CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PÁRA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
domingo, 27 de septiembre de 2020
sábado, 26 de septiembre de 2020
Domingo XXVI Ordinario – Ciclo A
Domingo XXVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 28-32) – 27 de septiembre de 2020
“¿Cuál
de los dos hizo lo que su padre quería?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Una
caricatura de Justo y Franco, dos personajes de las tiras cómicas publicadas en
un periódico colombiano, traía alguna vez cinco escenas que me impactaron. En
el primer cuadro aparecen dos hombres de las cavernas en lo alto de un barranco
tallando una enorme rueda de piedra. El segundo cuadro muestra cómo, en medio
de su trabajo, se les suelta la rueda, que cae al vacío; al fondo del barranco
hay otro hombre que va saliendo de una de las cavernas, justo debajo del
barranco por donde cae la enorme rueda de piedra. En el tercer cuadro la piedra
cae encima del hombre que salía de la caverna. Los dos personajes contemplan la
escena desde lo alto del barranco. El cuarto cuadro muestra cómo el hombre que
es golpeado insulta a los dos cavernícolas que están en lo alto del barranco
contemplando el daño que han hecho sin querer... Por último, en el cuadro final,
mientras la víctima se aleja y sigue insultando a sus agresores, los dos
hombres en lo alto comentan: “Esta moda del idioma es una linda invención, pero
las palabras nunca reemplazarán a los palos y las rocas”.
Efectivamente,
esta moda del idioma, como llaman estos cavernícolas a los insultos del
afectado por el accidente de trabajo, nunca reemplazará la contundencia
de las acciones. Comúnmente se dice que las palabras lo aguantan todo, y es
verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar, y aún orar, si no se traducen en
acciones muy concretas que sirvan de autenticación de lo que se ha
hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso, orado, nos quedamos a la
mitad del camino.
Conozco
a muchas personas a quienes les gusta conversar sobre sus dificultades para
vivir la fe; tienen serias dudas sobre muchos de los dogmas de nuestro credo,
no comparten muchas de las orientaciones disciplinarias de la Iglesia, les
cuesta mucho vivir una práctica ritual sin acabar de entender del todo su
contenido... Sin embargo, viven con bastante coherencia su propia existencia.
Tratan de ser fieles a su propia conciencia que les va indicando el camino que
deben tomar en circunstancias complejas y confusas. Conozco también, y sobre todo porque me conozco
a mi, a personas que afirman todos y cada uno de los dogmas, hacen gala de
seguir milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la Iglesia y se
ufanan de ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que obliga la fe;
sin embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos en nuestra
respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál
de los dos hizo lo que su padre quería?” Es la pregunta que Jesús le lanza a
los Jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos en pleno templo de Jerusalén,
después de contarles la parábola de los dos hijos; uno que dice “¡No quiero ir!
Pero después cambió de parecer, y fue”. Y el otro que dice “Si, señor, yo iré.
Pero no fue”. Desde luego, sus interlocutores no podían quedar tranquilos. De
alguna forma se explica la pasión y muerte del Señor. Porque decirle a los Jefes
que “los publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de
Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de la que se
burlaban los cavernícolas de la tira cómica.
Fuente: Encuentros con
la Palabra
LAS COSAS NO SON
SIEMPRE LO QUE PARECEN
José Antonio Pagola
La
parábola es una de las más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos
para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una
negativa rotunda: «No quiero». Luego lo piensa mejor y va a trabajar. El
segundo reacciona con una docilidad ostentosa: «Por supuesto que voy, señor».
Sin embargo, todo se queda en palabras, pues no va a la viña.
También
el mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo
importante no es «hablar» sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar,
sino cumplir su voluntad. Las palabras de Jesús no tienen nada de original.
Lo
original es la aplicación que, según el evangelista Mateo, lanza Jesús a los
dirigentes religiosos de aquella sociedad: «Os aseguro: los publicanos y las prostitutas
os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». ¿Será verdad lo que
dice Jesús?
Los
escribas hablan constantemente de la ley: el nombre de Dios está siempre en sus
labios. Los sacerdotes del templo alaban a Dios sin descanso; su boca está
llena de salmos. Nadie dudaría de que están haciendo la voluntad del Padre.
Pero las cosas no son siempre como parecen. Los recaudadores y las prostitutas
no hablan a nadie de Dios. Hace tiempo que han olvidado su ley. Sin embargo,
según Jesús, van por delante de los sumos sacerdotes y escribas en el camino
del reino de Dios.
