Natividad del Señor – Ciclo A (Lucas 2, 1-14) 25 de diciembre de 2016
Muchos cuentos
navideños circulan en estos días por los periódicos, las revistas, la Internet
y otros medios. Uno de tantos cuentos que me he encontrado se llama El
Sueño de María, y dice así: “Tuve un sueño, José... no lo pude comprender
completamente, pero creo que se trataba del nacimiento de nuestro hijo. La
gente estaba haciendo preparativos con seis semanas de anticipación. Decoraban
sus casas y compraban ropa nueva. Salían de compras muchas veces y adquirían
elaborados regalos. Era muy peculiar, ya que los regalos no eran para nuestro
Hijo. Los envolvían con hermosos papeles y los ataban con preciosos moños; todo
lo colocaban debajo de un árbol. Si, un árbol, José. La gente decoraba muy bien
el árbol. Las ramas llenas de esferas y adornos que brillaban. Había una figura
en lo alto que parecía una estrella o un ángel; todo era muy hermoso. El día
del nacimiento de Jesús, se arreglaban con la mejor ropa y se reunían a comer
deliciosos manjares. Pero comían ellos solos, no invitaban a nuestro hijo a la cena
navideña, y mucho menos a nosotros dos. Todos estaban muy contentos. Bailaban,
bebían, se reían estrepitosamente, pero parecía que habían olvidado el motivo
de la fiesta.
Toda la gente
estaba muy feliz y sonriente. Estaban emocionados por los regalos; se los
intercambiaban unos con otros, José. Sin embargo, al final no quedó ningún
regalo para nuestro hijo. Sabes, creo que ni siquiera lo conocen muy bien; me
da la impresión que lo conocen sólo de oídas, porque no mencionaron su nombre
en toda la noche, a pesar de que se reunieron para celebrar su nacimiento. ¿No
te parece extraño que la gente se meta en tantos problemas para celebrar el
cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen bien? Tuve la extraña sensación
de que si nuestro hijo hubiera llegado a la celebración, lo hubieran
considerado como un intruso solamente. Nadie se acordó de él, ni de nosotros
dos. Claro que ha pasado tanto tiempo, que no me parece raro. Sentí ganas de
llorar. ¡Qué tristeza para Jesús no ser invitado a su fiesta de cumpleaños!
Estoy contenta porque sólo fue un mal sueño. ¡Qué terrible que este sueño se
hiciera realidad!”
Este cuento
puede crear en nosotros un sentimiento de culpa o invitarnos a dejar entrar a
Jesús en su fiesta de cumpleaños. Lo complicado puede ser llegar a saber dónde
y cómo reconocer la presencia de Jesús en nuestras vidas. Cuando los ángeles
anunciaron a los pastores el nacimiento de Jesús, las señales para reconocerlo
fueron las siguientes: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia,
que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de
David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes
al niño envuelto en pañales y acostado en un establo”.
Con estas
señales, los pastores reconocieron al Mesías. La fragilidad y la pequeñez, son
las características que permiten reconocer al Hijo de Dios que nace de nuevo
entre nosotros. Qué bueno que en nuestras fiestas de Navidad, abriéramos un
espacio para esas personas que normalmente no visitamos; sólo tenemos que mirar
un poco alrededor y pensar en cuál es la persona más frágil, más débil de
nuestro entorno; no tenemos que ir demasiado lejos; estoy seguro que muy cerca
de nosotros encontraremos personas que podrían alegrarse con nuestra invitación
y participar de nuestras fiestas. Pidamos para que el sueño de María no se haga
realidad.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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