“Un
sembrador salió a sembrar”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sembrador Incansable
Padre amoroso y bueno,
sembrador incansable de
los tiempos,
tu que desde el
principio del mundo,
cuando todo era caos y
oscuridad,
saliste a los caminos de
la historia
con tu costal repleto de
semillas generosas
y fuiste repartiendo con
paciencia
los gérmenes fecundos de
una vida nueva.
No nos dejes caer en la
tentación
de hacernos caminos
resbalosos
que no recogen en su
seno
las maravillas infinitas
de tu exuberante
creación.
Señor Jesús,
semilla primordial,
tu que sabes de siembras
dadivosas,
de dar sin recibir,
de amor hasta el
extremo,
enséñanos a estar
dispuestos
para acoger tu vida
que explota hasta
nosotros.
No nos dejes caer en la
tentación
del crecimiento fácil y
veloz
que brota sin raíces
y muere prematuro
sin ofrecer al mundo
su cosecha amanecida de
belleza.
Espíritu de sabiduría,
luz que penetras las
almas,
e iluminas sin descanso
nuestras oscuras
tinieblas,
haz germinar en nosotros
la Palabra de la vida.
No nos dejes caer en la
tentación
de ahogar en nuestro
surco
la semilla humilde y
débil
que crece vacilante
en medio de las
preocupaciones,
las riquezas y placeres
de la vida.
Dios uno y trino,
que sigues repartiendo
tus semillas
con paciencia sin
fronteras
y la libertad del
viento,
ayúdanos a ser tierra
buena,
que se abre a tu Palabra
para recibir sin
condiciones
tu semilla siempre
nueva.
Hágase tu voluntad en nuestra
tierra
y danos un corazón
perseverante,
para ofrecer al mundo
los desbordantes gozos
de una cosecha
centuplicada
que salte con la alegría
de la espiga agradecida.
Amén
Escribí
esta oración para algún encuentro, intentando combinar las imágenes de la parábola
del sembador con algunas peticiones del Padrenuestro… A través de esas cuatro imágenes
que Jesús nos ofrece en su parábola, nos invita a revisar cómo nos disponemos
para el “Encuentro con la Palabra”. Podemos ser resbalosos y duros como el camino
que permite que las aves se coman lo que Dios quiere sembrar en nosotros; o
producir resultados rápidos y superficiales que no soportan el castigo del sol,
por falta de raíces y hondura en el corazón; podemos también dejar que los
espinos nos ahoguen en medio de la preocupaciones y afanes de la vida. Por
último, es posible que la Palabra encuentre en nosotros tierra buena, que acoge
la semilla y la deja crecer, para ofrecer al mundo los desbordantes gozos de
una cosecha centuplicada.
LA
FUERZA OCULTA DEL EVANGELIO
José
Antonio Pagola
La
parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del
evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene
una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun
con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace
olvidar otros fracasos.
No
hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de
Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el
evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El
evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o
menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por
Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.
Empujados
por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo
tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que
se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.
Si
pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta
bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y
sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se
impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que
descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece
haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia
de Dios y la necesidad de la plegaria.
La
energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed
de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en
fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros
mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a
crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones
nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más
verdad a Dios?
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
LA
SEMILLA YA ESTÁ EN MÍ
Fray
Marcos
Mateo
agrupa siete parábolas en un solo capítulo, el 13, que hoy comenzamos a leer.
No es probable que Jesús haya dicho todas estas parábolas de una sentada.
Marcos y Lucas las colocan en distintas circunstancias. La parábola es un
género literario muy apropiado para hablar de realidades trascendentes. Al
partir de conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo
conoce, trata de proyectarnos hacia una realidad que va más allá de lo
material. La parábola, por estar pegada a la vida misma, mantiene el frescor de
lo genuino y auténtico a través del tiempo y las culturas.
El
relato en sí no es significativo. A mí poco me importa cómo nace y da fruto la
semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de
ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta
propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto
de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el
verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la
Palestina de entonces, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha.
Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura!
El
objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope, por
otra abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obliga a mirar a lo más
profundo de sí mismo y descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un
método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a
cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras al que está
dispuesto a escuchar. Quien la oye, debe hacer realidad la utopía del relato y
empezar a vivir de acuerdo con lo sugerido.
La
explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al
relato. Las parábolas ni necesitan ni admiten explicación. Jesús no pudo caer
en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto
de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para
descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola
exige una respuesta personal no retórica sino vital; obliga a tomar postura
ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma una decisión, ya se ha
definido la postura: continuar con la propia manera de vivir la realidad.
Los
exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola
fueron el sembrador y la semilla. El sembrador como ejemplo de generosidad y la
semilla como ejemplo de potencial ilimitado. El objetivo habría sido animar a
predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin
preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la
primera lectura, pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque
necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.
No
debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola
respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria
de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco
de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está
aquí, yo lo hago presente. Debemos comprender que el Reino puede estar
creciendo, cuando el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena
manifestación depende de uno solo.
Más
tarde, se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de
los receptores, y dando toda la importancia a las condiciones de la tierra.
Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la
nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola
más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas
personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada
uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la
semilla fructificar. En mi propia parcela hay tierra buena, piedras y zarzas.
No
debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de
Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que
ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla” es lo que hay
de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra
expresa. Esa semilla lleva miles de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su
encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es paciente.
La evolución ha sido posible gracias a infinitos fracasos.
Podemos
recordar el prólogo de Jn. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la
palabra era Dios”; “En la Palabra había Vida”. La semilla es el mismo Dios-Vida
germinando en cada uno de nosotros. Dios está en sus criaturas y se manifiesta
en todas ellas como algo tan íntimo que constituye la semilla de todo lo que
es. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los
privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en
todos y por todos de la misma manera (a boleo). Dios no se nos da como producto
elaborado, sino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar.
Generalmente
caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea
fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería
dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera
estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo
no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el
sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación
entera hacia la consecución de su objetivo final.
Porque
se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo
encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa
relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos
relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar.
Cuando hago esto me hago menos humano. Descubriendo al otro y volcándome en él,
despliego mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que es la
esencia de lo humano.
“El
que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que
para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina
oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los
prejuicios religiosos los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que
nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes del cristianismo.
El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al
mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más
difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.
Descubrir
cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su
comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del
que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de
pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El
fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mismo, con los
demás y con la naturaleza. Nadie puede crecer en humanidad sin relaciones
externas. Toda meditación profunda tiene como fin afinar mis relaciones.
Meditación
Dios se da totalmente, absolutamente, siempre y
a todos.
Experimenta esta verdad y cambiará tu vida.
Descubrir a Dios como amor dinámico
es la base de toda experiencia religiosa.
Todo lo que Dios es, lo tienes a tu alcance.
Todo lo que tú eres y puedes ser, depende de
ese don.
Fray Marcos
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
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