¿Qué
podía ver Jesús en aquellos hombres y mujeres despreciados por todos? Tal vez
su humillación. Quizá un corazón más abierto a Dios y más necesitado de su
perdón. Acaso una comprensión y una cercanía mayor a los últimos de la
sociedad. Tal vez menos orgullo y prepotencia que la de los escribas y sumos
sacerdotes.
Los
cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas nuestra historia de veinte
siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina
cristiana con profundos conceptos. Sin embargo, hoy y siempre, la verdadera
voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de
Jesús y aquellos que se abren con sencillez y confianza a su perdón.
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
RECTIFICAR
ES MÁS HUMANO QUE ACERTAR A LA PRIMERA
Fray Marcos
Jesús
acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente
anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué
autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: “¿El bautismo de Juan
era cosa de Dios o cosa humana?”. No se atreven a contestar y Jesús les cuenta
esta parábola. Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara
del organigrama religioso judío, pero quiere advertir, también a la nueva
comunidad, que no debe caer en el mismo error.
En
este capítulo siguen las advertencias a la comunidad. Es muy peligroso creerse
perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho
mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo
que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una
actitud vital que, inevitablemente, se manifestará en las obras. En el
evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras: “Si no me
creéis a mí, creed a las obras”.
El
domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el
pueblo en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos
hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes
religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer en
todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que
dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la
voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo?
Jesús
se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los
evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de
las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas
parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de
impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también
judíos. Y los primeros cristianos eran todos judíos.
Los
fariseos no tenían nada de qué arrepentirse. Eran perfectos porque decían “sí”
a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por
eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora
del domingo pasado, exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable
que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su
respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la
Ley les importaba un pito.
El
escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos
son los malos y los malos son los buenos. Los primeros eran los estrictos
cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los
primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros
buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores.
Jesús deja claro cuál es la voluntad de Dios, y quién la cumple. Pero Jesús
deja claro que tanto los unos como los otros son hijos.
“Los
recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino”. Es una de
las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran
las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias
religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama
religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se
mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un
Dios que lo único que quiere es el bien del hombre.
No
se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo
que dice sí y va a trabajar a la viña, y el hijo que dice no y no va. En estos
dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple
la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en
que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera, la situación
del que dice “sí” y del que dice “no”.
No
debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza
fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo
importante y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre
sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El
ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente
ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de
rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.
Nuestras
actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una
religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos: “sí voy”,
pero nos quedamos siempre donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende
por “practicante”, para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida
real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del
evangelio.
Se
nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay
muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El
fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por
hecho que basta hablar del evangelio, u oír hablar de él, para tranquilizar
nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es
predicar y otra dar trigo”.
En
la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son
definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria
equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino
verdadero. Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte
de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los
demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto,
estamos exigiéndole que deje de ser humano.
Solo
la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo
que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma, nos anclamos en el
pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer
que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen
cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús
nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su
nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es
fundamentalismo puro y duro.
También
hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen
valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital,
pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser,
y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente
todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de
corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos
estamos diciendo: “no”, cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo: “sí”,
con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación.
Meditación-contemplación
Si a la primera no somos capaces de decir “sí”,
Dios acepta siempre nuestra rectificación.
Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones.
Nadie es capaz de descubrir la meta a la primera.
No deben preocuparme los fallos.
Ser incapaz de rectificar es lo frustrante.
Fray Marcos
Fuente:
http://feadulta.com/
domingo, 20 de septiembre de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
Domingo XXV Ordinario – Ciclo A
Domingo XXV Ordinario – Ciclo A (Mateo 20, 1-16a) – 20 de septiembre de 2020
“Vayan
también ustedes a mi viñedo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos. El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al despedirse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de lo cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte. Y el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la que le decía: «Tal vez con esto puedas ayudar a aquellos pobres diablos». Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aún sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por ti exactamente lo mismo que he hecho». Esto sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por el mero gozo de servir por amor” (Anthony de Mello, El canto del pájaro, pp. 151-152).
