Domingo XXIX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas
18, 1-8) – 16 de octubre de 2016
Hace algunos meses recibí este mensaje: “No hay que ser agricultor para
saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego
constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente
frente a la semilla sembrada, jalándola con el riesgo de echarla a perder,
gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú
japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla,
la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no
sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los
primeros siete años, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría
convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el
séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más
de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó
siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de
aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces
que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete
años. Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar
soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es
simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en
corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de
conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente que solo llegan al
éxito aquellos que luchan en forma perseverante y coherente y saben esperar el
momento adecuado”.
”De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos
frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede
ser extremadamente frustrante. En esos momentos, que todos tenemos, recordar el
ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que, en tanto no bajemos los
brazos ni abandonemos por no "ver" el resultado que esperamos, si
está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo, madurando. Quienes no
se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el
temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso
que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso
que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. Tiempo... Cómo nos
cuestan las esperas. Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en
el que vivimos... Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al
chofer del taxi... nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien
por qué... Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que
esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos generamos patologías que
provienen de la ansiedad, del estrés... ¿Para qué?”
La parábola de la viuda y el juez, que nos trae hoy la liturgia de la
Palabra es un bello ejemplo de esto, aplicado a la vida de oración del
cristiano: “Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los
hombres. En el mismo pueblo había también una viuda que tenía un pleito y que
fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el
juez no quiso atenderla, pero después pensó: ‘Aunque ni temo a Dios ni respeto
a los hombres, sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, la voy a
defender, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia’. Y el Señor
añadió: ‘Esto es lo que dijo el juez malo. Pues bien, ¿acaso Dios no defenderá
a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que
los defenderá sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará
todavía fe en la tierra?” La propuesta del Señor es que tratemos de recuperar
la perseverancia, la espera, la aceptación. Estamos llamados a gobernar aquella
toxina llamada impaciencia; la misma que nos envenena el alma con sus prisas y
afanes de cada día. Si no conseguimos lo que anhelamos, no deberíamos
desesperarnos... quizá sólo estemos echando raíces...
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Gracias x tan sencilla reflexión, pero muy profunda, la invitación para mi ha sido practicar las 3 P: Paso a paso, Perseverancia y Paciencia!!
ResponderEliminarSeñor dame tu gracia y amor que eso sostendrá mi vida p q eche raíces agarradas sólo de Tí!!
Bendiciones