Domingo XVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52) – 26 de julio de 2020
“El
reino de los cielos es como un ...”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hugo Canavan, teólogo carmelita norteamericano, especializado en estudios bíblicos y en la animación de pequeñas comunidades de base entre los campesinos de Colombia, ya fallecido, estaba dando un curso de Biblia en un barrio popular de Bogotá. Yo colaboraba en esa época en las pequeñas y frágiles Asambleas familiares que iban creciendo en medio de las luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo y la falta de oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo fue explicando, en la casa de don Carlos y doña Isabel, la importancia de la Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas treinta y 35, contando a las mujeres y los niños, se quitó las gafas y comenzó a contar:
"Había una vez un señor que pertenecía a una comunidad de base. Su nombre era Marcos. Todas las semanas participaba de la reunión en la que hablaban de los problemas del barrio, leían la Biblia y rezaban juntos pidiendo a Dios o dándole gracias por lo que iba realizando en medio de ellos. Un buen día don Marcos, que ya tenía setenta y siete años, comenzó a saludar a la gente con otro nombre; a doña Belén la saludó como si fuera Ángela; a Ángela la confundió con Mariela; a Saulo lo confundió con Benjamín; a don José lo saludó como si fuera la señora Josefina. Mientras Hugo contaba la historia, iba haciendo la representación de lo que iba diciendo con los miembros de la comunidad a los que daba el curso confundiendo los nombres.
Los que estaban presentes no corrigieron a don Marcos. Lo saludaban naturalmente, aunque sabían que estaba equivocándose. Algunos, después de la reunión, comentaron lo sucedido. Don Marcos estaba perdiendo la vista... por eso, decidieron recoger una platica para llevarlo al médico, para que le formularan unas gafas. Así se hizo. La señora Mercedes se encargó de recoger la colaboración de todos y de llevar a don Marcos al médico. A los quince días llegó don Marcos otra vez a la reunión con las gafas en las manos y mostrándole a todo el mundo el regalo que le habían hecho. Evidentemente, como llevaba las gafas en las manos, volvió a confundir a todo el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire don Saulo las gafas tan bonitas que me regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto les agradezco doña Josefina por estas gafas tan buenas que me han regalado entre todos! ¡Dios se lo ha de pagar!». Hugo iba representando a don Marcos con las gafas en sus manos y mostrándoselas a la gente, confundiéndoles el nombre".
Después de contar la historia y representarla, Hugo lanzó la pregunta, «¿Entienden ustedes lo que esto significa?» Y fue recogiendo las conclusiones que la gente iba sacando: Por ejemplo, decían: «Así pasa con la Biblia; la gente la recibe y está muy orgullosa de tenerla, pero no la utilizan para lo que es». «La Biblia no es para mostrarla a los demás, sino para poder ver a los hermanos que tenemos al lado; es para reconocer a los que sufren junto a nosotros». «La Biblia es como unas gafas que nos sirven para ver la realidad con los ojos de Dios; no es para quedarnos viéndola a ella sola y mostrándola orgullosamente a los demás». «Tener gafas y no colocárselas es como los que compran la Biblia y luego la colocan en un lugar bien bonito de la casa, pero nunca la leen en grupo, ni personalmente. Es como un adorno más en la casa». Y así, sucesivamente...
Las parábolas, que fue la forma como Jesús comunicó los secretos del Reino a los hombres y mujeres de su época, siguen teniendo hoy un valor incalculable. Implican a los que las escuchamos en el aprendizaje. No nos deja por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos toca interiormente. Más que comentar el contenido de la predicación de Jesús, deberíamos hacer como Hugo Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los que tenemos alrededor... copiarnos su estilo...
FUENTE: http://www.religiondigital.
DESCUBRIR EL PROYECTO DE DIOS
No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por sus
palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era razonable
seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena comprometerse
en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocuparnos cada uno de
nuestro propio bienestar? Mientras tanto se nos puede pasar la vida sin tomar
decisión alguna.
Jesús cuenta dos breves parábolas. En ambos relatos, el respectivo
protagonista se encuentra con un tesoro enormemente valioso o con una perla de
valor incalculable. Los dos reaccionan del mismo modo: venden todo lo que
tienen y se hacen con el tesoro o con la perla. Es, sin duda, lo más sensato y
razonable.
El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto todavía el
gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio
inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad
cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no conoce bien a Jesús, no
puede seguir sus pasos.
El descubrimiento del reino de Dios cambia la vida de quien lo
descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial, lo mejor de
Jesús, lo que puede trasformar su vida. Si los cristianos no descubrimos el
proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.
Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión:
«venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de
Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y ha de quedar
subordinado al proyecto de Dios.
Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la Iglesia.
FUENTE: http://www.gruposdejesus.com/
NO SOMOS UN CAMPO QUE CONTIENE UN TESORO
El
evangelio de este domingo nos propone las tres últimas parábolas del capítulo
13 de Mt. comentaremos el tesoro y la perla, que tienen un mismo mensaje. Si
descubrimos lo que más vale, daremos a nuestra voluntad un objeto claro, porque
la voluntad no puede ser movida más que por el bien, y en el caso de dos bienes
siempre será movida por el mayor. Lo que Dios es en mí, es el tesoro, es la
perla. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una
experiencia profunda y viva. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está
fuera y que nos dé seguridades desde allí.
Menos
mal que la comunidad de Mt no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El
mensaje es idéntico en las dos pero tiene matices significativos. Una
diferencia es que en un caso el encuentro es fortuito. Y en el otro, es
consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se identifica el Reino
con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el comerciante que busca
perlas. Puede ser una pista para descubrir que la comparación no es con uno ni
con otro, sino que hay que buscarla en el conjunto del relato. Las dos opciones
se hacen con un grado de incertidumbre. Los dos se arriesgan al dar el paso.
La
parábola no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone
unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto
el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto
injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de unos conocimientos
privilegiados para engañar al vecino. No actúan por desprendimiento sino por
egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir bienes mayores. No es su
objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor. Da un
ejemplo material pero en el orden espiritual las cosas no funcionan así.
En
estas dos parábolas vemos claro cómo no todo lo que dicen es aprovechable.
Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no
puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto.
El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que
tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene
para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa
imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace
saltar a otro orden, en el que sí es posible. Ahí está la clave del mensaje.
Hay
dos matices interesantes. El primero es el abismo que existe entre lo que
tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les produce el
hallazgo. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre, que solo tiene un
pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo, un día encuentra un tesoro. O
un comerciante de perlas que un día descubre, entre las que tiene almacenadas,
una de inmenso valor. Evitaríamos así poner el énfasis en la venta de lo que
tiene, que solo pretende indicar el valor de lo encontrado. Todo lo contrario,
se trata de un minucioso cálculo, que les lleva a la suprema ganancia.
No
damos un paso en nuestra vida espiritual porque no hemos encontrado el tesoro
en lo que ya somos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar
una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada
vamos a conseguir si previamente no descubrimos lo que somos. Nuestra principal
tarea será tomar conciencia de esa Realidad. Si la descubrimos, prácticamente
está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que
tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha
propuesto, no es garantía ninguna de éxito.
Un
ancestral relato nos ayudará: cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en
él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y
decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían
esconder ese tesoro. Uno dijo: pongámoslo en la cima de la montaña más alta.
Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con él. Otro dijo: lo pondremos
en lo más hondo del océano. Alguien respondió: No, que terminará bajando y la
descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé dónde lo esconderemos! La pondremos en su
corazón. Allí nunca lo buscará.
Tenemos
que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos
los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el
principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco la Escritura
puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones
de las parábolas. La Escritura es el mapa que nos puede conducir al tesoro,
pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o
perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo)
para encontrarme a mí mismo.
Jesús
no pide más perfección sino más confianza, más alegría, más felicidad. Es bueno
todo lo que produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la
alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier
renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica.
Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no puede haber
progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser
más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene
que hacer feliz es descubrir la plenitud que ya soy.
El
tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera
realidad que soy, y que son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí
es el fundamento de todos los valores. En cuanto las religiones olvidan esto,
se convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no representan
grandes valores sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que
encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a
ningún valor, sino que potencian el valor de todo. Presentar a Dios como
contrario a otros valores, es la manera de hacerle ídolo.
Vivimos
en una sociedad que funciona a base de trampas. Si fuésemos capaces de llamar a
las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos
dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos
dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿qué caso haríamos a sus
propuestas? En cambio, si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de
que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los
valores supremos, nuestra sociedad quedaría purificada. Los intereses
materiales y egoístas son lo que de verdad mueven los hilos de la sociedad.
Tener claro que soy el tesoro supremo, la perla más valiosa, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar el resto sino de tener claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal. Esta postura es radicalmente equivocada. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades, dentro de los valores. Debemos tener claro dónde está el valor supremo y qué valores son relativos o falsos.
Meditación
Eres el mayor tesoro que puedas imaginar.
Si aún no te has dado cuenta,
es que has buscado algo imaginado por ti
o que no has bajado al centro de tu ser.
Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo demás es coser y cantar.
Fray Marcos
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