Desde una perspectiva mercantil, es un absurdo que el que trabaja desde el comienzo del día hasta la tarde, reciba lo mismo que el que llegó a la viña casi al caer el sol. Esto no nos cabe en la cabeza y le reclamamos a Dios: “Estos que llegaron al final, trabajaron solamente una hora, y usted les ha pagado igual que a nosotros que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día”. Pero Dios, como el dueño de la viña, nos responde: “Amigo, no te estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el jornal de un día? Pues toma tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?”
Tal vez haya personas que, sabiendo de la generosidad de Dios, habrían sido menos bondadosas... Pero también las hay que se alegran y gozan de tal manera con esta magnificencia divina, que no les queda otro remedio que desbordarse en generosidad.
Fuente: Encuentros con la
Palabra
Dios es bueno con todos
José Antonio Pagola
Sin duda es una de las
parábolas más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola
de los obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la
viña. Algunos investigadores la llaman hoy «parábola del patrono que quería trabajo
y pan para todos».
Este hombre sale
personalmente a la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A
los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce
del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco,
cuando solo falta una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No
parece urgido por la vendimia. Lo que quiere es que aquella gente no se quede
sin trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie
ha llamado. Y por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que
necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los
primeros protestan, esta es su respuesta: «¿Vais a tener envidia porque soy
bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús?
¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros
manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las
personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa
bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede
escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o
agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo
mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y
esquemas.
La imagen que no pocos
cristianos se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y
hasta contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios
justiciero del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas.
Entonces, la bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida o
distorsionada.
Una de las tareas más importantes en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia de Dios vivida por Jesús. Solo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza diferente en el mundo.
Fuentes : http://www.gruposdejesus.com
Jesús
no pide ir más allá de la justicia
Fray Marcos
Cuando se escribió este
evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían
creciendo. Los veteranos seguramente reclamaban privilegios, porque en un
ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a
tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. La parábola
advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes,
sería ridículo esperar mayor paga.
Jesús acaba de decir al
joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación Pedro dice a
Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete
cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán
últimos y últimos que serán primeros”. A continuación viene el relato de hoy,
que repite lo mismo pero invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se
ha hecho realidad.
Las lecturas de los tres
últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de
ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es
decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de
perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la
necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia
humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios
manifiesta a cada uno de nosotros.
Hoy tenemos una mezcla de
alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra
realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos
lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro
que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario es Dios
mismo. Pero también es cierto que en el relato hay un punto de inflexión cuando
dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos
recibieron un denario”.
Desde la lógica humana, no
hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los
de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor
absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola
es que una relación de ‘toma y da acá’ con Dios no tiene sentido. El trabajo en
la comunidad de los seguidores de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser
totalmente desinteresado.
Con esta parábola, Jesús no
pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese
campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Cualquier sindicato de
trabajadores consideraría una injusticia lo que hace el dueño de la viña. Jesús
habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda
justicia humana. Que nosotros seamos capaces de imitarle es otro cantar. Desde
los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad será imposible
entender la parábola.
Hoy todos trabajamos para
lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar
diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino
también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha
inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio
mayor. Ésta ha sido la falsa filosofía que ha movido la espiritualidad
cristiana de todos los tiempos.
La parábola trata de romper
los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el
interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones
humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los
Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba
suyo propio nada de lo que tenía sino que lo poseían todo en común”.
Hay una segunda parte que
es tan interesante como la misma parábola. Los de primera hora se quejan del
trato que reciben los de la última. Se muestra aquí la incapacidad de
comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les
sienta mal que los últimos reciban el mismo trato que ellos. El relato
demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia
envenena las relaciones humanas hasta tal punto que, a veces prefiero
perjudicarme con tal de que el otro se perjudique más.
En realidad lo que está en
juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan
desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo
hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según
sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra
vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y
gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a
nuestro esfuerzo.
Podemos ir incluso más allá
de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo
mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que
trabajemos. Es una manera equivocada de hablar decir que Dios nos concede esto
o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno
dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería
Dios.
La salvación de Jesús no
está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes
de él estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La
salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y
cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios,
sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios aceptando su salvación.
Con estas parábolas, el
evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte
sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su
capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que
nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya
nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay
nada que esperar.
El mensaje de la parábola
es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito.
Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos
todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la
pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a
aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra
religiosidad, que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo
menos, para que no nos castigue.
