Domingo XIV del tiempo Ordinario – Ciclo
A (Mateo 11, 25-30) 5 de julio de 2020
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Conocí a Carlos Riesgo en Madrid,
en una comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá, que significa:
¡Ábrete! Una comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de
la construcción de la fraternidad, a niños y niñas con alguna deficiencia
mental o psíquica, a sus familiares y a sus amigos. Jean Vanier y Marie Hélène
Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya más de treinta años y se han ido
extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia existe ya una comunidad
de Fe y Luz que se llama ‘Camino de Betania’ y en muchos países estas
comunidades han ido creciendo de modo lento y pausado, como debe ser el proceso
de cualquier obra que de verdad quiera llegar a ser grande, como las ceibas de
nuestros campos o el grano de mostaza del Evangelio.
Carlos sufre de una parálisis
cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos,
vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a
expresar. Un buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de
semana junto con otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que
estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos
reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo
único que necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté
el reto con mucho gusto.
Ese bendito fin de semana
recibí una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba
yo haciendo unos estudios de especialización en teología y contaba con un grupo
de distinguidos profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor
profesor que tuve durante esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. El
necesitaba apoyo y yo necesité paciencia... mucha paciencia, porque Carlos lo
hace todo lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse
en su silla, arreglarse por las mañanas... Y, dentro de lo que hace lentamente,
lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar... Desacelerarse un fin de
semana completo, para los que vamos por la vida como una moto, no resulta un
trabajo fácil.
Cada vez que Carlos quería
decirme algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de
hacer una frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de
adivinar lo que quería decir, sin dejar que él terminara. Tan pronto yo lo
interrumpía con una frase que no era la que él estaba tratando de armar, hacía
un gesto con la mano y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse.
De nuevo, el hábil sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me
salía con otra frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas. Y vuelva a
empezar... Hasta que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba
callado y esperaba a que Carlos terminara de decir lo que quería decir, a la
velocidad que él iba, entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un
vaso con agua o que le alcanzara fruta...
“Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los
sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre,
porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de Jesús debió nacer después
de haberse encontrado con alguna de estas personas que la sociedad desprecia o
considera inútiles. Son ellos los depositarios de los secretos del Reino de
Dios. Por eso, gracias a Carlos, el Señor me gritó: ¡Ephetá! para
enseñarme a escuchar a los demás sin interrumpirlos; para aprender a callar y a
respetar el ritmo de los sencillos... No se si he logrado vivir todo esto, pero
siento la responsabilidad de alabar con Jesús la ocurrencia de Dios de
revelarle los misterios del Reino a los más pequeños, ocultándolos de los
sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir todos los días que el Señor
quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes y dejarnos
evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre, porque así lo
has querido”.
APRENDER DE LOS SENCILLOS
José
Antonio Pagola
Jesús
no tuvo problemas con las gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían.
Lo que le preocupaba era si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes
religiosos, los especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada
día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos
los dejaba indiferentes.
Aquellos
campesinos que vivían defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes
le entendían muy bien: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores.
Los enfermos se fiaban de él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios
de la vida. Las mujeres que se atrevían a salir de su casa para escucharle intuían
que Dios tenía que amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente
sencilla del pueblo sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que
anhelaban y necesitaban.
La
actitud de los «entendidos» era diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén
lo veían como un peligro. Los maestros de la ley no entendían que se preocupara
tanto del sufrimiento de la gente y se olvidara de las exigencias de la
religión. Por eso, entre los seguidores más cercanos de Jesús no hubo
sacerdotes, escribas o maestros de la ley.
Un
día, Jesús descubrió a todos lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría le
rezó así a Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».
Siempre
es igual. La mirada de la gente sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay
en su corazón tanto interés torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir,
sentirse mal y vivir sin seguridad. Son los primeros que entienden el evangelio.
Esta
gente sencilla es lo mejor que tenemos en la Iglesia. De ellos tenemos que
aprender obispos, teólogos, moralistas y entendidos en religión. A ellos les
descubre Dios algo que a nosotros se nos escapa. Los eclesiásticos tenemos el
riesgo de racionalizar, teorizar y «complicar» demasiado la fe. Solo dos
preguntas: ¿por qué hay tanta distancia entre nuestra palabra y la vida de la
gente? ¿Por qué nuestro mensaje resulta casi siempre más oscuro y complicado
que el de Jesús?
