria.
Debemos ser capaces de demostrarle que no solo se aleja él de la plenitud
humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta.
Radicalmente apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo
grado de humanidad.
“Atar y desatar”. Es una
imagen del AT muy utilizada por los rabinos de la época. Se refiere a la
capacidad de aceptar a uno en la comunidad o excluirlo. Así lo entendieron
también las primeras comunidades, cuyos miembros eran todos judíos. El concepto
de pecado como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como
lo entendemos hoy, no fue objeto de reflexión en la primera comunidad. No se
trata de un poder conferido por Dios para perdonar los pecados entendidos como
ofensas contra Él.
“Todo lo que atéis en la
tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mt ponía en boca de Jesús exactamente
las mismas palabras referidas a Pedro. El poder de decidir ¿lo tiene Pedro o lo
tiene la comunidad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la
comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra una autoridad que toma
decisiones. En el contexto podemos concluir que son las personas individuales
las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos
ha querido hacer ver.
“Donde dos estén reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada
una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo
menos dos (comunidad). La relación de amor es el único marco idóneo para que
Dios se haga presente. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús,
es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos,
también de los que no pertenecen al grupo. Esto lo hemos olvidado con
frecuencia.
Es imposible cumplir hoy ese
encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, donde
se han desarrollado lazos de fraternidad y todos se conocen y se preocupan los
unos de los otros. Lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante,
lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la
comunidad de Mt, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a
nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.
La comunidad es la última
instancia de nuestras relaciones con Dios. Es absurdo pretender una directa
relación con Dios para solucionar mis fallos. El texto evangélico insiste en
que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero
una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro,
sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad.
La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al
otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad
de integrarlo.
El sentido de la comunidad
es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud del hombre. La Iglesia debe
ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia
de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos
enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El
fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó
“la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un
homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras
comunidades.
Meditación
La máxima
manifestación de desamor es la indiferencia.
Camuflarla bajo
el manto de respeto, o tolerancia, es cobardía.
Si no me comprometo
con el bien espiritual del otro,
es que su
presente y su futuro me importan un comino.
Debo ir al
encuentro del otro para ayudarle, sin juzgarle.
Si no busco el
bien del otro, mi plenitud quedará truncada.
Fray Marcos
Fuente::
http://feadulta.com/
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