“...
pueden arrancar también el trigo”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.*
Monseñor Alberto Giraldo
Jaramillo, Arzobispo emérito de Medellín, a propósito de los conflictos y problemas
que vivimos todos los días, y recordando el documento de Puebla, decía en una
entrevista: “la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de
cada uno. No podemos decir: ustedes son los malos, nosotros los buenos”. Muy
fácilmente, en medio de los conflictos humanos, tomamos posición y señalamos a
los demás como los malos, sintiéndonos nosotros libres de toda culpa y como
voceros de los ‘buenos’. Esto no sólo pasa en el ámbito sociopolítico, sino
también en las relaciones cotidianas, corriendo el peligro de pensar que los
problemas se solucionan desapareciendo al que piensa diferente. Desde luego,
esta es una falacia de la que despertamos tan pronto eliminamos al primer
‘contrario’, porque más nos demoramos en hacerlo, que lo que demora la aparición
de uno nuevo, en versión mejorada...
La contradicción está
sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca. 540-480 a.C.), filósofo griego, solía
decir: “Pólemos, la guerra, es el padre de todas las cosas”. Y también
afirmaba: “El camino de subida y de bajada es uno solo y el mismo”, queriendo
recoger la percepción que él tenía de la realidad, en la cual está siempre
presente la contradicción... Nuestra vida no es muy distinta. También en
nosotros viven enfrentados el bien y el mal, y querer negarlo o eliminar totalmente
la raíz de lo negativo, es muy arriesgado, porque se puede dañar también lo
bueno.
Esto es, precisamente, lo
que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro de cada uno de
nosotros habita la contradicción y vivimos, permanentemente, movidos por, lo
que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo de natura
humana. Por eso es muy importante discernir constantemente las mociones
(los movimientos) interiores, que pueden manifestarse como pensamientos,
sentimientos o sensaciones que tenemos frente a los acontecimientos cotidianos
de nuestra vida.
Podríamos decir que el Reino
de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve a sus tres hijos un
suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que tiene la
característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer hijo opta
por escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a las
espinas. Deja casi todo el alimento en el plato. El segundo hijo, se come el
pescado sin mucho cuidado y se atraganta con las espinas hasta que le tienen
que dar un pedazo de yuca o de papa para que no se ahogue. Y el tercero,
pacientemente, va masticando con cuidado cada bocado y va sacando a un lado las
espinas, hasta que termina de comerse el delicioso bocachico que su mamá le
ofreció.
En nuestra vida podemos tener una de estas tres
actitudes. O esquivar siempre los obstáculos por miedo a las espinas; o
comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos puede hacer daño; o, finalmente,
saborear la vida y degustar con paciencia toda su riqueza, seleccionando bien
cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con lo nutritivo, con lo que nos
alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin
tragarnos el veneno y la cizaña que nunca se pueden eliminar completamente.
Fuente:
http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
La
vida es más que lo que se ve
José
Antonio Pagola
Por lo general, tendemos a buscar a Dios en lo
espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por eso les
resultaba difícil a los galileos creer a Jesús cuando les decía que Dios estaba
ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban las
«señales extraordinarias» de las que hablaban los escritores apocalípticos?
Jesús tuvo que enseñarles a captar la presencia
salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran convicción: la vida es
más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar
nada especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.
Con esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar
nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es
irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita,
sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción
secreta de Dios.
Tal vez la parábola que más les sorprendió fue
la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la cabeza de un
alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril,
todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el
«reino de Dios».
El desconcierto tuvo que ser general. No
hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico»,
plantado en una «montaña elevada y excelsa», que echaría un ramaje frondoso y
serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo. Para Jesús, la
verdadera metáfora de Dios no es el «cedro», que hace pensar en algo grandioso
y poderoso, sino la «mostaza», que sugiere lo pequeño e insignificante.
Para seguir a Jesús no hay que soñar en cosas
grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte
que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro encumbrado sobre una
montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a los caminos y acoge
por abril a los jilgueros.
Dios no está en el éxito, el poder o la
superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar atentos a
lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo que se ve. Es mucho
más. Así pensaba Jesús.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
La
cizaña debe arrancarse siempre para que el trigo crezca
Fray
marcos
La parábola de la cizaña es una de las siete
que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un
contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e
inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata,
puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de
catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a
un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se
encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.
El punto de inflexión en la lógica del relato
lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos
hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto
se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta
que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la
cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe
hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el
que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es
posible.
El domingo pasado una cosecha del ciento por
uno (cuando el diez por uno era un buen rendimiento) era el quiebro que nos
obliga a saltar a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el
trigo, luego tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya
no se trata de tierra y grano sino de fruto espiritual. La falta de lógica está
en no arrancar la cizaña. Si en el campo de trigo se nos pide hacer lo
contrario de lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea
posible. En el orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña sino que
no se puede separar.
Empecemos por notar que el sembrador siembra
buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos
explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que
no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria.
Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al
interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que
venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña
como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida
humana.
La vida arrastra tres mil ochocientos millones
de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la
supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado
cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un
objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar
hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre
tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En
cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección
equivocada del individualismo.
El
objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de
unidad-amor que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa
por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no
es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando
llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo
intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría
de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables
errores en su intento por acertar en su caminar hacia la plenitud.
El trigo y la cizaña tienen que convivir a
pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa
de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son
inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito,
porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca
conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de
esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su propia
cizaña.
Esta mezcla inextricable no es un defecto que
le viene al ser humano de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia;
por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser
humanos si se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el
considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona
se pueda considerar perfecta es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y
en los demás ha sido una tentación, que arrastramos desde tiempo inmemorial.
También hoy Jesús, a petición de sus
discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de
Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas
en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la
explicación que da el evangelio de esta parábola, se ve con toda claridad la
diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento
desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los
malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos
haga mejores.
Si a través de veinte siglos, la Iglesia
hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado!
En todos los tiempos se ha perseguido al que discrepa, solo por el afán de
conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha
excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de
cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los
cánones oficiales. Es patético que, a algunos de los que han sido sacrificados,
se les haya declarado santos.
Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra
actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha
enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un
pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la
claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de
Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud
totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima
(mínima) ha sido defendida, todavía, por el último Catecismo de la Iglesia
Católica.
La parábola no solo se aplica al orden moral
sino a la doctrina y al culto. En las verdades también hay trigo y cizaña y
tampoco se puede separar el error de la verdad. Dice un proverbio oriental: si
te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera
la verdad. También Nietzsche dijo algo parecido a esto: en un discurso un poco
largo el más sabio es una vez tonto y dos veces necio. En el culto, el trigo
sería un descubrimiento de Dios en nosotros y una verdadera relación con Él.
Cizaña sería quedarnos en los ritos externos y no llega a la vivencia. En la
moral: las prostitutas y lo pecadores os llevan la delantera en el reino de
Dios. El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Meditación
Por mucho que nos
empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo
van a seguir creciendo juntos.
Si descubres los
fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en
condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del
cristiano no es alcanzar la perfección,
sino aceptar al otro
a pesar de sus fallos.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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