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
DIOS NO PUEDE
REVELARSE NI ESCONDERSE
Fray Marcos
En
el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidos. El primero se refiere a
Dios. El segundo, a la interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero,
hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan
aspectos esenciales del mensaje de Jesús. Los dos primeros se encuentran también
en Lc, pero en el contexto del éxito de los 72 y la intervención del Espíritu
que llenó de alegría a Jesús. En la primera comunidad cristiana todos eran
personas sencillas, que no podían gloriarse de nada y buscaban ser acogidas y
guiadas. ¿Qué hubiera dicho Jesús de la Iglesia después de Constantino?
“Te
doy gracias, Padre, porque…” Lo importante no es la acción de gracias en sí
sino el motivo. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a
otros. Lo que quiere decir es que, el Dios de Jesús no puede ser aceptado más
que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los
sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios. Los “sabios y entendidos”
eran los especialistas de la Ley. Su pretendido conocimiento de Dios les daba
derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que
aprender pero eran los únicos que podían enseñar.
¿Quiénes
eran los sencillos? “El “nepios” griego tiene muchos significados, pero todos
van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y
también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. No tenía capacidad de razonamientos y
les faltaba la mínima preparación para desplegarla. En todos descubrimos la
ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite
religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por
lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los “sin voz”, “la gente de la
tierra”. Según dice el Papa Francisco, los descartados.
Estas
cosas son las experiencias de Dios que Jesús vivió y que nos quiere transmitir.
No se trata de conocimiento sino de experiencia profunda. “Todo me lo ha
entregado mi Padre…” Ese conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano,
sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue
creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya
sabíamos lo que era Jesús. El texto nos dice que la única manera de conocer a
Dios es aproximarnos a Jesús, pero no por conocimiento sino por haber hecho
nuestra la experiencia de Dios que él tuvo.
Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. La imagen de
yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era
ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600
preceptos y 5.000 prescripciones, además de las tradiciones que eran
innumerables y sumían a la gente en la imposibilidad de cumplirlas. Para los
fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está
hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús
es liberar al hombre de las ataduras religiosas.
Mi
yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que
oprimen al hombre y le impiden ser él mismo. No propone una vida sin esfuerzo;
Sería engañar al ser humano que tiene experiencia de las dificultades de la
existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. No es el trabajo
exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna
plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre se convertirá en felicidad
porque traerá plenitud y felicidad.
Jesús
propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para
desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser
humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían como el
peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se las
quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero
gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos
permiten avanzar hacia la meta.
Lo
que acabamos de leer es evangelio (buena noticia). No hemos hecho caso a este
mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó
totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha
reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente
lo que nos acaba de decir Jesús, que nunca nos lo hemos creído. Dios no
comparte con el hombre el conocimiento, sino su misma Vida. Los que no creen en
la evolución pueden disfrutar de una buena salud.
Si
Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra
institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el
ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se
escuchan más a sí mismos que a Dios? A todos los niveles estamos en manos de
expertos. En religión, la dependencia es absoluta, hasta el punto de
prohibirnos pensar por nuestra cuenta. Recordad la frase del catecismo:
“doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder”.
Jesús
no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje.
Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la
cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda es la que puede dar
sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como
del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud,
será ligero. Este camino de sencillez no es fácil.
Los
cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en
el intento. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para
someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de
todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de
convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. Pío IX dijo:
“solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los
que tienen la obligación de obedecer”. Hoy ningún jerarca repetiría esas
palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva.
Descubramos
en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el
amor del culto, la conciencia de la moralidad, etc. Los predicadores seguimos
imponiendo pesados fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no
es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el
cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la
sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta la “Ley”, no la
Vida.
La
gran carencia de nuestra comunidad hoy es la falta de experiencia interior.
Pero esa situación nunca se podrá superar insistiendo en la doctrina,
condenando a los que se atreven a discrepar de la doctrina oficial o imponiendo
documentos que tratan de zanjar cuestiones discutibles. Lo que hay que enseñar
a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí
encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia
de Jesús, descubriremos la libertad para ser nosotros mismos.
Meditación
Jesús conoce al Dios interior y nos lo puede
revelar.
Debemos buscarlo en lo hondo de nuestro ser
y aceptar ese Dios como el único que puede
liberarnos.
Todo dios que venga de otra parte será opresor.
Mientras más agobiados nos sintamos,
más necesitamos al Dios de Jesús que es el nuestro.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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