El evangelio nos propone
cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta
manera de actuar a todas las instancias civiles? Lo que Jesús pretende es que
despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación,
imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los
miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería
una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de
trascendencia.
Meditación
El amor de Dios
no se funda en mí, sino en Él.
No tenemos que
amar para que Dios nos ame
sino amar como
Dios nos ama y porque Él ya nos ama.
Lo que Jesús
intenta una y otra vez en el evangelio,
es llevarnos al
descubrimiento del verdadero Dios.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
domingo, 13 de septiembre de 2020
Domingo XXIV Ordinario – Ciclo A – Reflexiones
Domingo XXIV Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 21-35) – 13 de septiembre de 2020
“(...)
hasta setenta veces siete”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cuando las 220 familias de
las comunidades de Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y
Antioquia, a orillas del río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la
masacre que perpetró la guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo
colombiano quedó admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo de 2002
un enfrentamiento entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las
más graves tragedias ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas
murieron, víctimas de un ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas
bajo el amparo del Templo parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su
terruño en varias embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo
nombre de El Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la
paz se convirtió en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo
estaba solucionado. Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de
los paramilitares en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada
y regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.
Serafina, una de las
señoras que regresó a Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de
las coplas y las pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de
luto. (...) La familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A
mí se me murió un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban
para fiestas ni celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de
este pueblo.
Junto a esta realidad,
a nivel mundial recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano,
y el mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción
terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe
militar en Chile, y el asesinato de su presidente, Salvador Allende hace ya 47
años. El dolor sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino
preguntarnos: ¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán,
de la Torres de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes,
que no deben perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a
una persona que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que
Jesús nos invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?
Aprender a perdonarse a sí
mismo y dejarse perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá
Clavel, S.J. y publicado en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”,
de la colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en
toda experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su
prójimo, existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La
víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo.
Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.
Desde esta perspectiva, la
parábola que Jesús nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos
lados de la experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas...
el perdón de Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos
capaces de misericordia y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando
herimos. La víctima no es sólo el que es lastimado; también el agresor es
víctima que hay que salvar. Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus
discípulos entiendan y vivan con el milagro del perdón.
Fuente: Encuentros con
la Palabra
PERDONAR NOS HACE BIEN
José Antonio Pagola
Las grandes escuelas de
psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy
poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una
personalidad sana. Se pensaba erróneamente -y se sigue pensando- que el perdón es
una actitud puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje
del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a
perdonar con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que
Dios nos concede, pero sin enseñar mucho más sobre los caminos que hay que
recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya
personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es
necesario para convivir de manera sana: en la familia, donde los roces de la
vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y
el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades
posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar
ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar
herido para siempre.
Hay algo que es necesario
aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque
confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de
irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se
rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el
contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera
reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a
quien le ha hecho mal.
Perdonar no quiere decir
necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros
sentimientos puede ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que
más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma. Es más
sano reconocer y aceptar la cólera, compartiendo tal vez con alguien la rabia y
la indignación.
Luego será más fácil
serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las
fantasías de venganza, para no hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador
es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien
vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
PERDONAR
ES TOMAR CONCIENCIA DE QUE NO HAY NADA QUE PERDONAR
Fray Marcos
El evangelio de hoy es
continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el
perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre cómo
comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería
imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta
manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre
los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el
perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de
fallar y el fallo concreto y real.
La frase "setenta
veces siete", no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay
que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón
tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la
vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús
hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más
generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero
Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro
todavía lleva cuenta de las ofensas.
La parábola de los dos
deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada
diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa
deuda (60.000.000 denarios). El empleado es incapaz de perdonar 100 denarios.
Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre
del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede
castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos
requisitos.
El perdón sólo puede nacer
de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra
de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia
de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del
evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse.
Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del
ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral.
Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono pero no olvido” que es la
práctica común en nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica
del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de
ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que
perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si
tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores
inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma
parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo
lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.
Desde nuestro concepto de
pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos
capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de
una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal.
La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata
del bien o el mal, que le presenta la inteligencia, que con demasiada
frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno lo que en realidad
es malo.
“Lo mismo hará con vosotros
mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener
reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer
ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega
a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos
hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros
de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede
decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que
nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el
perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se
trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado
hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es
el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra
sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se
trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces
esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos
se adueñarían del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia
se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que
tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es
completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una
verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano
haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una
persona perjudicada consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la
justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el
Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy
clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: "Del
vengativo se vengará el Señor". "Perdona la ofensa de tu prójimo y se
te perdonarán los pecados cuando lo pidas". Cuando el mismo evangelista
Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es
ésta, para decir: "...Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también
vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os
perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como
solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué
tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los
motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que
son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su
justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades.
El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente
humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero,
porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son
genuinas.
No solo el ofendido
necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón
para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad
psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se
encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de
rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir,
después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la
recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La
mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel
a quien ofendí me ha perdonado.
Meditación
Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón, que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e
inútil.
O se convierte en refuerzo de nuestro ego.
Fray Marcos
Fuentes : http://feadulta.com/
domingo, 6 de septiembre de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
sábado, 5 de septiembre de 2020
Domingo XXIII Ordinario – Ciclo A
Domingo XXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 15-20) – 6 de septiembre de 2020
“Si tu hermano te hace
algo malo (...)”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Había una señora a la que le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta de su casa para barrer, encontraba estiércol que las vecinas le dejaban en señal de desprecio. La señora no protestaba nunca. Hasta que un buen día, sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban porquerías delante de su puerta todas las noches, decidió colocar un arreglo floral delante de la puerta de cada una de ellas. En cada uno de los arreglos, las vecinas encontraron un letrero que decía: “Cada uno da de lo que tiene”.
El Evangelio propone, en distintos momentos, formas diferentes de responder a las ofensas y daños que los otros nos hacen. La más conocida es la invitación de Jesús que dice: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos” (Mateo 5, 39-41). En otra momento, cuando Jesús respondió a una de las preguntas del interrogatorio del sumo sacerdote, “uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: ¿Así contestas al sumo sacerdote?” Esta vez Jesús no ofreció la otra mejilla... Sencillamente le preguntó al agresor: “Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18, 22-23). Otras veces Jesús sencillamente guardó silencio ante la agresión y la violencia que otros ejercieron contra él, como queda patente en todo el proceso de la Pasión.
Este domingo el Evangelio nos presenta otra alternativa para responder al mal que los otros nos pueden causar: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, entonces habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
Se trata de todo un plan de acción ante las agresiones que podemos sufrir. La invitación es a conversar con el que nos hace daño y tratar de ayudarlo a caer en la cuenta de su error; si no hiciera caso a nuestro reclamo, Jesús invita a buscar a otros que apoyen nuestra solicitud de cambio... Y si esto tampoco tuviera efecto positivo, pues habría que comentarlo con toda la comunidad. Pero queda aún una última alternativa: “habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
A simple vista, esto podría significar desprecio, rechazo total, renuncia a buscar su transformación; sin embargo, el modo como Jesús trató a los ‘paganos’ y a los ‘publicanos’, hace pensar que la invitación es a tener con ellos una paciencia aún mayor y una delicadeza extrema. ¿Cuál es nuestra actitud ante las ofensas o daños que recibimos de los demás? ¿De verdad nos hemos dejado impregnar por las actitudes de Jesús? Tal vez la creatividad de la señora de la historia con la que comenzamos pueda ayudarnos a buscar alternativas más evangélicas ante el dolor que los otros nos pueden causar.
Fuente:
“Encuentros
con la Palabra”,
HABITAR EN UN ESPACIO
CREADO POR JESÚS
José Antonio Pagola
Al parecer, a las primeras
generaciones cristianas no les preocupaba mucho el número. A finales del siglo
I eran solo unos veinte mil, perdidos en medio del Imperio romano. ¿Eran muchos
o eran pocos? Ellos formaban la Iglesia de Jesús, y lo importante era vivir de
su Espíritu. Pablo invita constantemente a los miembros de sus pequeñas
comunidades a que «vivan en Cristo». El cuarto evangelio exhorta a sus lectores
a que «permanezcan en él».
Mateo, por su parte, pone en
labios de Jesús estas palabras: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos». En la Iglesia de Jesús no se puede estar de
cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de
estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su
evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos,
aunque seamos dos o tres.
Reunirse en el nombre de
Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y desde
su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres
o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.
El centro de este «espacio
Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda
comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas
con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra
vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir
creciendo como discípulos y seguidores suyos.
En este espacio creado en su
nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del
evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando
nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la
rutina y tan paralizada por los miedos.
Este espacio dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús.
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
SIN COMUNIDAD NO PUEDE HABER PERSONA HUMANA
Fray Marcos
Del capítulo 16 hemos pasado
al 18. Mt comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez
que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la
comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de
la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se
pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo
dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha
fallado.
Lo que nos relata el
evangelio de hoy es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mt.
Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este
evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad
(Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de
perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y
necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden
surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para
superarlos sin violencia. Sería muy interesante que esto lo tuviéramos en
cuenta en las relaciones de familia.
En la primera frase tenemos
un problema en el mismo texto, porque han llegado a nosotros distintas
versiones: ‘si tu hermano peca’, ‘si tu hermano peca contra ti’, ‘si tu hermano
te ofende’. Lo que está claro es que ninguna de estas versiones se puede
remontar a Jesús. Los evangelios ponen en boca de Jesús lo que era práctica de
la comunidad para darle valor definitivo. Al pecar contra ti, debía
corresponder el perdón. El próximo domingo, Jesús dirá a Pedro que tiene que
perdonar ‘setenta veces siete’.
“Si tu hermano peca”, no
debemos entenderlo con el concepto que tenemos hoy de pecado. La práctica
penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados
contra la comunidad. No se tenía en cuenta, ni se juzgaba, la actitud personal
con relación a Dios sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de
la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino el daño
que había hecho a la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus
miembros.
La corrección fraterna no es
tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este
caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al
corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar
las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo
una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de
humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de
alcanzar. Hoy tenemos la dificultad añadida de que no existe una verdadera
comunidad.
Hoy tendría mucha más
aplicación a la familia. Tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en
cuanto algún miembro de la familia falla ponemos el grito en el cielo. La
verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos
somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es
muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle, pero es más difícil
todavía aceptar que me corrijan.
Partiendo de que todo pecado
es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para
convencer al otro de su equivocación, y de que siguiendo por ese camino se está
apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección
tiene que dejar muy claro que buscamos el bien del corregido y no nuestra vanagloria.
Debemos ser capaces de demostrarle que no solo se aleja él de la plenitud
humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta.
Radicalmente apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo
grado de humanidad.
“Atar y desatar”. Es una
imagen del AT muy utilizada por los rabinos de la época. Se refiere a la
capacidad de aceptar a uno en la comunidad o excluirlo. Así lo entendieron
también las primeras comunidades, cuyos miembros eran todos judíos. El concepto
de pecado como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como
lo entendemos hoy, no fue objeto de reflexión en la primera comunidad. No se
trata de un poder conferido por Dios para perdonar los pecados entendidos como
ofensas contra Él.
“Todo lo que atéis en la
tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mt ponía en boca de Jesús exactamente
las mismas palabras referidas a Pedro. El poder de decidir ¿lo tiene Pedro o lo
tiene la comunidad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la
comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra una autoridad que toma
decisiones. En el contexto podemos concluir que son las personas individuales
las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos
ha querido hacer ver.
“Donde dos estén reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada
una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo
menos dos (comunidad). La relación de amor es el único marco idóneo para que
Dios se haga presente. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús,
es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos,
también de los que no pertenecen al grupo. Esto lo hemos olvidado con
frecuencia.
Es imposible cumplir hoy ese
encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, donde
se han desarrollado lazos de fraternidad y todos se conocen y se preocupan los
unos de los otros. Lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante,
lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la
comunidad de Mt, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a
nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.
La comunidad es la última
instancia de nuestras relaciones con Dios. Es absurdo pretender una directa
relación con Dios para solucionar mis fallos. El texto evangélico insiste en
que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero
una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro,
sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad.
La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al
otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad
de integrarlo.
El sentido de la comunidad
es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud del hombre. La Iglesia debe
ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia
de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos
enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El
fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó
“la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un
homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras
comunidades.
Meditación
La máxima
manifestación de desamor es la indiferencia.
Camuflarla bajo
el manto de respeto, o tolerancia, es cobardía.
Si no me comprometo
con el bien espiritual del otro,
es que su
presente y su futuro me importan un comino.
Debo ir al
encuentro del otro para ayudarle, sin juzgarle.
Si no busco el
bien del otro, mi plenitud quedará truncada.
Fray Marcos
Fuente::
http://feadulta.com/